La Oración Integral – Estudio Bíblico

“Cuando ores hazlo con todo el corazón y con todos los huesos”. Esta es una frase del Talmud, libro judío que comenta la ley de Dios. Aludimos a esa enseñanza para recordar que emplear las partes de nuestro cuerpo en la oración no tiene nada de novedoso, sino que es práctica que se hunde en los tiempos más remotos.

La Iglesia nos propone en su liturgia usar las posicio­nes del cuerpo para traducir las actitudes del corazón. Así estar de pie, mientras se lee el evangelio, es signo de la prontitud en escucharlo y defenderlo. Orar de pies era la postura tradicional de los orantes. Orar de rodillas es un signo de adoración y humildad. Lo mismo se puede decir de las inclinaciones y de modo especial de la pos­tración en tierra. Orar sentado es una señal de calma y una actitud de escuchar, mientras que marchar en proce­sión, sirve para subrayar la solemnidad de una plegaria.

Las manos y los brazos pueden manifestar una actitud de alabanza y de gozo espiritual: ya se tiendan a lo alto, o aplaudan, o se junten reverentes, o indiquen un anhelo de bendición cuando se imponen sobre otro o trazan la señal de la cruz.

oraciónCosa parecida se puede afirmar de la danza sagrada, como la que narra H. Wouk en su libro “Este es mi Dios”:

“La sinagoga irradia un profundo júbilo. Llega un mo­mento en que el propio rabino se contagia de este jú­bilo general, y se pone a bailar solemnemente con el rollo santo entre los brazos.

Mi abuelo patriarcal y reservado durante todo el año, aun realizaba esta danza a sus 90 años cumplidos, arrastrando los pies y levantándolos apenas, con el rostro iluminado por el gozo, mientras apretaba fuer­temente contra su pecho La Thorá, con sus brazos viejos y cansados”.

No podemos restringir nuestra plegaria corporal sólo a las cuerdas vocales. Es todo el cuerpo, criatura perfecta, el que está invitado a orar a Dios. Un hombre puede ser la gloria de Dios si se compromete en expresarse de acuerdo al plan de quien lo formó, como un organismo vivo. Solo tras la muerte podemos pretender convertir­nos en estatuas.

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