¿Qué Hacer en la Hora de la Muerte?

Jairo era un hombre famoso y muy conocido en la ciudad. Era el jefe de la sinagoga. Tenía un nivel envidiable y a todas luces debería haber sido un hombre feliz. Pero el mundo ignoraba la inmensa tristeza que consumía su corazón. Su hija adolescente estaba condenada a muerte y nadie lo sabía.

Todos los días salía para cumplir con sus responsa­bilidades. Saludaba a las personas en la calle: “¿Cómo está?” preguntaban, “bien”, respondía. Era el líder religioso de la ciudad, debía sonreír siempre, aconsejar, guiar. Todo eso formaba parte de su trabajo.

Esta vida y sus presiones, mi amigo, nos enseñan a vivir, escondiendo a veces nuestros verdaderos sentimientos. Casi lo hacemos como un mecanismo de defensa. Vivimos en un mundo donde no hay lugar para las debilidades. ¡Cuántas veces nos parece que el corazón va a explotar de tristeza, que las lágrimas insisten en salir, pero nos enseñaron desde pequeños que “los hombres no lloran”! Idolatramos a los vencedores. El cine nos presenta héroes de papel, sin sentimientos, cuya única obsesión en la vida es ser más fuertes que los otros, y esto nos hace tener miedo de mos­trar nuestros sentimientos o aceptar lo que verdaderamente tenemos en el corazón.

Cuando somos niños, somos auténticos. Haz una prueba si quieres. Reúne a cinco niños y dales seis porciones de torta. Cada uno de ellos comerá su pedazo lo más pronto posible para poder quedarse con el que sobra. Así son los niños, se muestran como son, sin disfraz. Cuando están tristes, lloran, y cuando algo no les gusta, lo demuestran. Pero coloca cinco adultos y seis porciones de torta. Cada uno tomará su porción con delicadeza, comerá sin prisa, y cuando terminen, ninguno se atreverá a tomar el pedazo sobrante; incluso si alguien se lo ofreciera, lo rechazarían con una sonrisa. Este es el mundo en el que tenemos que aprender a sobrevivir. “Nunca demuestres cuán enamorado estás de una joven —aconsejan los expertos—. “Confía desconfiando”, “no te entregues completamente”, “guar­da siempre una carta debajo de la manga”. ¿Sabes lo que significa todo eso? Esconde tus verdaderos sentimientos, disfrázalos hasta donde puedas porque, según la cultura moderna, esa es la única manera de no resultar herido en esta vida.

lazaro, resucito, muerto, milagroEl otro día una joven me decía: “Pastor, no soporto más, en la iglesia todos los jóvenes me buscan, pues siempre tengo una palabra de ánimo, estoy siempre aconsejando, orientando y orando por todos, pero en el fondo soy una persona infeliz, no tengo nada para dar, me siento hipócrita y falsa. ¡Por favor, ayúdeme”!

Este es el clamor de mucha gente. ¿Por qué un esposo ideal, padre maravilloso, buen miembro de iglesia y ciu­dadano honesto, después de 30 años de casado, de repente tira todo por la borda y desaparece abandonando a su familia? Aparentemente no existe explicación, pero el otro día recibí una carta de un hombre en esas circunstancias, y decía: “Durante 30 años fingí, aparenté y escondí lo que sentía dentro de mí. Fui un buen padre y un excelente marido, pero nunca fui feliz. De repente, un día me dije: ‘Es hoy, tiene que ser hoy’, y decidí mostrarme como realmente soy”.

Volvamos al caso de Jairo. La Biblia no nos da deta­lles, pero nos permite imaginarlo buscando ayuda con los mejores especialistas de sus días. Es difícil para mí imaginar cómo se siente un padre que ve a su hijo ado­lescente apagarse lentamente, porque nunca pasé por una experiencia semejante. Si hoy un médico me dijese que mi madre tiene dos meses de vida, me pondría muy triste pero de alguna manera lo aceptaría; al fin de cuentas, ella ya vivió muchos años, y sé que tarde o temprano se irá al descanso. Pero si un médico me dijera hoy que mi joven hijo de 19 años tiene apenas dos meses de vida, no sé cuál sería mi reacción.

