Jesús Salva al Pecador, no lo Condena – Estudio

Cita Bíblica: Juan 8:1-30

Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida. Juan 8:12

Este capítulo nos muestra la sencillez y naturalidad con la que Jesús decía y hacía todas las cosas. En la noche Jesús se va al monte de los Olivos, “como solía’- (Lucas 22:39); “de día enseñaba en el templo, y de noche se estaba en el monte que se lla­maba de los Olivos” (Lucas 21:37).

Para Jesús era vital pasar las noches en el silencio de la intimidad con el Padre, para luego enseñar a las gentes lo que el mismo Padre le mostraba (v. 28). ¡Qué bueno sería, si aquellos que están puestos para enseñar lo que Dios dice, también ellos pasa­sen la noche escuchando lo que el Señor mismo les tiene que enseñar a ellos! Porque sino corren el gran riesgo de convertirse en apedreadores de pecadores y pecadoras, que no conocen la Luz.

Los que estaban puestos en Israel por maestros, los escribas y los fariseos, cometie­ron ese error con una mujer pecadora. Ellos trajeron esa mujer adúltera ante la Luz del mundo, para condenarla a muerte por su pecado. ¡Qué equivocación presentar una pecadora ante su propio Salvador para que la condene! Esta era una gran tentación de aquellos maestros (escribas y fariseos) hacia el único Maestro de la salvación, Jesús. Pero el Señor sabe lo que hay en el corazón de cada hombre; y como quien no quie­re darse por aludido, “inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo” (v. 6). Aquí no se nos dice lo que el Señor escribía, pero lo que sí nos dice la Escritura es el significado de escribir el nombre de alguien en el polvo:

“Los que se apartan de Mí serán escritos en el polvo, porque dejaron a Yavé, manantial de aguas vivas” (Jeremías 17:13).

Estos hombres que tanto celo mostraban para que los otros cumpliesen la ley de Dios, ellos mismos, como dicen los profetas y el mismo Hijo de Dios, habían deja­do a Yavé manantial de aguas vivas e implantado sus propias tradiciones humanas. Este hecho les llevó a no conocer al autor de la ley, ni a Cristo “imagen del Dios invi­sible” (Colosenses 1:15).

“El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7).

La insistencia de esos acusadores de la ley, pero no hacedores, hace que Jesús les quite la máscara de su autojustificación, y queden desnudos ante “la Luz verdadera que alumbra a todo hombre” (Juan 1:9). Viéndose desnudos de toda justicia ante la Luz, se apartan comenzando por los más viejos para ocultar la vergonzosa realidad de su propia vida. La Luz de Cristo les hace ver que su propia justicia, arropada por el folla­je de la ley, es tan pecado como el adulterio de la mujer que ellos acusan.

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él (Dios)” (Romanos 3:20).

Y como dice el profeta Isaías 64:6: “Si bien todos nosotros somos como sucie­dad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia”.

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Esto es lo que quería el Señor Jesús que reconociesen aquellos hombres, no sólo el pecado en aquella mujer, sino también en ellos mismos. ¡Qué la justicia de ellos ante Dios no era mejor que la justicia de la mujer a la que ellos condenaban! Allí estaba Jesús, la Luz, para manifestar la justicia de Dios “por medio de la fe (en Jesucristo), para todos los que creen en Él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gra­cia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:21-24).

La única que alcanza el perdón del Señor es esa mujer, que fue presentada como peca­dora y falta de toda justicia. Los que se creían justos, se fueron sin reconocer la Luz que estaba ante sus ojos. Aquella pecadora vio en Jesús su gran salvación; ni una sola piedra cayó sobre ella, no porque no fuera pecadora, sino porque su Salvador estaba con ella. El único que podía pronunciar juicio condenatorio contra ella, le dice: “Ni Yo te condeno” (v. 11). ¿Por qué razón no le condenó? “Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El” (Juan 3:17). Esta es la misión de Cristo, antes y ahora, “salvar a los que por Él se acer­can a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).

Esta mujer en su encuentro personal con Cristo vio que nadie le condenó, porque su Salvador le había perdonado; por eso Jesús dice: “Vete, y no peques más” (v. 11). Ella pudo comprobar que las tinieblas en que había vivido fueron alumbradas por la Luz del perdón, del amor y de la verdad.

Ese, vete y no peques más, es un ejemplo práctico de lo que Jesús quiere decir con:”él que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida” (v. 12). Confirmando esto mismo leemos:

“Todo aquel que permanece en El (en Cristo), no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Juan 3:6).

Esta mujer le había visto, y había conocido su amor y su perdón, por tanto en ella se harían rea­lidad las palabras de Jesús: No peques más.

Pero, qué paradoja de la vida, todos aquellos que pensaban estar en la Luz, ni cono­cieron la Luz, ni recibieron la Luz, ya que prefirieron seguir en la luz de sus propias teas. Dios por boca del profeta Isaías habla con claridad de este error de su pueblo, diciendo: “Vosotros encendéis fuego, y os rodeáis de teas… en dolor seréis sepulta­dos”. Pero le aconseja: “El que anda en tinieblas y carece de Luz, confíe en el nom­bre de Yavé, y apóyese en su Dios” (Isaías 50:10-11).

