El Camino es una Persona, no una Doctrina según el Apóstol Juan

Cita Bíblica: Juan 14:1-14

Jesús le dijo: yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí. Juan 14:6

Jesús nos ha revelado esta realidad sublime, cuando trataba de animar a sus discípu­los ante la cercanía de su regreso al Padre; una vez consumado Su sacrificio en la cruz. Ante este acontecimiento los discípulos se encuentran en profunda turbación. Por eso Él los anima adelantándose a los acontecimientos, con estas palabras:

“No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en Mí” (v. 1).

La fe en Jesús como en el Padre es la medicina que cura toda turbación. Esto es lo que el Maestro de la sanidad recomienda a sus enfermizos discípulos. Y para animarlos aún más a tomar esa medicina de la fe, les dice: En la casa de mi Padre muchas mora­das hay,… voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (v. 2).

Jesús quiere transmitir a sus discípulos ese ánimo de esperanza viva, más allá de estas tribulaciones diarias y de los afanes de este mundo. Va a la casa del Padre para “pre­parar lugar para vosotros”. Sus discípulos no podían imaginar algo así, pero Jesús les está hablando de su gran compromiso con ellos, hasta situarlos en la misma casa del Padre con Él. Una y otra vez oiremos a los discípulos de Jesús decir: “Las tribulacio­nes presentes no son nada en comparación de los bienes venideros”. Esto lo decían cuando ya habían recibido el Espíritu Santo. Pero cuando Jesús les anunciaba la entrada a la casa del Padre, ellos estaban turbados y perplejos, se sentían profunda­mente sorprendidos. Así comprenderemos mejor la pregunta de Tomás:

“Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (v. 5).

Jesús les estaba diciendo que iba a la casa del Padre, y Él Mismo prepararía el cami­no y el lugar para que ellos pudieran llegar y disfrutar en las moradas del Padre. Jesús sembraba la semilla de Su Palabra en sus discípulos, sabiendo que el Espíritu la haría germinar en sus corazones, aunque ahora estuviesen endurecidos. Por eso Él res­ponde las preguntas de sus discípulos, afirmando que Él Mismo es el Camino para lle­gar a la casa del Padre. Jesús estaba abriendo personalmente ese CAMINO para nos­otros mediante su sacrificio en la cruz y su resurrección.

camino, cristo, sigue, cielo

Por eso en otro lugar las Escrituras dicen:

“Teniendo libertad para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de Su carne” (Hebreos 10:19-20).

Jesús no hace camino entre sus discípulos con una doctrina o con una sociología ético-moral, sino que Él mismo, en persona, es ese CAMINO, en el cual el discípu­lo entra por la fe, y no por un aprendizaje o por su conducta moral.

Esto sería así si se tratase de aceptar una doctrina, pero aquí se trata de aceptar en plena certidumbre de fe a una PERSONA, Jesús el Hijo de Dios. Esto es lo que dis­tingue a los discípulos de Jesús de toda religión. Los seguidores de una religión tie­nen que aprender esa doctrina y tratar de adecuar su conducta a esas normas.

Los que aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, Él es también nuestra verdad y nuestra vida. La verdad no es en este caso una doctrina, es el mismo Jesús; y la vida no consiste en adecuar nuestra conducta a esa doctrina, ya que esa vida es Jesús. Por eso el dice:

“El que cree en Mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47). Y el testimonio de Dios, el Padre es: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida’’ (1 Juan 5:12).

Esto es algo que muchos a través de los tiempos nunca han asimilado, por eso trata ron de hacer de la revelación de Dios una doctrina como camino y verdad. Sin embargo la Palabra de Dios nos muestra a Jesús como el camino, la verdad y la vida.

Es, pues, un encuentro personal con Jesús por medio de la fe, no un seguimiento de ­una doctrina.

Su Palabra no es una doctrina, sino la expresión más cercana de Su presencia, que el creyente encuentra en la fe.

