La Mano de Dios – Bosquejo para Sermones

mano de Dios

Cita Bíblica: Salmo 139:23, 24

INTRODUCCIÓN:

La Biblia nos habla con expresivas figuras materiales para expresar ideas morales y espirituales. En alfabetos antiguos, la palabra «fuerza» era «cuerno», el ramo de olivo, símbolo de paz. Algo semejante ocurre con la palabra «mano». Cuando decimos «la mano del hombre» queremos expresar todo lo que el hombre es capaz de hacer.

Dios no tiene brazos ni manos físicas, pues es el Espíritu Infinito: «en Él vivimos, y nos movemos, y somos»; sin embargo, el salmista, tras haber dicho: «¿Adónde me iré de tu Espíritu?», declara: «Si habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra» (Sal. 139:10). Estudiemos, pues, las características del poder y sabiduría de Dios bajo esta figura tan repetida en las Sagradas Escrituras.

1. La mano de Dios es «grande»: su mano «sembró de estrellas el firmamento», dicen los poetas; y Dios mismo exclama: «¿No hizo mi mano todas estas cosas?» (Is. 62:2). Si las estrellas se encuentran a billones de kilómetros la una de la otra, es lógico pensar que nuestras mentes no son capaces de captar la idea de la grandeza de Dios, pero comprendemos que un Ser infinito y sabio está detrás de todas las obras de la Naturaleza. Si alguna vez hubiese estado el Universo, o el éter primitivo,—lo que en la actualidad conocemos como iones y electrones—en inmovilidad completa, no hay manera de imaginarse cómo pudo entrar en movimiento y constituirse en diversas clases de materia tan adecuadas para adaptarse la una a la otra, sin admitir que un Ser inteligentísimo, alma del Universo entero quiso cambiar aquel estado de inercia por el de movimiento y orden que estamos disfrutando. Ciertamente, la ciencia nos dice que la «mano de Dios» es grande, inmensamente grande.

2. La mano de Dios es «sabia»: «Su diestra hace maravillas»; «la diestra de Jehová es sublime» (Sal. 118:15, 16). ¡Qué poco sabía el salmista, por los limitadísimos conocimientos científicos de su tiempo, acerca de las maravillas de la mano de Dios! Se había fijado, sin duda, pastoreando las ovejas de su padre, en cómo salía el sol cada día y las nubes dejaban caer la lluvia sobre los campos y la concentraban en el alto Hermón en forma de blanca nieve; pero, ¿por qué y cómo ocurría todo esto? No lo sabía. Como dice el sabio Withney: «¿Por qué existe una variedad de átomos en el Universo? ¿Por qué forman diferentes substancias?

a) Lo ignoramos totalmente. Nosotros sabemos un poco del cómo, pero ignoramos el porqué; y si decimos porque Dios lo quiso así, podrá parecer anticuada nuestra respuesta; lo cierto es que carecemos de cualquier otra mejor».

b) Sabemos hoy que las nubes cabalgan sobre el aire porque tienen sus transparentes moléculas más apretadas que el vapor de agua de las nubes; pero lo curioso es que existe una capa de aire de unos pocos millares de metros, y a unos pocos centenares más arriba se establece el equilibrio. Si la diferencia de concentración fuese menor, las nubes se arrastrarían sobre el suelo; si fuese mayor el vapor se escaparía a grandes alturas; la diferencia de peso específico y de espesor es exactamente la necesaria para que viajen las nubes a la altura conveniente y que se produzca la lluvia y la nieve sobre la tierra. Por otra parte es el aire el único gas inocuo y totalmente transparente que nos permite, ver, oír, respirar, etc.

c) Admiramos las computadoras inventadas por los hombres, pero ¿qué diremos de la computadora del cerebro, donde millones de neuronas archivan innumerables recuerdos y los transmiten rapidísimamente a nuestro «yo» que es el alma, cuando el cerebro está sano y en plena juventud»? De la realidad de estas maravillas que vemos y tocamos podemos creer las cosas que nos revelan las Sagradas Escrituras, que todavía no podemos explicamos, como la resurrección y el mundo sobrenatural o espiritual que anticipamos por la fe.

