¿Diálogo o Monólogo? La Falta de Comprensión – Estudio

Escuchar con atención la palabra del interlocutor, para captar su pensamiento y comulgar con sus inquietu­des o responder a ellas es difícil. Para lograrlo debemos vencer nuestro egoísmo.

Muchas veces las personas actúan de una manera egoísta cuando están en una conversación. He tenido la oportunidad de querer contarle a mis hermanos de la iglesia de algún problema por el que he estado pasando, y lo que he recibido como respuesta ha si frases trilladas como: Es que usted no tiene fe hermano. y continúa diciendo la persona: fe hermano, tenga fe, el justo por la fe vivirá. Cuando recibí esa respuesta era lo que menos esperaba, simplemente yo quería un hombro en el cual apoyarme, pero no esperaba una crítica, sino un consejo.

Con frecuencia en las mesas redondas, que con tanta frecuencia se organizan, no se dan diálogos sino monólo­gos sucesivos. Un orador habla sobre un tema, y los de­más guardan silencio respetuoso. Cuando aquel termina, otro interviene, no necesariamente para complementar las ideas que el primero expuso, sino para iniciar su pro­pio discurso, que a lo mejor estaba preparando mental­mente, mientras el primero se expresaba, y así actúan también los demás.

Este es un caso muy importante mencionarlo, porque muchas veces las personas en la iglesia tienen que tragarse todo lo que pasa a su alrededor, por la falsa creencia de que tenemos que ser humildes. Las personas que tienen la tarea de capacitar a los hermanos no toman en cuenta los sentimientos de su audiencia, y se extralimitan en sus funciones.

diálogo, monologo,jesús, comprensiónAlgo parecido acaece en muchos grupos de oración, cuando se hacen las peticiones. Todos por turno, van di­ciendo sus necesidades, y al terminarse oye un rutinario te rogamos, Señor” que apenas si alcanza a ser como la señal de que la siguiente persona puede hablar. Muy po­cas veces los “hermanos” se interesan por profundizar la petición que alguno ha hecho y por unirse en oración al Señor para interceder por su necesidad, y mucho menos en mencionar sus nombres.

En otras ocasiones, la falta de diálogo se debe a la distracción, o al vacío, al sopor y la falta de comprensión y de interés por el prójimo.

Es como cuando una persona tiene puestos un par de audífonos. Aparentemente los está usando, pero puede desconectarlos o apagarlos, y sin embargo, mantenerlos colocados sobre los oídos. Da la sensación de que no le importa lo que su iterlocutor está diciendo, quiere aparentar que está escuchando, pero de hecho no está oyendo absolutamente nada.

Algo similar puede suceder en la oración. Uno puede ir al grupo de oración y sentarse piadosamente mientras la mente empieza a divagar, mientras se adormece piado­samente ante el Señor, aprovechando la atmósfera tibia, las sillas cómodas y quizá la penumbra que se ha creado para facilitar el recogimiento. También puede gastar el tiempo preocupándose por contar el número de los asis­tentes, detallar las personas que vienen por primera vez atender a los que llegan retardados, mirando si tienen o no dónde sentarse o dónde colocar sus abrigos y para­guas, vigilar a los niños pequeños y divertirse con sus movimientos e inquietud, estar pendiente del teléfono que puede sonar o del café que se ha de repartir. Todo eso dificulta la oración. Por eso se necesita escuchar a Dios con serenidad.

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