La Encarnación de Cristo «La Tentación» – Parte 4/6

Sobre la «Encarnación de Cristo» existen Otras Verdades Concretas sobre su encarnación.

La tentación Cristo encarnado

Para que tuviera lugar la tentación tenía que ser sobre la base que Dios no puede ser tentado, ni que Él tienta a nadie. Entonces para que se pudiera dar este hecho tan importante en la teología, podemos decir que la tentación de Cristo tuvo que ser en su humanidad, no en su divinidad.

I.  Existen tres factores fundamentales en la tentación de Cristo.

Como una introducción especial para el estudio de este complicado tema sobre la tentación de Cristo, hay tres aspectos claves a considerar. Y son: 1)  El  significado de la palabra que del original se toma como tentar;  2) Como Dios puede ser tentado; y 3) cómo fue realmente la tentación de Cristo. Solo pudo llevarse a cabo en la esfera de su humanidad y no en la esfera de su Deidad.

Satanás, tentación, Cristo.

l.  La palabra  “tentar”  aparece alrededor de 50 veces en la Biblia, y tiene  la  idea de probar o someter a prueba alguien. Realmente tiene dos significados: el de probar con el propósito de fortalecer  la  virtud, y el de solicitar que  se practique el mal.  De  esta última clase de tentación  se  puede decir que no puede proceder de Dios, sino que tiene que ser del propio Satanás y sus servidores, pues es el trabajo de ellos.

Santiago nos afirma con respecto a este tema cuando dice:

«Cuando alguno es tentado, no diga que es  tentado  de parte de Dios; porque Dios no puede ser  tentado  por  el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es  atraído  y seducido» (Santiago.1:13, 14).

En lo que respecta a  la  primera clase  -cuando nos referimos a la  prueba con el propósito de fortalecer la  virtud- un buen ejemplo  lo vemos en el caso de Abraham cuando ofreció a Isaac en ofrenda a Dios.  Por ser una prueba tuvo que venir el  mandato directamente del cielo, y reconoció que no había nada en Abraham que necesitara corrección. Termina con estas palabras:

«…ya conozco que temes a Dios,  por  cuanto no me rehusaste  tu hijo,  tu  único»  (Génesis. 22: 12).

Para que el cristiano esté consciente de su salvación se  le  ordena que  se  pruebe a sí mismo para que descubra  si  está en fe. Sus pruebas deben basarse en el hecho de que Cristo está en él (2 Corintios. 13:5).  En el Padre Nuestro se le pide a Dios que nos libre del mal de  la  dureza de corazón y de  la infidelidad. Con respecto al  apóstol Pablo sobre su espina que tenía en la carne  se convirtió en una prueba que no  podía  quitársele.  El  escribió sobre esto:

«Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié  el  evangelio  al  principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por  la  prueba que tenía en  mi  cuerpo, antes bien me recibisteis como a  un  ángel de Dios, como a Cristo Jesús» (Gálatas. 4: 13, 14).

Santiago también escribió:

«Hermanos míos, tened  por  sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”. Bienaventurado  el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman» (Santiago 1:2, 12).

Cristo, de igual modo, nos dice que la tribulación  es  una hora de prueba que ha de venir sobre el  mundo entero y de la cual será librada la Iglesia (Ap.  3: 10).  Los cristianos  se encuentran ahora mismo en diversas pruebas, las cuales les engendran aflicciones  (1 P. 1:6),  y sin embargo, la tentación no puede ser más grande que la que los cristianos puedan soportar con la ayuda de Dios. Sobre este particular leemos:

«No  os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel  es  Dios, que  no  os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente  con  la  tentación  la  salida, para que podáis  soportar»  (1 Corintios. 10: 13).

Al igual que los santos del antiguo tiempo fueron probados (Comparar. Hebreos 11:37).

2.  La Biblia menciona por lo menos unas 27 veces que Dios puede ser probado. Se dice que Dios ha sido probado pero no de la forma en que nosotros podemos ser probados. Los textos bíblicos no se refieren exactamente a los mismo que a nosotros. Pero todas éstas deben considerarse a la luz de  la  verdad de que Dios no puede ser tentado a hacer el mal y de que  El  no tienta tampoco a ningún hombre (Stg.  1:13-15).  Estas pruebas a la Divinidad  se  extienden a cada una de las tres Personas de la bendita Trinidad. Cuando  se quería imponer  la  ley mosaica sobre los creyentes en Cristo,  se  nos dice del Padre: «Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre  la  cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?” (Hch. 15: 1 0). Para aquellos que, tal vez  por  ignorancia, enseñan que  el  sistema de Moisés es regla  de  vida para el creyente perfeccionado en Cristo, la advertencia de esta Escritura debiera ser efectiva. No hay elementos de Piedad en  el hecho de imponer  el  sistema mosaico sobre  la  Iglesia;  por  lo contrario, es peligroso y  es  una terrible provocación contra Dios.  Es significativo que, de todas las maldades en las cuales pudieran caer los cristianos  por  descuido, éste  es  el  único crimen contra Dios que  se menciona, mediante  el  cual los creyentes en Cristo lo prueban. Así también,  el  Espíritu puede ser probado. En esta clase de prueba hay cierta similitud con la anterior, pues sólo hay un hecho que  se registra como prueba para  el  Espíritu. Esta prueba está constituida

