El Juez está de Nuestra Parte – Estudio

El amor de Dios es atrayente, cautivador y contagioso. Sacia el ansia espiritual que anida en lo más profundo de nuestros corazones. En virtud de su compromiso divino, Dios nos ama, comprende nuestras luchas y perdona nuestras faltas. Él es el padre perfecto a quien anhelamos conocer, servir y amar, porque él nos amó primero.

Ron Rose

¿Te has preguntado alguna vez por qué muchos seguidores de Cristo viven tristes, agobiados y frustrados? ¿En qué radica la clave de la felicidad y la alegría de la vida cristiana? La respuesta está en una de esas citas del don profético que, una vez leídas, uno ya no puede seguir siendo el mismo:

Cuando tengamos una seguridad, clara y brillante, de nuestra propia salvación, manifestaremos la alegría y felicidad propias de cada seguidor de Jesucristo. Elena G. de White

¿Te has dado cuenta de cuál es la clave para ser un se­guidor de Cristo alegre y feliz? Tener «una seguridad clara y brillante de nuestra propia salvación».

Para fortalecer esta seguridad en nuestra salvación per­sonal, lo mejor que podemos hacer es leer y analizar la visión de Zacarías 3. A nosotros, que a veces vivimos preocupados e inseguros por la experiencia que tendremos que atravesar durante las escenas finales del gran día de la expiación, el Espíritu de Profecía nos dice:

La visión de Zacarías con referencia a Josué y el ángel, se aplica con fuerza especial a la experiencia del pueblo de Dios durante las escenas finales del gran día de la expiación. Elena G. de White

Leamos, por tanto, la visión:

«Entonces me mostró a Josué, el sumo sacerdote, que estaba de pie ante el ángel del Señor, y a Satanás, que estaba a su mano derecha como parte acusadora. El ángel del Señor le dijo a Satanás: “¡Que te reprenda el Señor, que ha escogido a Jerusalén! ¡Que el Señor te reprenda, Satanás! ¿Acaso no es este hombre un tizón rescatado del fuego?” Josué estaba vestido con ropas sucias , Satanás emplea contra ellos su magistral poder acu­sador, para mostrar sus imperfecciones como evidencia de su debilidad. Señala sarcásticamente los errores de los que pretenden servir a Dios. Han sido engañados por él, y ahora pide permiso para destruirlos. Elena G. de White

2. ¿Qué hace el Señor cuando uno de sus hijos es acusado, y además con toda razón, por Satanás en el juicio? ¿Qué hace cuando nuestro adversario pide permiso para des­truir a los hijos de Dios que han vivido vidas defec­tuosas y que han sido vencidos por las tentaciones?

Por supuesto, lo reprende… Pero, atención, ¡no al hijo pecador, sino a Satanás, el acusador y engañador! Está bien claro, pues «el ángel del Señor le dijo a Satanás : “¡Que el Señor te reprenda, Satanás!”». Y posteriormente, manda a sus siervos que les quiten las «vestiduras viles», el pecado, a sus hijos, y les ordena que los vistan de gala, es decir, que los cubran con la inmaculada justicia de Cristo nuestro sustituto. Observa detenidamente la siguiente declaración:

Ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo bajo, pueden separar­nos del amor de Dios que es en Cristo Jesús (ver Rom. 8:38-39); no porque nosotros nos asimos de él tan firmemente, sino porque él nos sostiene con seguridad. Si nuestra salvación de­pendiera de nuestros propios esfuerzos, no podríamos ser salvos; pero ella depende de Uno que cumple todas las promesas. Nuestro asimiento de él puede parecer débil, pero su amor es como el de un hermano mayor; mientras mantengamos nues­tra unión con él, nadie podrá arrancarnos de su mano. Elena G. de White

Dios, angeles, juez, cieloAl igual que hizo con respecto a Josué, Satanás no lanza acusaciones contra los hijos de Dios, contra esos tizones arre­batados del incendio, sin tener antes las pruebas necesarias para afrontar el juicio. Tú y yo llevamos puestas vestiduras sucias, vivimos vidas defectuosas, caemos en mil y una ten­taciones y somos indignos del favor de Dios. Por todo ello, aparentemente Satanás no comete ninguna injusticia cuando nos acusa ante Dios. Pero conviene matizar un detalle, por otra parte nada nimio cuando de un juicio se trata: no toda la culpa debe recaer sobre el acusado. El autor intelectual de los hechos, el instigador de nuestra suciedad, de nuestros de­fectos y derrotas ante la tentación, es el mismo Satanás, pues «hemos sido engañados por él». Nosotros, autores materia­les de los hechos, aunque culpables y por tanto acusados le­gítimamente, somos despojados de nuestras vestiduras de culpabilidad gracias al sacrificio de Cristo. Nuestra salva­ción depende de Uno que cumple todas las promesas.

