La Obra de Dios es: Que Creamos en Jesús – Estudio

Cita Bíblica: Juan 6:27-45

Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a Este señaló Dios el Padre. Juan 6:27

De las palabras de Jesús se desprende que estas gentes de Galilea buscaban a Jesús, más por su necesidad material, la “comida que perece”, que por la “comida que a vichi eterna permanece”.

El Señor hace una total distinción entre la comida perecedera por la que el hombre tanto se afana, y la comida que a vida eterna permanece de la que el hombre tanto se despreocupa.

Pero hay algo que nunca debemos olvidar, “la comida que a vida eterna permanece” sólo nos la puede dar el Hijo de Dios. Nadie más se puede arrogar este poder sin hacer mentiroso a Dios, porque el Padre al único que ha señalado, sellado, para esta misión es a su Hijo Jesucristo.

Esto echa por tierra a todos esos que se proclaman dadores del alimento de vida eter­na, y sólo usan el nombre de Cristo como una simple referencia histórica.

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El único que tiene ese sello indeleble de garantía divina es Cristo, ayer, hoy y siem­pre. Todos los demás que se presentan como sellados, son sellos falsos del padre de la mentira, Satanás. Por eso, hoy más que nunca, se hace necesario “probar los espíri­tus si son de Dios, y no creáis a todo espíritu» (1 Juan 4:1).

Una de las señales de esos falsos dadores de religión es que hablan de las propias obras, y nunca de la obra de Dios.

Jesús les dijo: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que El ha enviado” (v. 29).

Cuando el hombre obra no deja obrar a Dios. Cuando cree deja que Dios obre. Lo que Dios nos pide por Su Hijo es que le aceptemos a Él como nuestro personal Salvador. No es que tu fe sea una obra meritoria, sino que al creer aceptas a Cristo con toda su obra de gracia sobre ti. Esta es la inmensa obra del amor de Dios para todo aquel que acepta a Su Hijo, el Cristo.

Los interlocutores de Jesús habían comprendido lo que El les pedía, que le aceptaran como Mesías. Por eso ellos le piden una señal mesiánica. No era suficiente que unos pocos panes fuesen multiplicados en muchos, al fin y al cabo, eran panes comunes. Más que esto había hecho Moisés: “Nuestros padres comieron maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer”

(v. 31). Jesús les hace notar que eso no es así; el maná llovía de las nubes (Salmos 78:23) y también era comida perecedera y por lo mismo terrenal. Estos israelitas daban a Moisés una gloria que sólo pertenece a Dios. Jesús les dice que Moisés no les dio el pan del cielo, sino “mi Padre os da el verdadero pan del cielo” (v. 32).

No debemos dejarnos confundir por tantos y tantos que nos ofrecen de una u otra manera un pan perecedero, fabricado de su propia cosecha terrenal que califican de celestial. Porque el verdadero pan del cielo nos lo da Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué “padres, madres, santos o santas, pueden quitar la gloria a Dios ofreciéndonos un “pan del cielo” que no es el Verdadero?

Jesús les dijo: yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; el que en Mí cree, no tendrá sed jamás” (v. 35).

El Señor conduce sus oyentes desde el pan que tanto les preocupa, el alimento material, hasta el “Verdadero pan de vida”. Este pan de vida, ni es el alimento material, ni el maná, sino Cristo. El Mismo es el pan de vida, el cual descendió del cielo y da vida al mundo. Pero no consiste sólo en saber que Jesús es el pan de vida, sino en comer ese pan. Y la única manera de comer ese pan es creyendo en El, para vivir por El. No hagamos como los galileos, pues, aunque pedían que les diera “siempre de este pan” (v 34), sin embargo no creían en El; “aunque me habéis visto no creéis”, les dice Jesús (v. 36). Seguían pensando en el alimento material, para sostenimiento de una vida tan perecedera como el mismo alimento que les sustentaba. Ellos, porque no cre­ían en Cristo, no lograban entender la oferta de vida eterna que en Sí Mismo les pre­sentaba.

Como la vida de nuestro cuerpo está ligada al alimento material, así la vida eterna está ligada al único pan de vida que es Cristo.

Los hombres incluso nos pueden falsificar los alimentos naturales con sucedáneos, y causar perjuicio a nuestra salud; pero respecto al pan de vida que es Cristo, el hom­bre sólo nos puede envenenar para muerte, cuando nos oferta su “propio pan del cielo”, que jamás tendrá nada que ver con Cristo. Por eso es necesario que abramos los ojos ante las ofertas, que unos y otros nos presentan por todas partes. No son de Dios, porque Dios sólo nos presenta como pan de vida a Su Hijo, Jesucristo. Y no hay otro pan para vida eterna. Todos los demás son engañadores, sean quienes sean o llá­mense como se llamen. Solo Cristo es el Verdadero pan de vida, porque lo dice el Padre, Dios Eterno y lo confirma Su Hijo, Jesucristo. A los hombres lo que nos resta es comer ese pan de vida. ¿Cómo? Creyendo en El, porque esta es la obra de Dios, no de hombres ni por medio de hombres, sino por medio de Jesucristo.

