Cuando te entregas a Jesucristo con adhesión personal, te unes a una familia a escala mundial con los que han hecho lo mismo. Es una familia en la que, según el atrevido lenguaje del Nuevo Testamento, Jesús es el hermano mayor y nosotros somos adoptados a su lado en la familia de Dios de la fe. ¡Qué concepto más hermoso! No hay barreras de raza, de clase, de sexo ni de edad. Es a esto a lo que somos llamados. Naturalmente, no se logra todo de golpe. Desde luego, no llegamos plenamente a ello en esta tierra. Pero todo el énfasis de la ética del Nuevo Testamento nos dice: «Llegad a ser en la práctica lo que ya sois en Cristo.» Sois hijos e hijas -entonces, vivid como tales. Estáis justificados -vivid entonces una vida justa. Estáis lavados -comportaos de manera limpia. Sois todos uno en Cristo Jesús -mostrad vuestra unidad en vuestra vida eclesial. Estáis aceptados en el Amado -cercioraos de que aceptáis a otros miembros de la familia.
Esta es la estrategia celestial. Triste es decir que a menudo la frustramos con nuestras tácticas egoístas, dejando que nos motiven intereses sectoriales o personales. Cerramos nuestros oídos a las necesidades de otros, y nos callamos cuando deberíamos hablar. Pero no puede haber duda alguna acerca del plan del Padre. Él quiere mostrar al mundo, más aún, tal como dice Pablo a los mismos ángeles (que jamás han conocido lo terrible que es el pecado ni la maravilla del perdón) lo que él puede hacer con una comunidad de personas de todo tipo de antecedentes y clases, que se entregan a él y le permiten conformar sus vidas personales y corporativas. «Dios me ha dado el maravilloso privilegio de contarle a todos este plan suyo», dijo Pablo. Es «para demostrar a los seres celestiales cuán perfectamente sabio él es, cuando toda su familia -judíos y gentiles por un igual- son vistos y están unidos en su iglesia».
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