Las 7 Miradas de Jesús – Bosquejo

Cita Bíblica: Marcos 3:5, 34

INTRODUCCIÓN:

jesus ensenando, discipulos, palabra de DiosTodos hemos oído predicar infinidad de sermones sobre «las siete palabras de Jesús», pero posiblemente pocos o ninguno de los presentes ha oído comentar «Las siete miradas de Jesús». Sin embargo, esta oportunidad nos la ofrece el evangelio de Marcos. Este Evangelio es el más corto, pero el más expresivo, pues refiere mejor que ninguno las acciones del Señor. Fue escrito por el sobrino del apóstol Juan, pero bajo la inspiración del apóstol Pedro, de quien recibió toda la información, según nos refieren los primeros Padres de la Iglesia, hasta tal punto que lo llamaban el Evangelio de Pedro.

Todos sabemos que Pedro no era un filósofo, sino un sencillo pescador lleno de fe. Quizá le pasaban algo desapercibidos los largos discursos que nos ofrece Mateo, pero, como buen observador, tomó nota en su mente de los movimientos de Jesús. Los otros evangelistas no refieren las miradas de Jesús; sólo Lucas lo hace en un solo caso que no aparece en este Evangelio, quizá por una reticencia respetuosa de Marcos a su preceptor. Ya comprendéis que me refiero a aquella mirada que Jesús dirigió al propio Pedro con motivo de su negación.

Quizá fue esta mirada la que le hizo tener presentes las otras, por asociación de ideas. Se ha dicho que la mirada puede hablar. Son una cosa maravillosa esas dos ventanitas por las que se asoma nuestra alma y se revela sin ruido. El pastor Beal dice: «Mi madre, sabia mujer, era de pocas palabras; me hablaba con sus ojos; y ya lo creo que yo entendía lo que quería decir con su mirada». ¡Puede la mirada expresar tan diversas cosas! ¡Todas las actitudes del ser interior se reflejan en este espejo del alma! Jesús tuvo que expresar diversos sentimientos y actitudes durante su vida terrena, y éstas mismas podemos figurárnoslas aplicadas al momento presente, pues Él no cambia. Está aquí, nos ve, aunque nosotros no le veamos. Nos mira con una mirada más profunda que la de cualquier ser humano, pues Él ve el interior. Por eso podemos creer que los mismos sentimientos de Jesús que se revelan en las miradas consignadas en el Evangelio los tiene para con nosotros y el mundo.

Consideremos, pues, las siete miradas de Jesús:

1. De enojo singular (Mr. 3:5): en la sinagoga donde había un hombre con la mano seca, probablemente traído exprofeso, pues dice que «le acechaban». Conocían de Jesús: sabían que no se sujetaba a la ley de sus tradiciones. «Cuando vea un desgraciado así le curará y le acusaremos», se decían. Estaban tan fanatizados que el milagro no les impresionaba… dirían: «Es por poder del demonio», Jesús responde al desafío de sus inquisitivas miradas con otra mirada noble, grande, llena de majestad, que revela dos sentimientos opuestos: enojo y compasión. Enojo, por el hecho y modo de ser de sus enemigos; compasión o lástima de que fueran así. ¿No es esto lo que nos ocurre con nuestros hijos? Enojo y condolencia a la vez. «Condolencia por la ceguedad de sus corazones», mucho peor por la ceguera física. ¡Cuántos padecen hoy de esta ceguera! (2 Co. 4:4). Si un hombre se tapara los ojos durante meses o años acabaría por ser ciego, atrofiada su vista. Si un corazón no quiere ver a Dios, acabará por no verlo. Por esto la mirada del Señor a los pecadores tiene este doble sentir, y ello nos explica todo el misterio de la actitud de Dios en cuanto al pecado. Dios odia y se complace a la vez. El infierno debe ser necesario en contra de la voluntad de Dios. Y ello se demuestra por lo que Dios ha hecho para librar a los hombres de tal suerte (Jn. 3:16). Quien lo desprecia se hace digno de una mirada de enojo sin compasión.

