Es la Hora de Conocer a Cristo – Estudio

Introducción

Cita Bíblica: Juan 17

Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a Ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Juan 17:1-2

El Señor Jesús en su diálogo íntimo con el Padre acepta que la hora de la verdad ha­bía llegado para consumar el sacrificio de Sí mismo por el pecado. Jesús refiriéndo­se, ya antes a que:

“ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado” (Juan 12:23-24)

Nos lo aclara con una comparación: El grano de trigo si “no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”.

Este fruto es el que busca Jesús se dé en todos nosotros para gloria del Padre.

La hora del grano es cuando cae en tierra para morir a sí mismo y llevar mucho fru­to; podemos decir que no es enterrado para morir sino para dar nueva vida. Así Jesús nos quiere hacer entender lo que su muerte en la cruz significa para todos los que cre­emos en El. Su muerte en la cruz es vida para nosotros, que estábamos muertos en delitos y en pecados.

Este poder vivificador sobre toda carne se lo ha dado el Padre al Hijo, para que “de vida eterna” a todos los que creen en Él. Pues Dios nos

“ha dado a Su Hijo unigéni­to, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Nadie se puede escudar en la debilidad de su propia carne para que Jesús no le dé vida eterna, pues Jesús tiene poder sobre toda carne, sea débil o fuerte, para darle vida eter­na.

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¿Ha llegado la hora?

Sería bueno que te preguntaras con Jesús: ¿Ha llegado la hora para ti? Es hora de que conozcas personalmente a Cristo y en Él al único Dios verdadero; pues en este co­nocimiento radica la esencia de la vida eterna.

El testimonio de Dios es claro: “Esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12). Solo Jesús tiene esa potestad sobre toda carne, para dar vida eterna a los que en el creen. Porque nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11:27).

Esta es la gran obra que el Padre le dio que hiciese en la tierra (v.4). Para ello tuvo que despojarse de toda su gloria, tomar forma de siervo, semejante al hombre y en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte en la cruz, cargando con todos nuestros pecados (Filipenses 2:7-8). Por eso Jesús a punto de concluir su obra ora de nuevo al Padre: “Glorifícame Tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (v. 5).

“Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu NOMBRE, para que sean uno, así como nosotros” (v. 11).

Ahora el Señor Jesús también ora por sus discípulos que el Padre le dio. Hasta este momento Él mismo les había revelado las palabras que el Padre le había dado, y les había guardado en Su nombre. Pero ha llegado el momento de dejar este mundo. Siente tan cercano ese momento, que dice: “Ya no estoy en el mundo” (v. 11). Esto no quiere decir que Él se desentienda de sus discípulos, pero éstos ya no iban a poder utilizar sus ojos para verlo, sino que comenzaba el tiempo de andar por fe. Así en Mateo 28:20 dice:

“Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. “Pero Jesús, hoy como entonces, vive siempre para interceder por los que creen en Él, “y puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios” (Hebreos 7:25).

“Yo les he dado tu Palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo: No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (v. 14-16).

Aborrecidos por el mundo

Jesús presenta ante el Padre la situación en que se encuentran sus discípulos. El mundo los aborrece porque son portadores del mensaje de salvación de Cristo. De la misma manera que Jesús no es del mundo, tampoco sus discípulos lo son, porque Él los eligió del mundo. Este mundo como esclavo de Satanás odia a todos los nacidos de Dios por la fe en Jesucristo. Por eso el Señor ruega al Padre que los guarde del mal, en medio de un mundo que los odia y aborrece.

Todo esto es una gran llamada de atención para no dejarse intimidar por el odio que puedas sentir, cuando día a día luchas por permanecer en la fe de Jesucristo, alentado por Su Palabra en el poder del Espíritu. Esta Palabra es la verdad de Dios, con la cual siempre nos tenemos que ver identificados, al cumplirse en nosotros sus promesas, que nos santifican como propiedad de Dios en Cristo Jesús.

Él hombre piensa que, desde la proclamación de sus derechos humanos, puede “estar y ser” de este mundo, aunque por todas partes estén en guerras y sean enemigos los unos de los otros. Lo malo es que muchos llamados “cristianos” participan de esta manera de pensar, no teniendo para nada en cuenta lo que el Maestro dice: “Están en el mundo, pero no son del mundo”. La explicación nos la da la misma Palabra de Dios:

“Sabemos que somos de Dios (por la fe en Jesucristo), y no somos del mundo, porque el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).

