Cristo, la Puerta de las Ovejas – El Gran Yo Soy: Yavé

Cita Bíblica: Juan 10

El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Juan 10:1

Cuando el Señor Jesús habló de esta manera a algunos de los fariseos que estaban con Él, “ellos no entendieron qué era lo que les decía” (v. 6).

Esto mismo puede sucederle a todos aquellos, que sabedores de la Palabra, la quieren entender bajo el prisma de su lógica personal, al margen del Espíritu de Cristo.

En esa posición mental uno se sitúa dentro de los calificativos con los cuales el mismo Cristo designa a ladrones y salteadores del redil. El ladrón roba para, quizás, hacer su propio rebaño o su propio negocio. Algo parecido se puede decir del salteador. Los dos tienen como finalidad su provecho personal a costa del rebaño. Su éxito personal, el crecimiento de su propia organización, la admiración y devoción que le tributan sus propios seguidores, son los motivos por los que se mueve el sabedor de la Palabra, pero que no tiene el Espíritu inspirador y hacedor de la Palabra. Jesús les llama ladro­nes y salteadores.

La Palabra de Dios nos lleva a Cristo, la PUERTA de las ovejas.

Cuando con la información recibida de las Escrituras nos dedicamos a escalar por los muros y ventanas de nuestra propia mente, entramos por la puerta de nuestro propio “yo”, egoísta y pecador”. Ese “yo” de su propio rebaño, y el que quiera ser de ese rebaño tiene que pasar por ese egoísta y pecador “yo”. Esto ha producido una multi­tud de rebaños del “yo”, tan diferentes y caprichosos como cada “yo” egoísta y peca­dor.

puerta, Dios, cielo

Pero gracias al Dios Eterno que nos ha dado una PUERTA que no es el “yo” mezqui­no y caprichoso, sino el YO SOY, es decir, Yavé. Con este nombre se reveló el Dios de Abraham a Moisés (Éxodo 3:14), y así se presentó Cristo:

“Yo soy la puerta de las ovejas (v. 8); yo soy el buen pastor” (v. 11).

Esto concuerda con lo dicho por el profeta Ezequiel: “Así ha dicho Yavé el Señor: He aquí, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré; yo apacentaré mis ovejas, y les daré aprisco, dice Yavé el Señor” (Ezequiel 34:11,15). Jesús mismo nos explica cómo Él mismo ha venido a buscar sus ovejas, para apacentarlas y darles aprisco. Por eso Él nos dice: “Yo soy la puerta”, la puerta de la salvación, y sólo el que pase a tra­vés de esa puerta, que es Cristo, será salvo; y para cruzar por esa puerta no puedes uti­lizar ningún otro medio, sino sólo la fe. Así comprenderás que los mismos apóstoles repitan una y otra vez: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 11:14; 16:31).

Pero no olvidemos que Jesús dice: “El que por Mí entrare” (v. 9).

No se trata, pues, de entrar por medio de una doctrina más o menos bíblica, ni por medio de unas personas que sus oficios, dicen sacarlos de la Biblia (como los sacer­dotes u otras denominaciones que sin llamarse sacerdotes hacen lo mismo), ni por ninguna otra criatura terrenal o celestial.

El Señor Jesús nos dice: “El que por Mí entrare”. Este es un encuentro personal por medio de la fe, sin intermediarios. Si quieres ser salvo tienes que pasar por el único camino nuevo y vivo para ir al Padre, el cual es Jesucristo. No hay otro camino, aun­que te lo diga el Papa, el primer protagonista de la iglesia del “yo”, o te lo diga el líder religioso que sea.

Cristo no busca “sabihondos” de Su Palabra, sino personas que se acerquen a Él en plena certidumbre de fe, para que le conozcan personalmente en espíritu y verdad. Lo único para lo que nos han valido los sistemas doctrinales de los unos y de los otros, es para dividir nuestras mentes y enfrentar nuestros cuerpos en amargas luchas, que nos han privado de ese encuentro personal con Cristo. Mientras eso sea así, cada cual está entrando por la puerta de su “yo”, que se yergue flameante sobre la cima de todo sistema doctrinal.

