Queda el polémico tema de la pornografía. Polémico porque nadie ha conseguido dar una definición indiscutible de la pornografía. Polémico porque nadie puede demostrar si las personas quedan depravadas por la pornografía, o si van a la pornografía porque son depravadas. Polémico porque la legislación contra la pornografía limitaría la libertad individual (¡aunque uno sólo tiene que aplicar este argumento a las relaciones raciales para ver la falacia del mismo!) Lo que está más allá de toda controversia es que separar la sexualidad como una especie de objeto de culto, aislándola de unas relaciones duraderas y como si fuese la suprema meta del deseo humano, es inaceptable para el cristiano. El obispo protestante Trevor Huddleston expresó la perspectiva cristiana de manera muy sucinta:
La religión cristiana asume su postura acerca de la dignidad del hombre porque proclama que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Va más allá que esto. Proclama que el mismo Dios se hizo hombre, y por ello ha dado una dignidad al hombre que es infinita. La pornografía es un síntoma -no es una enfermedad por sí misma. Es un síntoma de una sociedad enferma. Es la consecuencia de la reflexión de la sociedad acerca del fin último del hombre. Es la sustitución de aquello que es en verdad el fin último del hombre (esto es, la visión de Dios y la gloria de Dios) por una concepción limitada y totalmente inadecuada de para qué ha sido hecho el hombre. Y brotando de esta comprensión tan falsa de para qué ha sido creado el hombre en este mundo viene la idea de que puedes emplear el cuerpo humano para un propósito totalmente trivial. Y esto es lo que hace la pornografía. Expresándolo de una manera muy directa, se está poniendo la concupiscencia en lugar del amor.
Prosiguió la emisión radiofónica, de la que está tomada esta cita, llamando a los cristianos a hacer frente a la oposición que suscitará este énfasis en la castidad. «No os asombréis si el mundo os aborrece. Me aborreció a mí antes de aborreceros a vosotros», fue el comentario de Jesús acerca de la inevitable dificultad de ir contra corriente en una sociedad enfrentada contra Dios. Huddleston concluía así:
De hecho, la pureza de corazón, la castidad, se encuentra en el mismo centro del evangelio, y si predicamos todo el evangelio, estamos por ello obligados a predicar la pureza de corazón.
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