¿Quién es el Espíritu Santo? – Estudio

La pregunta más simple, más obvia y más lógica que podemos formular esta noche es: «¿Quién es el Espíritu San­to?» Estamos hablando acerca de él, hemos cantado sobre él, y leemos de él en las Sagradas Escrituras, pero en definitiva, ¿quién es el Espíritu Santo?

Por supuesto, la respuesta mecánica, la respuesta teológica automática es decir que el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Trinidad. No sé si todos entendemos cabalmente qué significa esto de la tercera Persona de la Trinidad. Pero permítanme tratar de responder con las Escri­turas a esta pregunta haciendo dos o tres afirmaciones que no son exhaustivas, pero que de alguna manera nos introducen a una respuesta a esta cuestión.

En primer lugar, decir que el Espíritu Santo es Dios.

Con esto estamos haciendo una afirmación muy fuerte, pero también muy necesaria, porque emana de la experiencia cristiana y de las Escrituras cristianas. Cuando confesamos con la iglesia de Jesucristo que el Espíritu Santo es Dios, estamos diciendo una verdad que tenemos que tener muy en cuenta y que tiene implicaciones muy serias. La primera implicación resulta de la misma expresión de esta verdad y es que el Espíritu Santo es divino. En otras palabras, y para no entrar en demasiadas complejidades teológicas, esto significa que el Espíritu Santo participa de la esencia de la naturaleza divina. El no es ni más ni menos que Dios.

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En segundo lugar, el Espíritu Santo es Dios en acción.

Cuando vamos a las páginas de las Sagradas Escrituras descubrimos al Espíritu Santo con esta característica. El se nos manifiesta desde el Antiguo Testamento y muy particu­larmente en el Nuevo Testamento como Dios en acción.

Vayamos rápidamente a las Escrituras para considerar pri­mero algunos pasajes en el Antiguo Testamento. Si bien la doctrina del Espíritu Santo no está acabada o suficientemente desarrollada en el Antiguo Testamento, podemos percibir allí algunos indicios de este Dios en Acción. Esto es evidentemente al menos en cuatro actos o circunstancias muy particulares del Antiguo Testamento.

Por un lado, vemos al Espíritu Santo activo en el acto de la creación.

Génesis 1:2 dice que «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas». En el acto generador de toda la realidad del cosmos, de todo lo que conocemos como realidad, allí estaba el Espíritu. Es interesante la expresión en el lenguaje hebreo original. El verbo aquí da la idea de que el Espíritu estaba «empollando» la creación, así como la gallina empolla sus huevos abriendo sus alas y cubriéndolos.

Esa es la imagen que viene del verbo hebreo. La idea es que el Espíritu estaba incubando la realidad y moviéndose así en el acto creador. Esto es propio del Espíritu. El es Dios, pero Dios en acción. Dios en acción incubadora y generadora; Dios en acción gestando embrionariamente toda la realidad que es y que será.

En segundo lugar, en el Antiguo Testamento encontramos al Espíritu activo en la formación de un pueblo.

A través de este pueblo el Señor desarrollaría su proyecto histórico de liberación y redención del pecado para los hombres. Es interesante que Esdras, haciendo un resumen de la historia del Pueblo es­cogido y tratando de provocar al pueblo de la adoración, entre otras cosas que rememora de la historia del pueblo escogido dice, alabando al Señor: «Y enviaste tu buen Espíritu para enseñarles, y no retiraste tu maná de su boca, y agua les diste para su sed» (Neh 9:20).

El Dios que sacó al pueblo de Egipto, que constituyó la nación de Israel, que hizo que esta nación sobreviviera las vicisitudes de las circunstancias his­tóricas, es el Dios que estuvo presente con su Espíritu. El Espíritu Santo fue quien mantuvo a ese pueblo y le dio coherencia, y fue el factor germinal que constituyó dinámi­camente el pueblo de Dios y le confió su misión redentora.

El fracaso del pueblo de Dios

Conocemos muy bien la historia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, su fracaso en cumplir con este proyecto libertador y en obedecer al Señor. Pero una vez más aparece Dios y el Espíritu Santo trabajando en el pueblo de Israel y mostrándose activo en la conducción de la nación. ¿Recuer­dan ustedes cómo el Espíritu trabajó con los jueces?

