La Iglesia como Comunidad Discipuladora – Estudio

1. Introducción

1.1 La iglesia fue establecida para ser una comunidad en cuyo seno se multiplicarían auténticos seguidores de Jesucristo, el Señor del Reino.

1.2 El énfasis sobre el discipulado siempre ha estado presente en la historia cristiana. Comenzando con la actividad discipuladora de Jesús, la enseñanza implícita de los apóstoles, siguiendo con el libro de Kempis, el mundo pietista, anabautista y reformado. Aunque los énfasis han sido diversos en los diferen­tes grupos y épocas, siempre han estado presentes en la iglesia.

1.3 La iglesia no siempre ha sido fiel a ese propósito. En la actualidad ha sido seducida por varias corrientes que casi le han hecho perder su identidad como expresión verídica del Reino. Estas corrientes, entre otras son:

1.3.1 La «corriente constantiniana» que ha llevado a la iglesia a aceptar dentro de si estructuras y símbolos de poder contrarios al ministerio que el Kyrios asentó para su Reino.

1.3.2 La «corriente helénica» que ha seducido a la iglesia a creer que la verdad consiste sólo en conocer ciertos contenidos mentales, exclu­yéndose en el proceso la formación de valores y de hombres y mujeres de Dios.

1.3.3 La «corriente individualista» (¿renacentista?) que ha llevado a la iglesia a perder de vista casi por completo el papel que debe jugar la comunidad de fe en la formación de discípu­los.

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1.4 Estas corrientes han repercutido negativamente en la formación teológica de la iglesia y en la educación teológica que ella está llamada a realizar.

2. El Discipulado en su Contexto

discipulado, cruz, jesús, iglesia2.1 Sus raíces en el Antiguo Testamento

El modelo de Jesús de hacer discípulos nace dentro de una visión misiológica que tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. Dios escoge un pueblo para vivir entre los pueblos, a fin de restablecer la relación entre él y el hombre. Los judíos cambiaron una visión misiológica universal por un afán proselitista. Con el Señor Jesucristo y su irrupción en la historia, los propósitos de Dios se cumplen a través de comuni­dades de fe dispersos por todo el mundo, comuni­dades de discípulos seguidores del Señor.

2.2 El proselitismo judío

El afán proselitista judío comienza con la diáspora y la sinagoga judía. En medio de una sociedad que aceptaba toda religión bajo el señorío del César, mu­cha gente del imperio se sintió atraída hacia el judaísmo. Al proselitizar no sólo se insistía en la membrecía a la religión sino también a la estructura social y política de la nación judía. Hay contrastes marcados entre el proselitismo judío y el discipular de Jesús.

2.3 Las academias helénicas

Estas presuponían que sabiduría y moral se pueden enseñar a través de palabras; que al hombre la falta virtud porque no sabe lo que es; que saber es poder hacer. De allí nace el presupuesto epistemológico que ha regido el proceso educativo en los últimos dos mil años: la teoría precede a la práctica. Jesús no des­conoce el valor de la razón y el conocimiento pero traza el camino del discipulado sobre otros supues­tos: el del pecado (que impide que el mejor de los conocimientos sea vivido), el de la necesidad de la formación de valores, la normatividad de los mode­los, etc.

2.4 La escuela rabínica

La escuela rabínica era la institución más cercana con quien Jesús tuvo muchos encuentros. Los rabinos también tenían sus discípulos o «talmudim», cuyo papel principal era dominar las opiniones y tradicio­nes judías contenidas en el Talmud. De modo que el discipulado rabínico era esencialmente una institu­ción tradicionalista y defensora del status quo. Hay contrastes muy marcados con la actividad discipuladora de Jesús básicamente en el llamado que Jesús hace para seguirle a él a fin de formales en personas que pudieran vivir en una realidad conflictiva siendo agentes de un nuevo orden –el Reino de Dios.

