En el presente trabajo de «La encarnación de Cristo» estudiaremos la obra y ministerio de:
JUAN EL BAUTISTA
Juan el Bautista nació para un propósito muy especial, se le asignó la tarea más importe que pueda haber en la historia, la de preparar el camino y bautizar al Ser más bello e importante de todo el universo, a Dios encarnado:
“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: par Voz del que clama en el desierto Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas” (Mat 3:1-3)
Que privilegio más grande para un ser humano el de bautizar al Dios Hombre, a Cristo encarnado, una de las Personas de la Trinidad ante el cual los ángeles se inclinan en adoración incesante, el cual es Creador de todas las cosas, y por Quien todo subsiste, el Gobernante del universo, el Redentor del mundo perdido, y el Juez final de toda la creación de Dios. Hay una profunda interrogante concerniente al bautismo de nuestro Señor Jesucristo, Aunque algunos pueden cuestionar el hecho mismo sin embargo fue bautizado tanto en agua como por medio de los sufrimientos de la muerte, comparemos:
“Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos. El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre.” (Mat 20:20-23)
“Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad.” (Mat 26:42)
Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? (Jn 18:11)
El ministerio que le fue encomendado a Juan en la tierra es uno de los más grandes en toda la historia, se le concedió el más alto honor que se le puede dar a un ser humano, el de bautizar al Salvador, y se declara que Juan fue el último profeta del antiguo orden y que él es el mayor de todos los nacidos de mujer:
“De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan.” (Jn. 11:11-13)
Juan fue el mensajero del Señor, divinamente escogido -el heraldo que fue enviado especialmente a anunciar el advenimiento del Mesías-, tarea para la cual fue bautizado desde el vientre de su madre. Isaías predijo con respecto a Juan:
“Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne justamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado» (Is. 40:3-5).
Como podemos ver el trabajo de Juan el bautista fue muy especial, vino a preparar el camino al Dios encarnado, nuestro Señor Jesucristo.
Malaquías anunció también en nombre de Jehová: «He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí.» No debemos de pasar por alto esta comparación porque están completamente de acuerdo con lo que registra la predicción acércate Juan el Bautista, porque las dos están relacionadas con el ministerio de Juan, principalmente con el sistema de méritos de Moisés en la Ley y en ningún sentido en la gracia por la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
La elección de Juan a que fuese el mensajero de Jehová y el heraldo de Cristo es algo que no se le ha encomendado a hombre alguno. A Juan se le encomendó de forma divina la tarea de preparar el camino del Mesías como podemos comparar en Marcos 1:2 y Hechos 19:4
“Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti.” (Mr 1:2). “Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo.”(Hch. 19:4).
Todo esto había de acontecer para que Cristo «fuese manifestado a Israel.» El explicó: “… por eso vine yo bautizando en agua» (Jn. 1: 31).
El mensaje del ángel a Zacarías es muy claro cuando le dice:
“No temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabeth te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» (Lucas 1:13-17)
Podemos notar que Juan tuvo una larga entrevista con los sacerdotes y levitas que estaban interesados en saber quién era él:
«Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No.- Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando» (Jn. 1:19-28).
Hay una cosa muy importante que debemos de reconocer y es el hecho de que el bautismo de los profetas estaba establecido como un procedimiento correcto en las mentes de las autoridades, ellos estaban conscientes de que el Mesías bautizaría cuando viniera.
Es importante hacer notar que los discípulos de Jesús también bautizaban, como está escrito:
«Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba» (Jn. 3: 22). En Juan 4:1-3 se nos dice que Cristo no bautizaba: «Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea.»
El bautismo de Juan sirvió como un sello de su predicación reformadora, porque a él se le había encomendado que preparara el camino del Señor (Mt 3:3) y se confirma cuando él dice: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29). El bautismo extraordinario que él le administró a Cristo nos confirma que Jesús era el Mesías. A pesar de que Juan estaba debidamente consciente de que él había sido elegido divinamente para esa misión -pues él mismo dijo: «Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías»- sin embargo, trató de evadir la responsabilidad de bautizar a Cristo. Esto se halla escrito en el Evangelio:
«Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por tí, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó» (Mt. 3:13-15).
Hay una serie de razonamientos que Juan pudo haber tenido y que no alcanzaba a comprender ¿porque él tenía que llevar a cabo este trabajo?, aunque ya el Padre se lo había encomendado. Pero hay una serie de preguntas que Juan le podía hacer al Señor Jesús:
«¿Quién soy yo para poder tocar tu cabeza inmaculada? ¿Cómo podré extender mi mano derecha sobre Ti que has extendido los cielos como una cortina y que has afirmado la tierra sobre las aguas? ¿Cómo podré extender mis dedos pecadores sobre tu cabeza divina? ¿Cómo podré lavar al que es sin mancha y sin pecado? ¿Cómo encender al que es la Luz? ¿Cómo puedo orar por Tí, que recibes las oraciones de aquellos que ni siquiera te conocen? Al bautizar a otros los bautizo en tu nombre, para que ellos puedan creer que tú vienes en gloria; pero, al bautizarte a Tí, ¿a quién mencionaré? ¿En nombre de quién te bautizo? ¿En nombre del Padre? Pero tú tienes en Tí todo lo del Padre. ¿O en el nombre del Hijo? Pero no hay otro fuera de Tí, que por naturaleza sea Hijo de Dios. ¿O en el nombre del Espíritu Santo? Pero El está absolutamente en Tí, pues es de la misma naturaleza, de la misma voluntad, de la misma mente, tiene el mismo poder, el mismo honor, y recibe contigo la adoración de todos. Por tanto, si a Ti te place, oh Señor, bautízame a mí que soy el Bautista. Tú me hiciste nacer, haz que nazca de nuevo. Extiende tu venerable mano derecha, la cual has preparado para tí mismo, y coróname con el toque de tu mano como heraldo de tu reino, para que como heraldo coronado, pueda yo predicarles a los pecadores, exclamando ante ellos: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo … Y podemos oír lo que Cristo contesta: Es necesario que yo sea bautizado ahora con este bautismo, y que luego, yo confiera a los hombres el bautismo de la Trinidad. Préstame tu mano derecha oh Bautista, para este servicio. . . Toma mi cabeza que recibe la adoración de los serafines. Bautízame, así como yo he de bautizar a todos los que creen en mi, con agua, con Espíritu y con fuego; con agua, que es capaz de lavar la suciedad del pecado; con el Espíritu, que puede hacer que lo terreno se haga espiritual; con fuego, que consume por naturaleza las impurezas de las transgresiones. Habiendo oído el Bautista estas cosas, extendió su diestra temblorosa, y bautizó al Señor.»