Hombres y mujeres escogidos por Dios, sobre quienes reposó el Es­píritu de Jehová. El les dio fuerza física, sabiduría, capacidad, discernimiento, inteligencia para conducir en tan oscuras horas al pueblo del Señor en este capítulo de su historia. Y más tarde cuando entramos al período de los profetas de una manera extraordinaria se ve en ellos la obra activa y dinámica de Dios Espíritu Santo dándoles palabra divina, consejo del Señor y sabiduría para amonestar al pueblo con la voz de juicio del Señor.

En estos tiempos vemos también al Espíritu activo en la preparación para el advenimiento del Mesías. En 1 Pedro 1:10-11 es el Apóstol quien nos interpreta esto último que acabamos de decir, y nos dice: «Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligente­mente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos el cual anunciaba de antemano los sufrimien­tos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos».

La respuesta de Dios: Jesús

La venida del Mesías no fue una improvisación en los planes eternos de Dios, fue la respuesta máxima a un pro­yecto elaborado desde la eternidad para la redención de una humanidad pérdida. En el desarrollo, la instrumentación y la ejecución de este proyecto, en cada paso y aún en el umbral mismo del advenimiento del Mesías, vemos al Espíritu tra­bajando en el corazón y en la mente de los hombres para preparar el camino a la salvación del Señor.

No se puede decir que haya en el Antiguo Testamento una elaboración teológica completa de la noción del Espíritu Santo como persona. Es cierto que en Salmos y en Isaías aparece la expresión «Espíritu Santo» (Sal 51:13; Is 63:10), pero el significado de la misma no es otro que el Espíritu de Jehová.

No obstante eso, en las funciones que se asignan al Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento se encuentran las líneas principales del desarrollo doctrinal que culmina en el Nuevo Testamento.

El elemento dinámico de la Deidad

Su naturaleza es divina con todo lo que ello implica para nosotros y con todo lo que ello implica en la propia natu­raleza de la deidad. El Espíritu Santo es el elemento dinámico de la Deidad. El es divino, y ésta es una afirmación que hacemos con las Escrituras, con nuestra experiencia cristiana y con la iglesia de Jesucristo de todos los tiempos.

Decir que él es Dios significa también afirmar que es personal. Cuando decimos que el Espíritu Santo es Dios y es personal, estamos con esto queriendo significar que, así co­mo Dios el Padre es personal porque se involucra en relacio­nes personales con nosotros y como el Hijo es personal porque tiene que ver personalmente con nosotros, afirma­mos también que el Espíritu Santo es personal.

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El entra en relaciones significativas con nosotros, relaciones que afectan nuestra vida profundamente, que cambian nuestra existencia y manera de pensar, que transforman todo nuestro vivir. Todas ellas son relaciones profundamente existenciales.

Jesús en Juan 14:17 nos dice, que él es

«el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce».

Hay un problema de relación con los incrédulos, pero este no es el caso de los creyentes. A la luz de las Escrituras y de nuestra experiencia cristiana podemos decir:

«¡Gloria al Señor por Je­sús!» El dijo: «Vosotros le conocéis porque mora con vosotros, y está con vosotros» (Jn 14:17).

¿Puede haber algo mas personal?

Esta es una relación íntima, propia, una relación particular y profundamente significativa. Junto con esta afirmación de que por ser Dios el Espíritu Santo es divino y es personal, debemos indicar también que es una persona concreta. Quizás en tiempos como éstos en los que la mente moderna es muy dada a las especulaciones y a las fantasías, es necesario afirmar esta verdad. El Espíritu Santo no es una idea, un fluido, una entidad etérea, o un principio.

El Espíritu Santo es una persona concreta, tiene identidad, lo podemos calificar, le podemos dar adjetivos (como «santo» por ejemplo), tiene una manera de relacionarse con nosotros que es particular e identificable. Claro que esto nos introduce inmediatamente a toda la cuestión teológica de la Trinidad, en la cual obviamente no podremos entrar esta noche. Pero sí podemos entender esta verdad que surge de la experiencia cristiana y de las Escrituras. El Espíritu Santo no es un fluido que esté volando por el aire, sino una persona concreta con la que podemos mantener relaciones concretas.