Es un grave error buscar en los hombres, o en los medios que esos hombres nos pro­porcionan, Luz y salvación. Aunque esos hombres se vistan de deslumbrantes ropas, son simples teas que nada tienen que ver con la “Luz verdadera, que alumbra a todo hombre”. Porque la Luz es Cristo, y el único Salvador en el que debemos confiar y apoyamos.

Jesús advierte a sus oyentes que su testimonio es verdadero, porque es el testimonio de Dios en Él. Los fariseos pretenden menospreciar el testimonio de Jesús con sus propios razonamientos humanos y legales. La ceguera de estos hombres es tal, que intentan demostrar que la misma Luz no es Luz. Esta misma ceguera se da en todos aquellos que con sus prácticas dicen que Jesús no es el único y perfecto Salvador y la única Luz verdadera; y por eso añaden los méritos de los que ellos llaman santos y vírgenes, las misas por los muertos y por los vivos, las novenas, las penitencias con sus confesiones…etc. Los que hacen tales cosas niegan el testimonio de Dios y de Su Hijo Jesucristo. No admiten a Jesús como su perfecto Salvador, como la única Luz verdadera.

Jesús para todos estos tiene una respuesta:

Si no creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis” (v. 24).

Cada cual es muy “libre” de seguir su propia opinión, pero al final se impondrá lo que Dios dice. Si no aceptas a Su Hijo, la Luz, toda tu vida andarás en tinieblas, y al final de tus días morirás en tu pecado, sin conocer a Dios en Su Hijo, pues Jesús dice: “Si a Mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (v. 19).

Pienso que estas palabras deben tener un valor especial para todas aquellas personas, que se creen religiosas o conocedoras de Dios, incluso de Su Palabra. Pero permíte­me preguntarte: ¿Conoces personalmente a Dios en Su Hijo Jesucristo? Si no lo cono­ces, ¿de qué te vale toda tu religiosidad, todo tu conocimiento de las cosas “sagradas”, toda tu liturgia clerical? Con todo esto estás en tinieblas, andas sin Luz, y morirás en tu pecado. ¿Por qué?: porque no crees que Jesús es la Luz que ilumina tu vida, “para el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6).

El Señor Jesús dice con toda contundencia:

“El que Me sigue (el que cree en Mí) no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida”. ¿Cómo es posible, pues, que muchos anden en las tinieblas de la idolatría, adorando y venerando imágenes, rindiendo culto a los muertos, y se llamen seguidores de Cristo?

¿Es que quieren llamar a las tinieblas, luz, como los fariseos? ¿O pretenden hacer nulo el testimonio de Cristo? El que sigue la Luz, que es Jesús, tendrá en sí mismo la Luz de la vida. Jesús con toda sencillez afirma: “Lo que he oído al Padre, eso hablo al mundo” (v. 26).

“Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy” (v. 28).

El sabía muy bien que esto no era inteligible para los fariseos, pero esperaba el momento de ser levantado como levantó Moisés la serpiente de bronce en el desierto. El Señor manda a Moisés:

“Hazte una serpiente (de bronce) y ponía sobre una asta; y cualquiera que fuese mordido y mirare a ella, vivirá” (Números 21:8).

Esta es la solu­ción que el Dios de Israel ofrece a su pueblo para ser sanados de las mordeduras vene­nosas de las serpientes. El que sea mordido, mirará a ella, y vivirá. Esta sencilla solu­ción para ser librado de la muerte, era la solución que el mismo Dios nos daría a nos­otros con Su Hijo en la Cruz. ¿Qué tiene que hacer todo hombre envenenado por la propia maldad de su pecado, que le lleva a la muerte eterna, para poder ser librado de esa muerte, y vivir libre y sin culpa?: Mirar a la cruz de Cristo. Este mirar Jesús lo llama, creer en El, para tener vida eterna (Juan 3:14-15). Entonces, “conoceréis que Yo soy” (v. 28), dice Jesús. Cuando los israelitas mordidos por las serpientes miraban a la serpiente de bronce, conocían que el poder de Dios actuaba en ellos, tan cierto como antes actuaba el veneno en sus propios cuerpos. Así también el que cree en Cristo conoce el poder de Su Espíritu, que hace germinar en él sus frutos de paz, amor, bondad; donde antes estaban el odio, el rencor, la inmundicia, la enemistad, la idolatría y un sin fin de obras de muerte, contra las cuales el hombre sólo tiene un antídoto: La sola fe en el sacrificio de Cristo en la cruz.

Jesús ante todo esto dice claramente:

“Según me enseñó el Padre, así hablo… porque Yo hago siempre lo que le agrada” (v. 29).

El Señor Jesús nos transmite lo que el Padre le enseñó para que nosotros le creamos y tengamos vida en Su Nombre.

Pues esta es la voluntad del Padre:

“Que todo aquel que ve (mira) al Hijo, y cree en El, tenga vida eterna” (Juan 6:40).

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