Cómo debe ser el Culto Cristiano – Estudio

En tanto que la Santa Comunión es quizás el acto más importante de adoración y comunión cristianas -a fin de cuentas, fue instituido por Cristo mismo- no es el único.

Los cristianos primitivos descubrieron que era tan im­portante reunirse tanto de manera formal como informal para el aliento y servicio mutuos, para adoración y ora­ción, para aprender y compartir, que quebrantaron la ley imperial para hacerlo, y estaban dispuestos a hacer frente a la muerte antes que ceder. Así de importante valoraban la comunión de la nueva sociedad.

«Deberíamos ver cómo cada uno de nosotros puede mejor animar a otros al amor y a la actividad del bien, no apartándose de las reuniones de la iglesia, como hacen algunos, sino ani­mándonos unos a otros, y tanto más cuanto que el día del regreso de Cristo se acerca.» (Hebreos 10:24, 25)

Éste fue el consejo dado en la Carta a los Hebreos. La calidad del discipu­lado que engendró aquella comunión cautivó al mundo romano. El antiguo paganismo no tenía nada que pudie­ra compararse con las vidas amantes, útiles y felices de las comunidades cristianas en su seno. Y el moderno paganismo tampoco tiene nada que pueda compararse con ello.

Pero si la iglesia debía hacer esta clase de impacto en la sociedad, su culto había de tener, y debía verse que tuviese, tres cualidades. Sin ellas, lo que se hace en la iglesia resulta tan vacío y carente de significado como una cáscara cuando se le ha quitado la nuez. El culto ha de ser unido, ha de ser compartido, y ha de ser práctico.

1. El verdadero culto ha de ser unido.

predicacion, culto, cristiano, sermonNaturalmente, porque los varios miembros del cuerpo están extendién­dose al unísono para alabar y dar las gracias a su Cabeza y para confiar y aprender de él. Pero si se sabe que el ministro no puede aguantar al organista, que los miem­bros del coro comen caramelos y juegan durante el ser­món, que los miembros de la congregación no se hablan entre sí al acabar, y que los consejos de la iglesia terminan siempre en una impía pelea entre el ministro y uno de los miembros -bien, no será sorprendente que una iglesia así no consiga fruto en su localidad. Es inútil predicar un evangelio de reconciliación si es perfectamente evidente que los miembros de la iglesia no han arreglado sus diferencias. Y esto se aplica a las denominaciones así como a las iglesias particulares.

2. El verdadero culto ha de ser compartido.

El Señor no espera de nosotros que nos metamos en un antiguo mo­numento una vez a la semana, que intentemos compren­der un castellano arcaico, que nos maravillemos viendo cristaleras coloreadas y un coro en resplandecientes ro­pajes, y escuchemos a un profesional con un alzacuello. Allí donde persistan estas condiciones, la iglesia tiene que cambiar. Ha de darse lugar para el mutuo enrique­cimiento de los diferentes miembros del cuerpo. Senci­llamente, no es correcto que un miembro monopolice el servicio. Se debe dar lugar para la discusión de principios cristianos y su plasmación en la vida diaria, y no un mero escuchar pasivo de un sermón del predicador, por mucho talento que tenga. (Esto no significa que no deba haber sermones: ha de haber la proclamación de la verdad de Dios no menos que la discusión acerca de cómo aplicarla. Ambas cosas van juntas.) Debe haber una discusión in­formal en el grupo pequeño lo mismo que en el servicio del domingo, para capacitar a los miembros a que se conozcan, a que confíen y aprendan unos de otros.

3. El verdadero culto ha de ser práctico.

Ha de resultar en «amor y bondad práctica», como nos recuerda el escritor a los Hebreos. En una verdadera solicitud por las nece­sidades de la sociedad a nuestro alrededor. Puede que se trate de discretas visitas a los enfermos, o leer a ancianos encerrados en sus casas. Puede que sea montando una campaña para mejores viviendas o para áreas de juegos para los niños. «Las reuniones están muy bien», observó un amigo al que le mostré este manuscrito en un borrador anterior, «pero los que están muriendo, hambrientos o frustrados en los pisos baratos o en la sala de conferencias a mi lado siguen muriendo. Somos despreciables si nues­tras vidas no son clavadas en aquella cruz con nuestro Señor. Santiago nos dice con toda razón que la «fe» en solitario es inútil; la fe no es fe cuando rehúye dar ab­negadamente todo lo que tenemos y somos.» Éste amigo observa con razón la gran falta de inclinación a obrar entre los cristianos. Preferimos refugiarnos en un cómo­do estudio bíblico. Pero ambas cosas, el estudio bíblico y la acción, están interrelacionados. Sólo aumentaremos en conocimiento según obedezcamos a Cristo y empren­damos un servicio amante y activo para él. En caso con­trario, encontraremos aburrimiento y apatía en el estudio bíblico semanal, cuando el grupo se encuentre y tenga que admitir: «Sentimos que hoy no hemos llegado a ser las manos y pies de Jesús, ¡pero bendícenos de todas maneras!» El culto genuino y las obras genuinas van de la mano. No se pueden separar si lo uno y las otras han de gozar de buena salud.

¿Es el culto una prioridad en tu iglesia? ¿Es unido? ¿Es relevante? ¿Orientado para que todos tomen verdadera­mente parte? ¿Lleva a la acción? Si no, poniéndolo en solícita oración, sé un ejemplo, comienza a mover las cosas. Así es como debiera ser.

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