El Espíritu Santo revelado más plenamente

En el Nuevo Testamento no hay un cambio sino una ampliación y profundización del concepto del Antiguo Tes­tamento. Allí encontramos evidencias más claras de que el Espíritu Santo es Dios en acción. Vamos al Nuevo Testa­mento a ver si eso es así. Una vez más hay cuatro instancias, cuatro momentos en el Nuevo Testamento donde vemos al Espíritu Santo dinámicamente involucrado en la historia de la salvación y en la historia de los hombres. En el Nuevo Testamento encontramos también a Dios Espíritu Santo ac­tivo en la creación, pero en la creación de una nueva humani­dad.

El Espíritu Santo y la nueva creación

Así como en Génesis 1:2 el Espíritu estuvo activo empollando germinalmente la realidad, ahora aparece en el Nuevo Testamento empollando una vez más la creación de nuevos hombres, nuevas mujeres y una nueva realidad. Esta nueva humanidad es obra del Espíritu Santo. El Señor Jesús en su famoso diálogo con Nicodemo trataba de ilustrarle estas cosas. Recuerden cuando le dijo:

«Nicodemo, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Jn 3:3).

Nicodemo, por su teología se fue para otro lado con aquello de que:

«¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez al vientre de su madre, y nacer?» (Jn 3:4). Jesús le dijo: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne (la primera creación), carne es; y lo que es nacido del Espíritu (la segunda creación), espíritu es» (Jn 3:5-6).

Es otra vez el Espíritu activamente creando una nueva humanidad, la nueva humanidad es en Cristo Jesús, la nueva humanidad redimida por la sangre de Cristo derramada en la cruz del Calvario.

El Espíritu Santo y el nuevo pueblo de Dios

Segundo, descubrimos al Espíritu activo otra vez en la formación de un nuevo pueblo. El estuvo en el éxodo, en el desierto, en la conquista, más allá del Jordán y con los jueces y los profetas. Pero ahora el Espíritu está formando un nuevo Israel, un nuevo pueblo escogido por Dios para la redención de la humanidad. La iglesia de Jesucristo es la creación del Espíritu Santo.

El está activo en este proyecto de creación de un nuevo pueblo. La iglesia es la fuerza del espíritu, como dijo un teólogo contemporáneo. Es la expresión de la vida dinámica del Espíritu Santo. Es el resultado de esa capacidad dinámica y generadora de Dios Espíritu Santo. La iglesia se mueve en el poder del Espíritu. Nosotros hemos recibido el poder de lo alto para ser testigos «hasta lo último de la tierra» (Hch 1:8). Ese es el poder que da sentido, coherencia y significado a la vida de la iglesia. El es el motor interno de la iglesia y quien le da movimiento a esto que llamamos la iglesia de Jesucristo.

En tercer lugar, él está activo en la conducción de un nuevo pueblo.

Así lo enseñó Jesús. El Espíritu Santo está a nuestra disposición. Tendríamos que leer cantidades enormes de pasajes para ilustrar esto, pero son bien conocidos por us­tedes. El Espíritu Santo está aquí para enseñarnos, capacitar­nos, ilustrarnos, revelarnos, darnos el poder, la fuerza y la capacidad necesaria para cumplir nuestra misión. Es el Es­píritu de Dios el que guía la labor misionera de la iglesia. Es él quien fomenta su crecimiento, inspira sus decisiones, crea los ministerios dentro de la misma y dispensa su actividad profética. El Espíritu Santo esta activo en la conducción de su pueblo.

Además, él está activo en la preparación para el nuevo advenimiento de Cristo. El estuvo activo anticipando el pri­mer advenimiento del Mesías, y ahora está activo prepa­rando las condiciones del Mesías, y ahora está activo preparando las condiciones del Reino para el advenimiento del Rey. El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo activo para la coronación final.

¿Quién es el Espíritu Santo? El es Dios en acción.

El Espíritu Santo es Dios en Acción liberadora. ¿Por qué? Por cuatro o cinco afirmaciones que rápidamente con las Escrituras podemos hacer.

Primero, el Espíritu Santo nos libera del pecado y nos trae salvación.

El es quien opera la regeneración en nosotros. No es un dogma, ni el resultado de una doctrina, ni una palabra mágica, ni un sacramento, un rito, una ceremonia, sino la obra poderosa del Espíritu la que hace nuevas todas las cosas. El apóstol Pablo, escribiendo a los Efesios en 1:13-14 dice, hablando de Jesucristo:

«En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la po­sesión adquirida, para alabanza de su gloria”.