No debemos de olvidar que Juan era hijo del sacerdote Zacarías, de la clase de Abías, y que la madre de Juan era descendiente de Aarón directamente.
“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet.” (Lc.1: 5).
Juan era, por tanto, sacerdote por derecho propio, aunque no existe ninguna prueba de que él haya sido consagrado para el oficio sacerdotal, ni de que lo haya sido. El era legalmente sacerdote del mismo modo como lo fueron los grandes profetas del Antiguo Testamento, lo cual tiene gran significado en relación con el ministerio del bautismo. Por un hombre así, tan especial, escogido y provisto por Dios, fue bautizado Cristo.
Este es uno de los grandes misterios de la Biblia que el Señor Jesús, el Cordero sin mancha tomó consigo el pecado del mundo, que siendo el príncipe de paz, por causa nuestra fue sometido a la ira de Dios. Pero que un día el vendrá a regir a las naciones con barra de Hierro.
En su encarnación (en su primera venida), el vino como una oveja, como un cordero sin mancha, como el Príncipe de Paz. Pero esto será completamente diferente en su segunda venida porque vendrá a regir con mano de Hierro y con espada.
Siendo Cristo el hacedor de todas las cosas, el Dueño de todo, se humilló hasta lo sumo desde el momento de su nacimiento, naciendo en un pesebre:
“El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Fil. 2:6-8)
Nuestro Señor Jesucristo, que es santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, fue hecho pecado a favor nosotros. Existen muchas paradojas con respecto a la vida de nuestro Señor Jesucristo, porque siendo el Pan de vida, pareció hambre. Siendo Él la fuente de agua eterna, tuvo sed. Siendo el dador de la vida, tuvo que morir. Pero lo más extraordinario es que el que estuvo muerto, vive para siempre. Sí, esa es la grandeza de nuestro Señor Jesucristo, que venció la muerte y resucitó y vive para siempre. Gloria sea dada a Dios por tan grande regalo de la Gracia que nos dio a la humanidad. Que Él siendo sin pecado tomó para Si todos los pecados del mundo por amor a la humanidad.
Cristo en su humillación nos enseña las cosas finitas e infinitas de Dios y del hombre, del Creador y de sus criaturas. Cristo en su encarnación nos enseña las cosas del cielo y de la tierra, las de la vida y las de la muerte. El propósito en su encarnación era enseñarnos todas estas cosas, pero el problema es que al hombre natural le es difícil entender estos misterios, por eso se hace necesaria una conversación o “el nuevo nacimiento” para poder comprender las cosas que sólo se pueden discernir espiritualmente, porque es necesario que el hombre natural muera y nazca el hombre espiritual. Para esto sólo hay un camino, que es nuestro Señor Jesucristo. El nos lo dijo en su palabra:
“No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.” (Jn 3:7)
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Jn 14:6)
A nosotros con un cerebro finito nos es muy difícil entender las cosas de Dios, como podemos comprender cómo pudo Dios nacer en forma humana, porqué tuvo que morir por nosotros los pecadores, siendo el sin pecado, cómo pudo mantener una comunicación constante con el Padre, cómo el siendo omnisciente pudo crecer en sabiduría y en estatura; cómo se le pudo dar a Él algo que no fuera suyo.
Hay muchas otras interrogantes que nos podemos hacer con respecto a Jesús en su humanidad, por ejemplo el poder calmar las ondas del mar con sólo el poder de su palabra; como pudo Él tener completo dominio sobre las esferas angelicales; cómo pudo Él estando encarnado estar asociado con el Padre y con el Espíritu con sus majestuosos atributos de gloria celestial que son atribuidos al Padre y al Espíritu Santo.
Todas las respuestas de estos misterios de este supremo Ser las podemos encontrar en su Palabra en su Revelación Especial la Biblia. Que Jesús siendo 100% Dios y 100% hombre, se despojó asimismo de todos sus atributos divinos para poder ser igual a todos los hombres para poder ser nuestro ejemplo a seguir; porque si Él pudo someterse a todo lo que Dios manda en su Palabra, nos enseña que también nosotros podemos hacerlo.
La mente humana no puede sondear las inmensurables profundidades de su Ser, ni escalar sus alturas sin límite. Muchos hombres han tratado de estudiar estos misterios durante casi 2000 años, pero Dios ha revelado todo esto a los más humildes, a los que creen en su nombre y están sometidos a Él.
“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. (Mat 11:25-27)
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (Stg. 4:6)
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