Cristo: Nuestra Pascua – Estudio

Cita Bíblica: Juan 19

¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en El. Juan 19:6

Pilato, como juez del Emperador romano, no halló en Jesús delito alguno. Procura por todos los medios apartar a Jesús de la muerte de cruz. Intenta acallar a sus acusado­res presentando a Jesús azotado, con una corona de espinas, y con un manto de púr­pura (v. 1-3). Es sorprendente la justicia del hombre; por un lado, ve que no hay nin­gún delito en Jesús, pero al mismo tiempo, para convencer a sus acusadores: se azota al inocente, se le corona de espinas, se le escarnece dándole de bofetadas y se le ridi­culiza colocando un manto rojo sobre sus hombros, con el saludo: “¡Salve, Rey de los judíos!” (v. 3).

Todo esto no acalla las voces ni los gritos de los que pedían: ¡Crucifícale! ¡Cru­cifícale! De poco vale que Pilato no halle delito en Jesús. Ellos se apoyan en su ley, “y según nuestra ley debe morir” (v. 7). Este es uno de los grandes peligros que corren todos aquellos que hacen de la ley de Dios, “su propia ley”; pues así son jueces tira­nos de la ley, pero nunca hacedores (cumplidores) de la ley. Estos son los que siem­pre usan la ley para muerte, su grito es: “¡Según nuestra ley debe morir!

¿Cómo es posible, que con la ley de Dios, siendo espiritual, justa y santa, se pueda condenar a muerte al mismo Hijo de Dios?

Los acusadores de Jesús habían oído de los labios de Jesús esa afirmación, y lo tuvie­ron como una blasfemia. Por eso dice Jesús:

“¿Al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” (Juan 10:36).

Para Pilato esa ley no tenía valor, pues él era juez romano. Pero según su mitología, le intriga que sea “hijo de un dios”, de ahí su miedo (v. 9); él no quería estar a mal con ningún dios. Por eso trata de averiguar la procedencia de Jesús: “¿De dónde eres Tú?” (v. 9).

“Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra Mí, si no te fuese dada de arriba: por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene” (v. 11).

jesus, pascua, ovejaEl apóstol Pablo dice también a los creyentes de Roma:

“Porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13:1).

Pilato se sabe poseedor de autoridad para crucificar o no crucificar a Jesús. Pero igno­ra por completo el origen de esa autoridad, que le es dada de arriba; de donde es Jesús como le dice a los judíos:

“Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo” (Juan 8:23).

Por eso los judíos a quienes les fue entregada la ley de arriba, tienen mayor pecado que Pilato; porque los judíos con esa ley condenaron al que venía de arriba, a Jesús; sin embargo Pilato sin esa ley le tuvo por inocente. Pero tanto Pilato sin la ley de arri­ba como los judíos con la ley: todos son pecadores ante el Juez de vivos y muertos. Esta era la causa que llevó a Jesús a la cruz: El pecado de todos nosotros, como el de Pilato y el de los judíos.

“Era la preparación de la Pascua, y como la hora sexta” (v. 14).

La palabra hebrea “Pesach” significa: pasar por alto, omitir, perdonar. Cuando la Pascua se celebró por primera vez en Egipto, cada padre de familia debía tomar un cordero de un año sin defecto y degollarlo al atardecer, y con su sangre marcar los postes y el dintel de la puerta de su casa (Éxodo 12).

Pero en esta Pascua, Jesús Mismo era el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Entre las dos luces como era costumbre, el Cordero de Dios fue sacrificado. Como dice Pablo:

“Nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7).

El tiempo de la realidad que simbolizaba el cordero pas­cual tenía cumplimiento en Cristo, nuestra Pascua, porque Dios pasó por alto los pecados de todos nosotros por medio de la fe en su sangre (Romanos 3:25).

“Y El cargando su cruz, salió al lugar llamado Gólgota, y allí le crucificaron” (v. 17-18).

Jesús carga con la cruz de todos nuestros pecados como su propia cruz; y “llevó el mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Y con Él tam­bién clavó en la cruz el acta de los decretos que había contra nosotros (Colosenses 2:14), declarándonos libres de toda culpa y de toda pena por el pecado.

