Amando y Equivocándose – Estudio

Este estudio se titula «Amando y Equivocándose» que nos enseña que no importa lo que hagamos, Dios nos ama.

Por favor, antes de continuar, responde con toda sin­ceridad a estas tres preguntas: ¿Es posible amar a Dios sinceramente y de todo corazón, y al mismo tiempo pecar contra él? ¿Es posible ser felices mientras desobedece­mos al Dios que amamos? ¿Qué hace Dios con sus hijos que pecan a pesar de amarlo sinceramente y de todo corazón?

La respuesta correcta a cada una de estas tres interrogan­tes se encuentra en el relato de uno de los actos más lamenta­bles del rey David. Elena G. de White, hablando de David, afirma:

La historia de su vida muestra que el pecado no puede traer sino vergüenza y aflicción, pero que el amor de Dios y su mi­sericordia pueden alcanzar hasta las más hondas profundida­des, que la fe elevará el alma arrepentida hasta hacerle compartir la adopción de los hijos de Dios. Elena G. de White

Ahora estamos listos para ver la respuesta a la pregunta número uno: ¿Es posible amar a Dios sinceramente y de todo corazón, y al mismo tiempo pecar contra él? Aun cuando resulte insólita para algunos, la respuesta a esta cuestión es un ro­tundo, claro y definitivo, ¡sí!

Nadie que haya leído en la Biblia la vida de David, in­cluso de manera superficial, puede dudar del profundo y sin­cero amor que sentía por Dios. El suyo era un amor abundante, desbordante y expresivo.

David ofrendó generosa y voluntariamente a Dios, David compuso y cantó cuantiosos y apasionados versos a Dios, David saltó y danzó por amor delante de su Dios. (2 Samuel 6:12-23)

Pero, aunque amaba profundamente a Dios, David tam­bién cometió un horrible pecado contra Aquel a quien tanto amaba. Una tarde de primavera el rey contempló desde su palacio a una bella mujer tomando su baño. Incapaz de fre­nar sus desbocados impulsos camales, la hizo llevar a su palacio y adulteró con ella. (2 Samuel 11)

Ahora bien, como todos sabemos por experiencia propia, el pecado siempre, de alguna forma, en algún momento, causa dificultades. Poco tiempo después de aquel placer pa­sajero, Betsabé le hizo saber a David que de aquella única y casual relación con él había quedado embarazada.

David, en su afán por cubrir su pecado, mandó a buscar a Urías, el esposo de Betsabé, al campo de batalla, le dio un buen banquete y le sugirió que entrara en su casa y durmiera con su esposa. El ingenioso plan de hacer a todos creer que el hijo del adulterio del rey era hijo legítimo del matrimonio de Betsabé y su esposo, no resultó. Urías durmió fuera de su casa aquella noche. Al día siguiente David embriagó a Urías con la intención de conseguir que, ya ebrio, al menos en­trara en su casa. De nuevo el plan volvió a fallar. Urías no entró en su casa.

Dios, amor, niños, estudio

¿Qué hacer ahora para ocultar el pecado en el cual se había enredado? Le quedaba una sola salida, que implicaba cometer un pecado aún mayor que los anteriores: mandar matar a Urías, y de esa forma salvar su prestigio al quedar libre para tomar a la viuda por esposa. Y por inverosímil que pueda parecemos, eso fue lo que hizo David: ¡Transgredió premeditadamente el sexto mandamiento de la santa Ley de Dios!

Ahora tratemos de dar una respuesta sincera y franca a las siguientes preguntas: ¿Amaba David a Dios? No hay duda de ello, pues de su propia boca lo sabemos: «Yo amo al Señor porque él escucha mi voz suplicante». (Salmo 116:1) ¿Pecó David contra ese Dios que tanto amaba? Desgraciadamente tampoco hay duda de ello, ya que el mismo Dios se lo hizo saber in­mediatamente después de lo sucedido con Betsabé y Urías:

«Te permití gobernar a Israel y a Judá. Y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que me desa­grada?». (2 Samuel 12:8,9)

Entonces: ¿Es posible amar sinceramente y de todo cora­zón a Dios y al mismo tiempo pecar contra él? Definitiva­mente, sí. Como posible es amar sinceramente y de todo corazón a nuestro cónyuge y al mismo tiempo pecar contra él. Como posible es amar a nuestros padres sinceramente y de todo corazón y al mismo tiempo pecar contra ellos. Como posible es amar a nuestros hijos inmensamente y de todo co­razón y al mismo tiempo pecar contra ellos. Como posible es decir que queremos a un amigo y al mismo tiempo hacerle daño o incluso traicionarlo.

