Cómo Encontrar a Dios – Estudio Bíblico

Encontrar a Dios es poder decir:

Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía (Gen. 28:16).

Una canción religiosa, de moda hace quince años, presentaba a Dios como un pa­pá que jugase con sus hijos al escondite. Detrás del amor de una madre, y los hombres deben descu­brirlo, gozar un momento de su presencia y recomenzar a buscarlo, pues el juego dura toda la vida.

Esa figura de Dios escondido la usó hace siglos el pro­feta Isaías:

Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas. Isaías (45:15).

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Dios está escondido y es evasivo. Apenas el hombre lo experimenta, se esconde de nuevo, dejándole el recuerdo gozoso de la experiencia vivida, e incitándole a reiniciar la búsqueda y a repetir el mismo proceso una y otra vez. “No me buscarías, si no me hu­bieses hallado”, escribió San Agustín, y San Gregorio de Nisa se expresó en estos términos:

“Encontrar a Dios es buscarlo sin cesar. Ver a Dios es no estar nunca harto de desearlo. El es el eternamente buscado”.

A Dios debemos buscarlo, como al tesoro escondido que persigue un guaquero, como a la perla fina que an­hela un mercader de joyas, como al manantial de que es­tá sediento un venado, como el rayo de luz que necesita quien marcha entre tinieblas.

¿Quieres hallar a Dios? Empieza a buscarlo, gímele, hasta encontrarlo como dice Isaías:

Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié. (Isaías 55:6-11).

Ponerse en la presencia de Dios es, pues, solo un as­pecto, solo un momento de la relación que permanente­mente nos debe unir con el Señor: la de un incesante buscar, la de un eterno deseo de contemplar su rostro.

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