2. Una mirada de amor (Mr. 10:21): la condolencia que Jesús sentía por todos los hombres, aun de los más ciegos, se transforma en amor afectuoso, ferviente, para ciertas personas que se esfuerzan en el camino del bien. El enojo justo por el pecado queda limitado a su mínima expresión cuando la persona se esfuerza en apartarse del pecado, aun dentro de su condición caída, y en practicar el bien. Así fue con Cornelio (Hch. 10:4) y así también con este joven. Había una gran diferencia entre esta alma sincera y piadosa y los herodianos del caso anterior, partidarios de un monstruo. El joven era rico, no tenía culpa de serlo; y era bueno lo que es más difícil cuando se es rico. Por esto Jesús le amó. Y le amó a pesar de que le faltaba una cosa: la generosidad absoluta, es decir, la perfección. Gracias a Dios que Jesús ama a los que les falta alguna cosa para ser perfectos. ¡Pobres de nosotros si así no fuera! ¿Puede Jesús amarte porque con toda sinceridad buscas cumplir el bien y su voluntad? ¿Es este motivo el que te ha traído a esta iglesia? Quizá Dios mismo te ha traído aquí, te ha dado el privilegio de escuchar la predicación del Evangelio de su gracia, porque ha visto en ti buenos deseos de conocerle y de conocer su revelación. Él te ama. y el hecho de que te halles en posesión de su Palabra es una prueba patente de su amor especial para ti. Puedes sentirte, pues, como ese joven bajo una mirada amorosa de Cristo. Si así no fuera no estarías en este lugar.

3. Una mirada de advertencia (Mr. 10:27): cuando el joven se hubo marchado, leemos que Jesús miró otra vez a la gente, pero con una mirada totalmente diferente, una mirada inquiridora, como buscando lo que pensaban—aunque Él lo sabía—, tratando de hacerles sentir con su mirada que Él conocía los pensamientos de sus corazones. ¿Cuáles eran éstos? Sus discípulos habían oído una cosa que les dejó aterrados (Mr. 10:23). ¡Y ellos no eran pordioseros! Casi todos poseían algo. Juan y Jacobo eran hijos de un empresario de pesca. Pedro era empresario; poseía una barca y probablemente una casa. Mateo había tenido un oficio que le permitió el lujo de celebrar una fiesta cuando se hizo discípulo de Jesús; y ahora oyen vv. 21 y 23. No es extraño que pregunten espantados: «¿Quién podrá ser salvo?» Por eso Jesús responde con su palabra y con su mirada: «No lo serán aquellos que confían en sus riquezas». Jesús no pidió al joven que vendiera sus riquezas para salvarse, sino para que no tuviera más ocasión de confiar en ellas como medio de salvación. Es posible que un día las vendiera (Hch. 4:34), pero cuando ya se había hecho luz en su mente sobre la doctrina de la Redención, bajo los discursos de los apóstoles. ¿En qué confías para tu salvación? ¿En tu bondad natural? ¿En rogativas de otros, compradas con dinero, o en la obra redentora de Cristo? ¡Que solemne la mirada de advertencia del Señor! Puedes figurártela clavada sobre ti diciéndote: «¡Desgraciado si confías en ti mismo o en lo que otros harán a tu favor, y no viniste a entenderte directamente conmigo».

4. De placer aprobando la fe (Mr. 5:32): una mujer se ha acercado a Jesús para ser curada. Desengañada de todo, ha brotado la fe de Cristo en su corazón. Es una le deficiente, supersticiosa, pero es sincera: «Si tocare siquiera la franja de su vestido, seré curada», se ha dicho. Jesús miró alrededor—dice el texto—para ver a la que había hecho esto. ¿Fue para descubrirla?, ¿para saber quién era? No; esto pensaba la gente, pero no era así. ¿Por que miraba, pues, Jesús alrededor? Me figuro que era porque la mujer se escondía y Jesús la iba siguiendo con su mirada. Esto la hizo decidir a darse a conocer. ¿Qué buscaba, pues, Jesús con su mirada? No descubrir a la mujer, sino que esta se descubriese a sí misma. Buscaba confirmar su fe, transformándola de fe secreta en fe pública. ¡Qué satisfecha se fue la pobre después que la mirada de Jesús le hizo decir toda la verdad y oyó: «Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz»! Jesús te está mirando. Está aquí mirando tu fe que ya tienes, pero que quizá escondes para que otros no se enteren, para no comprometerte demasiado. Nunca estarás satisfecho y seguro hasta que hayas hecho pública tu fe con una confesión pública (Mt. 10:32 y Lc. 12:8) (anécdota: durante una serie de cultos de avivamiento, muchas personas, tocadas por el mensaje de la Palabra de Dios, se levantaban para pedir las oraciones de los creyentes a su favor. Un día el predicador recibió una esquela de una señorita muy tímida que decía: «Yo quiero ser del Señor, pero no puedo sufrir la idea de ser objeto de la atención pública. Suplícole se sirva pedir esta noche las oraciones de los cristianos a mi favor, pero sin mencionar mi nombre». El predicador cumplió el encargo como le fue hecho. Principiaron las decisiones y, entre otras súplicas fervorosas, rompió el silencio una voz femenina que dijo: «Señor Jesús, yo soy la señorita que no quería que se mencionase su nombre. Acéptame también y perdona mi temor de confesarte». El amor ferviente había vencido la timidez y la vergüenza).

