La Ingrata Ceguera Espiritual – Estudio

Una vez que entendemos el amor del Padre, podemos mirar al cielo y exclamar: «Mi Dios, me daría vergüenza fallarle a fu amor».

Calvin Miller

«El Bardo», era el título de una canción que, cuando yo era joven, estaba muy en boga. Por su trágico contenido, me deprimía escucharla. Su letra narra, acentuada por sus tristes acordes, la supuesta historia de un trovador joven, pobre y callejero, que se enamoró de una se­ñorita bella y acaudalada de la alta sociedad. Como era de esperar, debido a la inmensa distancia social que los sepa­raba, él nunca se atrevió a confesarle su amor.

La canción cuenta que «una noche de luna bajo un manto de estrellas murió el trovador». La distinguida señorita, «cuan­do supo la historia, la verdadera historia, del pobre trovador, decía sollozando en su locura: “Hoy me mata la amargura por­que yo también lo amé. ¡Qué lástima porque no me lo dijo! Si yo lo hubiera sabido hoy sería tan feliz”».

¡Qué doloroso! El joven era correspondido. Pudo haber sido feliz con ella, pero murió sin disfrutar de su amor. Murió sin saber que ella también lo amaba; murió sin gozar del placer y los privilegios de ser amado por la mujer a la que él que­ría tanto.

Realmente es trágico amar a una persona y no poder dis­frutar de su amor. Pero muchísimo más trágico es llegar a darse cuenta de que, pudiendo haber disfrutado del amor de esa per­sona, no se ha hecho.

En la vida espiritual, la mayor tragedia que puede expe­rimentar el cristiano es la de ser realmente el amado, ser la amada de Dios y, sin embargo, estar viviendo sin disfrutar de las delicias y privilegios de dicho amor.

Dios nos ha amado

Un buen ejemplo de esta situación lo encontramos en Malaquías 1: 2. El Señor, con profunda ternura, declara a su pueblo: «Yo los he amado».

¿Puedes imaginarte cuál fue la reacción de estos hijos de Dios ante una afirmación tan maravillosa? Pues una fría, desa­fiante e ingrata pregunta: «¿Y cómo nos has amado?».

Es decir: no, no es cierto que nos hayas amado. Nunca hemos percibido tu amor. Nunca hemos disfrutado de tu amor. O quizás las dos cosas: No hemos disfrutado de tu amor por­que nunca lo hemos percibido.

Nuestro buen Dios hoy de nuevo nos dice de forma cálida y personal: «Yo los he amado» (Malaquías 1:2) a todos ustedes.

Ante tal afirmación divina, ¿cuál es nuestra reacción? La fría, ingrata y desafiante interrogación: «¿En qué nos amaste?» (RV95).

cita biblica, ciego, ceguera, espiritual

Muchos de nosotros vivimos nuestra vida religiosa sin disfrutar del amor de Dios, sin experimentar las bendiciones de ser los amados de Dios. Repetimos la tragedia del joven bardo de la vieja melodía. Siendo los amados de Dios, vivi­mos —por ignorantes o incrédulos— tristes, miserables, cul­pables, sedientos de amor. A fin de cuentas vivimos sin disfrutar de los privilegios del amor de Dios.

David se decía a sí mismo: «¡Con todas las fuerzas de mi ser alabaré a mi Dios! ¡Con todas las fuerzas de mi ser lo ala­baré y recordaré todas sus bondades!». (Salmo 103:1-2, TLA) Creo que nosotros necesitamos imitar al salmista y con frecuencia decirnos a nosotros mismos: «Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios ».

Nuestro pasado sin Cristo vs. nuestro presente en Cristo

Una de mis formas preferidas de disfrutar del amor de Dios es meditar en Efesios 2: 1-7. En estos versículos el após­tol Pablo pone en contraste lo que éramos sin Cristo y lo que somos ahora que estamos en Cristo.

Recordemos lo que éramos sin Cristo.

  • Sin Cristo, «en otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados». (Efesios 2:1) Es decir que, así como un muerto que ya no tiene fuerzas ni puede experimentar el deseo de salir de su tumba, así nos encontrábamos nosotros, sin capacidad y sin deseos de salir de nuestros pecados; total y completamente atrapados y enterrados por ellos.
  • Sin Cristo «éramos por naturaleza hijos de ira», (Efesios 2:3, RV95) «éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios», o como dice la Bi­blia de Jerusalén: «Destinados por naturaleza, como los demás, a la cólera». Innatamente comprometidos con el pecado. Controlados por el pecado. Totalmente imposibi­litados para evitar el pecado y escapar de la ira de Dios con las solas fuerzas de nuestra naturaleza caída.
  • Luego señala: «Recuerden que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo». (Efesios 2:12)

¡Qué espantosa condición! Sin promesas que nos anima­ran, sin esperanza que nos alentara, sin Dios que nos protegiera. Y, para colmo, teniendo que seguir viviendo en este mundo lleno de dolor, peligros, enfermedades y tragedias.

Ahora pasemos a meditar en lo que hemos llegado a ser por medio de Cristo:

«Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica». (Efesios 2:8-10)

  • ¡Qué situación tan diferente! Los hijos de ira por natu­raleza hemos llegado a ser salvos por gracia.
  • ¡Qué situación tan distinta! Los que no podíamos escapar del pecado somos ahora en Cristo «hechura de Dios», «poema de Dios», literalmente en el idioma original del Nuevo Testamento.
  • ¡Qué situación nueva y maravillosa! Los que por natura­leza estábamos atrapados por la ley del pecado, ahora hemos sido creados en Cristo para buenas obras.

un toque del maestro, toque, maestro

¡Vamos, amigos, vivamos esta bendita realidad!

«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales». (Efesios 2:4-6)

Increíble. Incluso estando muertos en delitos y pecados, ¡Dios nos ama! Y porque nos ama, ¡nos busca para damos vida juntamente con Cristo!

Pecadores como somos, Dios nos ama. Malvados como so­mos, Dios nos ama. Perdidos como estamos, Dios envió a Cristo para que muriera por nosotros y ahora tengamos vida con él.

En Cristo «ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios». (Efesios 2:19)

¡Qué más podemos pedir! ¡No hace falta nada más!

Bueno, sí hace falta algo: ¡Disfrutarlo!

Por eso se nos dice:

«Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian». (Salmo 34:8)

¿Qué quiero, mi Jesús?

Con justificada razón el insigne dramaturgo, gloria de las letras hispánicas, don Pedro Calderón de la Barca, confron­tado al gran amor de Dios, se preguntó: «¿Qué quiero, mi Jesús?», para responder:

Quiero quererte, quiero cuanto hay en mí, del todo darte sin tener más placer que el agradarte, sin tener más temor que el ofenderte.

Quiero olvidarlo todo y conocerte, quiero dejarlo todo para buscarte, quiero perderlo todo para hallarte, quiero ignorarlo todo para saberte.

Quiero, amable Jesús, abismarme en ese dulce hueco de tu herida, y en sus divinas llamas abrasarme.

Quiero, por fin, en ti transfigurarme, morir a mí, para vivir tu vida, perderme en ti, Jesús, y no encontrarme.

¿Te gustaría anunciar tu empresa aquí? Leer más

¿Qué opinas? Únete a la Discusión