Jesús y la Pobreza – Estudio

1. La pobreza de Jesús

El perfil de Jesús que surge de los evangelios es de una persona que conoció la pobreza económica a lo largo de toda su vida. Su nacimiento aconteció en un establo, sin las co­modidades «normales» (Lc 2:7). La ofrenda que José y María trajeron al templo en ocasión de su presentación, en confor­midad con el rito judío, fue la que el Antiguo Testamento estipulaba para los pobres: un par de tórtolas o dos pichones de paloma (Lc 2:23-24). En su infancia fue un refugiado (Mt 2:14). Creció en la provincia de Galilea, una zona subdesarrollada de la Palestina (Mt 2:22-23), en el hogar de un carpintero, lo cual lo colocó en una posición desventajosa frente a muchos de sus contemporáneos (ver Jn 1:46; Mt 13:55; Mr 6:3). Durante su ministerio no tenía un hogar que pudiera llamar propio (Lc 9:58) y dependía de la generosidad de un grupo de mujeres para la satisfacción de sus necesi­dades materiales (Lc 8:2).

La pobreza de Jesús es un hecho establecido del cual dan testimonio los cuatro evangelios. Para entender su signifi­cado, debe verse a la luz de la piedad judía de su tiempo, la cual generalmente juzgaba la pobreza como una maldición y la riqueza como evidencia del favor de Dios. Debe verse a la vez en su relación con lo que Martin Hengel llama «la actitud liberal de Jesús hacia la propiedad», evidenciada por el contacto que Jesús mantenía con mujeres acomodadas (Lc 8:2-3; cf. Lc 10:38-39) y su disposición a asistir a banquetes organizados por los ricos (Lc 7:36ss., 11:37, 14:1,12; Mr 14:3ss.) y a granjearse el título de «glotón y bebedor» (Lc 7:34). Obviamente Jesús no defendía un ascetismo riguroso. Con esta salvedad todavía tenemos que preguntamos si su de­safío a la piedad judía al identificarse con los pobres y a la vez mantener una actitud libre frente a las riquezas arroja alguna luz sobre el estilo de vida que corresponde al Reino de Dios, o si por el contrario, el ejemplo de Jesús no tiene nada que ver con el discipulado cristiano.

pobreza, jesús

La respuesta a esta pregunta debe también tomar en cuen­ta la preocupación especial de Jesús por los pobres, a la cual nos referiremos más adelante. Basta por ahora señalar que si Jesús era pobre y a la vez se consideraba sin pecado, mal podría pensarse que para él la pobreza fuera un resultado directo del pecado. Quedaría la posibilidad de que para él la pobreza fuera algo deseable para sus discípulos a través de los tiempos, quizá como virtud o como un medio de mejorar su relación con Dios. Tal idealización de la pobreza, sin embargo, no cuadra con «la actitud liberal de Jesús hacia la propiedad», a la cual nos hemos referido. Fuese cual fuese la motivación de su propia pobreza, es obvio que su intención no pudo haber sido presentarla como un valor positivo. Como Julio de Santa Ana3 insiste, a lo largo de la Biblia la pobreza no es una virtud, sino un mal que debe ser eliminado y respecto al cual Dios muestra una preocupación especial. Toda la evidencia sugiere que Jesús compartía esta actitud.

2. La preocupación de Jesús por los pobres

Como hemos visto, los evangelios muestran claramente que Jesús era pobre materialmente. También muestran que tenía una preocupación especial por los pobres, los necesi­tados, los oprimidos. De entrada, no es nada probable que en una época en que la gente estaba sujeta a pesadas cargas tributarias relacionadas tanto con el templo como con el gobierno romano, Jesús pudiera ir de ciudad en ciudad y de aldea en aldea sin notar la pobreza que afligía a las masas. Las enfermedades de las cuales sanaba a muchos era sin duda un aspecto de la condición de destitución de esas multitudes que le inspiraban compasión porque «estaban angustiadas y desvalidas, como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9:36).

La actitud de Jesús hacia los pobres halla expresión vivida en la versión lucana de una de las bienaventuranzas: «Bien­aventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6:20). Por cierto, la referencia a la pobreza material puede ser y ha sido en efecto negada, apelando la versión de Mateo, según la cual los pobres a quienes Jesús califica de bienaventurados o dichosos son los pobres «en espíritu» (Mt 5:3). El desacuerdo exige las siguientes obser­vaciones:

En primer lugar, es verdad que en la Biblia la pobreza no puede reducirse a la ausencia de recursos materiales y que se puede dar por sentado, sin temor a equivocarse, que detrás del uso del término «pobre» en el Nuevo Testamento yace frecuentemente una temprana traducción judía según la cual «pobre» era casi un sinónimo de «piadoso» o «justo». En Lucas 6:20, sin embargo, se contrasta a los pobres con los ricos respecto a los cuales Jesús pronuncia un ¡ay! porque ya han tenido su alegría, es decir, las comodidades que ofrecen las riquezas (6:24). A nadie se le ocurre que las riquezas de los ricos a las cuales se refiere Jesús son riquezas espirituales. ¿Por qué ha de creerse que la pobreza es «espiritual» o «en espíritu»?