5. De familiar relación (Mr. 3:34):

a) Este capítulo nos cuenta que Jesús escogió sus doce discípulos para que estuviesen con Él después de una noche de oración; y que al día siguiente la multitud se apiñaba ante la casa donde Él estaba enseñando. Sus parientes, mal informados por los fariseos, vinieron para recogerle. ¡Parece mentira que la bendita Virgen estuviera en esta compañía! ¡No! Ella no creía que Jesús estuviera fuera de sí, pues conocía los secretos de su nacimiento; pero amaba tanto a Cristo que temía por su vida, y se asocia con los que querían hacerle volver al hogar de Nazaret. ¡Pretendía aconsejarle como cuando era un niño! Por esto merecía el reproche que un día Jesús dirigió a Pedro: «No conoces lo que es de Dios, sino lo de los hombres». 

b) Jesús había comenzado aquel mismo día una nueva familia espiritual, la de los que habían creído y estaban dispuestos a servirle. Por esto Jesús, al oír hablar de sus familiares carnales, mira a estos otros espirituales con ternura (v. 34). No era un desprecio a su bendita madre, sino una invitación a ella misma y a otros. En este «el que hace la voluntad de mi Padre» cabían todos, su madre también. Era como decir: «¿Mi madre según la carne? ¡Sí!; pero hay uno más grande que ella. ¡De Él soy y a Él voy! Mi madre es sólo el instrumento que Él usó. ¿Mis hermanos? No; ¡soy de una naturaleza demasiado alta para considerar hermanos a los de la carne!». Pero hay un modo superior de serlo: «Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, éste es mi hermano, y hermana, y madre…»

c) Es un desaire para la bendita Virgen, pero también una invitación. Es como decirle: «Madre mía, si quieres estar cerca de mí, no trates de hacerme volver a casa, sino ponte al lado de mis discípulos; únete a ellos en hacer la voluntad de Dios; entonces estarás unida a mí por lazos superiores a los de la carne». María lo hizo, puesto que la hallamos al pie de la cruz y con los discípulos, orando, antes de Pentecostés (Hch. 1:14). Me figuro a la bendita Virgen, que ya era fiel discípula del Señor, con grandes deseos de entrar, de pasar por encima de los curiosos que iban sólo porque sí…; con una gran vergüenza y deseo de estar dentro, no fuera; junto con los que gozaban de la dulce mirada del Señor. ¿Es este también tu deseo? Jesús miró alrededor con una mirada de satisfacción, pero también de invitación, como diciendo: «Éstos son mis amigos, mis confidentes. ¿Quién quiere ser como éstos?, ¿quién quiere entrar en este grupo?»

d) ¿No quieres, amigo oyente, hacer la voluntad de Dios, creyendo en Jesús (Jn. 6:28), para poder ser un discípulo y un hermano menor de Aquel que, siendo Señor de todo, no se avergüenza de llamarnos hermanos? Si ya lo eres, como la virgen María, ¿por qué estás fuera del grupo de los creyentes? Debes asociarte con éstos sin temor ni vergüenza; debes dejar las compañías mundanas, aunque sean tus parientes, si ellos te son un peligro y una rémora para estar más cerca de Cristo. Debes acercarte más a Cristo para gozar de su dulce mirada de beneplácito y admiración.

