Jesús: La Vid y los Pámpanos – Estudio

Juan 15:1-17

Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer. Juan 15:5

El Señor en este clima de fiesta y despedida – no olvidemos que todo este diálogo tiene lugar durante la cena de la Pascua (Juan 13) – da a conocer a sus discípulos algo tan importante, como la absoluta necesidad de permanecer unidos a Él. Para hacérse­lo más comprensible, toma como referencia la vid, cuyo vino habían degustado duran­te la cena.

Jesús les dice: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador” (v.1).

El Señor en el Antiguo Testamento usa este símil para referirse a su pueblo Israel (Salmos 80:8; Isaías 5:1-7; Jeremías 2:21), que le dio uvas silvestres.

Pero ahora, al final de los tiempos, el Dios y Padre nos ha injertado a los gentiles en la “vid Verdadera” que es Su Hijo Jesucristo, por medio de la fe. No hay otra “vid ver­dadera” que pueda dar los frutos agradables al Padre, ni hay otro labrador que conoz­ca los cuidados adecuados de esa vid y sus sarmientos que el Padre mismo.

Jesús hace una seria advertencia a sus discípulos: “Todo pámpano que en Mí no lleve fruto lo quitará” (v. 2). Esta es la labor del labrador, cuando ve en la vid sarmientos que no llevan fruto, los desgaja de la vid para que no estorben a los otros sarmientos que sí llevan fruto. Pero incluso estos sarmientos que llevan fruto son limpiados para que el fruto sea más abundante y mejor. El Señor Jesús dice a sus discípulos que Su Palabra es el instrumento para limpiar diariamente los sarmientos que están unidos a esa vid y llevan fruto.

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Jesús acercándose más a la propia realidad de sus discípulos, les hace ver que Él mismo es la vid y ellos los sarmientos; a los sarmientos les es absolutamente indis­pensable permanecer unidos a la vid, si quieren tener vida y frutos. Ya que el sar­miento no puede llevar fruto alguno por sí mismo separado de la vid. Pero el hombre religioso, por lo general, se cree capaz de llevar fruto por sí mismo, sin estar unido por la fe a esa única “vid verdadera”, que es Cristo. Estos frutos del hombre religio­so los podíamos calificar con el lenguaje del Antiguo Testamento como uvas silves­tres, tienen apariencia de buenas, pero no tienen el sabor dulce del amor de Dios maduradas bajo el sol radiante de la justicia de Cristo.

Sin embargo el creyente sabe por su propia vida, que todo el fruto que se da en él pro­viene de esa “vid verdadera”, que es Cristo; y por Cristo y en Cristo se dan en él los frutos del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, man­sedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).

Nadie puede llevar estos frutos por sí mismo si no es Cristo en él; sería tan absurdo como si el sarmiento quisiera producir uvas sin estar unido a la vid.

Jesús dice: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Y sin embargo, es como si el hombre siempre se empeñara en hacerlo todo separado de Cristo. La palabra que usa el griego es “dinamai”, que además de significar “poder”, también significa: ser capaz, tener fuerza, capacidad, facultad. Por tanto, sin Cristo el hombre no es capaz, ni tiene fuerza ni capacidad para llevar fruto por sí mismo. Lo que el hombre puede hacer por sí mismo son obras de la carne: “adulterio, fornicación, inmundicia, idola­tría, hechicerías, enemistades, iras, contiendas, disensiones, homicidios, borracheras etc.” (Gálatas 5:19s). No olvidemos que la Palabra de Dios nos dice:

“Los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tam­poco pueden… y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8).

Una vez más la Palabra de Dios me muestra la total incapacidad de la carne para sujetarse a la ley de Dios o para agradar a Dios. ¡Cuántos años lo he intentado hasta llegar al sacerdocio! Y sé que aun hay muchísimos que lo siguen intentando. Es un trabajo inútil, tan inútil como pretender que un sarmiento dé uvas por sí mismo sin estar unido a la vid. Cuando la solución más sencilla es injertar ese sarmiento en la vid y esperar que lleve fruto. Lo mismo me ha sucedido a mí, y te puede suceder a ti, por la fe he sido injertado en la “vid verdadera” que es Cristo, y se dieron sus frutos que antes siempre había añorado, incluso en el sacerdocio, y nunca había podido conseguir. Desde mi propia experiencia reconozco con humildad y gozo que separa­do de Cristo nada pude hacer, ni puedo hacer.

