Cuando los Sueños se Acaban: ¿Que Hacer?

Introducción

Sentado en un banco de la plaza, Marcio parecía no percibir que centenares de personas transitaban a esa hora por allí. Un dolor penetrante y una devastadora soledad lo abrumaban. Aquello parecía una pesadilla. Todo fue tan rápido que casi no tuvo tiempo de hacer algo para impedir que todo se desbaratase. La pequeña empresa que prosperaba cada día, la familia maravillosa, la imagen de ciudadano honesto, el hombre confiable, el prestigio, el dinero, todo se esfumó en el espacio de un mes.

Las cosas comenzaron con una simple aventura amorosa, un viaje de “trabajo” con una amante por allí, un descuido financiero por allá. Después vino la traición, la mentira, el engaño y finalmente, el deseo de venganza que acabó en homicidio.

Sentado en la plaza, Marcio pensaba si ahora debía huir o entregarse a la policía. Fueron 15 años de lucha, trabajo y sacrificio para construir un sueño que de repente se hizo mil pedazos y se convirtió en polvo. No atinaba ahora ni a preguntarse cuándo fue que se equivocó, o si tenía fuerzas para comenzar de nuevo.

Cuando lo conocí, acababa de salir de la cárcel en liber­tad condicional. Se aproximaba a los 50 años y después de haber aceptado a Jesús como su Salvador en la prisión, se mostraba optimista queriendo comenzar una nueva etapa de su vida, recogiendo los pedazos que quedaban de sus sueños pasados.

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A lo largo de mi vida he conversado con muchas per­sonas que ven cómo sus sueños se caen como castillos de arena. Son personas que en medio del dolor y las lágrimas no consiguen encontrar una salida. Son asaltadas muchas veces por la idea del suicidio o la fuga, olvidando que esos dos caminos nunca fueron la solución para este tipo de problemas.

Lo que dice la Biblia

En el capítulo 24 del Evangelio de San Lucas encontra­mos la experiencia de dos discípulos de Jesús que en una noche oscura, se dirigían de Jerusalén a Emaús, sintiendo que no tenían más fuerzas para seguir soñando ni para construir nada. Eran hombres que abandonaron todo para seguir a Jesús. En él estaban cifrados todos sus proyectos futuros. Querían envejecer al lado de él, y formar parte del reino eterno que, según ellos opinaban, Jesús había venido a establecer.

En realidad, ellos confundieron las cosas. Jesús les había dicho: “Mi reino no es de este mundo” (S. Juan 18:36), pero ellos estaban tan entusiasmados con las perspectivas futuras de grandeza, que no consiguieron interpretar las palabras del Maestro.

Durante siglos, el pueblo de Israel permanecía cautivo esperando la venida del gran Maestro que, según ellos, los libertaría del yugo opresor, pero el verdadero problema del pueblo no era físico o político, sino la ceguera espiritual en la cual vivía. Jesús vendría, sí. El Mesías aparecería como los profetas lo anunciaban, pero su obra libertadora iría más allá de la libertad política, el Mesías vendría para libertar al pueblo de la esclavitud del pecado y convertirlos en reflejo del carácter del Creador.

“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (S. Juan 1:9), afirma Juan.

Pero a pesar de la indiferencia de Israel, Jesús fue aceptado por un pequeño grupo de hombres que fueron sus discípulos. Pero incluso éstos no consiguieron entender el verdadero significado de la venida del Mesías. Al verlo obrando milagros, multiplicando alimentos, curando enfermos y hasta resucitando muertos, pensaban que era cuestión de tiempo y que pronto el Mesías mostraría la verdadera naturaleza de su reino y entonces, sus discípulos serían los que ocuparían los principales cargos del reino que dominaría el mundo.