Estos sistemas doctrinales son los pastos que preparan esos escaladores del raciocinio religioso para henchir de fanatismo las mentes de sus seguidores. El fanatismo es la antítesis del amor, por lo cual el fanático no se encuentra entre aquellos que han entra­do por la puerta, que es Cristo, pues Su distintivo es el amor en fidelidad a la Palabra de Dios.

Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Juan 10:10

Cristo no vino para henchir nuestras mentes con doctrinas morales, culturales o litúr­gicas, sino para que “tengamos vida”.

El hombre de hoy está lleno de doctrinas diversas, pero totalmente falto de vida en espíritu y en verdad, fundada en el amor. Por eso el mensaje del Evangelio de Jesús tiene plena vigencia para el hombre de hoy, por mucho que digan algunos que está agotado; más bien parece que la fe de muchos se ha agotado, al desechar el mensaje de vida como algo trasnochado. Es un grave riesgo confundir las doctrinas religiosas con el mensaje de vida de Jesús, y desecharlo como si fuese una doctrina nacida de la especulación racional. Estas doctrinas son fruto del hurto, y sólo sirven para matar y destruir. Jesús lo tipifica en la figura del ladrón de las ovejas, al decir: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir” (v. 10). ¿Y qué han hecho las doctrinas que hurtaron la Palabra de Dios, adaptándola a sus propios pensamientos, sino matar y destruir a todo aquel que las acepta, e incluso llevan esa muerte y destrucción a muchos que no las aceptan?

Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Juan 10:11

Cristo lo que dice lo confirma con su propia vida, y El ha puesto su vida en propicia­ción por nuestros pecados, y es el “gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno” (Hebreos 13:20). El apóstol Juan en su primera carta 3:16 dice: “En esto hemos conocido el amor, en que El puso su vida por nosotros”. Jesús es el gran pas­tor, no en razón de una doctrina, sino “por la sangre del pacto eterno”.

“Pues se ofre­ció a Sí mismo sin mancha a Dios” (Hebreos 9:14), “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Efesios 1:7).

Jesús no vino para darnos una doctri­na, sino la vida eterna a todo aquel que cree en El. Esta es la gran diferencia entre los falsos pastores, que tienen como puerta su propio “yo” y su doctrina, y Cristo el autor de la vida (Hechos 3:15). Los falsos pastores sólo dan doctrinas más o menos afina­das con las cuerdas de la moral y la ética, pero que sólo sirven para matar y destruir. Cristo Jesús es el Autor de la Vida, “todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Su Palabra es espíritu y es vida, y como simiente incorruptible hace nacer de nuevo a todo aquel que es de la fe de Jesucristo. Este es el gran “misterio que había estado oculto desde los siglos y eda­des” (Colosenses 1:26), que “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo”, Jesucristo (1 Juan 5:11).

Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. Juan 10:14-15

Tan real y verdadero como es el mutuo conocimiento entre el Padre y el Hijo, así tam­bién es el conocimiento entre Jesús y los suyos. Pero este conocimiento no es algo doctrinal, sino vivencial, nacido de la convivencia en Espíritu por medio de la fe.

Las ovejas llegan a conocer al pastor por el trato diario al conducirlas a pastar y retor­narlas al redil; aprenden también a discernir su voz y sus matices; aprenden a confiar en él y a fiarse de él.

Jesús, como el buen Pastor, hace suya esa comparación. Por boca del profeta Ezequiel el Señor confirma lo mismo diciendo:

“y vosotros, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Yavé el Señor” (Ezequiel 34:31).

Jesús dice que sus ovejas oyen su voz anunciada en Su Palabra. Así afirma con rotundidez:

“El que es de Dios, las palabras de Dios oye” (Juan 8:47).

En cierto momento le dice abierta­mente a los judíos que le rodeaban: “Vosotros no creéis, porque no sois de mis ove­jas” (v. 26). Sólo aquellos que creen en Jesús son ovejas de su rebaño, están atentos a Su voz, Su Palabra, y siguen con decisión Su voz y encuentran en Cristo esos pastos de vida en amor. Son partícipes de la vida eterna que sólo Jesús les da; y jamás pere­cerán (v. 28), ni nadie las puede arrebatar de su mano.

Así podemos cantar con el Salmo 23:

“El Señor es mi Pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar”.

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