La tentación del Cristo encarnado   por  una falsedad pronunciada  por  dos cristianos primitivos, y Pedro declaró que dicha falsedad era contra el Espíritu Santo. Está escrito:

«Entonces  Pedro  le  dijo: Dime, ¿vendisteis en  tanto  la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. Y Pedro  le  dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar  el Espíritu del Señor? He  aquí  a la puerta los pies de los que han sepultado a  tu  marido, y te sacarán a ti.  Al  instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes,  la  hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron  junto  a  su  marido» (Hch.5:8-1 0).

Hay más pasajes escriturarios que se refieren a la tentación de Cristo el  Hijo  de Dios  -comparar.  Lc. 4:1-13; He. 2:18; 4:15. La discusión de estos pasajes la dejamos para la siguiente sección.

3. En cuanto a Cristo si de verdad fue tentado, conste, debemos de hacer énfasis que no pudo ser tentado en su divinidad, sino en su humanidad. Nos referíamos a la verdad de que Cristo siendo Dios, no podía ser  tentado  a hacer lo malo. Concerniente a las relaciones de las dos naturalezas de nuestro Señor. Hay un consenso general de que,  si  Cristo hubiera pecado,  la  caída hubiera surgido totalmente de su naturaleza humana; pero en toda esta discusión con respecto a su impecabilidad,  muy  a menudo se pasa  por  alto la verdad de que Cristo fue absolutamente libre de la naturaleza de pecado y de  todo  lo que pueda generar el pecado.

Algunos teólogos y filósofos paganos han basado sus especulaciones en el reconocimiento de las limitaciones del hombre caído. Por supuesto que Cristo fue Hombre pero no caído, pues Él es el único que pudo representar la verdadera imagen de Dios, pues nació sin pecado y solo él pudo mantenerse libre de pecado, todo lo contrario a nosotros que somos seres caídos y que estamos siendo restaurados por Él. Se arguye que ningún hombre está libre de pecado y, puesto que Cristo fue hombre,  El  fue  tentado  a hacer el mal en la misma forma como los demás hombres. El obispo Martensen, en un discurso sobre el problema de la relación personal de Cristo con el pecado, escribe:

«El  hecho de que el segundo Adán experimentó toda clase de tentaciones -seducciones  a pecar, amenazas  y  torturas de cuerpo  y  de  mente- debe explicarse sobre la base, no solamente de su libertad moral, ni de la calidad de progreso que había en su naturaleza, sino combinando estos dos factores. Las proposiciones  potuit  non peccare,  es decir,  era  posible que El no pecara,  y  non potuit  peccare,  esto es,  era  imposible que El pecara,  en vez de ser distintas o estar en contraste, puede decirse que  se  incluyen y  se  presuponen la una a la otra. La primera, que significa que  la  impecabilidad fue solamente una posibilidad para Cristo, implica que El experimentó  la  tentación como  un  poder real; porque, aunque  le  vino de afuera,  si  no era simplemente una simulación, tenía  que estimular algún sentimiento correspondiente dentro de El, por medio del cual solamente El hubiera  podido  realmente ser tentado. Y como el contraste entre lo cósmico  y  lo sagrado  -lo  natural  y  lo  espiritual- era necesario en el segundo Adán para poder tener una doble influencia sobre  la  voluntad  -ya  que el segundo Adán  no  puede considerarse monotelita,  lo  cual, en efecto, sería considerarlo monofisista, pero  bi-telita- el mismo principio que hizo posible la caída del primer Adán tiene que haber estado activo en El. La posibilidad de pecado existió en el segundo Adán; pero esta posibilidad nunca  se  volvió activa, nunca  se  convirtió en realidad.  La  garantía de esto no fue la fuerza de la virtud de  la  inocencia,  la  cual  se  hace incierta  y  dudosa con  la  sola idea  de  la  tentación, y  la cual depende  de  la prueba; ni en  la  fuerza de  la  naturaleza divina en  tanto que ella es distinta  de  la naturaleza humana, ni  de  la humana en  tanto  que es distinta  de  la divina; sino en virtud de la unión indisoluble de las dos naturalezas en El; ese vínculo que realmente hubiera podido someterse a grandes tensiones  y ser sacudido aparentemente hasta  lo  sumo y hasta el mayor contraste  de  las dos naturalezas, pero que no podía romperse nunca. Esto  es  lo que  se  expresa en la segunda proposición: non  potuit  peccare, a saber,  era  imposible que El pecara.

