La Mundanalidad de la Iglesia – Estudio

La iglesia es una realidad escatológica: pertenece a la era del cumplimiento introducida por Jesucristo, es los primeros frutos de la nueva humanidad. Sin embargo, también es una realidad histórica y como tal, sujeta con el resto de la humani­dad al condicionamiento que el mundo ejerce en relación a la vida humana en todos sus aspectos.

En el período entre la resurrección y la segunda venida de Cristo, la nueva era supera a la vieja y la escatología opera dentro del cauce mismo de la historia. La tensión escato­lógica resultante afecta toda la vida y misión de la iglesia. El Pacto de Lausana se refiere a uno de los aspectos más importantes de esa tensión: «Creemos que estamos empeñados en una constante batalla espiritual contra los principados y potestades del mal, que tratan de destruir a la iglesia y frustrar su tarea de evangelización mundial». Más adelante, en la misma sección el Pacto afirma que la actividad de los poderes de destrucción es percibida no sólo en términos de «las falsas ideologías fuera de la iglesia», sino también en términos del acomodamiento de la iglesia al mundo «tanto en pensamiento como en acción». Este reconocimiento ex­plícito de la vulnerabilidad de la iglesia frente al mundo constituye una de las notas más encomiables de todo el documento, tanto más significativa cuanto más se toma en cuenta el triunfalismo que con tanta frecuencia caracteriza a los evangélicos.

En su libro Acción Pastoral Latinoamericana: Sus Motivos

 Ocultos, Juan Luis Segundo ha señalado los mecanismos que hacen que en América Latina la Iglesia Católica Romana opte por un acomodamiento a la sociedad de consumo y no por el mensaje bíblico con sus demandas de convicción personal. En síntesis, sus tesis son las siguientes:

1. La sociedad urbana demanda que no se discutan las cuestiones básicas de la vida humana. Por esta razón, su unidad no depende de una participación común en valores universales o en una misma concepción del mundo (como en el caso de sociedades tradicionales), sino de la participación en el consumo. Los valores y cosmovisiones son relegados a la esfera de la vida privada y relativizados.

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2. El cristianismo ya no puede contar con la ayuda que antes recibía en los ambientes cerrados. Sin esta ayuda, la sociedad abierta mantiene una vaga adhesión al cristianis­mo, relacionada con el desarraigo del hombre en la ciudad, y esta adhesión desarraigada abre espacio para los ritos religiosos. La transmisión del cristianismo de una generación a otra ya no depende del ambiente social.

3. En la sociedad de consumo, el ser cristiano depende de una convicción personal. Cualquier idea profunda que de­safía la «masificación» del hombre es revolucionaria, y la mantiene sólo una minoría heroica.

4. La pastoral, por lo tanto, debe escoger entre una minoría que acepta las demandas del evangelio y una «mayoría de consumo» con un falso compromiso cristiano.

5. La pastoral ha substituido el verdadero cristianismo por los valores de las mayoría de consumo y ha reducido así las demandas del cristianismo a su mínima expresión. La razón principal de esto es un triple miedo. En primer lugar, está el miedo a la libertad por parte de los sacerdotes, ya que el «paso de la presión a la libertad, paso clave para una orientación nueva, no viciosa, de la pastoral, dejaría en la más profunda angustia, psicológica y material a la inmensa mayoría del clero. Proporcionalmente, mucho de eso vale también para otros agentes de la pastoral». En segundo lugar está el miedo del destino de las masas, ya que si «la pastoral da el paso de la protección mayoritaria a la minoría comprome­tida, la mayoría quedaría sin protección y, verosímilmente, sin el límite mínimo de cristianismo». En tercer lugar, está el miedo por el evangelio: se razona que el evangelio solo no puede lograr lo que lograría la iglesia gracias a su alianza con el sistema; se da por sentado que la iglesia no está dispuesta a depender exclusivamente del evangelio.

Este es un incisivo análisis de la situación del cristianismo en la sociedad de consumo desde la perspectiva de un teó­logo latinoamericano. He considerado útil sintetizarlo punto por punto porque Segundo describe claramente la moti­vación detrás de cualquier clase de cristianismo cuyos vín­culos con la mentalidad constantiniana son más fuertes que sus vínculos con el evangelio de Jesucristo. Lo que Segundo dice acerca del «cristianismo-cultura» latinoamericano tam­bién puede decirse del «cristianismo-cultura» relacionado con el «American Way of Life», cuya influencia se ha ex­tendido a todos los países del mundo. Como el catolicismo romano tradicional, se ha acomodado al mundo motivado por su ansiedad de llegar a las mayorías de modo que haya más cristianos. Como resultado, la iglesia, lejos de ser un factor de transformación de la sociedad, se convierte en un mero reflejo de ésta, y lo que es peor, en otro instrumento que la sociedad usa para condicionar a la gente con sus valores materialistas. Podemos ver este acomodamiento al mundo en las dos esferas que señala el Pacto de Lausana al referirse al peligro de la mundanalidad de la iglesia en pensamiento y acción.