En segundo lugar, si se espiritualiza la bienaventuranza en Lucas 6:20 prematuramente, se remueve la base misma para interpretar la versión de las palabras de Jesús según Mateo 5:3. Porque ¿qué significa ser «pobre en espíritu» sino precisamente compartir la actitud del literalmente pobre? Si cada vez que el término «pobre» aparece en los evangelios se le toma en el sentido de «pobre en espíritu», entonces la bienaventuranza en la versión de Mateo no tiene conexión con la realidad concreta. Ser pobre en espíritu es ser como aquellos que, porque son pobres materialmente, reconocen su necesidad y están dispuestos a recibir ayuda.

En tercer lugar, la bienaventuranza es pronunciada desde la perspectiva de los pobres y dirigida a los pobres. Su espiritualización, por el contrario, generalmente refleja una manera de pensar característica de gente cuyas necesidades materiales han sido satisfechas y que, por lo tanto, no podrían hacer suya la bienaventuranza de los materialmente pobres. A menos que uno esté dispuesto a ser pobre literalmente, la interpretación literal de las palabras de Jesús es demasiado amenazante como para que se la prefiera a la lectura espiri­tualizada de la misma.

Sin embargo, si se acepta la interpretación literal, ¿cómo se entiende que Jesús describa como bienaventurados o di­chosos a quienes son tan pobres que tienen necesidad de pedir limosna (ya que ese es el sentido de la expresión «pobres» en el original)? ¿Qué conexión ve Jesús entre el reino de Dios y los pobres?

El teólogo argentino Enrique Dusell mantiene, que ya que el Reino de Dios está en contraste con el sistema existente y que los pobres no son parte constitutiva de éste, los pobres son el pueblo de Dios y, consecuentemente, «sujetos activos y portadores del Reino de Dios». Citando la bienaventuranza en Lucas escribe:

Porque ya que los pobres no son sujetos del sis­tema, dueños del capital y detentores del poder, son un factor negativo (la negatividad pura de los oprimidos) y al mismo tiempo positivamente (la positividad de la exterioridad), son los sujetos- portadores del reino y colaboran para edificarlo. Por ser oprimidos (y como tales no pecadores, por lo tanto justos) y liberadores activos (como miembros del Pueblo), los pobres son sujetos del Reino.

Pero si ser pobre equivale a ser justo, ¿qué sentido tiene luchar contra la pobreza? Más bien, ¡que abunde la pobreza para que también la justicia abunde!

Los pobres son bienaventurados, no porque son pobres y como tales justos, sino porque el Reino de Dios ya es (estin), aquí y ahora, de ellos. No son los sujetos del Reino, puesto que el Rey es Dios, pero Dios les ha dado parte en su Reino por medio de Jesucristo. El Reino de Dios pertenece a los pobres porque Cristo está en medio de ellos derramando sobre ellos las bendiciones de su Reino. La nueva era anun­ciada por los profetas ha llegado y está manifestándose entre los pobres. La razón de su alegría no es su condición material ni sus propios méritos, sino la preocupación que Jesús tiene por ellos.

Abunda la evidencia de esa preocupación especial de Jesús por los pobres. Al comienzo mismo de su ministerio, en su manifiesto sobre su misión anunciado en la sinagoga de Nazareth, lee la profecía de Isaías 61:1-2 y afirma que el día del cumplimiento ha llegado. De su interpretación de ese pasaje bíblico se deduce que Jesús entiende su misión en términos de la inauguración de una nueva era –«el año favorable del Señor”– caracterizada por el anuncio de la buena noticia a los pobres, la libertad de los presos, la res­tauración de la vista a los ciegos, la liberación de los oprimi­dos. Con el Antiguo Testamento como telón de fondo, Jesús concibe su actividad mesiánica en términos de la instau­ración del «año favorable del Señor», es decir, el año del jubileo y, consecuentemente, de la reestructuración de la sociedad según los dictados del amor y la justicia. Es el portador de las bendiciones del reino, las mismas que son derramadas sobre gente que vive en condiciones de pri­vación y opresión, pobreza y explotación.

