El Sol y la Luna, Símbolos de Cosas Eternas – Bosquejo

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Cita Bíblica: Apocalipsis 22:5

INTRODUCCIÓN:

Permitidme decir que las cosas que Dios ha creado son reales, pero a veces son símbolos de otras cosas que desconocemos. El Sol es un astro efectivo y real, y suerte tenemos de él para la vida en la Naturaleza; pero el Sol en las Sagradas Escrituras es un símbolo de Dios mismo. Acordaos del texto de Malaquías 4:2: «Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el sol de justicia y en sus alas traerá sanación». «Sol y escudo nos es Jehová Dios», dice en otro lugar el salmista. Ciertamente el sol es un adecuado símbolo de Dios mismo, el autor y creador de la luz. «Dios es luz—dice el apóstol Juan—, y en él no hay ningunas tinieblas».

En cambio, la luna es un símbolo de la materia, porque no tiene luz propia en sí; sólo cumple el papel de reflejar la luz del sol en noches claras sobre la Tierra. ¿Qué nos recuerda?

1. Que tenemos el deber de reflejar la luz de Cristo, ser espejos de Cristo, como la luna lo es del sol material; que la gente pueda ver y conocer a Cristo por nosotros. Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, antes tendrá la luz de la vida; pero también declaró: «Vosotros sois la luz del mundo. no se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino encima del candelero, para que alumbre a todos los que están en casa; así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos». Que la gente pueda ver y conocer a Cristo en y por nosotros.

2. Siguiendo este simbolismo, hay un hecho muy curioso en el Apocalipsis: «La mujer vestida del sol y la luna debajo de sus pies». Es clarísimo, según todas las reglas de la exégesis, que esta mujer representa la Iglesia; no es la Virgen María, como han supuesto los católicos; la mujer es, evidentemente la Iglesia del Antiguo y del Nuevo Testamento, de la cual la propia Virgen María forma parte como una de las personas que vencieron por medio de la sangre del Cordero, junto con muchos otros redimidos y testigos de la verdad de Dios. 

Esta mujer de Ap. 12 somos tú y yo, la Virgen María y cada uno de los que formamos parte de la congregación de los redimidos. Ved la curiosa figura: «La mujer estaba vestida del sol». Esto indica que el sol estaba sobre su cabeza y la iluminaba de forma que la rodeaba literalmente de un vestido de luz. Este mismo simbolismo usa el apóstol cuando dice: «Vestíos del Señor Jesucristo y no hagáis caso de la carne y sus deseos». «Vestíos de toda la virtud de Dios», dice en Romanos; y en Col. 3:12 leemos: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;… y sobre todas estas cosas—insiste—vestíos de amor, que es el vínculo de la perfección». ¿Qué significa todo ello? Que nosotros vivamos de tal modo en comunión con Dios, y en su presencia, que la gente que nos ve no tenga que vernos a nosotros tal como somos, en nuestra desnudez moral, sino que vea a Dios en y por nosotros. «La mujer vestida del sol»; ¡qué rara expresión, pero cuán significativa! Así debe ser la Iglesia, esposa de Cristo, como cantamos en el corito: «¡Las virtudes de Cristo se vean en mi!» Pero que no sea sólo cantarlo, sino realizarlo cada día y a cada hora en nuestra lucha contra el dragón, Satanás.

3. ¿Y qué significa «la luna debajo de sus pies»? Ya hemos dicho que la Luna es símbolo de lo material, de lo humano, de lo que no tiene luz en sí, la materia. Esto debemos tenerlo «debajo de los pies» en el lugar de sometimiento. «El Señor quebrantará presto a Satanás debajo de vuestros pies», dice el apóstol en Ro. 16:20. Poner debajo de los pies significa poner en el último lugar, y ésta es, o debe ser, la actitud del cristiano para con todo lo que no es del Señor, por importante y precioso que parezca. Lo pecaminoso, y hasta lo legítimo, si trata de anteponerse a nuestra voluntad y afecto al Salvador, prefiriendo siempre al Señor y sus cosas. Un ejemplo de esto mismo es el caso del astronauta James Irwin al poner su fama al servicio del Evangelio de Cristo. ¿Sabremos nosotros poner al sol de Justicia sobre nuestras cabezas y la luna debajo de nuestros pies?