NADIE viene al PADRE, sino por MI

Jesús es el testigo fiel y verdadero, y nos dice con absoluta claridad que, si no es por medio de Él, NADIE puede acercarse al PADRE. Aquí no se trata de discutir las doc­trinas de esos hombres, que nos dicen que hay otros nombres, ya sean de mujer o de hombre, que nos pueden acercar a Dios. Allá ellos y sus doctrinas, pero el Hijo de Dios, Jesús, nos dice: “Nadie viene al Padre, sino por Mi”.

Jesús le dice a sus discípulos: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (v. 7). Después de tres años de convivir con Jesús, sus discípulos no le conocen. Esto se constata en la persona de Felipe, cuando Jesús le pregunta: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?” (v. 9). ¿Por qué razón Felipe no le había conocido? El mismo Jesús nos da la respuesta con una pregunta: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en Mí?” (v. 10). Felipe sólo había visto a Jesús, no había utilizado más que sus ojos, por eso no había visto al Padre que siempre obraba en Jesús.

Hoy también son muchos los que están de acuerdo con el “Jesús” de la historia que narran los Evangelios, como punto de referencia o actitud moral, pero no creen que El Mismo sea el camino para el encuentro con el Padre.

Jesús dice: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (v. 9). Otros piensan que por sí mismos o por medio de otros pueden llegar a Dios. A todos estos Jesús les respon­de: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27).

Parece como si muchos, hoy, pretendiesen buscar nuevos métodos para encontrar ese conocimiento que pertenece a la intimidad de Dios, y que el mismo Padre ha tenido a bien revelárnoslo por medio de Su Hijo mediante la fe.

Aquellos que sustituyen la fe por sus propios métodos para conocer a Dios, también ponen como divisa sus propias buenas obras. Así contradicen a Jesús, que nunca se ha reconocido autor de sus buenas obras, “sino que el Padre que mora en Mí, El hace las obras” (v. 10).

Lo mismo sucede a aquellos que por medio de la fe conocen a Jesús; jamás dirán que son hacedores de buenas obras, antes bien reconocerán siempre que Jesús, quien mora en ellos, hace las obras. Comprueban día a día que Jesús es el único camino que da a su existencia vida eterna, y que es la verdad que les hace libres para hacer la volun­tad del Padre y no la de la carne.

“El que en Mí cree, las obras que yo hago, él las hará también” (v. 12).

Muchos piensan que la fe es una capacidad en sí misma para hacer.

Pero Pablo nos muestra la auténtica finalidad de la fe cuando dice:

“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efesios 3:17).

Esto concuerda con lo que Jesús pide a sus discípulos. La fe no nos hace autómatas para obrar el bien, sino mora­da del Autor de todo lo bueno. Para el apóstol Pablo estar en la fe, significa que Jesucristo está en vosotros. Así dice:

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros?” (2 Corintios 13:5).

Este es Jesús a quien el Padre le “ha dado potestad sobre toda carne, para que le dé vida eterna a todos los que le diste” (Juan 17:2). Sólo Jesús tiene esa potestad, que se da en aquellos en los cuales Jesús mora por la fe; y también tienen vida eterna, por­que tienen a Jesús.

La fe que no encuentra personalmente a Jesús en el Corazón, no es la fe que nos piden las Escrituras; ni las obras, cuyo autor no es Jesús en nosotros, son para gloria del Padre.

Sepamos comprender, pues, desde esa comunión en espíritu mediante la fe, lo que Jesús nos promete con toda firmeza: “y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (v. 13).

No olvides nunca que el Hijo tiene como meta de su obrar la gloria del Padre y la voluntad del Padre. Si intentas cambiar en tu oración esa meta te encontrarás orando en tu nombre, y tendrás como resultado el vacío de tu vanidad.

Jesús te dice: “Yo lo haré”, si tú crees en El como el único camino para ir al Padre.

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