La Intercesión – Estudio Bíblico

Jesús con frecuencia oraba por sus discípulos. Así se preparó para llamarlos al apostolado y a lo largo de su vida siguió orando por ellos: solo a base de comprensión, de ruego, de correcciones y de Espíritu Santo, pudo Jesús convertir a esos pescadores en testigos de la resu­rrección.

Los evangelios nos guardan recuerdos de la interce­sión de Jesús por sus discípulos:

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos. (Juan 17:9-26)

… Rogó Jesús para que el Espíritu Santo viniese sobre los discípulos:

Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre. (Juan 14:16)

Rogó para que la fe de Pedro no fallara, sino que sirviese para confirmar a sus hermanos

Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. (Lucas 22,32).

Este oficio de intercesor lo continúa nuestro Sacerdo­te Eterno ante su Padre. El intercede por nosotros

¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. (Romanos 8,34)

Y lo hace perpetuamente

 Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios,  viviendo siempre para interceder por ellos (Hebreos 7,25).

También nuestro Paracleto, el abogado que Jesús nos dejó, suple nuestra debilidad e intercede por nosotros con gemidos inefables:

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8,26).

intercesión, oración, projimoMovidos por el ejemplo de Jesús y del Espíritu, los cristianos han intercedido siempre unos por otros. Esta práctica es notoria en las cartas de Pablo, en las que el apóstol se confía a las oraciones de las comunidades por él fundadas, o les ofrece pedir por ellas al Señor (2 Cor. 13,7; Ef. 6,18-19; Col. 1,3; 4,3.12; 2 Tes. 1,11).

Estos textos nos demuestran que si es bello hablar de Dios ante los hombres, también lo es hablar de los hombres ante el Señor.

Además, la oración de intercesión encierra un ele­mento de generosidad, de apertura ante el otro. Todos tendemos a protegernos con una barrera de egoísmo. Pedimos por nosotros, agradecemos cuanto el Señor nos da, nos arrepentimos por nuestras culpas.

Sin embargo, nuestra vida espiritual no debe limitarse a Dios y nosotros: el prójimo debe entrar en ella. A ejemplo de Jesús debemos hacernos presentes a sus go­zos y a sus preocupaciones. Sentir en la propia carne las necesidades de los hermanos, y presentarlas al Señor. Así se crea, de parte nuestra, una verdadera Comunión de los Santos.

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