La Oración y el Perdón – Estudio Bíblico

La Biblia nos presenta la necesidad de perdonar, como si fuera una condición para ser escuchados en nuestra plegaria. El evangelio de San Marcos conserva estas palabras de Jesús:

Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas. (Marcos 11:25-26)

En el evangelio de San Mateo encontramos una ense­ñanza similar:

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Mateo 5:23-24)

La enseñanza del Señor es clara: El desea que entre sus discípulos reinen el amor y el perdón. El perdón es como el billete de entrada a su presencia. El hombre que ora debe poder decir: Señor, ya hice lo que mandaste, ahora cumple conmigo lo que me prometiste.

Pero no siempre las acciones del hombre son progra­mabas. A veces como que necesita primero ser perdonado por Dios y llenarse de amor, para tener las fuerzas de dar amor y perdón a sus semejantes. San Pablo nos invi­ta a perdonamos mutuamente como Cristo nos perdo­nó.

Antes sed benignos unos con otros,  misericordiosos,  perdonándoos unos a otros,  como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:32)

De modo que el perdóperdón, oración, estudion así entendido es una conse­cuencia lógica de la oración. Quien ha dialogado con Dios y ha conocido su amor, no puede alimentar senti­mientos de rencor contra su prójimo.

Por eso decimos que sea como preparación a la plega­ria o como consecuencia de ella, quien ora debe perdo­nar. Así la vida aparece unida a la oración. Entre ambas se da complementación y no paralelismo. Quien ora debe transformar su manera de vivir; si no lo hace es porque no capta el sentido comprometedor que tiene situarse en presencia del Dios de amor, escuchar su voz y dejarse penetrar por el querer divino.

Quien dice palabras de perdón ante Dios, suplicándo­lo y ofreciéndolo, pero no está dispuesto a cambiar sus actitudes con el prójimo ni a permitir que se le restañen las heridas que en su espíritu ha causado el resentimien­to, no puede pretender ser un cabal discípulo de Jesús, ni puede extrañarse de que su oración no sea escuchada, ni de que su vida siga alargándose sin que en ella se ma­nifieste ningún cambio.

¿Te gustaría anunciar tu empresa aquí? Leer más

¿Qué opinas? Únete a la Discusión