El Dios de Muchas Oportunidades – Estudio

¿Así que has vuelto a caer en el mismo pecado por enésima vez y quieres que Dios te perdone y te dé otra oportunidad?

La petición de una nueva oportunidad es un ruego que se hace a Dios con temor de ser rechazado, pero con la espe­ranza de ser aceptado. Es un ruego que se hace con el rostro lleno de vergüenza, pero con el corazón anhelante de perdón. Es un ruego que se hace con el entendido de que se ha fracasado, pero con la voluntad de triunfar. Es un ruego que se hace cuando no existen justificaciones por nuestros errores, pero sobran motivos para intentar de nuevo la victoria.

Pero, ¿cuántas veces está Dios dispuesto a darnos otra oportunidad?

Tantas como necesitemos y pidamos.

¿No te lo crees?

Entonces necesitas que, juntos, repasemos algunos mo­mentos críticos de la vida de Pedro, uno de los grandes dis­cípulos de Cristo.

En una ocasión, Jesús le ordenó a Pedro:

«Lleva la barca hacia aguas más profundas, y echen allí las redes para pescar».(Lucas 5:4) Pedro le respondió: «Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada». Y agregó: «Pero como tú me lo mandas, echaré las redes». (Lucas 5:5)

Y habiéndolo hecho, ocurre lo inesperado, lo imposible, lo milagroso: atraparon tal cantidad de peces que la red se rompía.

El impacto de la presencia de Cristo y su tremendo poder hizo a Pedro caer de rodillas ante Jesús y suplicarle:

«¡Apár­tate de mí, Señor; soy un pecador!». (Lucas 5:8)

Observemos la reacción de Jesús a este ruego de Pedro: «No temas». (Lucas 5:10) No tengas miedo. ¿Miedo de qué? De ser pecador, por supuesto. No hay que temer ser pecador, porque en Cristo tenemos un extraordinario Salvador.

Pedro le pidió a Cristo que se alejara, pero Jesús no le hizo caso. Al contrario, se acercó más a él y le prometió conver­tirlo en ministro del evangelio, en pescador de hombres.

Es triste saber que somos realmente pecadores, pero no he­mos de angustiarnos por ello, pues Jesús es nuestro Salvador. Sabemos que somos indignos de andar con Jesús; sin embargo, él quiere tenernos a su lado, se goza en andar con nosotros y, en sus planes para salvar al mundo, él cuenta con nosotros.

oportunidades, Dios, pensamiento

En otra ocasión, los discípulos se encontraban en medio de una tempestad en pleno mar, cuando, «en la madrugada, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Cuando los discípu­los lo vieron caminando sobre el agua, quedaron aterrados».5 Frente a tan inusual acontecimiento, «¡Es un fantasma! —gri­taron de miedo» los discípulos. «Pero Jesús les dijo en seguida: “¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo”». (Mateo 14:27)

En medio de su asombro: «Señor, si eres tú —respondió Pedro—, mándame que vaya a ti sobre el agua». «Ven», dijo Jesús. (Mateo 14:28-29) Pedro obedece, intenta caminar sobre la aguas, lo logra, avanza; pero, de repente, se llena de autosuficiencia, aparta su mirada de Jesús, observa el fuerte viento, siente miedo, su fe flaquea, comienza a hundirse, siente que se ahoga, en su an­gustia clama desesperado: «“¡Señor, sálvame!” En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo», ¡lo salvó! (Mateo 14:30-31)

Pedro se había llenado de orgullo y se había vaciado de Cristo. Tenía falta de fe y exceso de confianza propia. Apartó su mirada de Jesús y la fijó en sí mismo y en sus problemas. No obstante, a pesar de su gran falta de fe, al pedir a Cristo otra oportunidad, Jesús lo salvó en el mismo instante que le oyó clamar: «¡Señor, sálvame!».

Pues sí, Dios salva a los que nos hundimos por nuestra falta de fe, a los que fracasamos por nuestras dudas, a los que el or­gullo y la autosuficiencia nos están sumiendo en el pecado. Dios salva, y salva de inmediato, a todo aquel que en la angustia de su desgracia clama: «¡Señor, sálvame!».

