Ciego He Sido, más Ahora Veo la Luz – Estudio

Cita Bíblica: Juan 9:1-41

Entre tanto que estoy en el mundo Luz soy del mundo. Juan 9:5

Este capítulo nos narra la curación de un ciego de nacimiento. Los discípulos de Jesús conociendo la manera de pensar de los maestros fariseos, le preguntan a Jesús:

Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?” (v. 2).

La lógi­ca religiosa o la lógica humana casi nunca concuerdan con los planes de Dios en su creación. Parece ilógico que un ciego de nacimiento, sentado y pidiendo limosna en las puertas, estuviese puesto para que las obras de Dios se manifestasen en él. Pues esta es la respuesta de Jesús a sus discípulos:

“No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3).

Para interpretar nuestra propia vida con todas sus circunstancias es preciso caminar bajo la Luz. Porque, si no, la realidad de nuestra propia vida nos puede resultar tan absurda como untar con barro los ojos de un ciego.

¡Cuántas veces nos quedamos en la parte negativa de los hechos, y no buscamos la parte positiva de la vida!

“Ve a Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista”

Qué absurdo parece untar con barro los ojos para ver; tan absurdo como decir: “El que cree en Mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).

Pero este hombre ciego de nacimiento obedeció a Jesús. Fue y se lavó como el Señor le había dicho, y regresó viendo. Este hombre no conocía a Jesús, pero Jesús se acer­ca a él para darle la vista; y el ciego obedece a Jesús sin reparar lo más mínimo en el modo o la forma de actuar de Jesús. Podíamos decir que este hombre obedeció cie­gamente, y por eso regresó viendo claramente. En este hecho evangélico se refleja también, como el Señor Jesús se acerca a cada hombre para que reciba la luz de la vida. Si el hombre le obedece y cree, sus ojos también son abiertos: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).

“¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta” (v. 17).

Desde los versos 13 al 34 este hombre se tiene que enfrentar a las opiniones de los maestros de su pueblo, que no concuerdan con el hecho de gozo que se había obrado en su vida. No debemos olvidar que para los fariseos este hombre había nacido en pecado; jamás había podido leer ni una sola palabra de las Escrituras; y para colmo había mendigado toda su vida. Este hombre ante la doctrina y la preparación de los fariseos no tenía nada que hacer. Y además ellos tenían dicho que, “si alguno confe­saba que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (v. 22).

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Los calificativos que los fariseos dan a Jesús son:

“Este hombre no procede de Dios” (v. 16), “ese hombre es pecador” (v. 24), “no sabemos de donde sea” (v. 29).

Cuando el hombre hace de la Palabra de Dios una doctrina sobre la que decide y manda, pronto se va a encontrar enfrentado al mismo Dios a quien dice honrar. Tales hombres se llaman maestros de la Palabra, pero no son hacedores de la Palabra.

Este hombre, que había sido ciego, no tenía recursos doctrinales para defenderse ante los maestros fariseos. Pero tenía un único recurso vital: lo que Jesús había hecho en su vida, sacándolo de las tinieblas a la luz. Esta realidad existencial de su propia vida no la puede anular toda la doctrina de los fariseos, ni las opiniones negativas vertidas sobre la persona de Jesús. La obra de Dios manifestada en el que había sido ciego, está por encima de toda doctrina e interpretación de los preceptos de la Escritura. Los fariseos para negar esta obra de Dios se apoyan en la misma interpretación que ellos hacen del día de reposo, calificando a Jesús de:

“Hombre que no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo” (v. 16).

Y cuando su argumentación en con­tra de Jesús choca con la evidencia de la obra realizada en el ciego de nacimiento, van en busca de los padres de este hombre con la duda de que él no había sido ciego. Pero los padres no confirman sus dudas, antes por el contrario certifican:

“Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego…, cómo vea ahora….o quién le haya abierto los ojos, edad tiene, preguntadle a él” (v. 20-21).

Los padres de este hombre sabían muy bien lo que se había operado en su hijo, pero también conocían la advertencia de los dirigentes de su pueblo:

Si alguno confesare que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (v. 22).

Esta siempre ha sido la actitud de los que se quedan con la letra de las Escrituras, y no siguen el ritmo de la vida que marca el Espíritu de Dios, haciendo realidad en cada persona, que cree, las promesas de vida que Dios manifestó en Su Palabra.

Este hombre ante la insistencia de los fariseos para convencerle de que el tal Jesús no era, sino un pecador, él respondió:

“Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habien­do yo sido ciego, ahora veo” (v. 25).

“Yo he sido ciego, y ahora veo; este es el argu­mento más contundente ante la especulación doctrinal de los fariseos. Ellos hablaban de la doctrina, este hombre hablaba de su propia vida, que Jesús había cambiado las tinieblas en luz. Aferrado a la luz que había recibido reconoce que Jesús viene de Dios, y dice:

“Si Éste (Jesús) no viniese de Dios, nada podría hacer” (v. 33).

