Castigado, pero Amado – Estudio

Castigado, pero amado… Puede parecer contradic­torio, incluso inaceptable. De hecho, una de las si­tuaciones más difíciles en mi vida fue hacerle com­prender a mi hija que aun cuando tenía que castigarla, ella podía tener la certeza de que yo la amaba.

No resulta fácil, incluso para los adultos, creer que al­guien puede amarnos y castigarnos al mismo tiempo. Sin embargo, todo el que ha ejercido una paternidad responsa­ble sabe por experiencia propia que es posible amar a la per­sona que al mismo tiempo se tiene que castigar.

No obstante, a pesar de que se puede ser amado por el mismo que nos castiga, resulta complicado, especialmente en nuestra vivencia espiritual, creer que somos objeto del gran amor de Dios, al mismo tiempo que, debido a nuestros peca­dos y maldades, estamos siendo objeto de sus dolorosos cas­tigos, de sus severas reprensiones y de su incómoda disciplina.

En los momentos de dolor, tristeza y frustración que pro­duce el castigo, lo natural es creer que Dios está enojado con nosotros, que ya no nos ama, que nos ha retirado su divina protección.

Sin embargo, no es así. Dios nos ama aun cuando —mejor dicho, especialmente cuando— por nuestra maldad, y para nuestra corrección, tiene que castigamos. Prueba irrefutable de esta verdad son las palabras que le dice a David, hablan­do sobre su heredero:

«Yo seré su padre, y él será mi hijo. Así que, cuando haga lo malo, lo castigaré con varas y azotes, como lo haría un padre. Sin embargo, no le negaré mi amor». (2 Samuel 7:14-15)

Me gusta mucho cómo ha traducido este pasaje la Biblia de Jerusalén Latinoamericana: «Yo seré para él padre y él será para mí hijo». Pero fíjate con más atención en la frase que sigue:

«Si hace mal, lo castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres». Y ahora repara en cómo continúa: «Pero no apartaré de él mi amor».

Hay varios aspectos de estos dos versículos que merece la pena destacar:

En primer lugar, volvamos a las palabras iniciales del pasaje: «Yo seré su padre, y él será mi hijo». Esta afirmación muestra que es Dios quien toma la iniciativa para que lleguemos a ser sus hijos. Salomón, a quien se refieren estas palabras, ni siquiera había nacido cuando Dios ya estaba contando con él como uno de sus hijos.

¡Maravilloso amor de Dios! Antes de que naciéramos, él ya nos había predestinado para ser hijos suyos.

En el concilio del cielo se dispuso que los hombres, aunque transgresores, no debían perecer en su desobediencia, sino que por medio de la fe en Cristo como su sustituto y fiador pudieran convertirse en los elegidos de Dios, predestinados para la adopción de hijos por Jesucristo y para él, según el puro afecto de su voluntad. Dios desea que todos los hombres sean salvos, pues ha dispuesto un amplio recurso al dar a su Hijo unigénito para pagar el rescate del hombre.

Comentario Bíblico

En segundo lugar, al decir «si hace mal» está indicando con toda claridad que Dios prevé nuestra falibilidad, nuestras caídas y, aun más que simplemente preverlas, él ha hecho provisión para ellas. Nuestras caídas en pecado no lo toman por sorpresa.

«El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fue una revelación “del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silen­cio”. Fue una manifestación de los principios que desde eda­des eternas habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Sa­tanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previo su existen­cia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo, que se comprometió a dar a su Hijo unigénito “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”».

castigado, amado, Dios, castigoEn tercer lugar, «lo castigaré» indica claramente que Dios, a sus hijos que fallan pero que desean seguir siendo sus hijos, no los elimina: los corrige. La opción de Dios para el hijo que peca no es la excomunión, es la corrección. La opción de Dios para el hijo que peca no es el abandono, es la edu­cación. La opción de Dios para el hijo que peca no es cor­tarlo, es curarlo. La opción de Dios para el hijo que peca no es acabar con él, es prestarle ayuda.

La clave para apreciar y aprovechar para nuestro bien el castigo y la corrección divinos, radica en encontrar en ellos pruebas del amor de Dios hacia nosotros.

Una sección de las Escrituras que puede ser útil en este aspecto es Hebreos 12: 6-11.

Este pasaje nos dice que los sufrimientos y dificultades de la vida, que en muchas ocasiones tienden a desanimarnos y a hacernos dudar del amor de nuestro Padre celestial, son en realidad los castigos de un padre amante porque, según afirma: «El Señor disciplina a los que ama».

Es cierto que Cristo ha cargado ya con el castigo por el pecado de su pueblo, pero todavía no ha eliminado las con­secuencias del pecado, tan necesarias para la corrección de nuestras faltas.

En lugar de quejarnos y desanimarnos por los sufrimien­tos causados por pérdidas materiales y humanas deberíamos, con fe y por fe, repetir las palabras de Job:

«El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!». (Job 1:21)

Más adelante en esta sección de Hebreos también se nos dice que el castigo es inevitable en la relación padre-hijo que comenzamos cuando nos hacemos cristianos: Dios «azota a todo el que recibe como hijo». La palabra todo incluye a todos los que hemos sido recibidos como hijos por nuestro Padre celestial. Asimismo agrega que ser objetos del castigo divino es la prueba inconfundible de que somos hijos legíti­mos de Dios: «Si a ustedes se les deja sin la disciplina que todos reciben, entonces», afirma, «son bastardos y no hijos legítimos».

Porque somos hijos de un padre que nos ama eterna­mente y sin condiciones podemos estar seguros de que sus castigos son siempre «para nuestro bien, a fin de que parti­cipemos de su santidad».

Continuando con el análisis de nuestro texto, fijémonos en las palabras que aparecen en cuarto y último lugar: «No le negaré mi amor». Estas palabras señalan el maravilloso hecho de que Dios no deja de amar a sus hijos cuando estos, por alguna razón, hacen mal.

Elena G. de White nos dice:

Debemos recordar que todos cometen equivocaciones. Aun hombres y mujeres que han tenido años de experiencia, a veces yerran. Pero Dios no los abandona a causa de sus errores: a cada descarriado hijo o hija de Adán, les da el pri­vilegio de otra oportunidad.

¡Maravilloso amor de Dios! Él no aparta su amor de sus hijos que fallamos. ¡Maravilloso amor de Dios! El no nos abandona a causa de los errores que con frecuencia comete­mos. ¡Maravilloso amor de Dios! El a cada descarriado hijo c hija de Adán nos da el privilegio de otra oportunidad. Pero aún más y mejor que todo esto: ¡Maravilloso amor de Dios!, porque no nos deja en nuestros pecados, sino que nos disci­plina para animarnos a abandonar el pecado.

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