Esta interpretación de la misión de Jesús no significa que a él le preocupara exclusivamente, o al menos primordial­mente, la prosperidad material y la opresión física o eco­nómica. Significa, más bien, que Jesús entendía su misión en términos del cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, con su contenido histórico concreto relacionado con el restablecimiento de la justicia en la era mesiánica. Consecuentemente, la pobreza y la opresión a que alude su definición de su misión, no pueden limitarse a una condición espiritual que él vino a enfrentar. Las bendiciones del Reino introducido por Jesús tocan la realidad de la vida humana. Porque esto es así, cuando Juan el Bautista, habiendo recibido noticias de lo que Jesús estaba haciendo, le envió mensajeros que le preguntaran si él era realmente el Mesías, Jesús le contestó: «Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio» (Mt 11:4-5). La mención de los po­bres entre los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos y los muertos muestra que la pobreza aludida es tan literal como la condición de todos los demás. Y así como para los demás el ministerio de Jesús significa el fin del sufrimiento, así también para los pobres su proclamación es una buena noti­cia porque significa el fin de la pobreza mediante el es­tablecimiento de un nuevo orden caracterizado por el amor y la justicia.

¿Significa esto que cualquiera que sea literalmente pobre por el sólo hecho de serlo participa de las bendiciones del Reino? ¿Son los pobres «los sujetos-portadores del Reino» porque son pobres? La respuesta es que la buena noticia del Reino no debe ser objetivizada, sino mantenida en estrecha relación con el llamado de Jesús al discipulado. Ni los pobres ni los ricos tienen parte en el Reino a menos que, sea cual fuere su privación o sus posesiones materiales, sean pobres en espíritu y como tales dependan totalmente de la gracia de Dios.

Según la respuesta de Jesús a Juan el Bautista, su preocu­pación por los pobres, expresada en palabras y en acción, pone en evidencia que él es el Mesías. Para encarar las dudas de Juan sobre su mesianazgo, actúa en favor de los pobres, los enfermos, los oprimidos. Muestra así claramente que su misión guarda una relación particular con ellos. No es él un Mesías conquistador que establece un gobierno mediante la violencia. Es más bien, el Mesías-siervo que viene como un hombre pobre entre gente pobre y necesitada, y les anuncia el fin de sus sufrimientos. Según las expectativas expresadas en el Magníficat, viene para derribar a los reyes de sus tronos y poner en alto a los humildes, para llenar de bienes a los hambrientos y despedir a los ricos con las manos vacías (Lc 1:52-53). Y hace esto en su calidad de siervo de Yahvé que se coloca al lado de los pobres a fin de inaugurar el Reino.

¿Se limita entonces la salvación a los pobres? ¿Hay espe­ranza para los ricos? Es claro que nadie se salva o condena a causa de las posesiones materiales que tenga o no tenga. La preocupación especial de Jesús por los pobres no significa que no se interese por los ricos. Jesús vino a anunciar la buena noticia a los pobres, pero los ricos no quedan excluidos. La identificación de Jesús con los pobres y su preocupación especial por ellos no limita la salvación a una sola clase social. Pero de todos modos, la buena noticia es anunciada a los pobres, es decir, a los literalmente pobres y a aquellos que comparten la actitud de los pobres. Consecuentemente, sólo puede ser palabra de salvación para los ricos cuando éstos dejan de lado su riqueza como medio para encontrar su identidad y hacen suya la actitud de los pobres, lo cual supone el ver la absoluta prioridad del ser sobre el tener involucrada en el evangelio. Los ricos no están fuera del alcance de la buena noticia del Reino. Sin embargo, ya que éste pertenece a los pobres, sólo pueden entrar en él hacién­dose pobres. La cuestión, dice Paul Garthier, «estriba en no dejar de evangelizar a los ricos, sino todo lo contrario, en anunciarles a tiempo y destiempo el evangelio en su totali­dad».

Una discusión más extensa de nuestro tema tendría que detenerse a analizar el significado de la solidaridad de Jesús con los pobres (los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los enfermos y los prisioneros) según Mateo 25:31-40. Pro­bablemente este pasaje debe interpretarse a la luz del concepto bíblico de la personalidad corporativa, entendiéndose que «estos hermanos míos más humildes» significan los dis­cípulos de Jesús.9 De todos modos, claramente muestra la preocupación de Jesús por los pobres y los necesitados con quienes se identifica de tal modo que afirma que lo que se les hace a ellos se le hace en efecto a él. También muestra la muy estrecha conexión entre la salvación y la preocupación por los pobres y necesitados, de tal modo, que los salvos (los «justos», los verdaderamente «pobres en espíritu») son iden­tificados con aquellos que dan de comer al hambriento y de beber al sediento, alojan al forastero, visten al desnudo, y visitan al enfermo y al prisionero.