3. La mano de Dios es «poderosa»: la Biblia nos habla constantemente de la mano o del brazo fuerte de Dios. Así, dice que Dios sacó a los hijos de Israel de Egipto «con mano poderosa» (Éx. 14:8). Pero, ¿qué es el poder que Dios tuvo que ejercer en aquel caso especial, comparado con el poder que se despliega constantemente en el maravilloso Universo del que formamos parte? Quizá alguien dirá que no ve la mano fuerte de Dios por ninguna parte, porque todo se realiza por leyes naturales… Es cierto que Dios obra regularmente, en el terreno físico, por leyes que raramente son alteradas o quebrantadas; pero el creyente que ha aprendido a tratar con Dios, ha descubierto que Dios no es sólo el Ingeniero que inventó y dio el primer impulso a las maravillas de la Creación, sino que es el Mecánico que se ocupa de su obra y atiende a los seres que ha creado. El cristiano que tiene muchos años de experiencia sabe que Dios escucha la oración (anécdota del autor: siempre me ha gustado leer biografías de grandes hombres de Dios, como Jorge Muller que había fundado sus orfanatos, no tan sólo por filantropía, sino para asegurar al mundo incrédulo de sus días que hay un Dios que escucha la oración. Las experiencias de Patón, Hudson Taylor, Adoniram Hudson y otros héroes de la fe, de tiempos recientes, pueden ser de gran provecho).

4. La mano de Dios puede ser «resistida»: parece imposible esto, siendo como es tan fuerte, pero es que el hombre y la mujer somos seres morales y libres para sometemos o rechazar la mano de Dios. En Is. 53 leemos, «¿Quién ha creído a nuestro anuncio? y ¿sobre quién se ha manifestado la mano de Jehová?» Una piedra se queda quieta y obedece las leyes naturales, por ej. la gravedad o el impulso…, pero un niño puede rechazar la mano que le tiende su madre, rebelarse y tratar de escapar; pero inútilmente, por lo general, porque la madre es más fuerte e inteligente y lo alcanzará pronto. Y así somos nosotros con Dios. Es maravilloso, pero cierto, que la mano que nos creó, que rompió la cadena de nuestros pecados y que nos libró del poder de Satanás, no ha anulado nuestra voluntad; podía aplastarnos, pero nos respeta… Respeta nuestra voluntad de ser o no ser cristianos, pero, una vez convertidos, colabora con nosotros con paciencia para formar nuestro carácter y transformarlo a la imagen de su Hijo (2 Co. 3:18) y esto nos lleva a decir que…

5. La mano de Dios es «delicada»: todos tenemos dos manos, y llamamos a la mano derecha la mano «diestra»… porque generalmente es la que hace las cosas más difíciles. ¿Cuántas veces habéis leído en la Biblia «la mano diestra de Dios»? No se refiere a derecha ni izquierda, sino a la habilidad. ¿Habéis visto un escultor que moldea una estatua? Podría sacar kilos de piedra dando un golpe fuerte, pero saca miligramos, uno tras otro. ¿Habéis visto el médico cómo maneja el bisturí? Sabe hasta dónde puede llegar, nosotros mataríamos pronto al enfermo cortando venas y nervios, el médico no. Así es con Dios. La mano de Dios es supremamente experta. «Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar» (1 Co. 10:13); y en Job 5:17–19 leemos: «Él es quien hace la llaga, y él la vendará…; él hiere y sus manos curan…»; y completará su propósito en nuestros días y nuestro carácter en esta Tierra, y creo también en la eternidad, donde conoceremos y proseguiremos conociendo al Señor «hasta que le conozcamos tal como somos conocidos» (1 Co. 13:12).

Por esto, imitando a nuestro Padre Celestial, nosotros debemos ser expertos y delicados cuando tratamos con las almas inconversas que nos rodean, porque podemos escandalizar y a nuestros hermanos. Cuántas veces como pastor del Señor me he dicho: «Señor, si aprieto demasiado en mi reprensión, esta persona no volverá al templo y perderé la oportunidad de hacerle bien. Si soy blando, puedo dejar pus de pecado en su infección moral, y he orado: «Soy un instrumento tuyo, Señor, dame sabiduría y tacto…» Santiago nos exhorta a «humillarnos bajo la poderosa mano de Dios» (Stg. 4:10). Nunca nos rebelemos si él nos hiere; al contrario, digamos: «Señor, ¿qué quieres de mí?, ¿por qué me tocas?» ¡Y este porqué, sea simplemente inquiridor, no de rebeldía! «Enséñame Tú lo que yo no veo» (Job 34:32).

