El Testigo del Calvario – Bosquejo para Sermones

Este es el Bosquejo para Sermones «El Testigo del Calvario» que te servirá para predicar en tu iglesia, en alguna reunión, para poder enseñar la palabra de Dios.

Cita Bíblica: Lucas 23:47

Introducción

paisaje, colina, cerro, cielo, nubes, bosquejoLa confesión del centurión romano que llevó a cabo la crucifixión de Jesús es una confesión notable, ya que fue proferida por aquel de quien menos podía esperarse. Muchas son las pruebas que tenemos de la divinidad de Cristo en los relatos de la Sagrada Escritura, pero el testimonio del centurión que le crucificó es probablemente el más importante, y no siempre ha recibido la importancia que realmente nene.

1. Un testigo de calidad: los centuriones romanos son descritos en toda la historia de este Imperio como hombres de carácter disciplinado y capaz. La fortaleza del Imperio Romano descansaba en sus ejércitos, y la dirección de los tales estaba confiada a los centuriones. Jerusalén era un lugar crítico del Imperio por sus frecuentes revueltas y el fanatismo patriótico de los judíos, y ello nos hace pensar que en Jerusalén se hallaba la flor y nata de las centurias romanas. Los relatos del Nuevo Testamento acerca de centuriones nobles y concienzudos que creyeron durante la vida de Jesucristo (Lc. 7:2) y que hicieron buenas cosas en favor de los cristianos para reparar hasta donde les era posible las injusticias que estaban a punto de cometer sus superiores jerárquicos (Hch. 22:26; 23:17; 27:1, 3, 43; 28:16) hablan mucho en favor del carácter de estos hombres dentro de una sociedad tan corrompida e injusta como era la del Imperio Romano.

2. Un testigo natural: no era un discípulo de Jesús ni tampoco un fanático judío. Su juicio era un juicio independiente, basado en lo que vio u oyó de labios de Jesucristo durante el drama de la ejecución del Salvador y maestro de la Humanidad. ¿En qué basaba el centurión su testimonio? Por razón de su oficio, aquel hombre había visto a muchos sentenciados a morir de la más cruel de las muertes. Había escuchado, a través de los años, horrendas blasfemias y gritos aterradores. Cuando tuvo que ordenar que la cruz fuera levantada cosa que causaba el desgarro de la carne de los presos, oyó de aquellos divinos labios las palabras: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Pero todavía había oído más, según el relato que tenemos del apóstol Juan. Cuando uno de los malhechores le rogó: «Acuérdate de mí cuando vinieres en tu Reino», escuchó del noble ejecutado las asombrosas palabras: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». No es extraño que la primera declaración del centurión de la cruz fuera: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios (Mr. 15:39). Podemos, por tanto, decir que el centurión encargado de la crucifixión de Jesús era:

3. Un testigo observador: sacó una deducción muy lógica contrastando la actitud de Jesús con la de tantos otros sentenciados que él había visto y oído; pero aún hay mucho más que esto. Lo tenemos referido por un evangelista que al principio de su Evangelio nos asegura que se informó concienzudamente de todas las cosas que corrían de boca en boca en cuanto al Maestro resucitado (Lc. 1:3).

4. Las conclusiones de una fe creciente:

a) La negrura aterradora y el terremoto que se produjeron cuando Jesús expiró no podían menos que llenar a todos los que presenciaron aquellos hechos de un sentimiento de que se hallaba ante señales cósmicas que no se hablan producido en ninguna de las anteriores ejecuciones que habían tenido que llevar a cabo en la rebelde nación. Fue cuando las multitudes volvieron a Jerusalén golpeando sus pechos en medio de la oscuridad sobrevenida que le hizo exclamar: «Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios».

b) La tradición histórica que se formó en los primeros siglos nos dice que aquel centurión se convirtió en un fiel cristiano. Hoy, después de veinte siglos, no estamos en posición de afirmar si tal tradición es o no cierta, pero es muy verosímil creer que lo fue. El notable escritor español D. Almudévar escribió, bajo el título de La Cruz es nuestra espada, una novela que se refiere no solo al centurión sino a toda su familia, en un emocionante relato que se parece mucho al de la famosa novela «Quo Vadis?» la cual concierta con muchos textos de las epístolas apostólicas y otros escritos de los primeros siglos cristianos.

Conclusión:

Finalmente, debemos declarar, de acuerdo con lo que nos dicen los propios evangelios, que la fe del centurión fue en realidad una fe ascendente. Las declaraciones escuchadas de labios de Cristo le llevaron primero a la convicción de que Jesús era la víctima de una injusticia política provocada por las amenazadoras insinuaciones de los miembros del Sanedrín ante el «Lithóstrotos», coreadas por la revoltosa mayoría del pueblo. Esto es lo que todavía pretenden los que se atreven a dudar de la divinidad de Jesucristo; pero, tras las señales cósmicas que se desataron en el momento de expiar Jesucristo, le convencieron de que Jesús era mucho más que una víctima inocente. ¿Haría posteriormente el centurión lo que hiciera el ministro de Hacienda de la reina Candace a Etiopía de los discípulos de Berea, escudriñando las Escrituras del Antiguo Testamento (Is. 53; Hch. 17:11) para ver si el maestro de Galilea ejecutado en el Gólgota era realmente el Mesías divino prometido a Israel? La tradición antes aludida sería el tercer punto de esta fecreciente del centurión que todos los creyentes, a través de los siglos, tenemos el deber de imitar para que se cumpla en nosotros la recomendación del apóstol Pedro en 2 P. 3:18.

Si usted ha sentido o cree que este sermón le ha tocado su corazón y quiere recibir a Jesucristo como su Salvador personal, solo tiene que hacer la siguiente oración:

Señor Jesús yo te recibo hoy como mi único y suficiente Salvador personal, creo que eres Dios que moriste en la cruz por mis pecados y que resucitaste al tercer día  Me arrepiento, soy pecador. Perdóname Señor. Gracias doy al Padre por enviar al Hijo a morir en mi lugar. Gracias Jesús por salvar mi alma hoy. En Cristo Jesús mi Salvador, Amen.

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