La Parábola del Perdón – Bosquejo para Sermones

Este Bosquejo para Sermones «La Parábola del Perdón» nos habla de algo muy importante que es el perdón, no podemos ser bendecidos si tenemos odio en nuestro corazón….

Cita Bíblica: Lucas 15:11–24

Introducción:

Biblia, palabra de Dios, escritura, abierta, antigua, perdónPara entender la doctrina del perdón de los pecados debemos aprender a concebir a Dios como un Dios personal. Por eso Jesús relato la parábola del hijo perdido, que hoy quisiéramos llamar «la parábola del perdón». En ella reconocemos al Padre como una persona. Así ilustra nuestro Maestro el hecho maravilloso de la personalidad divina.

Esta figura nos enseña que Dios no es «una abstracción», porque Ola abstracción no puede perdonar. También nos demuestra que Dios no es «un espíritu impersonal», porque un espíritu impersonal no puede perdonar. Sólo las personas pueden perdonar. Pero los «principios inmutables» no pueden hacerlo. El dios creado por la especulación humana no puede perdonar, salvo que llegue a concebirse como una persona con los atributos que le asigna la revelación cristiana. Por eso el perdón es necesariamente una experiencia personal con dos protagonistas: la persona que recibe el perdón y la Persona que lo otorga.

Estos son, precisamente, los protagonistas de la primera parte de la citada parábola, que leemos en el evangelio de Lc. 15:11–24. Aclarada la verdad precedente, quisiéramos referirnos en este mensaje a las cualidades del perdón de los pecados, tal como se desprenden del análisis de la «parábola del perdón». He aquí un hijo que se aleja del padre. He aquí un hombre que se aleja de Dios, fuente de todo bien y de toda felicidad, para labrar su propia ruina y fracasar ignominiosamente. «He aquí al que renuncia al privilegio de ser hijo: transformándose en un miserable cuidador de cerdos. He aquí al pecador. Muerto» y «perdido», insatisfecho, hambriento, abandonado a su propia suerte, que decide finalmente volver a Dios. ¿Qué nos enseña esta parábola acerca del perdón.

1. El perdón de la remisión de la pena: ciertamente, el perdón cancela el castigo. Esto lo entendemos todos. Cuando el hijo perdido volvió a su Padre no fue castigado. Regresó arrepentido, confesando su pecado. Sintiéndose merecedor de una severa penalidad. Pero el Padre «fue movido a misericordia» y le perdonó sus culpas sin castigarlo. Jesús nos enseña, pues, que el perdón es la remisión de la pena. El hijo pródigo podía decir, como el salmista:

«Confesare, dije, contra mí mis rebeliones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Sal. 32:5).

Sin embargo, nunca podremos olvidar que la remisión de la pena no sería posible sin la obra redentora de Cristo. «Herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros» (Is. 53:5, 6). Indiscutiblemente, en el alto precio pagado para la remisión de la pena hay una gran evidencia de amor, que es otra característica del Dios personal.

«En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Jn. 4:10).

Este amor, tan gloriosamente descripto en la parábola, es la dinámica del perdón y de la inherente remisión de la pena. El castigo es cancelado porque Dios nos ama y nos ama hasta el punto de cargar nuestros pecados en la cruz. «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1). El perdón, entonces, es una liberación definitiva. Jamás el padre volverla a mencionar los pecados de su hijo. Jamás le reprocharía su maldad anterior. «Nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades» (He. 10:17), dice el Señor. Gracias a Él por esta bendita seguridad, dada a todos los que regresan arrepentidos y confían en el sacrificio expiatorio del Redentor.

2. El perdón cambia radicalmente la vida: la parábola del perdón nos indica claramente que el perdón no es sólo la remisión de la pena. Quizás el Padre podría haber dejado a su hijo con los mismos andrajos, trabajando como jornalero en su hacienda. Podría haberle dicho: «te perdono, no te castigaré; pero ahora te arreglarás como puedas». Pero no fue así. Jesús relató que el padre dijo: «Sacad el principal vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y zapatos en sus pies». El «muerto» y «perdido» comenzaba ahora una nueva vida.