Jesús no quiere que sus discípulos caigan en la autosuficiencia religiosa, por eso dice claramente:

“El que en Mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (v. 6).

Es escalofriante el ries­go que lleva consigo el no permanecer en Cristo. Lo mismo que el sarmiento estéril es cercenado de la vid, y una vez seco lo recogen para ser quemado, así le sucederá a todo aquel que no permanece unido a Cristo por medio de una fe sincera.

Varias veces se ha referido el Señor Jesús a todos aquellos que no le aceptan como su único y perfecto Salvador… En la parábola de la cizaña, Mateo 13:41, dice:

“Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego”.

Uno de los tropiezos más sutiles que se le pueden poner al hombre es enseñarle a con­fiar en sus propias obras y que trate de llegar a una llamada “perfección cristiana” por sí mismo.

“El pámpano no puede llevar fruto por sí mismo – dice Jesús – sin perma­necer en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí” (v. 4).

Querer susti­tuir esta permanencia en Cristo por el aprendizaje de una doctrina y unos ritos llama­dos sacramentos, que el individuo recibe como medios por sí mismos para su autoperfección, es atar sarmientos para el fuego.

“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis dis­cípulos” (v. 8).

El resultado de esta permanencia en Cristo son los frutos que se dan en el creyente, y a la vez es el medio más eficaz, para que el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y Padre nuestro, sea glorificado, confirmándose a sí por los frutos que somos discípulos de Cristo. De poco valen las liturgias con sus ceremonias pomposas y llenas de palabras, si los frutos de la “vid verdadera”, Cristo, no se dan en esos oficiantes y en los que participan de sus ceremonias.

A Dios no le hace falta que el hombre se recluya en un lugar “sagrado” y se sumerja en una nube de incienso y cánticos para ver lo que hay en su corazón; y si está unido a la “vid verdadera”, Su Santo Hijo, o se está ocultando entre el ramaje religioso de su propio corazón. Ya que así ni es discípulo de Cristo, ni da gloria al Padre, sino que se da gloria a sí mismo y al grupo religioso que le etiqueta.

Es necesario examinarnos a nosotros mismos si estamos en la fe; porque a veces pasa­mos por alto advertencias del Señor como esta: “Qué os améis unos a otros, como Yo os he amado” (v. 12). ¿Podemos llamarnos discípulos de Cristo, y no amarnos como Él nos ha amado? Sólo Él lo puede hacer en nosotros. Esa es la respuesta de Cristo: “El que permanece en Mí y Yo en Él este lleva mucho fruto; separados de Mí nada podéis hacer”. Todo esto se lo dice el Señor a sus discípulos en un clima de inti­midad, como el Amigo a los amigos comunicándole todas las cosas que hace y lo que ha oído.

El Señor dice: “Os he llamado amigos, porque todas las cosas que he oído de mi Pa­dre, os las he dado a conocer” (v. 15).

¿Qué excusa pondrás para no aceptar lo que Jesús te dice, si lo oyó del Padre? Este es un motivo más para permanecer con toda firmeza en la Palabra de Dios que nos habló por Su Hijo. Y además Él te dice:

“Si per­manecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (v. 7).

Es necesario permanecer en Su Palabra sin añadir o quitar, ni mucho menos cambiarla por una tradición acomodada a las costumbres de los pue­blos. La misma Palabra de Dios nos dice: “Las costumbres de los pueblos son vani­dad” (Jeremías 10:3).

No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé. Juan 15:16

Esto que el Señor dice es algo que no se debe olvidar en ningún momento, para no poner en riesgo una elección, que no has hecho tú, sino que el Señor te ha elegido El a ti, no tú a Él. Muchas personas hacen más énfasis en su determinación por Cristo, que en el hecho de gracia de que Cristo los haya elegido. Si somos conscientes de esta elección por gracia del Señor, también seremos más prudentes en permanecer fieles en Él, pues fue Él quien nos ha elegido.

¡Cuántas palabras y conceptos religiosos tienes que desechar cuando penetra en tu propia mente la luz de la Palabra de Dios!

Pero no seas cobarde, empuña con firmeza, sin los guantes de la religiosidad, “la es­pada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Efesios 6:17).

Si te tiembla la mano, pide al Padre en el nombre de Jesús, que te fortalezca y con­firme en Su Hijo.

Tal vez siempre has querido hacer o has hecho muchas cosas por Dios, pero a lo mejor nunca has hecho esto que Él te dice: “Está(d) quieto(s), y conoce(d) que Yo soy Dios” (Salmos 46:10).

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