La Paloma Silvestre – Bosquejo para Sermones

paloma silvestre, espiritu santo

Cita Bíblica: Cantares 2:14

INTRODUCCIÓN:

El libro del Cantar de los Cantares es una porción un tanto extraña de la Biblia, porque tiene como tema el amor, y el amor humano va unido, muchas veces, con el pecado. Sin embargo, encontramos en muchos otros lugares de la Biblia la figura del amor humano aplicada al plan redentor de Dios. La Biblia nos enseña que un cierto número de personas de este mundo han sido escogidas para creer el Evangelio y estar con Cristo en la gloria, por los siglos eternos, en una relación de amor, gratitud y confianza, únicamente comparable a la unión sagrada que Dios mismo instituyó en el matrimonio. ¡Y es una maravilla! Si Cristo hubiese venido a redimimos para dejamos salvos de la condenación en alguno de los mejores mundos de Dios, donde no exista el pecado, podríamos sentirnos agradecidos; pero Él quiere darnos más, mucho más (véase Jn. 17:24–26; Ef. 1). Ello hace necesario una transformación de nuestro carácter y de nuestros sentimientos que empieza aquí mismo, cuando somos injertados, por el nuevo nacimiento, con la vida divina que el Espíritu Santo infunde en nosotros, y tendrá su completa realización cuando Él aparezca (1 Jn. 3:1–3). Por esto, muchos han interpretado el libro del Cantar de los Cantares como un símbolo del amor de Cristo a su Iglesia y viceversa. Efectivamente, algunas de sus expresiones tienen una aplicación muy directa a las relaciones de Cristo con los suyos.

Místicos de siglos pasados y comentadores más modernos han escrito obras de gran edificación espiritual basándose en frases y figuras sacadas de este singular poema epitalámico que hallamos en la Biblia. Una de tales figuras es la de nuestro texto: Para significar cómo debe ser, y qué debe hacer el pueblo del Señor sobre la Tierra, se le aplica el título de «paloma». No es ésta, simplemente, una tierna expresión poética de labios de Salomón a su amada, sino que una figura semejante brota de los labios de Cristo en relación a nosotros (Mt. 10:16).

1. Características de la paloma:

Los cristianos deben poseer las características de este inofensivo y pacífico animalito que se nos pone como ejemplo.

a) La paloma es mansa: la mansedumbre es una de las bienaventuranzas (Mt. 5:5). Jesucristo nos exhorta a compartir esta virtud suya (Mt. 11:29). Los apóstoles dicen que es una de las virtudes del Espíritu Santo que debe verse en nosotros (Gá. 5:23; Col. 3:12; Tit. 3:2; 1 P. 3:15).

b) Es tímida pero valiente: nunca os plantará cara sin razón… huirá, se esconderá, parece miedosa; y ¿qué dice el Señor en Is. 62:2? Pero no es cobarde. Tratad de tocar a sus hijuelos o a su compañero o compañera. Los verdaderos cristianos han sido tímidos, perseguidos a través de los siglos en tiempos de corrupción espiritual, obligados a esconderse; pero ¡cuán valientes han sido ante los leones en el circo, o en las hogueras! (Anécdota: «Jerónimo de Praga y el verdugo»; cuando este valiente adalid de la fe evangélica, en un siglo de oscurantismo, fue llevado a la hoguera, el verdugo, avergonzado de tener que ejecutar la bárbara sentencia sobre un hombre acerca del cual se oían tan favorables comentarios, no se atrevía a cumplir su oficio delante del mártir, que estaba con los ojos levantados al cielo, orando a Dios. Al darse cuenta Jerónimo de que salía humo por detrás le dijo al verdugo, llamándole por su nombre: «Ven aquí delante, y no tengas miedo a los hombres, que si yo lo hubiera tenido no estaría aquí»).

c) Es limpia: todos conocemos el instinto de limpieza de esta atractiva ave doméstica. «Apartaos de toda apariencia de mal», nos dice el apóstol (1 Ts. 5:22; Sal. 119:9; Jn. 3:3). El nuevo hombre que hay en nosotros nos impide pecar sin remordimiento (1 Jn. 5:19) (ej.: el injerto). El Dr. Zoller, en su libro El Cielo explica de una forma muy clara este extraño y aparentemente contradictorio pasaje de 1 Jn. 3:9. Dice que cuando injertamos un árbol le ponemos dos naturalezas que se mantienen separadas la una de la otra, aunque ambas están en el mismo árbol. La del injerto no puede producir frutos amargos, sino dulces; pero la del  viejo tronco los producirá amargos si puede echar renuevos, porque está en su naturaleza que sean así. El nuevo hombre implantado en el cristiano por su conversión a Dios no puede pecar, porque es nacido de Dios; pero pueden resurgir hábitos o tendencias del viejo hombre en el individuo nacido de nuevo. La afirmación de Juan es cierta, pero también lo es la de Pablo en Ro. 7:24. Solamente la muerte desunirá las dos naturalezas, quedando la espiritual libre de la vieja. En tanto que las dos están unidas, es deber del cristiano apoyar la nueva naturaleza y amortiguar la antigua (Col. 3:5).

d) Busca un lugar seguro: la figura se refiere no a un palomar, sino a la paloma en libertad. La paloma silvestre busca siempre un lugar escarpado donde construir su nido; aprovecha sus alas para ir a lugares seguros, en las alturas. El cristiano trata de fundar su fe en las incomparables promesas de la Palabra de Dios. Recordemos la parábola del que edificó su casa sobre la peña. El creyente busca la roca más allá…; tiene las alas de la fe y con ellas se eleva a lo desconocido, a lo invisible (2 Co. 4:8; Col. 3:1).