“Cuando hubo tomado el vinagre, dijo: CONSUMADO ES. Y habiendo inclina­do la cabeza, entregó el espíritu” (v. 30).

Se había cumplido todo lo que estaba profetizado de Él hasta en los más mínimos detalles. Incluso los soldados que le crucificaron repartieron entre sí sus vestidos y sobre su túnica echaron suertes. Así se cumplió lo que estaba profetizado en las Escrituras, Salmo 22.18; y también el Salmo 69:21, dice: “En mi sed me dieron a beber vinagre”. Todos los pecadores podemos escuchar de los mismos labios de Jesús, que el sacrificio total y pleno por el perdón de nuestros pecados ha sido consumado. Aquí vemos a Jesús que se ofreció a Sí Mismo sin mancha a Dios y se presentó una vez para siempre en este sacrificio de Sí Mismo para quitar de en medio el pecado (Hebreos 9:26).

Jesús nos dice que el sacrificio por el pecado ha sido consumado en Sí Mismo para remisión de los pecados, por tanto “no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10:18).

Consumado es. No hay más repetición de este sacrificio, ni de forma cruenta con derramamiento de sangre, ni de forma incruenta sin derramamiento de sangre como dice la iglesia católica en su misa. Esto sería negar que Cristo ha consumado en Sí Mismo de una vez y para siempre, un solo sacrificio por los pecados de todos. Así lo escribe Pablo:

“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándole en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5:19).

La Santa Cena no es un sacrificio sino un memorial de que el sacrificio de Cristo en la cruz del Gólgota tiene, hoy como entonces, el mismo poder de reconciliación y de perdón de los pecados. Porque:

“Cristo puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).

Cuando se dice que la “misa” es un sacrificio incruento de Cristo, realizado por mediación del sacerdote, se contradice a Cristo y a las Escrituras; y también se aparta a Cristo como único Mediador y en su lugar se pone el hombre sacerdote. Según la “misa romana” Cristo no ha dicho: Consumado es; sino que el sacerdote lo consumará cada día sobre el altar de una manera incruenta. Pero si hay alguno que aún tenga dudas, la Escritura dice:

“Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).

Y eso lo hizo Jesús en la cruz del Gólgota una vez para siempre: “Consumado es”.

“Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (v. 34).

Los judíos para que en el día de reposo los cuerpos no estuviesen en la cruz rogaron a Pilato les cortasen las piernas. Eso hicieron con los otros dos crucificados, pero al ver que Jesús ya había muerto, un soldado le traspasó el costado con una lanza, para que no hubiese duda de su muerte. Pero con eso se cumplían dos profecías sobre el Mesías: “Mirarán a Mí, a Quien traspasaron” (Zacarías 12:10); y como el verdadero Cordero de Dios: “no quebraréis hueso Suyo” (Éxodo 12:46; Salmos 34:20). Todo esto nos confirma la verdad de los hechos acaecidos para que creamos con firmeza, y así seamos partícipes de este sacrificio consumado en Cristo para nuestra personal salvación.

José de Arimatea y Nicodemo “tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvie­ron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos” (v. 40).

Estos dos hombres, ricos e importantes entre el pueblo, eran discípulos de Jesús, pero secretamente por miedo a sus paisanos. Cuando vieron lo sucedido a su Maestro, no tuvieron reparo en ir a Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Ya no le importa lo que pue­dan decir o pensar los otros judíos. Ellos como discípulos de Jesús van a cumplir una misión sin miedo alguno a las consecuencias. Ellos pudieron comprobar en el cuerpo de Jesús que había sido consecuente con lo que había dicho hasta la muerte en la cruz. Fueron los primeros que palparon y vieron la consumación del sacrificio de Jesús en su propio cuerpo. También comprenderían la carga de perdón eterno que soportaba ese cuerpo inerte, hecho por nosotros maldición, para redimirnos de la maldición de la ley y para que en Él, la bendición de Abraham nos alcanzase también a nosotros los gentiles (Gálatas 3:13-14).

Nuestra salvación completa fue realizada por Cristo Jesús, una vez y para siempre; nosotros vivimos esa salvación en Cristo todos los días por medio de la fe, permane­ciendo en Su Palabra.

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