6. Una mirada de reproche (Mr. 8:33): notad que esta mirada no fue dirigida a un enemigo, como la primera; ni a una discípula vacilante, como la mujer enferma, sino a uno de aquellos mismos discípulos que Jesús había escogido y elogiado con el apodo de hermanos. A uno que acababa de confesar: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios», y había oído decir: «Bienaventurado eres tú, Simón…». Sin embargo, un momento después. El mismo discípulo se enreda en palabras que no debía decir… y tiene que sufrir una mirada que le quedó grabada junto con las palabras: «Apártate de mí, Satanás, que me eres escándalo» (v. 33). Pero notad que la mirada está en plural. Aunque es Pedro el que se había entrometido en hablar, el error era de todos, pues todos pensaban lo mismo; y si Pedro es reprendido de palabra, todos lo son por aquella mirada con la cual Jesús les decía: «¡Infelices…, dudáis de mi acierto y sabiduría en querer ir a la muerte redentora! ¿Qué sería de vosotros sin ella?» ¡Cuántas veces necesitamos también nosotros una mirada semejante! Somos creyentes; podemos decir: «Tú sabes todas las cosas», pero se levantan dudas: la Biblia, el infierno, la predestinación… «No sabes las cosas que son de Dios—puede decirnos Jesús—. ¿Pretenderás juzgar a Dios con tu limitadísima inteligencia?» Para Pedro, la Redención era un misterio tan extraño como para nosotros lo son los más profundos misterios de la teología; hasta que todo se le hizo claro: Comprendió por qué Jesús tenía que ir a la muerte, y pudo escribir 1 P. 1:18–20. Algún día nosotros también entenderemos todos los misterios, sabremos el cómo y por qué de las cosas. Mientras, Dios tiene derecho a reservarse «alguna cosita» (anécdota: un joven discípulo de cierta universidad norteamericana hacía tantas preguntas difíciles, de carácter filosófico y teológico, que su profesor, después de responder a varias de ellas hasta donde era capaz, terminó el diálogo diciéndole: «¿No le parece, joven, que Dios tiene derecho a reservarse alguna cosita para sí?»).

7. Una mirada de juicio (Mr. 11:11): el evangelio de Marcos parece diferir de los demás al declaramos que el incidente de arrojar a los mercaderes del Templo tuvo lugar el día siguiente a la entrada triunfal. Los otros no dicen que fuera el mismo día, sólo explican que ocurrió. Pedro fue más observador, y Marcos nos hace notar que el día de la entrada triunfal Jesús hizo una minuciosa inspección del templo. ¿Y qué ocurrió el día después de aquella inspección? Volvió trayendo un azote de cuerdas y limpió la Casa del Señor. Como limpió el Templo tiene que limpiar un día el mundo; y la mirada que hizo huir a los mercaderes, se proyectará de tal modo sobre los pecadores, que éstos huirán clamando a las rocas: «Escondednos de la mirada…» (Ap. 6:16). ¡Y tendrás que sufrirla si no eres un redimido!

CONCLUSIÓN:

Pero hay otra mirada no tan severa, pero también digna de respeto y de ser tenida muy en cuenta por los mismos discípulos del Señor (Lc. 21:36). Esto parece significar que la Iglesia no pasará la grande Tribulación; que podemos ser arrebatados en cualquier momento; pero ante esta posibilidad inminente, ¡cuán solemne es la advertencia! «Que podáis estar de pie» significa firmes, con la cabeza alta, capaces de sostener su mirada penetrante, inquiridora de nuestra vida pasada, sin temor ni vergüenza, pudiendo decir: «Aquí estoy, Señor; no soy perfecto, pero tú sabes todas las cosas, tú sabes que te he amado. Que he sido sincero en tu servicio. He tratado de hacer para ti lo mejor con toda lealtad, a pesar de todas mis equivocaciones; no he sido hipócrita, ¡ni he negado tu nombre! ¡Y qué gozo recibir, con su mirada de aprobación, las palabras: «Bien, buen siervo y fiel…, entra en el gozo de tu Señor»!

Si usted ha sentido o cree que este sermón le ha tocado su corazón y quiere recibir a Jesucristo como su Salvador personal, solo tiene que hacer la siguiente oración:

Señor Jesús yo te recibo hoy como mi único y suficiente Salvador personal, creo que eres Dios que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste al tercer día  Me arrepiento, soy pecador. Perdóname Señor. Gracias doy al Padre por enviar al Hijo a morir en mi lugar. Gracias Jesús por salvar mi alma hoy. En Cristo Jesús mi Salvador, Amen.

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