Soñaban y soñaban en grande. Invirtieron en ese sueño todo lo que poseían. Dejaron casa, trabajo, familia, amigos, todo para seguir a Jesús. El tiempo pasó y cuando parecía que todo estaba listo para el establecimiento del reino, aconteció lo inesperado. Los soldados tomaron preso a Jesús. No. Aquello no podía ser verdad. Pedro sintió que debía hacer algo; tomó su espada y cortó la oreja de uno de los captores, pero el Maestro lo recriminó por eso.

Aquella madrugada, cuando los soldados prendieron a Jesús, todo parecía una horrible pesadilla. Los discípulos no podían creer lo que estaban viendo. Su Maestro estaba preso, llevado en silencio a los tribunales, de un lado para otro, como un delincuente.

Después fue golpeado, humi­llado y clavado en una cruz entre dos ladrones. ¿Te das cuenta? Sueños deshechos. El castillo se derrumbó, y el sábado de mañana comprendieron que no era una pesadilla. Todo era realidad. Su Maestro estaba muerto y enterrado. Los sueños se habían desplomado.

¿Se equivocaron los discípulos al hacer planes para el futuro?

No. Estaban en lo correcto.

Para que la vida merezca ser vivida es preciso soñar. Por lo tanto, atrévete a soñar en grande. << Clic para twittear frase

Pues no llegarás más allá de tus sueños. Los animales no tienen la capacidad de soñar, el resultado es que no viven, sino que sobreviven, pasan por la vida, pero no hacen historia. Pero tú eres un ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, dotado de talentos y habi­lidades, y además, dueño de un cerebro capaz de reconocer los valores morales y espirituales. Por lo tanto, cree y no tengas miedo de soñar.

Sólo que no te atrevas a soñar si no estás dispuesto a pagar el precio de ese sueño, porque todo sueño tiene un precio que te llevará muchas veces a renuncias, sacrificios, compromisos, luchas, sudor, lágrimas y hasta la muerte. Pero no temas, las personas incluso pueden matar al soña­dor, pero nunca matarán un genuino sueño.

El sueño nace en el corazón de alguien y puede pasar de generación en generación hasta hacerse realidad. ¿Quieres un ejemplo? José de San Martín y Simón Bolívar soñaban con una América del Sur libre. Hoy ambos están muertos, pero los países sudamericanos son libres. Los soñadores murieron, pero el sueño vive.

¡Ninguna persona, familia, iglesia, empresa o nación, sobrevivirá si no es capaz de soñar! Se habla hoy de la famosa “visión de futuro”. Se escriben libros acerca de eso y con razón, porque es la visión de futuro la que le da sentido a la existencia y nos muestra el destino hacia el cual marchamos y por el cual vivimos.

¿Pero qué hacer cuando se sueña y se paga el precio del sueño y de todas formas, de repente, todo vuela por los aires?

Analicemos entonces la situación de aquellos dos discí­pulos en aquel domingo de mañana cuando se dirigían de Jerusalén hacia Emaús. Eran apenas 12 km, pero de­bieron ser los más largos en la vida de esos dos soñadores frustrados. El texto bíblico dice que ellos:

“iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido” (S. Lucas 24:14).

¿Qué había sucedido? Jesús había muerto, sus sueños se habían acabado, los discípulos se habían esparcido, Judas se había ahorcado, Pedro se convirtió en traidor, y los otros se habían escondido de los judíos. A pesar de ser todavía de día, todo parecía oscuro en la vida de esos dos discípulos; sólo se animaban a recordar lo ocurrido y a “comentar entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido”.

¿Sabías que sacamos fuerzas del pasado a pesar de nuestra vertiginosa proyección hacia el futuro? Nunca tengas miedo de mirar hacia atrás, especialmente hacia aquello que hiciste mal. Observa tus frustraciones y derrotas.

