Juan: La Voz de Uno que Clama en el Desierto – Estudio

cristo en mi, atardecer

Cita Bíblica: Juan 1:19-51

¿Tú, quién eres?… ¿Qué dices de ti mismo?… Yo soy la voz de uno que clama…: Enderezad el camino del Señor…

Testimonio de Juan el Bautista

En este testimonio sencillo y nítido, el mensajero no se ve a sí mismo, sino como la voz del que le envió.

Cristo nos da testimonio de Juan diciendo:

“Entre los nacidos de mujer no se ha levan­tado otro mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11).

El mayor entre los nacidos de mujer, al preguntarle: ¿Tu, quién eres?, se considera como la voz del mensajero del Mesías.

Lo importante para el Bautista, no era él mismo, sino Aquel a quien pregonaba. El se consideraba como nada. Sabía muy bien, que su razón de ser era Cristo. Por eso a la pregunta: ¿Tú, quién eres?, responde: yo no soy, es El.

¿Qué dices de ti mismo? … “Que no soy digno de desatar la correa de su calzado” (v. 27).

Qué diferente resulta el testimonio de muchos “cristianos”, cuando le preguntan: ¿Tú, quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Se deshacen en elogios para su iglesia, sus líde­res, su confesión de fe, su forma de culto y disciplina…

La respuesta de un verdadero creyente tiene mucho de parecido con la respuesta del precursor: No soy yo, es Cristo en mí. Toda respuesta que no tenga como centro vital a Cristo, será una respuesta puramente religiosa.

El creyente puede dar esa respuesta de fe: “no soy yo, es Cristo en mí”; porque acep­ta que Cristo es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (v. 29). Esto sig­nifica que Dios ha aceptado la muerte de Su Hijo para borrar los pecados de todos, los que aceptan este sacrificio por sus pecados.

Cristo es el que quita el pecado del hombre creyente, por eso el hombre creyente nunca habla de sí mismo, sino de Cristo, como el autor de la vida eterna.

A veces muchos hacen hincapié en sus pecados, y lo que les cuesta superarse, pero no hacen la más mínima referencia a Cristo, como el único que quita el pecado del hom­bre. Consciente o inconscientemente se quieren hacer aceptos para acercarse a Cristo. Lo único que pide Cristo de ti es que le reconozcas a Él, como el único que quita tu pecado y te hace acepto ante el Padre.

Si crees, ¿qué puedes decir de ti mismo, sino que Cristo es el todo en ti, y tú sin Él nada puedes hacer? Por ti mismo estás muerto en delitos y pecados, en tu propia reli­gión, sólo Cristo te puede arrancar de esa situación.

Cristo bautiza con el Espíritu

Algo esencial que el Bautista testificó de Cristo, es que Cristo bautiza con el Espíritu.

Juan dice:

“y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, Aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre El, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo” (v. 53).

Este mismo hecho lo confirman los apóstoles, entre ellos Pedro al decir al pueblo de Israel: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

Pablo habló a ciertos discípulos en Éfeso, y les dijo:

“¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos respondieron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? (Hechos 19:1-3).

Para Pedro y Pablo el creer en Cristo está unido al bautismo en el Espíritu. Así Pablo dice en la carta a los Corintios: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13).

El que realiza la obra salvadora de Cristo en cada creyente es el Espíritu. De ahí, la expresión del Bautista: “Cristo es el que bautiza con el Espíritu Santo”.

Fue y es una realidad, desde pentecostés, el bautismo con el Espíritu para todo hom­bre, que al escuchar el mensaje de salvación, arrepentido, acepta a Cristo su único y perfecto Salvador.

Por eso Pablo dice: “A todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Y muchos se preguntan: ¿cómo es posible tomar esa bebida? Cristo mismo nos da las instruccio­nes:

“El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva; esto lo dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El” (Juan 7:38-39).

Cristo nos advierte que se hace “como dice la Escritura”. No es algo al mar­gen o contra la Escritura, como algunos pretenden formular. Así se confirman las palabras del precursor; Cristo bautiza con el Espíritu a todo el que cree en Él. Y lo puede hacer porque es el Hijo de Dios.

Así lo afirma el Bautista:

“Yo le vi, y he dado testimonio de que Éste es el Hijo de Dios” (v. 34).

Este mismo testimonio lo confirma Jesús, después de su resurrección, a sus discípu­los:

“Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1:5).

Todo esto lo vemos confirmado a lo largo de todo el Nuevo Testamento en aquellos, que aceptaron a Cristo como Mesías, ungido por el Espíritu para quitar el pecado del mundo y darles vida eterna.

He aquí el Cordero de Dios

Cuando Juan pronunció estas palabras por segunda vez ante sus discípulos, dos de ellos tomaron la decisión de seguir a Jesús. Esa decisión nace del testimonio fiel que da Juan.

Ahora es el momento de encontrarse con Jesús, y les pregunta: ¿Qué buscáis?

Ellos responden: “Maestro, ¿dónde moras?” (v. 38). Está claro para estos dos hom­bres que su decisión era morar con Jesús. Ya no se preocupan de la morada propia, sino morar con Aquél, que era el “Cordero de Dios”.

Jesús quiere que comprueben por sí mismos tal realidad, por eso les dice:”Venid y ved” (v. 39).

El que va a Cristo, ve por sí mismo la realidad de su salvación. Ya que Cristo dice:

“Al que a Mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).

Es algo esencial en todo el que va a Cristo, el ver por sí mismo y en sí mismo, que Cristo le limpia de pecado y le unge con Su Santo Espíritu, para poder tener comu­nión con el Hijo y con el Padre. De ahí que Cristo dice: El que cree en Mí, el también vivirá por Mí, como Yo vivo por el Padre (Juan 6:57).

El argumento más poderoso para un creyente que ha encontrado a Cristo, cuando trata de comunicárselo a otra persona, es éste: VEN y VE. Este fue el argumento más sen­cillo y cierto que Felipe pudo ofrecer al verdadero israelita Natanael: ven y ve. Natanael fue a Cristo, y vio realmente, que era el “Hijo de Dios, el rey de Israel” (v. 49).

Eso es lo que pide de ti Cristo, que vayas a Él, para que veas por ti mismo, lo que sabes por la lectura de las Escrituras o porque otros te lo han dicho de El. Jesús quie­re que veas por ti mismo en un encuentro personal con El. En el diario morar con El y El contigo. Ya que Él dice:

“El que me ama, mi Palabra guardará, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23).

¿Qué vale, que tú conozcas y defiendas la verdadera doctrina, si no conoces a Cristo? ¿Qué ganas con llamar verdadera a tu iglesia, si tú no conoces a Cristo? Pues Cristo dice:

“El que cree en Mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).

¿Y tú qué tienes: quizás un papa infalible, o un Lutero, o un otro líder religioso más o menos infalible para ti?

Así toda tu vida la pasas sin Vida, sin Luz, sin la Verdad, fuera del Camino.

Porque sólo Cristo es el Camino, la Verdad, y la Vida (Juan 14:6).

Déjate de defender doctrinas, papas, líderes o religiones. El mensaje de Cristo es mucho más sencillo que todo eso: Ven y ve.

Si te encuentras con Cristo verás que no necesitas de nadie más, para que en ti se cum­plan las promesas del pacto de gracia, que el Padre, Señor de cielos y tierra, da a todos los que aceptan a Su Hijo, como único y perfecto Salvador.

¿Quieres comprobarlo?: VEN y VE

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