Las 70 Semanas de Daniel – Diagramas

Introducción

Este es un pequeño estudio de las 70 Semanas de Daniel con Diagrama, de como todos los eventos escatológicos de Daniel encajan perfectamente en el reloj profético de Dios. Nos encontramos todavía en la semana 69 que terminará cuando la iglesia de Dios sea arrebatada, dando inicio a la semana 70.

 «El ejemplo de la oración y la confesión de Daniel nos es dado para nuestra instrucción y fortalecimiento. . . Daniel sabía que el tiempo destinado para la cautividad de Israel casi había concluido; pero no consideraba que porque Dios había prometido librarlos, ellos mismos no tenían ninguna parte que desempeñar» (Review & Herald. 9/2/1897).

El tiempo

70 semanas, daniel

Daniel nos asegura que los acontecimientos a los cuales se refiere en el capítulo 9 de su libro sucedieron durante «el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos» (vers. 1). Esto habría sido el primer año después de la caída de Babilonia en el año 538 AC.

Habían pasado casi 10 años después de la visión registrada en el capítulo 8. Sin embargo, Gabriel no había terminado de explicarla, porque por una parte se refería a un futuro lejano, y por otra Daniel había quedado quebrantado, postrado por una enfermedad que duró varios días. Es evidente que la comunicación con el cielo y con los seres celestiales puede drenar la energía nerviosa de una persona.

Por lo demás, ahora Daniel ya tenía cerca de 80 años, y el agotamiento debe haber sido más agudo para él. Pero sin duda su mayor preocupación se centraba en la restauración del santuario de su estado de profanación a una condición que permitiera la adoración correcta. El período de 2.300 «tardes y mañanas» que debían transcurrir antes que él y su pueblo pudiesen contemplar algún cambio, era abrumador. Sin embargo, el ángel Gabriel le había asegurado que en este respecto la visión también era verdadera.

daniel, 70 semanas

 Los judíos en exilio

Probablemente los judíos exiliados abrigaban sentimientos encontrados con relación a su estada en Babilonia. No hay duda que extrañaban el terreno a menudo rocoso y quebrado de Palestina. La tierra entre los dos ríos, el Tigris y el Eufrates, era rica y muy fértil, bien regada por ríos y canales, y constituía una abundante fuente de trabajo y alimentos. En cambio el clima de Babilonia era seco, caluroso y polvoriento, y casi todo el terreno era plano.

En este respecto no era tan atractivo como la Palestina de ellos con sus montes y valles, sus estaciones lluviosas regulares, y su variedad de frutos. Muchos se sentían nostálgicos, y al reunirse para conversar acerca de los buenos días del pasado, se acordaban de las canciones de Sión, aunque no se sentían con ánimo de cantarlas. Colgaban sus arpas en los sauces y lloraban (Sal. 137).

Pero otros se dejaban impresionar por el esplendor de la ciudad de Babilonia, con su magnífica Puerta de Istar, su calle de las procesiones con sus ostentosos desfiles, su conjunto de templos en el Esagila, y sobretodo sus palacios y jardines colgantes. Los mercados ofrecían oportunidades para el comercio. Babilonia era un centro político. Oficiales del gobierno y representantes de muchas partes del imperio acudían a ella, todos en busca de información, todos dispuestos a explotar su riqueza de una u otra manera.

Muchos judíos se mezclaban con las multitudes. El imperio les permitía reunirse en colonias en cualquier parte de Babilonia. Algunos continuaban con la práctica de los oficios que habían aprendido en su país natal, artesanos y hombres especializados, elegidos particularmente por Nabucodonosor para llevar a cabo sus empresas de construcción. Muchos trabajaban como obreros agrícolas, en la irrigación, y en la edificación. No existía el desempleo. Muchos compraron tierras y edificaron sus casas, y se establecieron con sus familias. Los jóvenes se casaron y tuvieron hijos. Algunos de los judíos, como Daniel y sus amigos, ocuparon elevadas posiciones en el gobierno.

Los judíos que vivían junto al río Quebar tenían un sacerdote con ellos, a quien Dios había utilizado como profeta, a saber, Ezequiel. Los exiliados no experimentaron persecuciones religiosas, ni sufrieron interferencias con su forma de adoración. Los maestros podían proseguir sus estudios y realizar sus tareas docentes. Los devotos entre ellos se reunían el sábado, no para celebrar un servicio ceremonial, como lo hubieran hecho en el templo, sino para leer y escuchar las escrituras, para discutir sus intereses religiosos y para orar. De este modo comenzó a desarrollarse la institución de la sinagoga. Seguramente que Daniel aprovechaba esas ocasiones para compartir sus visiones con los demás.

Aunque muchos de ellos eran prósperos y ricos, muchos también se preguntaban cuál seria el futuro de Jerusalén y del templo. Se preguntaban si quizás Dios no los habría abandonado, si en realidad los dioses de los babilonios no serían más poderosos que Jehová. Pero Daniel tenía la certeza de que Dios estaba siempre en control de las cosas. Lo único que sucedía era que no siempre podía comprender la forma divina de actuar. A veces el plan de Dios parecía terriblemente lento. Tal vez él mismo debía hacer algo. ¡Sí, se pondría a orar! Lecciones de la cautividad

El exilio no había sido un desastre total. ¿Acaso no se había transformado Nabucodonosor en un hijo de Dios? ¿No había llegado Darío a comprender que el Dios de Daniel es el Dios viviente, el que rescata y salva, y el que permanece para siempre? (Dan. 6:26, 27). ¿No había sido un tremendo testimonio el milagro del horno de fuego, no solamente acerca de la fidelidad de los tres hebreos, sino también de la poderosa fuerza del Dios de los hebreos? A pesar de su pueblo, el conocimiento del verdadero Dios se había extendido por todo el mundo conocido.