3. La Acción Discipuladora del Señor del Reino

3.1 El discipulado de Jesús encarna valores propios que en sí son antagónicos a los valores, reinos y culturas de este mundo. El discipulado nace de un encuentro real con el Señor, de un compromiso con él, de una dependencia dinámica de él, dentro de un contexto real del momento histórico en que viven. El objeto de ese proceso es la movilización de los discípulos en una misión universal que proclame que «el Reino ha llegado».

3.2 El discipulado comienza con el llamado. Los discípu­los no escogen el Señor, sino que él los escoge a ellos. El discípulo se dispone a «seguir» y esta palabra es la que mejor describe el discipulado. El discipulado es seguimiento, es andar detrás de él. Mathetes (discípulo) significa mucho más que alumno: signi­fica seguidor, quien guarda la instrucción dada a él y la convierte en la regla de su conducta. El llamado viene no tanto para que escuchen sus palabras sino para que «estén con él». El Señor del Reino pide obediencia más que conocimiento. Es en ese contexto de dependencia dinámica que ellos encuentran el poder para la obediencia y el modelo para el se­guimiento. El los ha llamado a entrar en plena guerra con los poderes demoníacos presentes no sólo en los niveles individuales sino también en las estructuras del pecado institucionalizado. El Señor llega a sus discípulos por un proceso en el que se va rompiendo la mentalidad «humanística» de sus discípulos y cap­tando la estrategia de la guerra sobrenatural de su reino. Así ellos van descubriendo poco a poco que él es el Señor de la Historia en quien se encuentra toda la autoridad sobre los cielos y la tierra y en ese descubrimiento ellos ven su llamado y misión uni­versal, «a toda la tierra».

3.3 La palabra que nos da la clave sobre el grado de radicalidad del llamado es metanoia, reorientación. Mientras que la palabra pudiera significar ‘un cambio de parecer’, en su contexto sea del Antiguo como del Nuevo Testamento, significa una «reorientación total e integral de la vida y personalidad que incluye la adopción de una nueva ética de conducta y un re­chazo del pecado volcándose hacia la justicia de Dios». Requiere el abrazo de la cosmovisión del Reino y sus valores, y por ende un rechazo y aún odio de la cosmovisión, ideología y esquema de valores que implantan los poderes satánicos. A través del Nuevo Testamento encontramos ese grado de radi­calidad al usar la figura del bautismo. El bautismo era la expresión simbólica de un rechazo rotundo de una manera de vivir. Era un entierro de esa vida. Era un rechazo completo de aquellos focos de cosmovisión que dominan su vida. El bautismo demostraba que el discípulo había entrado en una relación conflictiva con su antigua cultura y mundo para ponerse bajo el señorío del Señor de este nuevo reino. Ahora era extranjero, peregrino, forastero sobre la tierra, despertaba la admiración y la burla del mundo que no podía ver la «locura» de Dios.

Qué contraste con las caricaturas de arrepentimiento que exige la iglesia hoy en día. En el mundo lati­noamericano, nos ha venido desde Norteamérica el concepto activista de los hombres de negocios de «tomar una decisión». Por otro, se habla de «entre­garse» a Cristo. Lo cierto es que el último habla de un compromiso, pero no reclama un rechazo. La de­manda del evangélico se ha suavizado para aumentar el número de adeptos en las iglesias.

3.4 En muchos círculos cristianos lo único que se espera del discípulo es su aceptación intelectual de ciertas enseñanzas. En otros, lo único que se busca es que se tenga «una experiencia» salvadora con Cristo. Sin embargo, una lectura superficial de los evangelios indica que el grado de compromiso es mucho más serio. Lo triste es que la gran masa de cristianos en nuestro continente responde más a una realidad de religiosidad popular que a un compromiso radical de discipulado al Señor del Reino. Se entiende por re­ligiosidad popular aquel acercamiento de las masas latinoamericanas, católicas o protestantes, que bus­can un aliento y alivio afectivo frente a las alienacio­nes que vive en su momento. La religiosidad popular adormece el dolor de los sufrimientos, estimula el fervor religioso para sentir el sabor de la libertad que se desea tener, promete lo que las aspiraciones sue­ñan alcanzar. Es una religión sin ningún llamado a misión. Ofrece un evangelio de ofertas sin demandas. Es una religión que acomoda a la gente a su pro­blemática sin resolverla.