Todos dicen que debemos olvidar las derrotas y los fra­casos y que debemos estar siempre listos para intentar de nuevo. Bien, intentar de nuevo sí, pero dejar de tener en cuenta las derrotas y los fracasos, jamás. Porque en la batalla de la vida gana quien sabe perder, quien sabe capitalizar la derrota, quien no vive lamentándose por algo que no resultó, sino al contrario, enfrenta la derrota sin rencor, sin amargura, analizando e investigando por qué falló.

Si el sueño se derrumbó, atrévete a crear nuevas expec­tativas y oportunidades. Cada día es un nuevo día. Todo tuyo. Limpio. Abierto y prometedor. Llega con las alas blancas de la esperanza, listas para despegar desde el valle de tus derrotas rumbo al infinito de nuevas realizaciones. Enfrenta cada día sin miedo. Como el águila enfrenta el brillo del sol. Incluso cuando sus pupilas quedan cegadas por la luminosidad del astro, ella siente bullir la sangre en sus venas, abre sus alas y sale, rompiendo el azul del cielo, rumbo a nuevos horizontes.

Si tu sueño se hizo pedazos, esto no cambia las cosas.

Un nuevo día está delante de ti. Esto es lo que cuenta.

No lamentes los errores del pasado. No huyas de ellos. Enfrén­talos. << Clic para twittear frase

Habla sin miedo sobre aquello que sucedió, por más doloroso que fuere, sabiendo que por más que sientas que estás sólo, no es así.

El texto continúa diciendo:

“Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos” (S. Lucas 24:15).

¡Esto es maravilloso! Aún cuando no lo sientes, Jesús se acerca. El nunca nos abandona. Se preocupa por ti, conoce tus luchas y lágrimas, sabe cuál es el límite de tus fuerzas, lee tu historia y está listo para levantarte de las cenizas y reconstruir tus sueños.

Es una pena que a veces, cuando recordamos el pasado, no lo hacemos con serenidad ni con la intención de sacar lecciones de los errores. Es triste saber que frecuentemente recordamos el pasado con rencor, llenos de pesimismo y autocompasión, culpando a otros, y ese clima que crea­mos a nuestro alrededor no nos permite ver a Jesús que se aproxima para ayudarnos. La historia bíblica dice que “los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen” (S. Lucas 24:16).

La historia de Betty

Betty se enamoró de un joven con el cual se escribió car­tas por varios meses mientras él estaba en prisión, pagando una condena por errores cometidos en el pasado. Pero Betty estaba sola en este noviazgo, porque nadie de su familia ni entre sus amigos aprobaban aquella relación.

El problema no era el pasado del joven. Creo que todo el mundo debe tener una nueva oportunidad en la vida. El problema era su carácter. La mentira parecía ser una conducta aceptable en su vida. Estaba en prisión por fraude. Y su comportamiento actual evidenciaba que no había cambiado. Su concepto de la vida era muy liviano, no tenía ningún compromiso con la verdad.

Todos se daban cuenta de eso, menos Betty.

Fue aconse­jada, advertida y hasta reprendida por sus padres y amigos, pero nada hizo que cambiara su opinión con relación al joven. Ella tenía un buen empleo, un salario extraordinario y a los 35 años había logrado poseer algunos bienes. Todo indicaba que el joven, 8 años menor que ella, sólo quería aprovecharse de la situación.

Y así fue. Betty se casó cuando él salió en libertad con­dicional, se endeudó para juntar dinero para una supuesta empresa que el marido quería establecer, vendió algunos de los bienes que poseía y cuando parecía que todo estaba resultando bien, que el sueño aparentemente se hacía realidad, el marido desapareció llevándose todo el dinero y dejando a Betty literalmente sin nada.

El tiempo pasó y Betty se aisló para la vida y para los hombres. Se apartó de su familia y de sus amigos. Se negó a hablar de lo sucedido. Sufrió en silencio. Pensó que Dios la abandonó o que era muy cruel por permitir que todo aquello le sucediera.