Aunque la tentación misma  y  el conflicto contra ella no fueron solamente aparentes, sino reales y severamente formales, el resultado no hubiera podido ser nunca dudoso, pues el vínculo entre la naturaleza divina  y  la humana, que hubiera podido ser riguroso en  la  criatura, era indisoluble en El, que es ei Mediador entre el Padre  y  todas  las  criaturas. Este lazo sólo puede romperse cuando  la  relación de  lo divino y  lo  humano  es  solamente relativa o representativa, pero nunca cuando  es  esencial  y  modelo como lo es en el caso de Cristo, en quien estaban comprendidas todas las determinaciones del Padre desde antes de la creación del mundo.»- Christian Dogmatics. págs. 284, 285.

El  Dr.  Martensen, como muchos teólogos prominentes, mantiene en esta declaración una consideración muy alta para la Persona del Dios Hombre; pero implica que Cristo sufrió aquellas tentaciones que corresponden a la naturaleza caída. Aún más, Cristo no hubiera podido poseer  la  naturaleza pecaminosa sin haber participado de la caída, puesto que tal naturaleza no corresponde a la humanidad no caída. Naturalmente, los únicos ejemplos de esta forma de existencia humana son el de Adán antes de  la  caída y  el  de Cristo.  Si  Cristo mismo hubiera sido un Ser caído, no hubiera podido ser el Pariente no implicado que redime, como  se  exigía. Tal  vez  en este punto, algunos no caen en la cuenta de que la obra salvadora de Cristo  se extiende tanto a la naturaleza de pecado de aquellos que salva como a sus transgresiones individuales.  Si  el mismo Cristo hubiera sido un Hombre caído, hubiera necesitado ser salvo, y no hubiera podido salvarse a Sí mismo ni a otros. Por otra parte,  si  El  no fue un ser caído, sino el Dios Hombre en su Ser, entonces no tuvo incitaciones a hacer el mal de aquellas que surgen de la naturaleza pecaminosa.  De El  se  predica la santidad divina intrínseca (Le. 1:35).  Ya  lo hemos afirmado en páginas anteriores y lo repetimos aquí: Cristo fue impecable según  se  expresa en la preposición latina  non  potuit peccare;  es decir, era  imposible  que El pecara. Lo que crea la duda en muchas mentes devotas  es  el  hecho de que, tal como  se  ilustra  por medio de Adán, un ser humano no caído puede pecar. Lo que  es verdaderamente trágico, en este sentido, es que no  se  reconozca que el primer Adán estuvo sin apoyo en la hora de la prueba, mientras que el último Adán, aunque también poseyó la naturaleza humana no caída  -como  bien lo afirma el Dr.  Martensen- por  causa de  «la unión indisoluble de la naturaleza divina con  la  humana»,  era incapaz de hacer lo que, de otro modo, hubiera hecho,  si  su  naturaleza humana hubiera actuado independientemente; pero esta desunión de las dos naturalezas no  podía  ocurrir jamás  Y el caso de Adán difiere aun de el de cualquier hombre caído. Mientras el hombre caído es absolutamente inclinado  al  pecado,  tanto  el Adán  no  caído como la humanidad de Cristo no  tenían  ese  ímpetu  hacia el pecado. El Adán no caído hubiera podido evadir fácilmente  la  acción que realizó.

