La Llama que Arde en mi Interior – Bosquejo

Tema: La necesidad de proclamar el evangelio

Complemento: Debe de ser la poderosa razón que me Impulsa a Predicar

Texto:

Proclamad entre las naciones su gloria, En todos los pueblos sus maravillas. 4  Porque grande es Jehová,  y digno de suprema alabanza; Temible sobre todos los dioses. 5  Porque todos los dioses de los pueblos son ídolos; Pero Jehová hizo los cielos. (Salmos 96:3-5)

Dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová. (Salmos 104:34)

Me alegraré y me regocijaré en ti; Cantaré a tu nombre, oh Altísimo. (Salmos 9:2)

¿Cuál esa llama que arde en mi interior? Será porque Jesús lo ordenó simplemente o ¿por que arde esa llama en nuestro interior? O ¿hay otro motivo poderoso que nos impulse a predicar el evangelio?

Introducción: ¿Queremos que la llama que arde en nuestro interior, esa poderosa razón que nos impulsa a predicar pueda ser sosegada? La única manera de lograrlo es que proclamemos el evangelio a todas las naciones, como lo mandó nuestro Señor Jesús. En esta meditación veremos cuál es el combustible que nos da la fuerza necesaria para movernos a hacerlo. Veremos lo que es La adoración, el gozo y la alabanza Aquel que nos amó tanto que dio su vida por nosotros, pero que resucitó y nos dio un mandato que debemos cumplir.

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Ilustración: Que agradable se siente cuando ves que tu predicación ha alcanzado a países tan lejanos como Guinea ecuatorial en África. Y aparece un sermón tuyo que se está predicando en ese lugar, es la sensación más agradable que se pueda sentir.

I. Cuál es el combustible que me impulsa?

La adoración

Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (Mar 16:15)

Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero,  para que los que entran vean la luz. (Lc 11:33)

Como dice John Piper “La adoración es también el combustible de las misiones. La pasión por Dios en la adoración antecede a la proclamación de Dios por la predicación. No puedes recomendar lo que no aprecias. El misionero nunca exclamará, “Que se gocen las naciones” cuando no puede decirlo de corazón:

“Yo me regocijaré en Jehová…Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, Altísimo (Salmo 104:34; 9:2)

Las misiones comienzan y terminan con la adoración.

“Cuando la llama de la adoración arde con el calor del verdadero valor de Dios, la luz de las misiones brillará a los pueblos más lejanos de la tierra.”

“Las misiones existen porque la adoración no existe. La adoración es absoluta, no así las misiones, porque Dios es la medida final de todas las cosas, no el hombre”

Esto es porque todavía hay lugares de la tierra donde no ha llegado de una manera poderosa la llama de la adoración, porque el evangelio no ha sido predicado y faltan esas almas para que adoren a Dios.

Pero, no puedo predicar lo que no siento, si algo aprecio, lo alabo y lo proclamo por todos lados, no me importa el sacrificio que tenga que hacer, pero lo proclamo con ahínco.

El principio y el fin absoluto es la adoración a Dios, esta es la energía que nos mueve a hacer grandes sacrificios para enseñar y predicar la bendita palabra de Dios donde quiera que él lo demande.

Las iglesias que no están centradas en la exaltación de la majestad y la belleza de Dios, escasamente encenderán un deseo ardiente para “proclamar entre las naciones su gloria” (Salmo 96:3 el texto inicial).

Por ejemplo, Charles Misner, un científico especialista en la teoría de la relatividad general expresó el escepticismo de Albert Einstein acerca de la iglesia con palabras que debieran despertarnos a la superficialidad de nuestra experiencia con Dios en la adoración:

El diseño del universo…es de sobre manera magnífico y esto es lo que Einstein había visto mucha más majestad de lo que otros jamás se imaginaron y comprendió que ellos no se referían a la verdadera realidad. Mi sospecha es que Einstein simplemente sintió que las religiones con las cuales se había encontrado no tenían el debido respeto…al autor del universo él si creía en la majestad del creador, y por lo tanto debería ser el objeto de toda la adoración.

La intención de Misner es el de reforzar energéticamente la acusación de que en nuestros servicios de adoración a Dios, simplemente no se muestra para quién en verdad es. Es involuntariamente menospreciado. 

