Jesús: El Testigo Fiel y Verdadero – Estudio

Cita Bíblica: Juan 3:1-15

“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.”

Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto?”

“¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto?”

Jesús reconoce que Nicodemo es un maestro de Israel, y como tal debería conocer el plan salvífico de Dios con su pueblo, y la regeneración en el tiempo del Mesías. El pueblo de Israel guiado por sus maestros no fue capaz de reconocer a Jesús, porque escrito está: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11).

Nicodemo deduce por sus razonamientos que Jesús ha venido de Dios, “porque nadie puede hacer estas señales, si no está Dios con él” (v. 2). Esta actitud de conocimien­to racional puede ser también nuestra lógica a la hora de acercamos a Cristo. E inclu­so muchos que están como maestros en la iglesia -esa era la actitud del maestro Nicodemo- su saber de Cristo no es más que una deducción de la historia de la salva­ción anunciada por los profetas.

Pero con este saber nadie puede ver el reino de los cielos. Jesús dice que es necesario nacer de nuevo. Esto es algo que muchos “maestros” del pueblo de Dios no alcanzan a comprender. Por eso se unen a Nicodemo en la pregunta que hace a Jesús: “¿Cómo puede hacerse esto?”. ¿Maestro en Israel… o en la iglesia, y no sabes esto?.

Un grave error es creerse maestro por el gran saber que uno tiene de la letra de la Escritura. Pero el que tiene el verdadero conocimiento, es aquel que es enseñado por el Espíritu a conocer el Cristo de las Escrituras.

“El que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (v. 3).

confia en Dios, confianza, Jesús

Nicodemo en su diálogo con Cristo, a pesar de ser maestro, no va más allá de lo que alcanzan sus ojos y su mente.

Para nacer de nuevo no conoce otro camino, que el de regreso al seno de su madre. Pero Jesús le ataja, cortándole ese regreso, al afirmar: “Lo que es nacido de la carne, carne es”.

El hombre religioso, nacido de su propia carne, se siente desvalido ante un encuentro con Cristo. Siente que lo que tiene no le vale, pero tampoco acierta en el camino de ese nacer de nuevo.

Jesús, sin embargo, afirma con toda contundencia: es necesario nacer de nuevo, pero este nacimiento no lo alumbra la carne, sino el Espíritu. Cristo habla de nacer del agua y del Espíritu.

El bautismo de agua, símbolo de la muerte del viejo hombre, en la muerte de Cristo. El agua significa la purificación del hombre en el sacrificio de Cristo; y a la vez el hombre reconoce la necesidad de ese agua como bautismo en la muerte de Cristo, para limpiar su pecado.

De ahí que la Escritura nos pregunte:

“¿No sabéis que todos los que hemos sido bau­tizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” (Romanos 6:3).

Pero toda esta obra vivificadora la realiza el Espíritu. Todo esto para el hombre natu­ral es incomprensible. Pero yo me pregunto: ¿qué comprende el hombre de sí mismo? ¿Sabe cómo puede ser la visión de sus ojos, la purificación de la sangre en los pul­mones o cientos de funciones, que realiza su cuerpo, sin que él se entere ni compren­da nada? ¿Por qué, pues, quiere entender ese nacer del Espíritu o la obra misma del Espíritu?

“Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto testificamos” (v. 11).

Por eso Jesús se lamenta de la incredulidad y de la soberbia del hombre para creer al Arquitecto Supremo de todas las cosas. Jesús nos asegura que habla de lo que sabe y da testimonio de lo que ha visto. Pero Jesús se lamenta diciendo: no recibís nuestro testimonio” (v. 11).

¿Qué razón tenemos tú y yo para no creer el testimonio de Jesús, que sabe lo que habla y testifica de lo que ha visto? ¿Puede haber testimonio más fiel y verdadero que el testimonio de Jesús?

El libro del Apocalipsis en 3:4 lo presenta como: “El Amén, el testigo fiel y verdade­ro, el principio de la creación de Dios”.

¿Qué hombre podrá tener excusa alguna para no creer el testimonio del Hijo de Dios, Jesucristo?

Dejemos nuestros propios razonamientos, y aceptemos la necesidad de nacer de nuevo, del Espíritu, porque este es el testimonio de Jesús. Demos crédito al testimo­nio de Jesús, y veremos que ese nacimiento es una realidad en cada uno que tiene el testimonio de Jesucristo.

La explicación que Jesús da a Nicodemo no va más allá de una comparación con el viento, que ni sabes de donde viene ni a donde va, “así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (v. 8).

“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario…”

Ahora nos sitúa ante la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Toda persona del pueblo de Israel que era mordida por una serpiente sólo tenía que mirar a la serpien­te de bronce, y vivía (Números 21:9), no tenía otro antídoto contra el veneno de aque­llas serpientes; el que no miraba, moría.

Y Jesús nos dice:

“Así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (v. 14-15).

Todos nosotros hemos sido mordidos por la serpiente antigua, satanás, y nuestros cuerpos están emponzoñados por el veneno del pecado en nuestra propia carne. Esto nos lleva a la muerte eterna. Pero Dios en su infinita misericordia nos ha dado sani­dad en Su Hijo, Jesucristo.

Por eso El se presenta como la necesidad salvadora, y única posibilidad de vida eter­na para todo hombre.

Si los israelitas en el desierto no tenían otro lugar adonde mirar para ser librados de la muerte venenosa de las serpientes, hoy nosotros no tenemos otro lugar adonde mirar para ser librados de la ley del pecado y de la muerte, sino la cruz de Cristo: “para que todo aquel que cree en El… tenga vida eterna” (v. 15).

Ese mirar es creer en Cristo

Los israelitas no tenían otra solución ante el veneno de las serpientes que mirar a la serpiente de bronce. Aunque era algo tan sencillo como una mirada, en ello le iba la vida. Así también a nosotros el mirar o no mirar a la cruz de Cristo, en ello nos va la vida eterna o la muerte eterna. Y no vale buscar otras soluciones, porque “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Ese mirar es aceptar a Cristo como mi personal Salvador; el que quita el pecado de mí. Así nos lo muestra la Escritura:

“sabéis que Él apareció para quitar nuestros peca­dos. Y todo aquel que permanece en El, no peca” (1 Juan 3:5-6).

Cristo es la única solución de vida eterna, para todo aquel que cree en El.

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