6. La mano de Dios es «protectora»: la mano que nos ha creado, nos cuida y nos moldea, también nos guarda. Jesús dijo: «Mis ovejas oyen mi voz … y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio…» (Jn. 10:27–30). En este pasaje aparecen dos manos que son una, la del Padre y la del Hijo. ¡Qué bien protegidos estamos! Dios da una razón del porqué no podrá dejar ni abandonar a los suyos cuando declara en Is. 49:15, 16: «En mis manos te tengo esculpida», refiriéndose a la vieja costumbre del tatuaje; pero hay algo más que un tatuaje en la mano de Cristo: las heridas de la cruz. ¿Cómo podría olvidarnos, si le costamos tanto? Sin embargo, y aun cuando ello ofrece un gran contraste, debemos decir también que…

7. La mano de Dios es «justiciera»: tenemos muchos textos en el Antiguo Testamento que aseguran que nadie podrá escapar de la mano de Dios, pero el más fuerte de todos lo hallamos en el Nuevo Testamento, en He. 10, donde leemos: «Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo». ¡Cuántas gracias podemos darle de que la mano justiciera de Dios, cayó sobre nuestro sustituto, el Señor Jesucristo, para que no tuviera que caer sobre nosotros! Cristo padeció una vez, el justo por los injustos; por eso podemos decir en un precioso contraste final que…

8. La mano de Dios honra a quien se la extiende: consideramos un gran privilegio cuando la mano de un gran personaje de la Tierra se extiende para estrechar la nuestra (anécdota del autor: durante la guerra civil española, tuve el privilegio de visitar la Casa Blanca y estrechar la mano del entonces secretario de Estado de USA Mr. Hugues, quien apretó la mía entre las dos suyas y dijo dos o tres veces: «Por Spain, por Spain»).

a) En la Biblia hay una figura extraordinaria, un signo para nosotros muy raro, una figura tan atrevida que no se le habría ocurrido jamás a ningún profeta—y menos a un escritor hebreo—, si el Espíritu Santo no lo hubiera inspirado de acuerdo con las costumbres de la época. Está en Is. 62:2, 3: «Y serás corona de gloria en la mano de Jehová…»; y, como tratando de disipar la duda que podía entrar en el ánimo de los lectores de figura tan extraña, añade: «Porque la boca de Jehová lo ha hablado».

b) Ésta es una alusión a los gruesos anillos de sellar que llevaban los reyes orientales, y esta, para nuestro tiempo inimaginable figura es explicada en el N.T., en Ro. 8:17 y Ef. 3:10, donde los cristianos somos llamados «herederos de Dios y coherederos con Cristo», además de embajadores del infinito Padre y testigos suyos a principados y potestades en los Cielos (obsérvese que la expresión está en plural).

c) Estos pasajes indican que Dios ha de ser alabado y glorificado por las mismas criaturas celestiales a causa de sus redimidos procedentes de la Tierra, cuando nosotros digamos a estos seres perfectos cómo Dios nos ayudó cuando estábamos en un mundo de
males y pecados. Notemos que este privilegio es y será para los que «ya antes esperábamos en Cristo» (Ef. 1:12); y en Romanos leemos: «Que no es de comparar lo que en este tiempo se padece con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada» (Ro. 8:18).

Ésta es la gloriosa realidad que nos espera una vez dejada en el sepulcro esta carroña, y sobre todo después de la resurrección. Habrá, sin duda, otros seres humanos salvos en la eternidad sin haber sido moldeados por una vida de prueba, cuyas glorias no nos son dadas a conocer, esto es, los niños fallecidos en su menor edad, de los cuales Jesús dice que «es el Reino de los Cielos» (Mt. 19:13–15); y ello es un consuelo para los padres al saber que también sus hijitos fallecidos existirán y serán beneficiados, aunque no entren en el privilegio expresado acerca de los adultos con las palabras: «… si empero padecemos con Él, para que juntamente con Él podamos ser glorificados» (Ro. 8:17).

CONCLUSIÓN:

Existen varios testimonios de moribundos que vieron el más allá antes de partir, destacándose el de D.L. Moody, Bromwell Booth, el Dr. George G. Ritchie, Marvin S. Ford, Betty Malz, Lidia de Wirtz y algunos otros. Estas experiencias son escasas en comparación con el número de personas que pasan todos los años a la eternidad. Creo que la razón es que «por fe andamos, no por vista», pero ocurren alguna vez para confirmación de la esperanza cristiana que han despertado en los corazones creyentes las promesas de Cristo, y creemos que eran más frecuentes para los que sellaron su fe con el sacrificio de sus vidas. ¿Quieres, querido amigo, ser glorificado tú y poder glorificar a Dios en la eternidad? Ponte en sus manos lo más pronto posible y permite que su mano diestra, poderosa, redentora y protectora, se pose sobre ti, te salve y te moldee según su voluntad.

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