3.5 El anuncio hecho por el Señor de que «el Reino ha llegado», es el pre-requisito de la radicalidad de sus miembros. Es la convicción de la realidad escatológica del Reino que hace que el discípulo acepte el llamado radical del Señor. Esta no es sólo una utopía del futuro, sino que el Reino comienza a expresarse en aquellas comunidades de fe en donde se vive el llamado radical de su Señor.

3.6 El proceso que toma lugar en el discipular del Señor podría resumirse así:

a)  Un encuentro con el Señor cuyas exigencias son incondicionales.

b)  La aceptación de los valores del Reino que, en sí, son contradictorios y antagónicos a los valores del mundo.

c)  La práctica de esos valores aplicados a todas las áreas de la vida (matrimonio, familia, sexo, trabajo, dinero, propiedad, herencia, etc.).

d)  Labor crítica de la sociedad y de la cultura respecto a los valores que contradicen al Reino y la voluntad de su Señor; rechazo de una sociedad de consumo, racista, clasista, deshumanizante y opresora, regida por lo satánico.

e) El proceso de vivir esa nueva sociedad en el pre­sente, en el mundo, a la luz de la consumación del Reino en la llegada de su Rey. Es la comunidad escatológica de fe y esperanza, que espera y confía que los propósitos del Reino se cumplan en forma universal.

3.7  Al encarnarse Jesús en un momento de la historia del pueblo judío, al confirmar y rellenar la historia del Reino, él y sus discípulos se ven confrontados, tanto en el mundo demoníaco como con los poderes políti­cos y religiosos (fariseos, rabinos, gobernantes) y con el pueblo (el Am-ha-retz). Esta estrategia antagónica de Jesús tiene el objetivo de despertar en sus discípu­los la capacidad crítica que puedan evaluar sus hé­roes, sus líderes religiosos, sus valores y conceptos claves de su anterior cosmovisión. Jesús creó diso­nancia entre el mundo que habían dejado sus discípu­los frente al Reino que ingresaban, de modo que ellos pudieran descubrir lo artificial y falso de su anterior estilo de vida y sus valores. Él discípulo, al com­prometerse con el Reino, reestructura los significados de una nueva cosmovisión que no es final sino pro­gresiva. La autenticidad de esa nueva cosmovisión se garantiza en tanto el discípulo vaya confrontando los significados de la Palabra, de la comunidad y de la realidad.

3.8 El currículo para el discipulado lo tomaba Jesús del contexto real y candente en que vivían. El momento histórico y la realidad concreta le daban la ayuda. Generalmente los temas de diálogo nacieron de la confrontación entre la cosmovisión y valores del Rei­no y aquellos del mundo que les rodeaba. Jesús co­menzaba con las inquietudes, preocupaciones y percepciones de los discípulos, no para presentarles un sistema conceptual, sino para que ellos lleguen a la obediencia del Reino a través de su propio peregri­naje.

3.9 Jesús se identifica con el pueblo en su situación con­flictiva con un espíritu de compasión. Así los discípu­los ven y aprenden que inserción histórica no sólo es una opción que se toma, sino que precisa una com­pasión que se encarna (los casos del encuentro con la mujer samaritana, los leprosos, los huérfanos y las viudas son ejemplos en los que la dinámica del amor –agape– es demostrada).

3.10 Desde el principio Jesús forma un «equipo» de dis­cípulos para que actúen como grupo. La mayoría de los textos hacen referencia a los discípulos en plural. A veces uno que otro se destaca, pero siempre en compañía del grupo que lo acompaña. Los evan­gelios presentan una dinámica grupal de los discípu­los a pesar de las rupturas temporales y la rivalidad ocasional (van juntos, tienen preguntas comunes, permanecen cerca).

