Proceso y Victoria del Apóstol Pedro – Bosquejo

Cita Bíblica: 1 Pedro 5:1–10

INTRODUCCIÓN:

pedro, bosquejo, discípulo, jesúsEl apóstol Pedro es el discípulo de Jesús de quien tenemos más detalles, no solamente de su conversión, sino también de su educación para venir a ser lo que Jesús le dijo desde el primer momento que le conoció (Jn. 1:42). Su vida es una serie de altos y bajos, como es por lo general la de muchos cristianos. Jesucristo nos llama para un gran propósito no sólo en la vida, sino en la eternidad. De esta otra parte de nuestra existencia sabemos muy poco, pero todos estamos enzarzados en la vida presente y las lecciones que Pedro recibió son de gran enseñanza para todos nosotros. Pedro tenía muchos defectos, era impetuoso, vanidoso, confiado en sí mismo, pero Jesús vio en él un material precioso para su Reino. ¿Qué es lo que ve en nosotros? ¿Por qué nos ha elegido desde el principio para ser sus discípulos? Porque ha visto en cada uno de nosotros lo que vio el gran escultor Miguel Ángel en una piedra informe, que bajo su cincel podía transformarse nada menos que en la famosa estatua de Moisés, admiración de todos los artistas del mundo a través de los siglos.

1. La transformación de su carácter que era humano:

a) Su primer defecto vino a ser, por la gracia divina, su primer acierto al responder a la pregunta del Señor: «¿Quiénes decís vosotros que soy?», «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Pedro había estado algún tiempo con Jesús y había conocido que él era mucho más que un hombre. Sus virtudes lo ensalzaban por encima de todos los hombres, pero necesitó la iluminación del Espíritu Santo para venir a ser un convertido de verdad. ¿No sucede así con casi todos los creyentes de todos los siglos? Muchas personas acuden a escuchar el Evangelio y van convenciéndose poco a poco de quién es Jesucristo, aquel a quien amamos sin conocerle, pero ha de venir un momento en que el Espíritu de Dios les impulse a reconocerle como el Salvador del mundo. Este reconocimiento puede tener lugar en cualquier edad y ello hace tanto más misterioso el privilegio de la elección, del que tanto han discutido los teólogos humanos, ateniéndose a infinidad de pasajes de la Sagrada Escritura. Nosotros no podemos juzgar la obra del Espíritu Santo, pero podemos, por fe, decir como el apóstol Pablo: «¿Por qué a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser modelados conforme a la imagen de su Hijo … y a los que predestinó, a éstos también llamó…»? Éste es el caso del apóstol Pedro. Dios le había predestinado a serlo que debía ser, pero para ello tuvo que pasar por un largo proceso, y así es en general con todos los hijos de Dios.

b) El conocimiento trajo la decisión cuando el Espíritu Santo tocó el resorte en el corazón de Pedro, siguiendo en su vida una serie de decisiones acertadas de amor y servicio y otras desacertadas, como la de ir a pescar después de haber visto al Señor resucitado.

c) Lo principal que Pedro tenía que aprender era su dependencia de Jesús. El había dicho: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Altísimo». Esto era muy cierto, pero tenía que aprender, prácticamente, el poder del Señor cuando a su impetuosa decisión de andar sobre las aguas, tuvo que observar que por sí mismo se hundía y sólo el brazo poderoso de Jesús pudo levantarle.

2. Elevado a más seguras decisiones:

Hasta entonces Pedro había estado sirviendo al Señor, pero sin tener la experiencia de su soberano poder, le había prestado la barca, le había invitado a su casa, pero todo ello eran decisiones naturales y humanamente lógicas, pero Pedro tuvo que aprender que sin el poder de Jesús todo ello habría sido inútil. Él era incapaz de preparar comida para trece personas, si Jesús no hubiese devuelto la salud a su suegra, a la que sin duda se unieron su esposa o sirvientes de la casa si los había, pasmados y animados por el milagro de Jesús. Podríamos decir que el Señor le utilizó, aceptando las decisiones de Pedro, sin que éste hubiese llegado a su madurez. Así es también hoy día, Dios usa a muchos discípulos inmaduros, pero que tienen que aprender muchas cosas de él en esta vida y quizá también en la futura.

3. Obstáculos a la madurez de Pedro:

a) Rechazar la cruz: «Señor, que no te acontezca…».

b) En el monte de la transfiguración: anteponer planes propios sin contar con el Señor. «Hagamos tres pabellones…».

c) Su impaciencia: «Señor, ¿a dónde vas? ¿Por qué no puedo venir ahora? Mi vida pondré por ti».

d) El orgullo necesita tratamientos drásticos: la negación y el arrepentimiento.

¿No participamos nosotros de todos estos defectos? Nos creemos santos pero, como Pedro, decimos, o por lo menos pensamos: ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano? Y si me fastidian demasiado, ¿también tengo que perdonar?

e) Egoísmo en el servicio: «Señor, ¿y nosotros qué tendremos?» La respuesta de Jesús es sin duda la recompensa futura, quizá del Milenio, y tiene que venir de arriba. No esperes nada aquí de los hombres y serás feliz, pues si no lo ves aquí lo verás al otro lado, en la Casa Celestial.

f) Queremos ser más sabios que Dios: «No me lavarás los pies jamás». ¡Pobre Pedro! «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo», y Pedro tuvo que rectificar de nuevo sus impulsos: «No sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».

g) Tanto tiempo de ir a su lado y todavía no había aprendido que Jesús no necesitaba su espada en el huerto: quería luchar con armas carnales.

4. El poder rectificador del Señor:

a) El Señor le echó una sola mirada en el patio del pontífice que le valió como cien discursos, pues le arrancó lágrimas de vergüenza; quizá le recordó la advertencia del Señor: «Yo he rogado por ti que tu fe no falte».

b) La mención del ángel a las mujeres que fueron al sepulcro: «Decid a los discípulos y a Pedro» fue otra sabia estratagema del Señor.

c) La visita e interrogatorio en el lago de Genezaret.

d) Encaminado de nuevo a su tarea, Jesús viene a decirle: «Si me amas deja las redes y apacienta mis ovejas». Lo vuelve a su lugar, pero después de haberle enseñado todas estas lecciones.

CONCLUSIÓN:

El Cristo que hizo de Pedro lo que fue, es el mismo Cristo poderoso y maravilloso que por estar glorificado y ser omnipresente puede educar a millones de sus hijos en medio de las pruebas y tentaciones de este mundo. Si dejamos que Dios lleve el control de nuestras vidas, Él hará de nosotros discípulos escogidos capaces de decir como el apóstol Pablo en los días de vejez: «Lo que ahora vivo en mi carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí». ¡Qué diferente es el Pedro de los Evangelios del de sus epístolas como consejero de pastores y creyentes de toda clase! (1 P. 5:1–11). Aprendamos con el ejemplo del apóstol Pedro lo que el Señor desea que seamos nosotros, ratificado por el apóstol Pablo.

Si usted ha sentido o cree que este sermón le ha tocado su corazón y quiere recibir a Jesucristo como su Salvador personal, solo tiene que hacer la siguiente oración:

Señor Jesús yo te recibo hoy como mi único y suficiente Salvador personal, creo que eres Dios que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste al tercer día  Me arrepiento, soy pecador. Perdóname Señor. Gracias doy al Padre por enviar al Hijo a morir en mi lugar. Gracias Jesús por salvar mi alma hoy. En Cristo Jesús mi Salvador, Amen.

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