Jesús ante la Muerte Dice: Yo Soy: La Vida – Estudio

Cita Bíblica: Juan 18

La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?. Juan 18:11

Jesús se encuentra con dos grandes tropiezos entre sus discípulos, que de modo dis­tinto quieren hacer que no beba “la copa que el Padre le ha dado”.

Uno de estos discípulos es Judas Iscariote, quien de acuerdo con los principales sacer­dotes y fariseos hacen lo imposible para que Jesús no sea el Cordero de Dios, que se ofrece voluntariamente para quitar el pecado del mundo. Cuando es de noche le bus­can para prenderlo “en el huerto al otro lado del torrente Cedrón” (v. 1).

“Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis?” (v. 4).

La iniciativa en la salvación no la tiene el hombre, sino Jesús mismo como el Cordero de Dios. Por eso sus acusadores cuando escuchan de su boca: “YO SOY”, retrocedieron y cayeron a tierra. No eran ellos los que sacrifica­ban al cordero de Dios, sino que Jesús se ofrecía voluntariamente sin mancha a Dios. Pedro es otro de los discípulos, que tampoco entiende ese entregarse de Jesús por los pecados de todos. Por eso tira de espada para impedir que tal cosa suceda. Pensando servir a Jesús, está siendo tropiezo a Su obra de salvación. Esto es así, porque el hom­bre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios. Y esto es válido para Pedro y también para nosotros.

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Poco valió que Jesús le advirtiera a Pedro – “no cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces” – cuando con toda decisión había afirmado: “Mi vida pondré por Ti”. Pedro también se equivocó, porque era Jesús quien ponía la vida por Pedro, y lo hacía voluntariamente, por eso sobraba toda espada o propósito humano.

Pedro con toda su “buena voluntad” no quería que Jesús bebiese la copa que el Padre le había dado. ¡Cuántas veces nosotros mismos con nuestra “buena voluntad” también somos tropiezo a otros, para que beban la copa que el Señor pone en sus manos.

“¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? Dijo Pedro: No lo soy” (v. 17).

¡Qué diferencia tan grande hay entre la respuesta de Jesús: YO SOY, Jesús Nazareno; y la respuesta de Pedro: No soy, discípulo de Jesús Nazareno. Y tú, ¿no eres también de los discípulos de ese Jesús? Qué hay en tu vida que te haga decir: No lo soy. A veces muchos confunden el interés religioso con una actitud de fe. A Pedro no se le puede negar su interés por ver en que terminaría el apresamiento de Jesús por las autoridades religiosas de su pueblo. Esto le lleva a mezclarse con los siervos y alguaciles en el patio del sumo sacerdote, buscando un poco de calor junto al fuego que éstos habían encendido. Pero Pedro había metido su espada en la vaina, y era el único recurso que él creía tener frente a los que se oponían a sus planes. Ahora estaba desarmado, ya sólo echaba mano de la negación, y no de la fe en Aquel que no quiso, le defendiera con la espada, sino que dice querer beber la “copa que el Padre me ha dado”.

Ese absurdo celo religioso puede llevar al hombre a dar una bofetada al mismo Hijo de Dios. Cuando Jesús respondía al sumo sacerdote diciendo: “nada he hablado en oculto” (v. 20), “pregunta a los que me han oído”; uno de los alguaciles, sin el menor escrúpulo, le dio una bofetada (v. 22). Hasta este punto puede llegar el hombre, cuan­do se guía de su propia opinión y sabiduría: abofetear la sabiduría de Dios.

El tribunal que juzgaba a Jesús de antemano le había condenado, ya que el hombre que lo presidía, el sumo sacerdote, Caifás, había dicho: “conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (v. 14; Juan 11:50).

Ante este principio, todo vale, incluso que sus alguaciles abofeteen al reo inocente, demostrando un celo interesado pero totalmente falto de amor a la verdad.

Como este tribunal que representaba la ley de Moisés, ya había pronunciado su ve­redicto, “llevaron a Jesús de la casa de Caifás a Pilato, para que ejecutase la senten­cia que ellos pedían: muerte en la cruz.