3.11 El discipulado de Jesús nace con un objetivo misionológico claro. Los llamó «para que estuvieran con él» pero también «para enviarlos a predicar». Al terminar sus tres años con el Señor se les aclara aún más el objetivo. No sólo es «anunciar» sino también «discipu­lar» así como ellos fueron discipulados, enseñando todo lo que ellos habían sido enseñados. Todo llamado implica un llamado misionológico. (No hay un llamado a ser salvo y otro a ser discípulo y servir.)

3.12 Esta misión parte de una nueva autoridad y un nuevo poder: ¡el del Señor! y no de las rivalidades políticas e ideológicas del contexto de Palestina. El poder y auto­ridad vienen de servir y no del escalonar las pirámides del poder o de manipular sus centros. Los líderes de esta misión serán los servidores de las mesas, los sub-remeros, los esclavos. Jesús les prohíbe hacer negocio de esta autoridad que reciben. Los escritores del Nue­vo Testamento tienen mucho cuidado con el uso de las palabras para designar a los líderes; siempre usan tér­minos que denotan roles y no status.

3.13 Esta misión se expresa en un nuevo estilo de vida y no meramente en palabras. Es la nueva manera de vivir que comunica el mensaje. Los discípulos son «cartas abiertas».

3.14 Esta misión crea en el discípulo la conciencia de que está participando en la apertura de una nueva era, de que vive una tensión histórica. El Reino no es de este mundo, sin embargo, en el mundo crea el fermento para que el Reino se pueda expresar y palpar. El vive la realidad del «ya» del Reino y la esperanza del «todavía no».

3.15 La misión de los discípulos es anunciar que el Señor ya gobierna, y su Reino se expresa en el contexto de conflicto y opresión entre los hombres. Jesús al en­frentarse a los poderes religiosos llegó a enfrentarse a los poderes políticos (igual pasó con Pablo, Pedro y otros). Aunque su Reino no es de este mundo, su señorío y acción no pueden sustraerse ni separarse de lo político y temporal. El es el que reconcilia en sí las alienaciones entre el hombre y Dios, entre hom­bres, entre clases, entre culturas. El forma la nueva humanidad que no reconoce las alienaciones impues­tas por el orden satánico. La vida abundante es la liberación de esas alienaciones para vivir bajo su señorío. Jesús no usó la violencia política, el manipu­leo de los centros de poder, sino la violencia del amor que trastornaría el mundo.

4. La Labor Discipuladora de Pablo

4.1 Pablo no «llama» discípulos como Jesús. El se pre­senta más bien como modelo mediador del discipu­lado, y no como substituto del Maestro: «Sed imitadores de mí como yo de Cristo» (1 Co 11:1). Más bien en su relación con sus discípulos (Timoteo, Onésimo, etc.) prefiere la figura de «padre» frente a los “hijos”.

4.2 La palabra «discípulos» no aparece aparte de los evangelios y Hechos. El concepto de discipulado de Pablo está incluido en otros conceptos más amplios: «cuerpo», «pueblo», «iglesia». El uso extendido que Pablo hace de la palabra «siervo» (dulos), como señal de sometimiento al Señor, sugiere alguna relación con el concepto de discipulado que valdría profundi­zar.

4.3 Lo anterior posiblemente revela un intento de contextualización de parte de Pablo. (Así también el término «Reino» no aparece en las epístolas pero en cambio desarrollan el uso del término ‘Señor’, kyrios)

4.4 Pablo continúa el modelo discipulador de Jesús en términos de cuestionar las cosmovisiones circundan­tes, conjugando los valores de esa cultura con los valores del Reino. Esto se nota mayormente en las cartas a los Corintios en donde la continua referencia al uso de la retórica y la sabiduría de palabras refleja el enfrentamiento con el trasfondo helénico.

5. La Iglesia como Comunidad Discipuladora

5.1 La iglesia vive hoy una crisis de identidad. La iglesia encuentra su identidad en la medida que cumple la voluntad de Dios en el momento histórico en que vive como instrumento del Reino. La iglesia no tiene fin en sí; es nada más y nada menos que un instrumento de Dios para llevar adelante los propósitos del Reino.