1. En la esfera del pensamiento, el acomodamiento de la iglesia al mundo se realiza principalmente por medio de la reducción del evangelio a un mensaje puramente espiritual, un mensaje de reconciliación con Dios y salvación del alma. En línea con esto, se define la misión de la iglesia exclusi­vamente en términos de evangelización, entendida ésta co­mo la proclamación de que en virtud de la muerte de Cristo en la cruz, lo único que se necesita para ser salvo es «aceptar a Jesús como su suficiente Salvador». Esto separa la fe del arrepentimiento, los elementos «esenciales» del evangelio de los «no esenciales», el kerygma de la didaque, la salvación de la santificación. En el nivel más básico, separa a Cristo como Salvador de Cristo como Señor. Esto produce un evangelio que permite que la gente mantenga valores y actitudes prevalentes en la sociedad de consumo y a la vez disfrute la seguridad temporal y eterna que le provee la religión; que divida su vida entre el compartimiento de la religión y el de sus actividades seculares. Se supone que Dios tiene algo que decir respecto a la religión, pero no respecto a la vida cotidia­na; que tiene interés en el culto, pero no en los problemas sociales, económicos y políticos, los negocios o las relaciones internacionales.

Esta versión del evangelio está hecha a la medida para las «mayorías de consumo». Es otro producto de fácil venta en la sociedad de consumo. Representa uno de esos «evangelios falsos que tergiversan las Escrituras y colocan al hombre en el lugar de Dios», a los cuales hace referencia el Pacto de Lausana. El error de adoptar este evangelio puede corregirse únicamente mediante un retorno al evangelio bíblico cen­trado en Jesucristo como Señor del universo y de toda la vida, el evangelio que «Una Respuesta a Lausana» define en los siguientes términos:

El evangelio es buenas nuevas de Dios en Cristo Jesús. Es buenas nuevas del reino que él proclama y encarna; de la misión de amor de Dios que trae salud al mundo exclusivamente por medio de la cruz de Cristo; de su victoria sobre los poderes de destrucción y muerte; de su señorío sobre todo el universo. Es buenas nuevas de una nueva crea­ción, una nueva humanidad, un nuevo nacimien­to por medio del espíritu que da vida. Es buenas nuevas de los dones del Reino Mesiánico conteni­dos en Jesús y mediados por su espíritu; de la comunidad carismática que por su poder encama su Reino de Shalom aquí y ahora, ante toda la creación, y hace visible y da a conocer sus buenas nuevas. Es buenas nuevas de liberación, de restauración, de salud y de salvación personal, social, global y cósmica.

2. En la esfera de la acción, el cristianismo-cultura también refleja el condicionamiento de la sociedad de consumo. Sólo así se puede explicar la obsesión con los números men­cionada en el Pacto de Lausana: «Otras veces, con el deseo de asegurar una respuesta al Evangelio, hemos acomodado nuestro mensaje, hemos manipulado al oyente por medio de técnicas de presión y nos hemos preocupado demasiado por las estadísticas y hasta hemos sido deshonestos en el uso que hemos hecho de ellas». Esto describe una de las maneras más obvias en que la iglesia se ha acomodado al mundo. Para acompañar a un evangelio truncado, tenemos una meto­dología de evangelización que mecaniza el ingreso de la gente a la iglesia. Si en la sociedad de consumo el único interés es el constante incremento de la producción, se en­tiende que en la religión de consumo se le dé la prioridad al crecimiento numérico de la iglesia.

Algunos podrían objetar que esta preocupación por el crecimiento numérico es legítima para cualquiera cuyo co­razón palpite con el anhelo de Dios, «el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Ti 2:4). Juan Luis Segundo ha respondido correctamente a esa objeción:

Existe aquí un hecho evidente: hay dos maneras de contar los cristianos. Una parte, para la estadística, del límite mínimo: bautismo, alguna práctica sacramental, adhesión al cristianismo expresada en censos, y ausencia de herejías en el sentido de proposiciones ya condenadas en el Denzinger. La otra manera cuenta a aquellos cris­tianos dispuestos a llevar el mensaje al resto de la sociedad, a soportar victoriosamente el contacto con otras ideas y concepciones de la vida, y a comprometerse en una transformación global de la sociedad de acuerdo con la revelación de Cristo

En el análisis final, estos dos métodos corresponden a dos conceptos diferentes del evangelio, la misión de la iglesia y la vida cristiana. Si las iglesias evangélicas han dado priori­dad a las cuentas que se llevan en base a lo mínimo (con la diferencia de que el manual denominacional, en lugar del Denzinger, provee los criterios para definir las herejías), esto demuestra que no han podido escaparse del condiciona­miento de la sociedad de consumo; que en su interés por contar con más conversos, han acomodado su mensaje a esta sociedad. La reforma necesaria demanda una total recons­trucción de la iglesia local de modo que ésta encarne las demandas del evangelio.

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