Cristo es el alimento perenne de todo el que va a Él, y cree en El. Por eso el Señor Jesús dice: “nunca tendrán hambre… no tendrán sed jamás”. La única causa de ham­bre y de sed en el cristiano es la falta de fe en Jesús, pues el que no cree no puede comer el Verdadero pan de vida que es Cristo. Gracias sean dadas a Dios el Padre, que en su infinito amor y sabiduría, nos ha provisto de este pan del cielo, para nuestro dia­rio sustento por medio de la sola fe, todos los días que nos permita caminar por el desierto de esta tierra. Los efectos de comer este pan de vida los reconocemos con Pablo cuando dice: “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para partici­par de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:12-14).

Así también entenderemos cuando Jesús dice: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, no le echo fuera” (v. 37).

Es el mismo Dios el Padre, quien nos hace aptos, quien nos sacó de las tinieblas tras­ladándonos al reino de Su Hijo, quien nos perdona día a día nuestros pecados en la sangre del sacrificio de Su Hijo, Jesucristo. Por eso Cristo es el único pan del cielo que Dios nos da (porque descendió del cielo y nos da vida eterna). El mismo Padre nos lleva a participar de ese pan que es Cristo; por eso todo verdadero creyente va solamente a Cristo, el único y verdadero pan de vida eterna; y Cristo nos dice: “al que a Mí viene, no le echo fuera”. ¿Por qué no le echa fuera? “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (v. 38). Y Jesús nos dice que la voluntad del Padre con nosotros es que creamos en El, y así tengamos vida eterna (v. 40). Y Jesús añade que El Mismo nos resucitará: “Yo les resucitaré en el día postrero”.

¡Cómo nos han engañado todos aquellos que nos enseñaban a confiar en sus métodos, liturgias o ritos para ganar el cielo!

¿Qué conocimiento tenían estos del Verdadero pan del cielo?, y este pan, Dios lo da, “sin dinero y sin precio” (Isaías 55:1), gratuitamente, creyendo en Cristo. Qué cegue­ra más cruel poner precio y cobrar dinero por un pan de vida, que no es tal, y privar así al hombre del Verdadero pan de vida que es Cristo por la fe.

“Murmuraban entonces de Él los judíos, porque había dicho: yo soy el pan que descendió del cielo” (v. 41).

Estas mismas murmuraciones se siguen dando hoy de parte de los “religiosos”, con­tra todo el que, en nombre de Cristo, anuncia este pan de vida eterna, gratuitamente, por la sola fe, sin dinero y sin precio. Cuyo dador es Dios, el Padre, sin vanos inter­mediarios, que engañosamente se autoproclaman distribuidores de un pan que no es el pan Verdadero. Jesús ante tales murmuraciones, dice con toda contundencia: “Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió no le trajere” (v. 44).

Ni tus razonamientos, ni tus métodos, ni tus intermediarios, ni todos tus sacrificios y “buenas obras” te pueden llevar a Cristo, solamente el Padre te puede traer hasta Cristo, solo Él te puede dar el pan de vida, solo Él te perdona toda tu culpa y toda tu deuda por medio de Su Hijo, Jesucristo, si le aceptas en tu corazón como tu único y perfecto Salvador, mediante la fe. Como dice Pablo a los Efesios 3:17. “para que habi­te Cristo por la fe en vuestros corazones Cristo no discute con los judíos que murmuran sobre la incomprensión que les pro­ducen sus palabras, ni trata de hacerles comprender sus equivocaciones. Les manda que no murmuren; porque el creer no es fruto del comprender intelectualmente como pretendían los judíos, y aun hoy lo practican muchos, sino de la acción soberana de Dios en el alma de las personas. Ese llegar a la fe no comienza con un acto del hom­bre, sino de Dios. Por eso Jesús dice que ninguno puede venir a Mí, si el Padre no le trajere, y que todos esos son enseñados por Dios (v. 45). De ahí Jesús concluye: Todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de Él, viene a Mí” (v. 45).

¿Cómo, pues, pueden venir a Cristo, los que sólo oyen a hombres, y aprenden sólo lo que esos hombres les dicen? Por eso nos encontramos con tanta gente, que en vez de ir a Cristo, van a los ídolos mudos y andan en sus propias tradiciones, porque sólo escuchan a hombres, y aprenden de ellos; pero nunca han escuchado a Dios, ni apren­dieron de Él.

Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído… confor­me a la verdad que está en Él. Efesios 4:20

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