2. Lo que dice el divino Esposo a su «paloma»:

La tierna expresión de Cnt. 2:14 coincide con las palabras del Señor a sus discípulos en Jn. 16:24–27. Nada más grato que pensar que Dios mismo desea oír nuestras oraciones, nuestra voz física, cuando es verdadera y real expresión de la interior, la del alma. ¿No nos es grato oír la voz de nuestros amados? Nosotros no podemos oír la voz literal de nuestro Amado que está en los cielos, si bien tenemos su Palabra; pero Él puede oír la voz nuestra. ¿Se la hacemos oír? ¿Estaríamos contentos de una persona amada que nos hablara con la frecuencia que nosotros hablamos a Cristo?

3. Cómo desea oír nuestra voz:

a) En arrepentimiento: «Hay gozo en el Cielo por un pecador que se arrepiente» (Lc. 15:7). Es la primera expresión de vida de un alma que empieza a vivir para Dios. No hay voz más dulce para los padres que esperan un hijo que oír su primer vagido… Nosotros nacemos a la vida espiritual cuando, reconociéndonos pecadores, aceptamos a Cristo como a nuestro Salvador. ¡Dulce fue para el padre del pródigo oír de sus labios la confesión que no dejó terminar…! ¡Dulce para el pastor oír el primer balido de la oveja perdida! Se ha dicho que más grato que las armonías de los coros celestiales es para Dios oír la voz de un pobre pecador de este mundo que le dice: «¡Señor, sí, yo quiero ser tuyo; yo quiero amarte, me siento atraído por tu amor!» ¿No querrá alguien dar este gozo al Cielo? ¿Hacer oír allí su
voz en arrepentimiento y fe? 

b) En acciones de gracias: pensad los motivos que tenéis para dar gracias a Dios y expresadlos particularmente o en la reunión de oración. Los salmos están llenos de acciones de gracias (Sal. 116:11, 12).

c) En súplica por ayuda: lleguémonos confiadamente al trono de la gracia—nos dice el apóstol—; Dios está tan dispuesto a ayudarnos que a veces se anticipa a nuestro ruego (Is. 64); pero le gusta oír la voz de nuestro corazón. «¡Sálvame, que perezco!», de parte de Pedro, fue una voz grata para el Señor, porque dio lugar a la acción de ayuda que él estaba ya tan dispuesto a darle. Hay una queja amarga en la reconvención de Jesús a sus discípulos en Jn. 16:24–27; porque ellos, confiando en las oraciones intercesorias de Jesús, quien pasaba noches enteras en oración, no se habían preocupado de dirigirse ellos mismos al Padre. ¿No nos ocurre de igual forma también a nosotros muchas veces?

d) En intercesión: nada agrada tanto a un padre de numerosa familia como ver el interés y afecto de uno de sus hijos por el otro; porque ama a todos le complace ver que se aman entre sí. ¡Cuánto más nuestro Padre celestial!

e) Anunciando el Evangelio y alentando a nuestros hermanos: el precioso pasaje de Mal. 3:16, 17 nos muestra cómo el Dios omnipresente y omnisciente toma nota de lo que sus hijos hablan entre sí. ¿Qué oye el Señor de nuestros labios cuando vamos de visita? 

4. Las razones de su deseo:

«¿Dulce es la voz tuya y hermoso tu aspecto». ¿Puede decir esto de nosotros nuestro Amado espiritual? «A Jehová es plácida la alabanza de Sión» (Sal. 65:1). ¿Hay dulzura en nuestra voz física no solamente cuando nos dirigimos a Dios, sino cuando nos dirigimos a nuestros semejantes? Los grandes santos de Dios han sido personas capaces de refrenar de tal modo su carácter que su misma voz y su conversación se hace grata a oídos de sus semejantes. De muchos de nosotros no puede decirse esto sino a intervalos; pero algún día lo serán de un modo completo y perfecto (1 Jn. 3:3). ¿Y nuestro aspecto?; ¿cuál es para Dios, que ve el hombre interior? Dios llama hermosos los pies de los que van a llevar su mensaje (Is. 52:7). Salomón nos dice que el corazón alegre hermosea el rostro (Pr. 15:13); y el apóstol Pedro habla de adornos espirituales que nos hacen parecer hermosos a Dios y a los santos ángeles, cuando resplandecen en nosotros (1 P. 3:4, 5). ¿Puede ver Dios tal hermosura en nuestras personas?

CONCLUSIÓN:

Nuestro rostro físico ha de ser un día transformado de tal modo que, aun cuando conservará rasgos de nuestro pasado cuerpo físico, para su identificación, resultará hermoso, como todo lo del Cielo; pero la belleza más apreciada para Dios es «la hermosura de la santidad», de la cual Dios mismo es la imagen perfecta (Sal. 27:4; 33:17; 96:9). Apliquemos a nuestro corazón la interesante figura de la paloma, para ser cada uno de nosotros cada vez más gratos y más hermosos a nuestro Amado espiritual, el divino Esposo, viviendo por Él y para Él.

Si usted ha sentido o cree que este sermón le ha tocado su corazón y quiere recibir a Jesucristo como su Salvador personal, solo tiene que hacer la siguiente oración:

Señor Jesús yo te recibo hoy como mi único y suficiente Salvador personal, creo que eres Dios que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste al tercer día  Me arrepiento, soy pecador. Perdóname Señor. Gracias doy al Padre por enviar al Hijo a morir en mi lugar. Gracias Jesús por salvar mi alma hoy. En Cristo Jesús mi Salvador, Amen.

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