La Enseñanza Apostólica sobre las Riquezas – Estudio

Introducción

La misma nota profética presente en las enseñanzas de Jesús sobre las riquezas puede hallarse también en la en­señanza apostólica contenida en las epístolas. Pablo, por ejemplo, incluye a los avaros entre aquellos que no heredarán el reino de Dios (1 Co 6:10; cf. 5:10-11; Ro 1:29; Ef 5:5) y describe la avaricia como idolatría (Col 3:5) y el amor al dinero como «la raíz de todos los males» (1 Ti 6:10).

Santiago va más lejos y da por sentado que la riqueza de los ricos está vinculada a la opresión de los pobres (Stg 2:1-7), la explo­tación de los obreros y el derroche (5:1-6). En la misma línea, Apocalipsis anuncia la destrucción de una civilización dedi­cada al consumo ostentoso e indiferente al evangelio (cap.18).

Todas estas advertencias hacen eco a la de Jesús respecto a lo difícil que es para quienes tienen riquezas la entrada al Reino de Dios. No dejan lugar a dudas sobre el riesgo que corre el rico que trata de ganar todo el mundo y no cuida de su propia vida.

Por otro lado

Hay, sin embargo, otra línea de enseñanza en las epístolas según la cual es posible combinar las riquezas con el discipu­lado cristiano en un estilo de vida caracterizado por la liber­tad interior de una esclavitud a las posesiones materiales y por la generosidad hacia los pobres.

El pasaje más claro sobre el tema de la libertad interior se encuentra en Filipenses 4:10-13, en el contexto de una serie de observaciones que Pablo hace acerca de la ofrenda que ha recibido de la iglesia en Filipos.

«He aprendido», dice, «a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abun­dancia, en todo y por esto estoy enseñando, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (4:11-13). La actitud básica descrita aquí es de contentamiento, de libertad interior o desprendimiento (autarkeia). Esto requiere una consideración adicional.

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En primer lugar

Debemos notar que este desprendimiento era un ideal de alta estima para la filosofía griega del tiempo de Pablo.12 Según Xenofón, fue enseñado por Sócrates, a quien él cita diciendo: «Creo que el no tener ningún deseo es divino, el tener tan pocos deseos cómo es posible, es casi divino».

En un contexto cristiano, sin embargo, el conten­tamiento no es un mero ideal, sino, como Jesús enseñó, la respuesta de la fe al Padre Celestial que conoce las necesi­dades de sus hijos (ver Mt 6:25-34). El verdadero conten­tamiento es posible sólo cuando se puede ver tanto la abundancia como la escasez a la luz del propósito amoroso de Dios. Al fin y al cabo, la ansiedad respecto a las cosas materiales es incredulidad, es señal de que uno ha perdido la perspectiva de los valores del reino.

En segundo lugar

Debemos notar que el contentamiento es el polo opuesto a la avaricia. Esta no puede reconocer límites ni fronteras, aquél sólo es posible cuando se recono­cen plenamente los límites y fronteras de la condición hu­mana.

«Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar» (1 Ti 6:6-7).

El rico necio de la parábola de Jesús carecía de esta clase de contentamiento. Cuando se permite que la avaricia tome el lugar del conten­tamiento, la vida misma está en peligro de destrucción (1 Ti 6:9). Por lo tanto, se nos exhorta a mantener nuestra vida sin avaricia, contentos con lo que tenemos ahora (He 13:5).

En tercer lugar

Debemos notar que el contentamiento está íntimamente ligado a la sobriedad o templanza, una de las marcas del estilo de vida por las cuales la gracia de Dios se ha manifestado en Jesucristo (Tit 2:11ss.) y fruto del Espíritu (Gá 5:23). Como afirma Pablo, sólo es posible por medio del poder de la resurrección de Cristo (Fil 4:13).

En cuarto lugar

Debemos notar que el contentamiento es un requisito esencial para los líderes de la iglesia (1 Ti 3:2-3; Tit 1:7; 1 P5:2).

La generosidad hacia los pobres va de la mano con el contentamiento o la libertad interior. Uno sólo puede dar en la medida que reconoce que todas las cosas le pertenecen a Dios y pueden poseerse sólo cuando guardan relación con el Reino de Dios y su justicia.

Consecuentemente, en sus instrucciones para cristianos ricos, Pablo exhorta a Timoteo a enseñarles que no sean orgullosos y no fijen su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino muestren preocu­pación por los pobres: «Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir, que echen mano de la vida eterna» (1 Ti 6:17-19).

Una deducción clara de estas instruc­ciones es que los cristianos ricos deben concebirse como meros mayordomos de los bienes de Dios. Deben entender que son convocados a vivir a la luz de la generosidad de Dios hacia todos los hombres y de su preocupación especial por los pobres.

La misma ma­nera de pensar se refleja en la afirmación de Juan de que el rico que no comparte con el necesitado no conoce el amor de Dios manifestado en Jesucristo (1 Jn 3:16-17). La solidaridad con los pobres por parte de los ricos no es una mera opción sino una marca esencial de la participación en la vida del Reino.

Jesús fue pobre y vino a proclamar buenas nuevas a los pobres. Sus seguidores son aquellos que, en respuesta a su amor, entregan sus posesiones y aún sus vidas por causa del Reino de Dios. ¡Bienaventurados los pobres y aquellos que comparten la actitud de los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios!

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