3. ¿Por qué actúa Dios así? ¿Qué es lo que hace que nues­tro Dios, en lugar de condenar al pecador como se merece, le otorgue la salvación que no merece? ¿Por qué no re­prende al pecador? ¿Por qué no quiere oír acusaciones contra él? ¿Por qué le quita el pecado? Y lo que es más: ¿Por qué lo viste de gala?

¿Quieres saber por qué? El ángel del Señor se lo dijo a Sa­tanás: porque su hijo «es un tizón» por quien, para rescatarlo del incendio, Cristo dio su propia vida. El Señor defiende al pecador porque él lo salvó; porque él se quemó las manos para rescatarlo del fuego. Porque, aunque sea un tizón infiel que no merece nada, él, el Señor del cielo, ya dio su vida para salvarlo, y eso lo hace caro, valioso delante de él.

El pecador es salvo no por lo que es o por lo que haya hecho, pues no es más que un simple tizón arrebatado del incendio, y lleno de pecado. El pecador —tú y yo— es salvo por lo que Cristo es y por lo que Cristo ha hecho.

Yo sé que esto resulta difícil de creer, que es demasiado bueno para ser verdad. Pero no lo dudes, así es.

Cuando somos llevados a juicio por Satanás a causa de no haber asido la mano de Dios con la suficiente firmeza como para no haber caído en los engaños del enemigo, Dios nos sos­tiene con seguridad, él nos manifiesta nuevamente su amor.

4. ¿Existe algún otro argumento, aparte del sacrificio de Cris­to, que el pecador pueda presentar como su defensa en el juicio?

Fíjate en esta cita:

Aunque debemos comprender nuestra condición pecami­nosa, debemos fiar en Cristo como nuestra justicia, nuestra santificación y redención. No podemos contestar las acusa­ciones de Satanás contra nosotros. Solo Cristo puede presentar una intercesión eficaz en nuestro favor. El puede hacer callar al acusador con argumentos que no se basan en nuestros méritos, sino en los suyos. Elena G. de White

Permíteme ilustrarte esto con algo que me ocurrió. Hace irnos años mi esposa quiso pintar unas flores de porcelana que ella misma había hecho y me pidió que le comprara un pincel. Fui y adquirí uno por cincuenta centavos de dólar. La primera vez que ella mojó el pincel en la pintura, al sacarlo del frasquito todas las cerdas se quedaron dentro. ¿Sabes qué hizo mi esposa? Se deshizo de él.

Un mes después compramos un auto que nos costó cua­tro mil dólares. Para reunir esa cantidad de dinero tuvimos que poner hasta el último centavo que habíamos podido aho­rrar. Así que trajimos el vehículo, lo metimos en la cochera, y lo dejamos allí hasta que recibiéramos el salario del mes siguiente, pues ni para gasolina nos había quedado.

Cuando llegó el día de pago, con emoción cambiamos el cheque, y le dije a mi esposa: «Vamos, te invito a pasear en el carro». Fuimos a la cochera y tratamos de poner en mar­cha el automóvil, pero no arrancaba. ¡Qué frustración! Le dije a mi esposa que lo empujáramos para llevarlo cerca de una pendiente. Después de mucho esfuerzo, lo deslicé por la pendiente para que arrancara… ¡Y no arrancó!

¿Sabes qué hice con el auto? Pues lo mismo que mi es­posa con el pincel: fui y me deshice de él… Te has reído, ¿verdad? ¿Por qué, no te lo puedes creer? No, claro que no. ¿Y por qué no? Porque el auto era demasiado caro. Me había costado mucho. Así que luchamos con él hasta que arrancó, y lo disfrutamos mucho.

Tú eres demasiado caro para Dios como para que él se deshaga de ti por muchos defectos que tengas. También eres demasiado caro como para que te deje con tus defectos. Aunque «comprendemos nuestra condición pecaminosa», el hecho de que Cristo haya venido a vivir y a morir por noso­tros te confiere un valor incalculable. El te ayudará a salir de tus pecados, porque te quiere salvar.

Satanás está listo para quitarnos la bendita seguridad que Dios nos da. Desea privar al alma de toda vislumbre de espe­ranza y de todo rayo de luz; pero no debemos permitírselo. No prestemos oídos al tentador, antes digámosle; “Jesús murió para que yo viva. Me ama y no quiere que perezca». Elena G. de White

«Jesús murió para que yo viva. Me ama y no quiere que perezca». He aquí la clave de la felicidad y la alegría de la vida cristiana. He aquí la fórmula para no vivir triste, ago­biado ni frustrado. He aquí un Juez que está de nuestra parte.

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