Tal vez ningún texto en la Biblia revele la pasión de Dios por su propia gloria más clara y francamente como lo hace Isaías 48:9–11 donde Dios dice:

Por amor de mi nombre contendré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte. He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción. Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea profanado mi nombre, y mi honra no la daré a otro.

He descubierto que para mucha gente, estas palabras llegan como si les dieran seis martillazos por el hecho de mirar el mundo con un enfoque centrado en el hombre como eje del universo  y no en Dios:

Veamos lo que nos dice Dios por medio del profeta Isaías:
Por amor de mi nombre

Para alabanza mía
Por mí
Por amor de mí mismo
Para que no sea profanado mi nombre
Mi honra no la daré a otro.

La meta final de Dios es el resguardar y desplegar la gloria de su nombre.

II. El gozo

El objetivo de las misiones es el gozo de los pueblos en la grandeza de Dios ¡Jehová reina! ¡Regocíjese la tierra! ¡Alégrense las muchas costas! (Salmo 97:1).

¡Alábenle, Dios, los pueblos, todos los pueblos te alaben! Alégrense y gócense las naciones (Salmo 67:3–4). 

Tiene razón, al principio lo hallé un poco empalagoso, y me dije quien es este hombre que habla con tanto entusiasmo sobre el gozo de los pueblos en la grandeza de Dios, pero después comprendí que alguien que está verdaderamente enamorado de Dios, que vive plenamente en adoración esta sería la única manera de expresarlo. El que tiene una llama en su interior tendrá algo muy poderoso que salga dentro de él.

El misionero nunca exclamará, “Que se gocen las naciones” cuando no puede decirlo de corazón “Yo me regocijaré en Jehová… Me alegraré y me regocijaré en ti; cantaré a tu nombre, Altísimo (Salmo 104:34; 9:2) Las misiones comienzan y terminan con la adoración.

III. La alabanza

¡Que te alaben, oh Dios, los pueblos; que todos los pueblos te alaben. Alégrense y canten con júbilo las naciones! (Salmo 67:3–4 NVI).

Exactamente, no se puede glorificar a Dios si no le damos prioridad al corazón y espiritualidad del hombre aún sobre las prioridades de la iglesia. El hombre es tan importante porque sin él no hay adoración a Dios, La luz de Dios en su adoración hará brillar en la misionologia los pueblos más lejanos de la tierra

Las iglesias deben de estar centradas en la exaltación de la majestad de Dios.

Cuando toda rodilla se doble para adorar a Dios, entonces se acabarán las misiones porque ya no habrá necesidad de predicar porque Cristo estará con nosotros. Pero para esto debe de haber un fuerte deseo de adorar y alabar a Dios, y la mejor manera que podemos alabar a Dios es por medio de la proclamación del Evangelio que nos trajo nuestro Señor Jesucristo. La iglesia debe de velar porque la luz de Dios brille en todo corazón, por tal razón debe de estar preparada en las misiones.

Por eso cada uno de nosotros debe de ser un misionero. Para proclamar el evangelio para que todos los pueblos puedan adorar a Dios y gozarse en la alabanza.

No puede existir la verdadera proclamación del Evangelio que haga posible que se cumpla el llamado eficaz si no se cambia el enfoque equivocado que tenemos sobre la adoración a Dios por medio de la adoración, el gozo y la alabanza de todos los pueblos de la tierra a Dios encarnado en nuestro Señor Jesucristo.

Mucho de lo que sucede en un culto de adoración carece de sentido si no comprendemos la magnitud de la grandeza de Dios, quien ha creado todo lo existe. Muchos cultos dominicales están lejos de comprender la Realidad plena. —“El Dios de la grandeza aplastante.”

¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres y ninguna faltará. ¡Tal es la grandeza de su fuerza y el poder de su dominio! (Isaías 40:25–26).

Como conclusión podemos decir:

Alabad a Jehová, naciones todas; pueblos todos, alabadle! (Salmo 117:1).

Y para que esto se pueda llevar a cabo y las misiones se cumplan tenemos que proclamar el evangelio de Jesucristo y que se convierta él como el Señor de nuestra vida.

Alegrense Las Naciones, John Piper p 12

Ibid p 11

Ibid p 12

Ibid p 12

Ibid p 11

Ibid p 11

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