El Espíritu ha estado presente desde el momento en que oímos del Evan­gelio de Jesucristo para dar vida, para hacer realidad la obra redentora del Señor en nosotros. Él es quien nos libera del pecado y nos trae salvación.

Segundo, el Espíritu Santo nos libera también de la mentira y nos trae la verdad.

En su primera carta el apóstol Juan dice:

«Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad» (1 Jn 5:6). En Juan 15:26 Jesús dice: «Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí». «El Espíritu de verdad», esta expresión se vuelve a repetir en 16:13: «Cuando venga el Espíritu de Verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir».

El Espíritu es la verdad que nos libera de la mentira, esa mentira que ha ocupado tanto espacio en nuestro mundo y que por momentos parece ahogarnos. Hay una inundación de mentira en nuestros días. ¿Cómo conocer la verdad? ¿Dónde está la verdad? Para decirlo más dramáti­camente con la pregunta de Pilato: ¿Qué es la verdad? Aquí está la respuesta: el Espíritu es la verdad.

El nos lleva a la verdad. Hay una coherencia maravillosa entre Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, porque uno señala al otro y el Espíritu Santo señala a los demás. El Espíritu nos señala a Jesucristo, quien es el camino, la verdad y la vida; y Jesucristo nos señala al Padre, que es el que nos ama y nos perdona. Hay una coherencia maravillosa en Dios como el Dios de toda verdad.

Tercero, el Espíritu Santo nos libera de la ignorancia y nos trae conocimiento.

Ya hemos leído en Juan 14:26 las palabras de Jesús: «El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho».

Cuarto, él nos libera de la enfermedad y nos trae sanidad.

Esto lo entendió muy bien la iglesia primitiva y es una lástima que la iglesia mo­derna no lo entienda de igual modo, porque a pesar de los buenos servicios de la medicina seguimos creyendo que Dios Espíritu Santo tiene poder para sanar nuestras dolencias. El tiene poder para curarnos de nuestras enfermedades.

No importa el diagnóstico de los médicos, lo que importa es el poder de Dios, y Dios Espíritu Santo no se ha cruzado de brazos porque la medicina haya progresado. Al contrario, él quiere usar la medicina, pero también tiene sus propios caminos que no está en nosotros analizar, y puede curarnos porque tiene poder para hacerlo.

En el libro de los Hechos 10:38 leemos del encuentro de Pedro con Cornelio. Pedro le testifica de «como Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazareth, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Dios Espíritu Santo, que obró en Dios el Hijo, a quien hemos visto en Jesús, es el Dios, el mismo Dios que hoy puede obrar las mismas maravillas y milagros para .a gloria de su nombre y nuestra liberación.

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Quinto, el Espíritu Santo nos trae armonía e integración

Por otro lado, él nos libera de la alienación de una personalidad desestruc­turada, que es el resultado del pecado y nos trae armonía e integración. Creo que es esto lo que Pablo quiere decir o a lo que se refiere, quizás no con el lenguaje de la psicología, pero sí con un profundo conocimiento de la experiencia humana, en Gálatas 5:22 cuando nos habla del «fruto del Espíritu».

Que coherencia extraordinaria pone el Espíritu en nuestra personalidad! El fruto del Espíritu (no es plural, sino singu­lar), el resultado global total de su obra en el ser humano es «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». ¡Qué maravillosa integración en una sola persona!

Hoy nos encontramos con personas que son capaces de amar pero que no tienen templanza, o que tienen templanza pero que han caído en otras cosas, o son muy pacientes pero no son benignos, o tienen bondad pero les falta fe. ¡Cuánta alineación y distorsión en nuestra personalidad! ¡Qué tremendos monstruos que somos! Desarrollados en algunas cosas, pobres en otras, mezquinos en algunos lugares, llenos de faltas, tan carentes de un sentido de ser completos.

Pero el resultado de la obra del Espíritu es que él nos hace com­pletos con todos los frutos, con todas las virtudes y con todas las capacidades en una sola persona. Este es el resultado o el fruto del Espíritu. El nos libera de una personalidad alienada, desestructurada, confusa, contradictoria y pone armonía en nuestra vida. Esto es el resultado del Espíritu.

¿Quién es este maravilloso ser? El es nuestro bendito Dios Espíritu Santo, Él es Dios, es Dios en acción, Dios en acción libera­dora.

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