No siempre nuestro pecado es por falta de amor… a Dios. No siempre nuestro pecado es el resultado de un abierto desafío a la voluntad divina, ni lo motiva esa rebeldía que intenta provocar su desagrado. De hecho, en muchas ocasiones pe­camos a pesar de nuestro sincero amor a Dios y de nuestra no menos sincera intención de obedecerle. Pecamos, no necesa­riamente porque queremos pecar o porque nos deleitamos en la maldad; muchas veces pecamos simple y sencillamente porque somos débiles, porque nuestras fuerzas flaquean, por­que nuestra naturaleza humana se nos impone.

La segunda pregunta es muy importante, pues de alguna forma completa y aclara la anterior: ¿Es posible ser felices mientras desobedecemos al Dios que amamos? Estoy seguro de que conoces, como yo, la respuesta. Tú sabes, por expe­riencia propia, que no es posible, que no hay miseria más gran­de que la de saber que no hemos sido fieles al Dios que merece nuestra lealtad incondicional.

David, en uno de sus salmos, describió así el dolor de su infidelidad a Dios:

«Mientras no confesé mi pecado, mi cuer­po iba decayendo por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano, así me sentía decaer». (Salmo 32:3-4, DHH)

Los que amamos a Dios podemos cometer pecados, no hay duda de ello. Pero más pronto que tarde nos lamentamos por haber pecado. Nos enfermamos… porque hemos pecado; nos marchitamos… porque hemos pecado; nos maldeci­mos… porque hemos pecado. La iniquidad cometida nos tortura, agota nuestras fuerzas y consume nuestros huesos. (Salmo 31:10)

Y ha llegado el momento de plantearnos la tercera y úl­tima pregunta: ¿Qué hace Dios por sus hijos que sufren el do­lor de haberle fallado, a pesar de amarlo sinceramente y de todo corazón? Les facilita el camino de la confesión a fin de anun­ciarles su perdón y así librarlos de su terrible dolor.

David fue sorprendido por el profeta Natán, quien, valién­dose de una ingeniosa parábola, le reveló su pecado y le fa­cilitó el camino a la confesión. Cuando el profeta hubo confrontado al rey con su pecado, David reconoció:

«¡He pecado contra el Señor!». (2 Samuel 12:13)

Ahora presta atención, porque viene lo más asombroso, lo increíble, lo inaudito del amor de Dios hacia sus hijos que caen en pecado. ¿Sabes por qué Dios casi obligó a David a confesar su pecado? No, no fue para humillarlo y avergonzarlo. No, tampoco fue para castigarlo. No, ni siquiera fue para poder perdonarlo. ¿Sabes para qué fue? Para anunciarle que ¡ya estaba perdonado! Tan pronto como David hubo declarado «¡He pecado contra el Señor!», Natán le dijo: «El Señor ha perdonado ya tu pecado». (2 Samuel 12:13)

Sublime amor de Dios, que nos obliga a confesar nuestro pecado para anunciarnos el perdón del mismo, y de esta forma librarnos del demoledor pesar de haberle fallado.

Supongo que tienes citas favoritas de los escritos de Elena G. de White, declaraciones que vienen a tu mente para i raerte ánimo o consuelo en momentos concretos de tu vida. Yo también las tengo; permíteme que te abra mi corazón y comparta contigo las palabras en las cuales encuentro mi mayor alivio cuando personalmente me veo en medio del terrible desconsuelo de haberle fallado a mi Dios.

Pecamos continuamente contra Dios, pero su misericordia continuamente nos ampara. Con amor soporta nuestras perversidades, nuestro descuido, nuestra ingratitud, nuestra deso­bediencia. Nunca se impacienta con nosotros. Insultamos su misericordia, agraviamos su Santo Espíritu, lo deshonramos delante de los hombres y de los ángeles y, sin embargo, no falla su compasión. Elena G. de White

Gloria a Dios, mil veces gloria, porque su misericordia continuamente nos ampara. Sí, gloria a Dios porque con amor él soporta nuestras perversidades. Gloria a Dios por­que él nunca se impacienta con nosotros. Gloria a Dios porque su compasión no falla.

¿Te gustaría anunciar tu empresa aquí? Leer más

¿Qué opinas? Únete a la Discusión