Una obra positiva del perdón divino es derribar el muro que el pecado levanta entre el hombre y Dios. Cuando esto ocurre, se produce la reconciliación. Tal como ilustra la parábola, la reconciliación es completa. El pecador arrepentido y perdonado es ahora el hijo que compartirá las bendiciones del hogar. «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios Muy amados, ahora somos hijos de Dios» (1 Jn. 3:1, 2). Y esta realidad tiene también otra perspectiva: el perdón quita el pecado. No quita sólo el castigo. Quita el pecado mismo, porque ése fue un objetivo de Cristo: «Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados» (1 Jn. 3:5). Así el alma, trabajada y cargada, puede descansar.

La vida cambia, pues, porque se establece mediante el perdón una nueva relación entre el hombre y Dios. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17). Imaginemos al hijo pródigo, vestido ahora con el principal ropaje después de su extravío. Así Jesús nos presenta el cuadro del pecador perdonado. Un hombre nuevo, que ha llegado a serlo merced a la gracia misericordiosa del Padre. Cuando Dios perdona el pasado, también nos brinda un nuevo presente.

3. El perdón es un motivo de gozo: «Y comenzaron a regocijarse» (Lc. 15:24). Así terminaba la primera parte de la parábola. El perdón es un motivo de gozo. Pero no todos los cristianos lo entienden así. Muchos pierden el tiempo lamentando sus errores pasados y evocando los viejos pecados que, conforme a la Biblia, el Señor ya ha perdonado y olvidado. Supongamos que al finalizar el v. 22 la parábola dijera: «Y el hijo dijo entonces a su padre: Padre, ahora que me has perdonado, déjame que siga llorando mis culpas y que lamente mis errores pasados». Entonces se justificaría que los creyentes, después de ser perdonados, continúen lamentándose. Pero la parábola no dice tal cosa. Jesús no enseñó eso. Leemos, en cambio: «Traed el becerro grueso, y matadlo, y comamos, y hagamos fiesta: Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado». «Y comenzaron a regocijarse». La Biblia dice: «Gozaos en el Señor siempre: otra vez digo: Que os gocéis» (Fil. 4:4). El pecador perdonado por Dios debe aprender a regocijarse en el perdón. Más que pensar en sus viejas culpas, debe pensar con gozo en la misericordia divina, por la cual ha sido perdonado y transformado. ¿Podemos sentirnos apenados cuando estamos en comunión con el Padre? ¿Podemos seguir tristes cuando hemos hallado perdón y salvación en Cristo? Dice uno de nuestros himnos: «¿Cómo podré estar triste, cómo entre sombras ir?, ¿cómo sentirme solo, y en el dolor vivir? ¡Si Cristo es mi consuelo, mi Amigo siempre fiel, si aun las aves tienen seguro asilo en Él!».

Conclusión:

El hijo perdonado fue un hijo feliz. Y esta felicidad nació con el perdón de sus pecados. Vino al padre con actitud dolorida para decir: «Padre, he pecado». Pero recibió el perdón y comenzó a regocijarse. El viejo credo del cristianismo dice: «creo en el perdón de los pecados». Si creemos tal cosa, debemos ser felices. Ningún creyente puede mirar hacia atrás sin ver sobre sus viejas culpas las palabras de Cristo: «Tus pecados te son perdonados». Por eso, el corazón que comprende todo lo maravilloso que hay en ese perdón salta de regocijo. ¡Aleluya! Leámoslo una vez más: «y comenzaron a regocijarse».

Comenzaron, porque el regocijo que comienza con el perdón de nuestros pecados continuará por toda la eternidad. Ese es nuestro gozo, nuestro singular gozo. Los ángeles no han vivido la experiencia del perdón. Nosotros sí Y por ello alabaremos «al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre» (Ap. 1:5), viviendo desde ahora en perpetua felicidad.

Si usted ha sentido o cree que este sermón le ha tocado su corazón y quiere recibir a Jesucristo como su Salvador personal, solo tiene que hacer la siguiente oración:

Señor Jesús yo te recibo hoy como mi único y suficiente Salvador personal, creo que eres Dios que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste al tercer día  Me arrepiento, soy pecador. Perdóname Señor. Gracias doy al Padre por enviar al Hijo a morir en mi lugar. Gracias Jesús por salvar mi alma hoy. En Cristo Jesús mi Salvador, Amen.

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