Pero poner debajo de los pies significa también otra cosa, andar sobre, apoyarse sobre algo, y aunque parezca contradictorio, no lo es. Llamamos «tocar de pies en el suelo» a la virtud de ser práctico, sin dejamos llevar por ilusiones quiméricas, sino haciendo uso de lo que tenemos a la mano y utilizarlo provechosamente. El apóstol dice: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a la gloria de Dios» (1 Co. 10:31). Comer y beber son cosas materiales, pero aun cuando no tenemos que darles la prioridad, debemos usarlas para la gloria de Dios. Sin comer no tendríamos fuerzas para anunciar el Evangelio…; pero debemos andar sobre las cosas materiales, o sea. usar de ellas con cuidado, sin hundirnos (anécdota: el gran temor de los astronautas era si se hundirían en el polvo de la luna, y cuando enviaron un aparato sonda, tomaron confianza hasta el punto de diseñar para el próximo viaje un aparato de motor que logró transitar por la luna; pero habréis observado que el andar de los astronautas sobre la luna es diferente que sobre la Tierra; les era necesario andar con cuidado).

Nosotros debemos andar con cuidado sobre un mundo pecador en nuestra peregrinación: «Andad como es digno de la vocación a la que habéis sido llamados» (Ef. 4:1). «Andad como hijos de luz» (Ef. 5:8). «Andad en sabiduría para con los extraños» (Col. 2:6).

¿Andamos nosotros con este cuidado… O acaso nos hundiremos en las costumbres del mundo?

4. Resumiendo lo dicho, os pido que cuando contempléis la Luna digáis en vuestros corazones: «Alabado seas, Señor, que nos pusiste en un mundo tan hermoso, que existe no como un globo desértico lleno de cráteres, sino como un hermoso planeta azul, con mares y continentes, bosques y campiñas animadas de luz, de color y bienestar. Si este mundo es así, ¿qué será el hogar que nos has preparado? Alabado seas, Señor, por esta expansión azul de los Cielos atmosféricos que hiciste tan transparente que nos permite ver, no sólo las cosas maravillosas de este mundo, sino hasta las que se hallan a muchísima mayor distancia, «la luna y las estrellas que tú formaste».

CONCLUSIÓN:

Digámosle pues, «gracias, Señor, por la gran renovación que nos tienes anunciada de esta Tierra, de esta atmósfera, de esta Luna y de este Sol, que han de ser sustituidos por aquella tierra sin mar y, por ende, muchísimo más grande, y por la Ciudad Celestial, el hogar de los redimidos donde yo espero por tu gracia tener un lugar. Probablemente jamás tendré ocasión de subir acá arriba ni pasearme como el Dr. Irwin sobre el polvo de este pobre y desierto satélite de la Tierra; pero gracias, Señor, por la seguridad que me has dado de una cosa muchísimo mejor, y más gloriosa. Espero por tu gracia subir al encuentro de mi Señor dentro de este Cielo atmosférico y en su compañía entrar por las puertas de perla de la Ciudad Celestial, pisar sus calles de oro, volar en cuerpo glorificado sobre el río de agua viva resplandeciente como cristal, comer de los frutos de los árboles de tu celeste vergel y ser testigo de tu amor y de tu gracia a admiradas criaturas tuyas en el vasto Universo. Ayúdame, en tanto, a vivir a la anura de mi vocación, vestido del sol de Justicia que eres tú mismo con todas tus virtudes sublimes y teniendo debajo de mis pies todo lo terreno, el mundo con sus concupiscencias, sin ser dominado por estas cosas, antes que yo las domine y las use con tu gracia y por tu gracia. Hasta el día que tú cambies, oh Señor, mi situación y conviertas todas estas esperanzas en bendita realidad. Amén».

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