Los intérpretes pueden diferir en cuanto a su comprensión de la solidaridad de Jesús con los pobres y los oprimidos. Sin embargo, nadie puede, sin desechar la evidencia, negar que Jesús concibió su ministerio como la iniciación de una nueva era en que se haría justicia a los pobres.

3. Pobreza y discipulado

Jesús fue pobre y mostró un cuidado especial por los pobres. ¿Significa esto, entonces, que los ricos son automáti­camente excluidos del reino de Dios? ¿Es la pobreza una condición ineludible para el discipulado cristiano?

En Lucas 14:33 llama a quienes quieren ser sus seguidores a renunciar a sus posesiones materiales: «Así, pues, cual­quiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo». Este es el precio que uno tiene que calcular como parte del costo del discipulado, junto con tomar su propia cruz y dar a su familia un lugar secundario (Lc 14:26-32). Evidentemente, los Doce aceptaron esa de­manda en su sentido literal, como Pedro señala cuando Jesús habló sobre lo difícil que es para el rico entrar en el Reino: «He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos se­guido» (Mr 10:28; cf. Mr 1:16ss. y par.; Lc 5:11,28). Cuando Jesús envió a sus discípulos, los envío en completa pobreza (Lc 9:3, 10:4; cf. Mr 6:7ss.). En otra ocasión les mandó que vendieran lo que tenían y dieran a los necesitados, procurán­dose así «bolsas que no se envejezcan, y tesoro en los cielos que no se agote» (Lc 12:33). En la misma dirección apunta la demanda al joven rico:

«Una cosa te falta: Anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven sígueme, tomando tu cruz» (Mr 10:21 y par.).

A la luz de todos estos pasajes, parecería que Jesús consi­deraba la pobreza como algo esencial en el discipulado cris­tiano. La radicalidad de su posición se resume en su observación: «¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!», a la que sigue el conocido símil del ojo de una aguja:

«Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el Reino de Dios» (Mr 10:23,25).

Muy temprano las palabras de Jesús fueron ate­nuadas en algunos manuscritos mediante la adición de una salvedad que deja en pie la posibilidad de que el rico entre en el Reino sin necesariamente renunciar a sus riquezas:

» ¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas!» (v.24).

Esta modificación provee una có­moda interpretación de las palabras de Jesús, pero no debe permitírsele que reste fuerza a la demanda de Jesús en cuanto a las posesiones materiales. Si los discípulos «se asombraron de sus palabras» (v.24) cuando Jesús les dijo cuán difícil es para los ricos entrar en el reino, es obvio que ellos no tomaron sus palabras como una perogrullada, es decir, como si lo único que querían decir es que la confianza en las riquezas es incompatible con la vida del Reino. Su asombro fue más bien su reacción frente a una afirmación que estaba en oposi­ción total a la creencia común de que es relativamente fácil combinar las riquezas con la piedad; que mientras uno esté dispuesto a dar limosna a los pobres, no es necesario preocuparse sobre cuánto se reserva para sí. En contraste con tal suposición, Jesús veía en las riquezas un obstáculo real para la germinación de la Palabra de Dios en el corazón humano (Mt 13:22), descartaba el intento de servir a Dios y al dinero (Mt 6:24) y advertía contra la necia acumulación de bienes con miras a asegurar el futuro (Lc 12:13-20). Consecuente­mente, no es de sorprenderse que concibiera la salvación como prácticamente imposible para los ricos.

La demanda que Jesús hiciera al joven rico, de vender todo y dar a los pobres, particulariza la demanda general dirigida a las multitudes, de dejarlo todo a fin de seguirlo por causa del evangelio. Es por lo tanto, un llamado al servicio y sólo puede entenderse en el contexto del discipulado cristiano. Siendo así, no podemos dar por sentado que las palabras de Jesús al joven rico, «una cosa te falta anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres», no tienen nada que ver con nosotros, ni debemos suponer que su mandato a renunciar todas las cosas no fue literal, sino simplemente un llamado a una actitud de desapego interior a los bienes materiales. Si es claro que Jesús a veces exigía una pobreza literal como condición para el discipulado, ¿por qué hemos de dar por sentado que en nuestro caso su demanda en relación a nues­tras posesiones debe interpretarse en sentido figurado?

El desapego figurado respecto a las riquezas sólo es posi­ble en la experiencia de quienes están dispuestos a dejarlo todo literalmente, por causa del evangelio. Es genuino en la medida en que puede expresarse concretamente como se expresó en el caso de Jesús y sus discípulos. Esta clase de desapego es una condición ineludible del discipulado cris­tiano y deriva su significado de la entrega personal de Aquel que por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico, para que nosotros con su pobreza fuésemos enriquecidos (2 Co 8:9).

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