Si has perdido a un hijo de esa edad, piensa entonces cómo se sentía Jairo cuando el médico le dijo: “Jairo, no pierdas más tiempo, regresa a tu casa y aprovecha cada minuto para estar al lado de tu hija, porque le quedan solamente dos meses de vida”.

La desesperación de Jairo fue grande. “Tiene que haber una salida”, pensaba. Y fue en esas circunstancias que se acordó de Jesús. En realidad, ya había oído hablar de Jesús, de sus milagros y de cómo él restauraba a los enfermos. Pero los seguidores de Jesús eran gente sencilla; pescado­res, prostitutas, hombres del pueblo, que sólo tienen en la vida un poco de esperanza. ¿Cómo él, el poderoso, culto e inteligente Jairo, se juntaría con ese tipo de personas? Hoy las cosas han cambiado mucho, porque existen médicos, universitarios, empresarios; todos cultos y famosos, que son cristianos. Pero en los tiempos de Cristo era una vergüenza seguir a Jesús. Nicodemo lo buscó de noche para no ser visto por otras personas. José de Arimatea confesó su fe sólo después de la muerte de Cristo. ¿Te das cuenta? ¿Cómo podría Jairo correr detrás de Jesús pidiéndole ayuda? El era un líder. Se supone que los líderes no son guiados, sino que guían; y no son ayudados, sino que ayudan. Pero este era un líder humano, y como todo humano estaba pasando por una noche oscura. Solo, en aquella hora de desesperación, se dio cuenta de la trágica realidad. Su posición de liderazgo era una gran barrera para llegar a Jesús.

Cuántas personas sufren como Jairo en esta vida. Necesitan desesperadamente de Jesús. Saben que él es la única persona que puede ayudarlos, pero viven prisioneros de prejuicios y temores. ¿Cómo entrar en una iglesia de cristianos? ¿Cómo ir desde su casa hasta la iglesia con una Biblia en la mano? ¿No hace eso generalmente la gente sencilla que va de la religión al fanatismo?

Jairo sabía que Jesús era su única salida. Ya había intenta­do todo y nada daba resultado. ¿Por qué no intentar con Je­sús? Las personas son capaces de todo cuando pasan por di­ficultades. En las reuniones de macumba, en Bahía, puedes ver por las noches autos de lujo cuyos dueños, empresarios, artistas de TV; gente linda, rica y famosa, van para parti­cipar de rituales grotescos, pues alguna cosa no anda bien en sus vidas. En los países orientales existen personas que caminan entre brasas vivas, y en otras partes del mundo, millones apelan a los sacrificios, penitencias y peregrina­ciones en el intento de resolver sus problemas. ¿Por qué entonces Jairo no habría de abandonar todos sus prejuicios y correr hacia Jesús? Fue lo que hizo. La narración bíblica dice

“y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho diciendo: mi hija está agonizando, ven y pon las manos sobre ella para que sea salva y vivirá” (S. Marcos 5:22-23).

Aquí hay un detalle que pasa inadvertido para mucha gente. Aparentemente Jairo había vencido todas sus barre­ras y estaba sometiéndose al liderazgo de Jesús. Aun más, estaba arrodillado delante del Maestro. Pero a pesar de eso, el viejo Jairo continuaba queriendo dirigir la situación. El no fue a Jesús a decirle: “Señor, estoy aquí, necesito de ti, sea hecha tu voluntad en mí”. Por el contrario, fue a Jesús con un método predeterminado: “Te ruego que vengas y le impongas las manos para que sea salva y vivirá”, dijo. Arrodillado, rogando, Jairo quería continuar controlando la situación, ¿te das cuenta?

Tal vez este sea uno de los mayores males del cristianis­mo: falta de sujeción a la voluntad divina. La vida cristiana no es nada más que el compañerismo diario con Jesús. Andar y convivir con él diariamente. Pero la pregunta que necesitamos respondernos a nosotros mismos es la siguien­te: ¿Quién guía en este camino? ¿Quién tiene los contro­les? ¿Quién conoce mejor el camino? El profeta Miqueas escribe:

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8).