5.2 La iglesia en esa perspectiva es una comunidad de discípulos llamada a:

a. Ser una comunidad escatológica, ya que está en camino hacia su consumación como tal, con trayecto­ria histórica y ampliación geográfica.

b. Ser una comunidad de obediencia al Señor que además de decirle «Señor» sabe caminar con él.

c.  Ser una comunidad en continua reorientación (metanoia) y compromiso renovado.

d. Ser una comunidad en la que la gracia de Dios opera continuamente (vida, culto, oración, paz –shalom—, milagros).

e. Ser una comunidad en la que fluye el amor (ágape) y no meramente la amistad (fileo) entre los hermanos.

f. Ser una comunidad que sufre la ignominia de ser forastera, peregrina (He 11:13) en el mundo; que vive su identidad como contra-cultura pues se confronta con los valores anti-Reino.

g. Ser una comunidad de misión, encarnada; que vive y sufre; que es sal y luz en el mundo; que vive la mística del compromiso y se resiste a ser (ghetto) claustro.

5.3 La iglesia seducida por las corrientes de este mundo ha perdido el foco central del proceso pedagógico de hacer discípulos y ha desembocado en gran parte en la empresa de hacer meramente prosélitos. Hay con­trastes notorios entre hacer prosélitos y hacer discípulos:

a. El llamado proselitista es a ingresar en las filas de una estructura, mientras que el llamado al discipu­lado es a aceptar el señorío de Jesucristo en forma incondicional.

b. La consecuencia de la labor proselitista es atar al prosélito a las tradiciones y costumbres de la estruc­tura establecida, mientras la consecuencia del dis­cipulado es libertad y vida en Cristo.

c. La tarea proselitista es extremadamente competi­tiva en su estrategia a fin de tener un gran número de adeptos. El objetivo del discipulado es llevar al dis­cípulo al compromiso de la obediencia.

d. La labor proselitista produce elitismo como con­secuencia de la búsqueda de los galardones de los símbolos de jerarquía. En el discipulado no existe jerarquización porque no existe status sino el que sirve es el más grande (Mr 19:42-44).

e. La labor proselitista enseña al adepto a sentirse satisfecho por los éxitos logrados a nivel de la estruc­tura religiosa (templos más grandes, más libros ven­didos, más decisiones, «récords» batidos, etc.). El discípulo, por el contrario, sólo se sentirá estimulado cuando ve que los propósitos del Reino se van cum­pliendo y su Señor es glorificado.

5.4 En muchos casos la labor educativa de la iglesia, sea a nivel congregacional o de institución teológica tien­de a ser más bien proselitista que discipuladora. Es que la comunidad que cesa de escuchar la voz del Espíritu cesa de ser la comunidad discipuladora del Reino.

5.5 Toda la iglesia está llamada a ser la comunidad de discípulos que discipula. Los maduros o espirituales están llamados a impulsar a los nuevos y a los débiles en el camino, así como los padres ayudan a los hijos a crecer y desarrollarse (1 Co 2:16, Gá 6:1). Todo hermano y hermana espiritual y maduro debe ser maestro de los nuevos discípulos (He 6:12).

5.6 La calidad del discipulado será condicionada por la calidad de vida y obediencia de la comunidad en su totalidad. No hay duda que los luminares de la comu­nidad tendrán una influencia importante, pero el papel decisivo lo tiene la comunidad. A medida que una costumbre del mundo o un valor de la antigua cosmovisión sea aceptado como «normal» por la comuni­dad, estará debilitando su capacidad discipuladora. No hay duda que existe una tensión entre la libertad de cada creyente en Cristo y las normas de una comunidad discipuladora. Pero el discípulo vive esa sujeción y se somete a la comunidad. Al mismo tiempo, la comuni­dad que vive bajo el señorío del Señor no impondría tradiciones caducas y legalistas que inhiben la vida y cortan el dinamismo discipulador.