Cuando Pilato pregunta: “¿Que acusación traéis contra este hombre?”(v. 29). Para sus acusadores poca importancia tenía lo que Jesús había dicho o hecho; lo que tenía valor era la opinión de sus acusadores, y para estos era un malhechor, así dicen: “Si éste no fuera malhechor, no te lo habríamos entregado” (v. 30).

Esta actitud mental de falso celo religioso es la que a través de los siglos ha con­tinuado llevando a hombres y mujeres al sufrimiento y a la muerte. Sin embargo este falso celo religioso queda al descubierto, incluso, ante el tribunal del derecho romano que representaba Pilato, al decir: “yo no hallo en El ningún delito” (v. 38). A pesar de todo, Pilato le hace una pregunta sorprendente: “¿Eres Tú el Rey de los judíos?”(v. 33). Pero no menos sorprendente es la respuesta interrogante de Jesús: “¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de Mí?” (v. 34).

Esta pregunta también es importante para nosotros, los que nos llamamos creyentes. Pues es necesario saber, si uno habla de Jesús por lo que el Espíritu te muestra perso­nalmente desde la fe, o hablas de Jesús por lo que te han dicho otros.

Pilato es contundente en su respuesta: yo no soy judío para tener ese conocimiento personal; mi información la recibo de los sacerdotes. Quizás tú sólo sepas de Jesús por lo que te hayan dicho los sacerdotes o los líderes religiosos; ¿pero tú conoces personalmente a Jesús mediante la fe por el convencimiento del Espíritu? ¿Lo ves en tu vida como tu único y perfecto Salvador?

Si tú hasta el día de hoy sólo has oído lo que te dicen los sacerdotes, eso no quiere decir que hayas oído a Jesús, pues Él dice: “Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (v. 37). En otro lugar Jesús dice: “Mis ovejas oyen mi voz” (Juan 10:27).

Ser de la verdad, es ser de Dios y del buen Pastor, Jesucristo. Así dice: “Yo soy el buen Pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14). Para Jesús es esencial ese mutuo conocimiento entre El y el creyente, y a la vez el oír su voz o escu­char la Palabra de Dios, es un don que le es dado a los que son de la fe de Jesucristo. Jesús da testimonio de la verdad: “Pues la ley por Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). Israel con sus sacerdotes a la cabeza se había quedado en la ley de Moisés, olvidándose de la advertencia de Moisés, que dice: “Profeta de en medio de ti…te levantará Yavé tu Dios; a El oiréis” (Deuteronomio 18:15). El rechazo a la gracia y a la verdad de Dios en Jesucristo queda confirmada en la sentencia de un juez gentil, como Pilato, al decir: “Yo no hallo en El ningún delito” (v. 38).

Pero Jesús, que “no hizo pecado ni se halló engaño en Su boca”, vino para pagar por nuestros delitos y pecados, trayéndonos la gracia y la verdad para que vivamos a la justicia.

¿DÓNDE TE ENCUENTRAS TÚ?

a)      En el grupo de los que, como Judas, traicionas lo que conoces del Maestro por la avaricia de tu corazón engañoso y perverso. Olvidas todo lo que has visto y oído de Jesús, por las treinta monedas que te ofrece el mundo. El lema de este grupo es: la traición.

b)      En el grupo de los que, como Pedro, echan mano de sus propios medios para marcar su camino de salvación, en contra de lo dispuesto por Dios conforme a las Escrituras: la muerte de Su Hijo por el pecado de todos. El lema de este grupo es: la negación.

c)       En el grupo de los que, como el sumo sacerdote, condenó a Jesús a la muer­te sin juicio alguno, siendo inocente. Este grupo es el que quiere ocupar el lugar de Dios en la obra de la salvación, intentando reducir a Jesús al ostra­cismo, para imponer sus propios medios de salvación y sus propios media­dores entre Dios y los hombres. Piensan que pueden decidir a su antojo sobre la relación entre Dios y el hombre. El lema de este grupo es: El hombre vica­rio de Cristo.

d)      En el grupo de los que, como Jesús, son de la verdad, y oyen la voz de Jesús, porque tienen el Espíritu de verdad. No se dejan seducir por la traición de la avaricia; ni se apoyan en sus propias fuerzas para no caer en negación; ni buscan fuera de Jesús camino de salvación.

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