Un día ella me llamó. Había mucho rencor y amargura en su voz. Sus palabras estaban llenas de veneno. Habló mal de Jesús, de la iglesia y de la familia. “¿Entonces por qué me llamaste?” Pregunté. Guardó silencio por algunos segundos y dijo: “Estoy sola pastor, estoy muy sola, y ne­cesitaba hablar con alguien”.

Fue doloroso para ella contarme los detalles de su his­toria. La herida dolía, pero la expuso delante de Jesús, el gran Médico. Era una herida infectada, purulenta, pero quedó limpia por la gracia divina. Por primera vez pudo hablar de lo sucedido y de repente sus ojos se abrieron y se dio cuenta que no estaba sola. Todo ese tiempo Jesús había estado cerca y ella no lo había percibido. La amargura, el rencor y la tristeza no la habían dejado sentir la paz que la presencia de Jesús proporciona.

Y ahora surge una pregunta:

¿Por qué será que cuando la tormenta llega, casi siempre somos incapaces de sentir la presencia de Jesús?

La respuesta está en la declaración de los discípulos. Jesús los interrogó sobre qué cosas habían acontecido en la ciudad. La respuesta no se hizo esperar. Los eventos tenían por centro a:

“Jesús Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo” (San Lucas 24-19).

¿Te das cuenta? Aquellos discípulos sabían lo que las otras personas hablaban acerca de Jesús. ¿Y ellos, qué decían? ¿Por qué no daban su opinión? ¿Por qué no afirmaban que Jesús era realmente el Mesías?

Una relación teórica con Jesús no ayudará mucho cuando aparezcan las dificultades. No basta con estudiar la Biblia. Es preciso encontrar a Jesús en ella. No es sufi­ciente orar. Es necesario buscarlo a través de la oración. Es preciso ir a la iglesia, teniendo en mente que vamos para encontrarnos con Jesús. El tiene que salir de las páginas de la Biblia para convertirse en una experiencia diaria.

Tiene que salir de los tratados de teología para convertirse en vida y realidad. Porque solamente la presencia de un Cristo vivo y real, nos ayudará a esperar con paciencia cuando las respuestas tardan en llegar.

“Pero —dijeron los discípulos— nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (S. Lucas 24:21).

Aquellos discípulos comenzaban a dudar de las promesas de Jesús. El había prometido que resucitaría en el tercer día, y aparentemente no había sucedido nada. Somos exigentes. ¿Te das cuenta? Queremos todo aquí y ahora. Nos somos capaces de esperar pacientemente el cumplimiento de los grandes actos divinos. Olvidamos que el consejo bíblico dice:

“Echa tu pan sobre las aguas: porque después de muchos días lo hallarás” (Eclesiastés 11:1).

Somos así en todo. Hasta en la vida espiritual. Conocemos a Jesús hoy, y mañana queremos tener la vida de un cristiano adulto. Olvidamos que el tiempo es un factor indispensable en el crecimiento y que a un bebé recién nacido le lleva años convertirse en un atleta vencedor de maratones de 42 kilómetros.

La historia de estos dos discípulos termina con una invi­tación de parte de ellos.

“Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado” (S. Lucas 24:29).

Jesús aceptó la invitación, entró para cenar con ellos, y en la hora de la bendición se dieron cuenta que aquel desconocido era Jesús el gran Maestro.

Conclusión…

Mi amigo, hoy vivimos en los días finales de la historia de este mundo. Ya es tarde. Ya es muy tarde. Las tinieblas morales y espirituales envuelven a nuestro planeta. Estamos a las puertas de un nuevo siglo. Es hora de ver a Jesús, de abrirle el corazón, de invitarlo a quedarse con nosotros. No puedes retardar tu decisión. Hace mucho frío sin Cristo. El hielo de la indiferencia humana quema el alma. El frío del desamor y el desprecio lastima. ¿Por qué no abres tu corazón y clamas: “¡Quédate conmigo Señor!”?

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