Los fari­seos quedan al descubierto, y se dan cuenta de que ese hombre sin conocimientos les está enseñando, lo que ellos no pueden reconocer con toda su doctrina, pero su orgullosa razón los lleva a decir.

“Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nos­otros? Y le expulsaron” (v. 34).

Esta ha sido y es la excusa, de los que se dicen maestros de la doctrina, para expulsar o excomulgar a los que ellos tildan de herejes, cismáticos, ignorantes, alucinados, etc…; pero no se dan cuenta de que tales “herejes”, al igual que el ciego sanado por Jesús, hablan de lo que Jesús ha hecho en sus propias vidas, que los sacó de la potes­tad de las tinieblas a su reino de luz admirable por la fe que es en Él.

El colmo de la ceguera de esos doctores religiosos y de sus seguidores llega al máxi­mo, cuando en un mismo grupo meten a los que Dios ha justificado y santificado por la fe en Su Hijo, con aquellos que ni admiten a Jesús como Hijo de Dios, siendo uno con el Padre; o con aquellos que ni admiten el Evangelio de Jesucristo. Esta actitud de excomunión indiscriminada la practican preferentemente los sacerdotes y obispos de la Iglesia Católica, demostrando así su nulo conocimiento o su total ceguera para discernir la realidad espiritual y evangélica en las personas en que Cristo está obrando hoy en el mundo. ¿Cómo, si no, llamarían protestantes o evangélicos, con el denominador común de sectas, a todos aquellos que no pertenecen a su Romana Iglesia? Hay grupos religiosos que no tienen nada que ver con los evangélicos ni con el Evangelio de Jesucristo, pero el clero romano, como los fariseos, tiene mucho inte­rés en identificarlos como tales, porque eso repercute en el bien de Roma. Esta fue también la actitud de los fariseos, meter a Jesús, el Santo de Dios, entre el grupo de los pecadores, para quedar ellos a salvo con su propia doctrina y ceguera. Y así, pensando que veían, expulsaron de entre ellos a aquella persona, en quien se habían mani­festado las obras de Dios. Pero según la mentalidad de los fariseos ese ciego de naci­miento, pecador y mendigo, no era la persona idónea para manifestarse la obra de Dios; y como no entraba en sus esquemas doctrinales, le expulsaron.

La mentalidad farisaica y los esquemas doctrinales han sido las dos piedras de moli­no del poder religioso, que ha triturado a través de los siglos a los verdaderos cre­yentes. La pauta de mejor molino la lleva la Iglesia Católica Romana y el mejor moli­nero el papado.

¿Crees tú en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor, para que crea en Él?, le dijo Jesús: El que habla contigo, Él es. Y él dijo: Creo, Señor, y le adoró. Juan 9:35-37

El Señor Jesús va de nuevo al encuentro de este hombre, una vez que ha sido expul­sado por los fariseos. No era un momento fácil para este hombre, pero él en ningún momento dejó de decir lo que Jesús había hecho en él. Las amenazas y las opiniones contrarias a la realidad, que él había vivido y visto desde su primer encuentro con Jesús, nunca le acobardaron para dejar de proclamar lo que se había obrado en su vida. Pero ahora abiertos sus ojos se encontraba solo e incomprendido. Sólo Jesús se acerca a él para llevarle a ese encuentro personal en la fe. No bastaba que le viese con sus propios ojos. Era necesario que creyese para que le fuesen también abiertos los ojos del alma, como le habían sido abiertos los ojos de su cuerpo. La Palabra nos muestra que él creyó, y también vio que Jesús era el Hijo de Dios, por eso le adoró.

Esta es también una gran lección para nosotros, los que hemos visto en nuestras pro­pias vidas las obras de Dios por medio de la fe en Su Hijo Jesucristo. Nuestro princi­pal argumento contra la sabiduría religiosa de los hombres será siempre esa obra de perdón y de amor de Dios que el mismo ha realizado en nosotros por la sola fe. Y con­fesaremos siempre que Su Palabra es verdad, porque ese testimonio de vida se ha hecho realidad en nosotros por medio de la fe en Jesús. “El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo”(l Juan 5:10). El que ve tiene en sí mismo el testimonio de la luz. Aquel que dice que ve y necesita de un montón de guías externos, está ciego. ¿No es esta la situación del Papado con tanta ley y norma para guiar a sus fieles? Jamás la opinión ni las amenazas de los ciegos religiosos nos apartarán del tes­timonio de la luz de la vida que es Cristo Jesús en nosotros.

Jesús dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Juan 8:12).

Este ciego se encontró con Jesús y no anduvo más en tinieblas; creyó en Jesús y tuvo la luz de la vida, y le adoró. ¿Por qué no haces tú lo mismo? ¿Cómo? Ve y lava tus pecados en la sangre de Cristo, creyendo en Él, y regresarás viendo.

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