Al hablar a Dios el hombre puede expresarse ante El, interpelarle en un diálogo de confianza y también contarle cuanto sucede a su alrededor.
El hombre puede expresarse ante el Señor, reconociéndose pecador necesitado de salvación. El pecador puede gemir ante su Padre, pedir perdón, decir su culpa y solicitar el remedio. También el hombre puede reconocerse como criatura, pequeña, limitada, efímera ante el Hacedor del Universo. O puede agradecer los beneficios que a diario recibe de las manos divinas, y expresar al Señor su alegría por sentirse amado y favorecido a manos llenas.
Dios conoce al hombre. Antes de que en nuestros labios afloren las palabras, ya El las conoce todas. Sin embargo, cuanto le decimos nos permite a nosotros mismos reconocer lo que somos ante el Creador.
También el hombre puede interpelar a Dios. Se dirige al Señor Todopoderoso tuteándole con una admirable confianza. Los orantes son los hombres que se atreven a hablar y a esperar respuesta de Dios, son los que le desafían para que actúe, los que le exigen que intervenga en la historia, los que le reclaman y le reprochan. La Biblia trae numerosas páginas en donde vemos cómo el hombre interpela a Dios. A veces es Abraham quien negocia con Dios, punto a punto, el perdón de las ciudades pecadoras, o Moisés, quien le habla como un amigo, o Job que le dice:
Clamo a ti, y no me oyes;
Me presento, y no me atiendes.
Te has vuelto cruel para mí;
Con el poder de tu mano me persigues.(30,20-21)
o Jeremías que le lanza sus reclamos:
Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. (Jeremías 20:7)
A Dios también se le puede hablar de los demás. Se le pueden enumerar las necesidades del pueblo, las urgencias de los amigos. El profeta le habla a los hombres acerca de Dios, el intercesor le habla a Dios acerca de los hombres.
Este oficio de pedir por sus hermanos de raza y de sangre lo desempeñó intensamente Jesús (Jn. 17), y todavía lo sigue cumpliendo, pues en el cielo vive para interceder por nosotros.
¿Cómo dosificar ante Dios nuestra palabra? ¿Cuándo hablar de nosotros mismos y cuándo de los hermanos? ¿Cuándo centrarnos en El y cuándo en nuestros problemas? La respuesta la tienen el amor y la necesidad, la confianza y el oficio, la fe y el interés.
La confianza en Dios es necesaria y útil para poder atrevernos a hablar con Él.
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