5.7 La comunidad discipuladora tiene «currículo escon­dido» que es el plan de aprendizaje para los discípu­los, establecido por la manera de concebir el mundo, de vivir y actuar de la comunidad. La sociología de la educación reconoce hoy en día que el currículo escondido tiene más impacto en influencia sobre la vida del alumno que currículo oficial, y que los mode­los juegan un papel mucho más importante que la exposición conceptual de un comportamiento de­seado.

5.8 La labor pedagógica de la comunidad discipuladora se refuerza cuando se asegura que todo discípulo está ejerciendo su función en la totalidad del ministerio. No existen clérigos y laicos para el Señor. Todos son discípulos con un apostolado. El crecimiento vital de la comunidad se ve en la medida en que cada miem­bro ejerce su función. No hay divorcio entre teoría y práctica. A medida que el discípulo sube cada pel­daño de obediencia, percibirá las relaciones entre las palabras de la Palabra y la realidad que expresan.

5.9 La Palabra es normativa. El Espíritu lleva a la comu­nidad discipuladora a desarrollar una hermenéutica de comunidad (iglesia, tradiciones, prejuicios, etc.) que se complementa con la hermenéutica de la reali­dad (cultura, sociedad, realidad geopolítica, etc.).

6. Conclusiones

6.1 Los esquemas de las instituciones de educación teo­lógica, sean por residencia o por extensión, presentan en América Latina algunas de las características siguientes:

a. Seminarios e institutos se conforman más al mo­delo de la academia helénica, en donde se comparte información religiosa, antes que a una comunidad discipuladora.

b. Estas instituciones han llegado a ser generalmente canales para alcanzar prestigio y elitismo eclesial y muy poco formadoras de «esclavos de Cristo».

c. Existe una marcada tendencia al consumismo, en donde las instituciones teológicas presentan más bien «informes de producción» antes que hombres y mu­jeres de Dios para su obra.

d. En la estructuración del currículo muy poco se toman en cuenta las interrogantes e inquietudes del alumno, y menos los de la realidad circundante.

e. El promedio de graduados comprometidos a par­ticipar en el desenvolvimiento de comunidades del Reino, es insignificante.

f. Los programas de educación cristiana –que han sucumbido también ante la seducción helénica— casi no hacen énfasis sobre la familia como centro de formación, ni sobre los padres como verdaderos mo­delos pedagógicos.

g. El énfasis de la tradición protestante sobre la pre­dicación de la Palabra como instrumento de reno­vación de la iglesia y de su misión se ha deteriorado en un monólogo en que no intervienen otros factores tan necesarios como los ya mencionados de la «her­menéutica de la comunidad» y la «hermenéutica de la realidad» a fin de ser fieles a los propósitos del Reino.

6.2 Frente a esta situación en que se presenta, la educa­ción teológica en nuestro continente, urge un lla­mado a la iglesia a fin de:

a. Que la iglesia reconozca y recobre el llamado radi­cal de Jesús al discipulado. Es tiempo de que la iglesia deje de contar miembros y cuente discípulos en con­tinua apertura a la voz del Señor y a la acción trans­formadora del Espíritu Santo.

b. Que la iglesia se comprometa a formarse en comu­nidades del Reino en donde haya:

– Una continúa toma de conciencia frente al mundo y sus valores.

– Un continuo desarrollo de los valores del Reino en la vida diaria.

– Una disposición de sus miembros de poner bajo la comunidad tiempo, dinero, dones, propiedad pri­vada, etc.

– Un compromiso de poner bajo la disciplina peda­gógica de la comunidad el desenvolvimiento del ma­trimonio, familia, trabajo, responsabilidades ciudadanas, etc.

– Un compromiso de forjar nuevos modelos de tra­bajo y servicio (industrias, cooperativas, formas co­munitarias de producción, etc.) donde los principios del Reino sean manifestados.

c. Que se desarrolle un currículo para nuestras igle­sias que tenga como objetivo la formación de hom­bres y mujeres de Dios, de discípulos en su compromiso con el Señor y su misión en la historia, que tome en serio sus responsabilidades hacia su cultura y su mundo.

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