Si hay “cristianos” que dicen que el mensaje de Cristo no es suficiente para hacer al hombre perfecto, y tienen que echar mano de otros mensajes humanos, entonces esos “cristianos” no tienen el conocimiento del que es Verdadero, Jesucristo.

Más no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en Mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como Tú, oh Padre, en Mí, y Yo en Ti, que también ellos sean uno en NOSOTROS; para que el mundo crea que Tú me has enviado” (v. 20-21).

El Señor no sólo tenía presente en su oración aquellos discípulos que estaban con Él, sino a todos los que creyesen en Su Palabra en todos los tiempos.

La misma palabra

Esa Palabra no iba a ser diferente de la que habían oído los discípulos y ellos mismos anunciaban. Por eso la misma Palabra nos dice: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). Esta es la verdadera apostolicidad de una iglesia: vivir en comunión con la misma Palabra que ellos con el Espíritu de Cristo anunciaron y creyeron, sin añadir ni quitar.

Hablar de una comunión entre creyentes o de un “ecumenismo” sin tener en cuenta una auténtica comunión con la Palabra de Dios es traicionar el espíritu apostólico, y fundamentarse sobre otra piedra angular que no es Cristo, sino el anticristo.

La unidad ecuménica de las iglesias no se basa en sus estructuras, ni en sus líderes, ni en sus formas de culto, sino sola y únicamente en CRISTO. Y aquellos que están en Cristo y El en ellos forman el auténtico ecumenismo espiritual de la iglesia, al mar­gen de cualquier “ecumenismo religioso” que puedan buscar algunas iglesias, acer­cando dogmas, modificando estructuras y colocando a sus líderes en un determinado grado de honra y gloria.

Ecumenismo religioso

Este “ecumenismo religioso” no se fundamenta en la fe de Jesucristo, sino en la simi­litud de sus dogmas y estructuras eclesiales.

Pero no olvidemos que Jesús no ora por los que creen en este “ecumenismo religio­so”, sino por los que creen en Él conforme a la Palabra de los apóstoles y profe­tas. Jesús ora que “sean uno en NOSOTROS, como Tú, oh Padre, en Mí, y Yo en Ti”. Esta unidad nace en Dios, y es una consecuencia de la comunión en espíritu y ver­dad con el Hijo y con el Padre, alumbrada siempre por la sola Palabra de Dios bajo la guía del Espíritu Santo.

Cuando los hombres religiosos intentan fabricar esa “unidad ecuménica” se están olvidando de la esencia misma de la unidad por la que Jesús ora al Padre. Esta unidad no la fabrica el hombre, nace en el Hijo y en el Padre, y se da en todo aquel que es nacido de Dios por la fe de Jesucristo.

Por eso la palabra nos dice:

“Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Juan 3:15).

El núcleo de la unidad entre los cristianos es Dios mismo por medio de la fe en Jesu­cristo. Esa unidad entre ellos es una expresión de su vivencia en Cristo por la fe. La clave de esta unidad en Dios, como ora Cristo, está en la común perseverancia en la Palabra de Dios. Así se nos advierte:

“El que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo…el que no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios” (2 Juan 9).

Nosotros nos preguntamos: Y si no tienen a Dios, por no perseverar en Su Palabra, ¿cómo van a tener la unidad que pide Cristo al Padre, que “sean uno en NOS­OTROS”?

Pero lo que más nos asombra, es que algunos no sienten el menor escrúpulo en dejar a un lado la Palabra de Dios, para así hacer posible ese “ecumenismo religioso” con aquellos, que ya hace mucho tiempo no tienen la Palabra de Dios como apelación su­prema en cualquier situación. Y han antepuesto su propio magisterio de hombres reli­giosos a la Palabra de Dios. Esta es la causa de tanta división entre cristianos, y escán­dalo “para que el mundo crea que Tú me enviaste” (v. 21).

Si alguien quiere luchar por un auténtico ecumenismo, predique la sana Palabra de Dios y persevere en Ella: y en él se dará la unidad que pide Cristo, porque “ése sí tiene al Padre y al Hijo”, y vivirá en comunión con todo aquel que es de la fe de Jesucristo, esté donde esté, o viva en cualquier rincón del mundo.

Dicho con palabras del Maestro:

“Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que Tu me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado” (v. 23)

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