Puesto  que  este lazo de unión que ata las dos naturalezas de Cristo -porque  El es una sola  Persona- es  tan completo,  la  humanidad de Cristo no  podía  pecar.  Si  su humanidad pecara, pecaría Dios. Cuando se  reconoce  la  absoluta Deidad de Cristo, no hay lógica que sea más inexorable que ésta. Aunque la humanidad  no  caída  que  carecía de apoyo  podía  pecar, la Persona del Dios Hombre, aunque en ella  se incorpora la naturaleza humana no caída,  es  incapaz de pecar. El argumento  que  sostiene que Cristo  pudo  haber pecado,  pero  no pecó, es completamente diferente de aquel que afirma que Cristo  no podía pecar.  El  primer argumento, o niega la Deidad de Cristo o deshonra a Dios con la aseveración calumniosa de  que  el  mismo Dios es capaz de pecar. Otra vez tenemos que declarar  que  los rasgos humanos de Cristo que no envuelven asuntos morales no pudieran presentarse como prueba libremente. Con ciertas reservas  se  pudiera admitir la idea de  que  El fue a  la  vez omnipotente e impotente, ominisciente e ignorante, infinito y finito, ilimitado y limitado; pero no pudiera concederse jamás que El fue a la vez pecable e impecable. No hay elementos que deshonren a Dios en la debilidad humana, ni en el dolor humano, ni en el hambre humana, ni en la sed humana, ni en las limitaciones humanas, con respecto a las diversas capacidades humanas; hasta la muerte pudiera admitirse,  si  tal muerte la sufre  por otros y no  por  Sí mismo. De  lo anterior  se  puede deducir que cualquier clase de pruebas que le haya venido a Cristo no era tal que hallara su expresión en su naturaleza pecaminosa ni a través de ella. Sin embargo, El fue probado y tentado, y no cometió pecado. En cuanto  al  hombre caído, sus tentaciones pueden surgir del mundo, de la carne o del diablo; pero la prueba que sirve para desarrollar y establecer la virtud procede usualmente de Dios. El  mundo  no tiene derechos sobre Aquel que  pudo  decir: «…  tampoco yo soy del  mundo»  (Jn. 17: 14, 16), y la carne, que fue concebida como naturaleza caída, tampoco estaba latente en el Hijo de Dios. El dijo con respecto a Satanás: «…viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene  en  mí»  (Jn. 14: 30). Así como  es  imposible atacar a una ciudad inconquistable, así es imposible asaltar a la persona que  es  Dios Hombre y que es impecable. Cristo fue tentado, no para probar su impecabilidad para Sí mismo o para  el  Padre, sino a favor de todos los que han sido llamados a confiar en  El.  Así como Dios puede ser tentado, así Cristo podía ser tentado. Está escrito: «Por  qué  me  tentáis, hipócritas?” (Mt. 22: 18; comp.  Mr.  12: 15; Le. 20:23; Jn. 8:6). Los siguientes son los principales pasajes que  se  refieren a la tentación de Cristo: Lucas 4:1-13 (comp.  Mt.  4:1-11;  Mr.  1:12, 13).  «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por  el  Espíritu  al desierto por cuarenta días, y era tentado  por  el diablo. Y no comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre. Entonces  el diablo  le  dijo:  Si  eres Hijo de Dios,  dí  a esta piedra que  se  convierta en pan. Jesús, respondiéndole, dijo: Escrito está: No  sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda la palabra de Dios. Y  le  llevó el diablo a un alto monte, y  le  mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo  el  diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a  mí  me ha sido entregada, y a quien quiero la doy.

Si  tú  postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le  dijo: Vete  de  mí, Satanás, porque escrito está: Al  Señor  tu  Dios adorarás, y a  él  solo servirás. Y le llevó a Jerusalén, y  le  puso sobre el pináculo del templo, y le dijo:  Si  eres Hijo de Dios, échate de  aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, En las manos te sostendrán, para que no tropieces con  tu pie en piedra. Respondiendo Jesús,  le  dijo: Dicho está: No tentarás  al Señor tu Dios. Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación,  se apartó de  él  por un tiempo.»

Al  entrar en la investigación de los tres pasajes que relatan las tentaciones  de  Cristo,  el  de Lucas y otros dos,  es  bueno recordar las verdades de que estas tentaciones estaban fuera del rango de aquellos factores de la vida humana que eran resultado de la caída, y que estas tentaciones fueron dirigidas solamente a su humanidad. La triforme tentación  de  Cristo que nos narra la porción citada indica  el  hecho de su tentación, y lo que está envuelto en ese hecho es la relación dentro de  El de sus dos naturalezas, su relación con el Padre y  su  relación con el Espíritu. Hay también una revelación definida de  su  relación con Satanás. Los tres Evangelios sinópticos declaran que, después del bautismo, Cristo fue llevado  por  el Espíritu  al  desierto, y que allá fue tentado y probado por Satanás.  El  relato afirma que, durante  la tentación, Satanás llevó a Cristo tanto a las altas montañas como  al pináculo del Templo. Posteriormente tendremos que considerar  por qué fue tentado así Cristo.  El  punto que nos interesa aquí  es  el  hecho de  que Cristo, absolutamente sometido  al  Espíritu Santo, fue conducido a propósito a  la  esfera del poder de Satanás.  El  por  qué de dicha tentación puede ser un problema que está muy lejos de la comprensión humana. Sería un verdadero descuido no  notar  que aquí, como en otras situaciones en la vida terrenal de Cristo, hay aspectos que corresponden  al  reino de  la  relación que existe entre Dios y los espíritus angélicos, con respecto a la cual los seres humanos no tienen  otro  conocimiento que no sea el que procede de algunos indicios que revela  la  Biblia.  El  relato de esta tentación  -el  cual es inmensurable en sus  alcances- podemos dividirlo en dos partes: 1) La relación de Cristo con  el  Espíritu Santo,  y  2) la tentación de la humanidad de Cristo por parte de Satanás.

¿Te gustaría anunciar tu empresa aquí? Leer más

¿Qué opinas? Únete a la Discusión