Si había algo que los judíos habían aprendido, era la total futilidad de la adoración de los ídolos. Ellos nunca más regresarían a la idolatría. Ahora encontraban consuelo mutuo y fortalecimiento en la sinagoga. Descubrieron que la vida espiritual no necesita depender de ritos y ceremonias, sino que es el producto de una relación correcta con Dios. Más aún, aprendieron a valorar sus escritos sagrados, las enseñanzas de la Tora. Puesto que eran extraños en un país extranjero, habían aprendido a constituir una comunidad más unificada. Por último, y lo que era más importante, habían comprendido que a Dios se lo puede adorar en cualquier lugar, porque él es el único Dios verdadero y está cerca de todos, y nadie puede desentenderse de su responsabilidad para con él, así se trate de un judío o de un gentil….

La revelación

«Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo» (vers. 24.) Gabriel parece comenzar su mensaje abruptamente, pero debemos comprender que se refiere a la visión de Daniel 8, y que está tratando de iluminar lo que hasta entonces había quedado sin explicación. Era obvio que el profeta estaba preocupado acerca del período de 2.300 años o días. ¿Significaba eso que la cautividad se extendería más allá de la profecía de los 70 años de Jeremías? Daniel esperaba que no fuera así, y oró en procura de perdón para que Dios no tuviera que extender ese período.

El ángel le dijo que se «habían determinado» 490 años para su pueblo. Esto significaba que a la nación judía se le había asignado un período de 490 años, lapso que comenzaría con «la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén» (vers. 25). El hecho de que este período fuera «determinado», o «cortado» como lo indica la palabra hebrea, significa que el período más corto formaría parte del más largo. Es decir, los 490 años serían una parte del periodo de 2.300 días (años). Siendo que ahora sabemos cuándo comienza el período más breve, también sabemos cuándo se inicia el más largo.

Esdras nos proporciona una copia del decreto que Artajerjes promulgó autorizando a los judíos a regresar a Jerusalén y reconstruirla (Esdras 7:12-26). Nos dice que para cumplir su cometido llegó a Jerusalén durante el séptimo año del reinado de aquel monarca (vers. 8). Para resumir los diferentes factores que contribuyeron a la reconstrucción, declara: «Y los ancianos de los judíos edificaban y prosperaban, conforme a la profecía del profeta Hageo y de Zacarías hijo de Iddo. Edificaron, pues y terminaron, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío, y de Artajerjes rey de Persia»(Esd. 6:14). La historia revela que esto sucedió el año 457 AC.

Pero nuestra preocupación principal debe centrarse en los sucesos acaecidos al final del período de 490 años. Gabriel puntualiza seis asuntos:

1. «Para terminar la prevaricación». Al final de este período los israelitas habrían decidido finalmente cuál sería su actitud hacia la dirección divina. Dios no podía extender para siempre su gracia a un pueblo determinado a rechazar sus amonestaciones.

2. «Poner fin al pecado”. Con Cristo como el portador del pecado, no habría necesidad de ofrendas por el pecado en servicios de templos. El tipo se encontraría con el antitipo.

3. «Expiar la iniquidad». En la cruz Jesús hizo expiación por el pecado. El mismo declaró: «Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo» (Juan 12:32).

4. «Para traer la justicia perdurable». Jesús murió en la cruz, no sólo para perdonar el pecado, sino también para ser capaz de imputar e impartir su justicia a todos los que acepten su ofrecimiento.

5. «Sellar la visión». Esto es, para ratificar la visión, de modo que el cumplimiento de una de sus partes nos proporcionara la seguridad de que las demás serían cumplidas.

6. «Ungir al santo de los santos”. Esto debe referirse al santuario del cielo, y no al terrenal. Indica el tiempo cuando Cristo sería inaugurado como Sumo Sacerdote, para realizar sus oficios de Sumo Pontífice en las cortes del cielo.

Gabriel divide los 490 años en tres partes

Siete «sietes»; sesenta y dos «sietes»; y un «siete». El Mesías o Ungido o Cristo confirma el pacto con muchos por medio de un «siete», y a la mitad de ese período de «siete» «hará cesar el sacrificio y la ofrenda» (vers. 27.) Además, «después de las 62 semanas se quitará la vida al Mesías». Esta declaración alude claramente a su muerte. (Véase el diagrama de la página siguiente.)

Se necesita un poco de concentración para incluir todos los detalles, y uno debe admitir que el hebreo no es siempre tan claro como podría ser, lo cual conduce a la posibilidad de varias traducciones; pero el énfasis de la profecía es claro: El propósito divino de la salvación del pueblo de Dios no se puede cumplir mediante la sangre de animales (Heb. 10:11,12). Sólo Jesús lo podría hacer, mediante su muerte en la cruz. De modo que Dios le estaba diciendo a Daniel que el establecimiento de un servicio celestial en el cual Cristo es nuestro Sumo Sacerdote y ministra diariamente en nuestro favor, era algo mucho más importante que la restauración del templo terrenal.

¿Pudo comprender Daniel todo esto? Tal vez no. Pero a nosotros que vivimos en una época posterior a los tiempos de Cristo, se nos ha concedido la bendición de ver cuan maravillosamente se cumplen los propósitos de Dios en la salvación de los seres humanos. Con semejante Dios, ¿tenemos alguna razón para enfrentar el futuro con algo menos que una confianza total?

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