En otro episodio de su ministerio, Jesús anuncia su muerte a sus discípulos. Pedro lo lleva aparte y le dice: «Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acon­tezca! ». (Mateo 16:22, RV95) Jesús le responde: «¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres». (Mateo 16:23)

No obstante, en los dos primeros versículos del capítulo 17 de Mateo, se asevera que, a pesar de tan desastrosa ac­tuación, Cristo sigue considerando a Pedro su amigo espe­cial: le concede el privilegio de ser uno de los tres testigos del singular momento de su transfiguración.

¡Qué Salvador más extraordinario es Jesús! Al Pedro que le era tropiezo, al Pedro que no tenía su mirada en las cosas de Dios sino en las de la tierra, al Pedro que actúa como el mismo Sata­nás, Jesús no lo desecha. Por el contrario, lo acerca y lo hace parte de su círculo más íntimo y testigo de su transfiguración.

Ha llegado el momento de entender que Dios nos ama aun cuando por nuestra torpeza actuamos como Satanás. No tengas ni la más mínima duda, Jesús nos sigue amando, a ti y a mí, aun cuando por nuestra forma de pensar y actuar somos piedra de tropiezo para otros; nos sigue amando aun cuando, víctimas de nuestro egoísmo, quitamos nuestra vista de las riquezas celestiales para colocarla en las miserias de los pla­ceres terrenales.

El último acontecimiento que vamos a considerar con res­pecto a la vida de Pedro es cuando promete que nunca aban­donará a Jesús.11 Insiste en que está dispuesto a morir antes que negar a su Salvador.

Sin embargo, Pedro no solo lo negó a las primeras de cambio, sino que maldijo, y juró que no conocía a Jesús. (Marcos 14:68-72)

Fíjate en lo que Jesús hace con este Pedro al que le cuesta tanto aprender a ser fiel. Después de su resurrección, cuando María Magdalena y sus compañeras van al sepulcro, ven a un joven que les dice:

«No se asusten —les dijo—. Ustedes buscan a Jesús el naza­reno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Pero vayan a decirles a los discípulos y a Pedro: “El va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán, tal como les dijo”». (Marcos 16:6-7)

Sí, sí, ¡no se olviden de tomar en cuenta a Pedro! Él, a pesar de todos sus desastres, sigue siendo mi discípulo. ¡Inaudito!

Es hora de entender que Dios nos ama tanto que, aun cuando nosotros lo abandonemos, él se niega a abandonar­nos, nos sigue amando y sigue contando con nosotros como sus discípulos.

Cuando creas que ya no recibirás más oportunidades, re­cuerda algo importante: «Jesús no le había pedido a Pedro que fuese a él para perecer; él no nos invita a seguirlo para luego abandonarnos».

No importa cuál haya sido nuestro fracaso de ayer, hoy de nuevo podemos oír su voz diciéndonos:

No temas, que yo te he redimido;

Te he llamado por tu nombre; tú eres mío.

Cuando cruces las aguas,

Yo estaré contigo;

Cuando cruces los ríos,

No te cubrirán sus aguas;

Cuando camines por el fuego,

No te quemarás ni te abrasarán las llamas.

Yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. (Isaías 43:1-3)

La clave de la salvación eterna no radica en cuánto ama­mos nosotros a Jesús, sino en cuánto nos ama Jesús a nosotros.

  • El amó y salvó a Abraham después de que se hubiera reído como señal de incredulidad de su capacidad para darle un hijo de la anciana Sara.
  • El amó y salvó a David, que cometió adulterio y un ase­sinato para tapar ese adulterio.
  • El amó y salvó a Jonás, que se negó a obedecer su llamado y se enojó por su misericordia.
  • El amó y salvó a Pablo, que persiguió a la iglesia y participó en la muerte de Esteban.
  • Él es el que busca la oveja perdida y la moneda perdida, el que recibe al hijo extraviado, el que puso su vida para rescatar la nuestra.

Su amor salvador no tiene límites.

Su gracia salvadora no tiene medidas.

Su poder salvador no tiene fronteras.

¿Te gustaría anunciar tu empresa aquí? Leer más

¿Qué opinas? Únete a la Discusión