La Imperiosa Necesidad de Predicar el Evangelio

El presente bosquejo para sermones «La Imperiosa Necesidad de Predicar el Evangelio» es un mandato que nos dejó nuestro Señor Jesucristo. Pero la inspiración de escribirlo me vino de la lectura de «Las Confesiones de San Agustín», un hombre muy especial de su tiempo, los invito a leerlo.

Tema: La predicación 

Introducción: Como cristianos, nacidos de nuevo, todos y cada uno de nosotros tiene la obligación de predicar el Evangelio. Como lo dice Jesús resucitado en el evangelio de Marcos:

Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.15 Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.16 El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. (Marcos 16:14-16).

San Agustín de Hipona, un genio de su tiempo, comprendió la necesidad de invocar y alabar a Dios, pero comprende la necesidad de conocerle antes de poder hacerlo. Citando en sus propias palabras lo expuesto por el apóstol Pablo en su carta a los Romanos en el capítulo 10.

Ilustración:

Grandes eres, Señor, y muy digno de alabanza; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación; precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios. Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le estimulas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti.

Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán. Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la fe que tú me diste, que tú me inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador.

I. La predicación de Pablo.

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Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: 9  que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10  Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11  Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. 12  Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13  porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. 14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? 15 ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito:!!Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! 17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. (Romanos 10:8-17).

Vs.11-13. Porque la Escritura dice—en Isa_28:16, un glorioso pasaje mesiánico. Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado—Aquí, como en el cap. 9:33, la cita corresponde a la Versión de los Setenta, la que vierte dichas palabras del original así: “no se le hará apresurar” (no tendrá que huir para salvarse, como de un peligro conocido); “no será avergonzado”, lo que es la misma cosa. Porque no hay diferencia de Judío y de Griego: porque el mismo que es Señor de todos—Es decir, no Dios , sino Cristo, como se verá, opinamos, al cotejar los vv. 9, 12, 13, y al observar el estilo usual del apóstol sobre dichos temas. rico es—Este es el término paulino favorito que él usa para expresar la exuberancia de aquella gracia salvadora que está en Cristo Jesús. para con todos los que le invocan—Esto confirma el que se han aplicado las palabras anteriores a Cristo, puesto que la invocación del nombre del Señor Jesús es una expresión acostumbrada. (Véase Act_7:59-60; Act_9:14, Act_9:21; Act_22:16; 1Co_1:2; 2Ti_2:22.) Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo—Joe_2:32, citado también por Pedro en su gran sermón pentecostal (Act_2:21), donde se aplica evidentemente a Cristo.

Vs. 14, 15. ¿Cómo, pues, invocarán… y cómo creerán… y cómo oirán sin haber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?—Vale decir: “Es verdad, el mismo Señor que está sobre todos es rico igualmente para con todos los que le invocan: pero esta invocación envuelve la fe, y el creer envuelve el oír, y el oír envuelve la predicación y la predicación envuelve una misión de predicación: ¿Por qué, pues, tomáis tanto a mal, oh hijos de Abrahán, el que en obediencia a nuestra visión celestial (Act_26:16-18), prediquemos entre los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo? Como está escrito—(Isa_52:7): ¡Cuán hermosos son los pies … de los que anuncian el evangelio de los bienes!—Todo el capítulo de Isaías, aquí citado, y los tres que le siguen, son tan ricamente mesiánicos que no puede haber duda de que “las buenas nuevas” allí mencionadas, anuncian una liberación más gloriosa que aquella que obtuvo Judá del cautiverio babilónico, y los mismos pies de sus anunciadores se llaman “hermosos” por amor a su proclamación. V 17. Luego la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios—“Esta es otra confirmación de la verdad de que la fe presupone el haber oído la palabra, y esto presupone la orden de que sea predicada”.

II. Jesús demuestra que tiene todo el poder para darnos la Gran Comisión.

Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Mateo 28:18-20

Ahora encarga solemnemente a los apóstoles y a sus ministros que vayan a todas las naciones. La salvación que iban a predicar es salvación común; quien la quiera, que venga y tome el beneficio; todos son bienvenidos a Cristo Jesús.

El cristianismo es la religión de un pecador que pide salvación de la merecida ira y del pecado; recurre a la misericordia del Padre por medio de la expiación hecha por el Hijo encarnado y por la santificación del Espíritu Santo, y se entrega a ser adorador y siervo de Dios, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres Personas, pero un solo Dios, en todas sus ordenanzas y mandamientos.

El bautismo es una señal externa del lavamiento interno o santificación del Espíritu, que sella y demuestra la justificación del creyente. Examinémonos si realmente poseemos la gracia espiritual interna de la muerte al pecado y el nuevo nacimiento a la justicia, por los cuales los que eran hijos de ira llegan a ser los hijos de Dios.

III. Lo que nos promete nuestro bello Señor Jesús.

 Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. Mateo 28:20

Los creyentes tendrán siempre la presencia constante de su Señor; todos los días, cada día. No hay día, ni hora del día en que nuestro Señor Jesús no esté presente en sus iglesias y con sus ministros; si lo hubiera, en ese día, en esa hora, ellos serían deshechos. El Dios de Israel, el Salvador, es a veces un Dios que se esconde, pero nunca es un Dios lejano. A esas preciosas palabras se añade el Amén. Aun así, Señor Jesús, sé con nosotros y con todo tu pueblo; haz que tu rostro brille sobre nosotros, que tu camino sea conocido en la tierra, tu salud salvadora entre todas las naciones.

Si usted siente la necesidad de invocar y albar a Dios, y todavía no ha recibido a Cristo como su Señor, este es el momento de hacerlo, solo tiene que invitarlo a que entre a morar en su corazón como el Señor de su vida. Solo tiene que arrepentirse de todo corazón de todos sus pecados.

Por José Alberto Vega

“Confesiones» de San Agustín, libro primero 1.1.

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