¿Qué significa humillarte ante tu Dios? ¿La voluntad de quién debe sujetarse a quién? Vivimos hoy en día en una cultura secularista que domina al mundo. El secularismo no niega la existencia de Dios, simplemente lo considera descartable. Dios está en todo, según el secularismo; en las estrellas, en el sol, en las pirámides, dentro tuyo, en el aire, en fin, Dios no es más que una energía positiva. No es una persona. Por lo tanto, si es una energía, tú puedes usarlo cuando quieras, pero no precisas someterte a su voluntad, porque la energía no tiene voluntad, tiene apenas poder.

Siendo así, el secularismo proclama el pluralismo, que resultó en el relativismo, que proclama el derecho de cada uno de buscar su propia verdad. Sólo que al mismo tiempo enseña que no existe la verdad absoluta y paradójicamente, aunque te anima a dedicar tu vida a la búsqueda de la verdad, acusa a aquellos que pretenden haberla hallado en la Biblia de formales, radicales, intransigentes, cuadrados, intolerantes e incultos.

El relativismo creó una cultura que no cree que lo cierto y lo errado son absolutos, sino que acepta todas las maneras de pensar mientras que no sea la de aquellos que encuentran que la Palabra de Dios es la verdad. Desde ese punto de vista, hoy se acepta con mayor naturalidad la homosexualidad, la pornografía, el adulterio, el divorcio y el aborto.

La Biblia presenta a un Dios absoluto, con una verdad absoluta, algo que nuestra generación no quiere aceptar. El 70 por ciento de los jóvenes de hoy no cree en verdades absolutas. Todo es negociable. Alam Bloom, profesor de la universidad de Chicago dice: “Sólo existe una cosa sobre la cual un profesor puede estar absolutamente seguro en la Universidad, y es el hecho de que casi todos los alumnos creen que la verdad es relativa. Algunos son religiosos, otros ateos, algunos son de izquierda, otros de derecha, pero todos están unidos por el relativismo”.

Cuando la historia bíblica nos presenta a un Jairo arrodillado, suplicando un favor, pero queriendo dirigir a Jesús, Dios nos está advirtiendo contra el gran peligro que el cristiano corre al permitir que los tentáculos del secula­rismo, o pluralismo, o relativismo asfixien a la iglesia en medio de alabanzas, oraciones y estudios de la Biblia.

En Estados Unidos y en algunos países de Europa exis­ten hoy iglesias “cristianas” de homosexuales y lesbianas. Líderes religiosos llamados cristianos están realizando casa­mientos de personas del mismo sexo. Los países del mundo comienzan a hablar con mucho énfasis de aquello que es “políticamente correcto”. Según esta manera de pensar, es políticamente correcto ser tolerante con todo y con todos. Es políticamente correcto escoger la conducta sexual sin tomar en cuenta lo que Dios dice. Incoherentemente, estas personas no toleran tan fácilmente a los que aceptan la Palabra de Dios como regla de fe y autoridad.

La experiencia de Jairo responde también a una pregunta que perturba a muchos cristianos. ¿Por qué existen tantas iglesias en el mundo si la Biblia es una sola? La respuesta es: Porque como Jairo, tal vez estamos queriendo recibir bendiciones divinas, pero no queremos someternos a su voluntad. A veces, cuando encontramos un pasaje bíblico que contiene una verdad desconocida para nosotros o que va en contra de todo lo que creíamos, tendemos a encontrar cualquier justificativo para no obedecer. Aceptamos de la Biblia todo aquello que nos conviene o está de acuerdo con nuestra manera de pensar, pero rechazamos discretamente todo aquello que no se ajusta a nuestros conceptos.

El profeta Miqueas habla de andar “humildemente” con Dios. Es Dios quien debe estar siempre en el control. El es el que debe mostrarnos el camino, porque sólo él es: “El camino, la verdad y la vida”. Y Dios sólo puede mostrarnos el camino a través de su Palabra Escrita.

“Tenemos también la palabra profética más segura, —afirma San Pedro—, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 S. Pedro 1:19).

Si tú quieres someter tu vida a la voluntad divina, consigue una Biblia y con oración humilde, deja que el Espíritu Santo te ayude a entender el mensaje que Dios tiene para ti. No intentes acomodar las enseñanzas bíblicas a tu manera de pensar y de vivir, por el contrario, acomoda tu manera de pensar y de vivir a las enseñanzas bíblicas. Compara un pasaje con otro que hable del mismo tema. Nadie puede construir una doctrina fundamentado en un solo versículo, porque a veces ese versículo, estudiado dentro del contexto y analizado a través de otros pasajes que hablan del mismo tema, dirá algo diferente de aquello que parecía decir a primera vista. Y confía en esta preciosa promesa:

“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).

La historia de Jairo nos muestra la manera como Dios finalmente nos quiere llevar hacia una experiencia cristiana madura, centralizada en la sumisión a Jesús. El Maestro no dejó de atender el clamor de Jairo a pesar que él no estaba sometiendo su vida a la soberanía divina. Jesús iba con Jairo tranquilamente, atendiendo el clamor de todos aquellos que encontraba en el camino. Jesús parecía no tener prisa y Jairo se ponía cada vez más nervioso, porque cuando salió de su casa, su hija estaba muriendo.

Yo imagino que Jairo tomó a Jesús del brazo e intentó llevarlo a toda prisa. Aquí está nuevamente el líder mar­cando el ritmo y diciendo cómo deberían ser las cosas. “Te ruego que vengas y pongas las manos sobre ella para que sea salva y vivirá”. Había dicho eso al comienzo y ahí estaba ahora, intentando controlar la situación.

Pero la Biblia dice que de repente Jesús se detuvo para atender el clamor silencioso de una mujer que por muchos años sufrió de hemorragia y que había tocado con fe la ropa del Maestro. Creo que en aquel momento, Jairo entró en desesperación. Hasta entonces Jesús estaba caminando, lentamente, pero avanzando. Pero ahora se detuvo y pre­guntó: “¿Quién ha tocado mis vestidos?”, y las personas comenzaron a mirarse unas a otras.

Mientras que todo esto sucedía:

“vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?” (S. Marcos 5:35).

La muerte, mi amigo, incluso para los que creen en la resurrección, siempre parece ser el fin de todo. “Mien­tras hay vida, hay esperanza”, dice la gente, y es verdad. Mientras que el ser querido vive, somos capaces de hacer cualquier cosa para salvarlo, pero ¿qué nos queda después de la muerte, sino llorar y resignarnos?

Pero Jesús vino a este mundo para derrotar a la muerte. Para enseñarnos que la muerte puede ser cruel, traicionera e injusta, pero que no es el fin de todo, porque existe la esperanza de la resurrección.

Cuando Jairo recibió la noticia de la muerte de su hija, se entregó. Dejó de luchar y de controlar situaciones. En ese momento se sometió completamente a la voluntad divina, y ahí Jesús tuvo oportunidad de obrar en aquella vida obstinada. “No temas —dijo Jesús—, cree solamente” (S. Marcos 5:36). Y a partir de ese momento, no era Jairo quien intentaba conducir a Jesús, era Jesús quien dirigía a Jairo hacia una experiencia de fe.

Imagina conmigo ahora: Jesús y Jairo entran en el cuarto de la hijita muerta. Imagina las lágrimas silenciosas de un padre que dolorosamente, al precio de la vida de su querida hija, había aprendido a “andar humildemente” con Jesús.

Ahí estaba nuevamente el Dios de la vida, ante la muerte. ¡Oh muerte, tú puedes arrancar hoy lágrimas de dolor y de amargura. Hoy puedes aparentemente ser soberana entre los hombres. Hoy puedes ser misteriosa, invencible, fatal, pero tus días están contados porque Jesús, el Dios de la vida, regresará, y en su presencia, tú no serás más. Derrotada para siempre, tendrás que devolverme a mi padre que arrancaste de mis brazos y al amigo querido que te llevaste!

“Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16).

La resurrección de la hija de Jairo es un símbolo de la resurrección de todos los hijos de Dios que la muerte se llevó a lo largo de la historia del pecado. Es un pequeño anticipo de lo que será la mañana gloriosa en la que podrás abrazar a tus seres queridos de todos los tiempos.

Es por esto que en estos días de tinieblas morales y vio­lencia, cuando la vida parece valer poco, cuando se mata por un dólar, cuando el amor auténtico desaparece entre las sombras de las pasiones humanas, es hora de mirar a Jesús. Es hora de verlo glorioso, regresando para devolver la vida a sus hijos. En estos días cuando por más que la ciencia avance, la muerte continúa siendo una realidad irrefutable de la que nadie puede escapar, es hora de ver a Jesús que resucita a sus hijos para darles la verdadera inmortalidad.

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