Recogimiento Interior – Estudio Bíblico

Los hombres vivimos ocupados en mil quehaceres y actividades. Eso nos dificulta concentrarnos. Nuestro espíritu vive como desparramado, distraído. Por ello, si queremos ponernos en la presencia del Señor para orar, es necesario el recogimiento.

Muchas veces, inmediatamente antes de empezar la oración, hemos estado leyendo el periódico, charlado, resolviendo algún problema, comiendo o jugando. Es decir, ocupados en una actividad que exige de noso­tros esfuerzo y concentración.

Al querer orar luego, nos damos cuenta de que no es fácil: nuestro espíritu está agitado, nuestro cuerpo fatigado, aún resuenan dentro de nosotros los ecos de cuanto acabamos de oír; aún no se han borrado las imá­genes que nos han impresionado.

Nuestra mente no es un pizarrón, que podemos borrar sin dejar huella, y sin embargo necesitamos crear un si­lencio interior. Quizás los consejos siguientes nos ayu­den a lograrlo:… Comencemos creando un ambiente propicio para orar. Suprimamos cualquier actividad que pueda distraernos: comer, mascar chicle, fumar, oír música fuerte, tener a la vista periódicos o revistas. Así ro­tos los lazos exteriores, estaremos tranquilamente en la presencia del Señor, escuchando cuanto El quiera decir­nos, hablándole también nosotros y dialogando con El…

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En los grupos de oración se suele crear un ambiente de silencio a base de canciones. De ordinario se empieza con canciones alegres, cuyo ritmo se subraya con las palmas de las manos o con el movimiento de los brazos. Estos cantos suelen ocasionar gran euforia, pero pueden dificultar una concentración profunda. Pero eso se reco­mienda, tras algún tiempo de cantar alegre pasar a canciones más calmadas (llamadas alabanzas de adoración), sin aplausos, a lo sumo con las ma­nos abiertas, moderadamente levantadas. Tienen que ser canciones que toquen lo mas profundo de nuestro ser.

En el caso de la oración individual, podemos también cantar alguna alabanza aunque sea en voz baja para lograr una comunión mas estrecha con Dios. Quedarnos en silencio para dejar que nuestro ser sea sosegado hasta tal punto que empezamos a tener pensamientos de todo lo que estamos viviendo y llega un momento que la comunicación con Dios fluye como algo natural y este es el momento de empezar a alabarlo, en seguida pasamos a la siguiente etapa, y es, la de pedirle perdón por nuestro pecados, podemos enumerarlos uno por uno y suplicar que nos ayude Él a dejarlos y que podamos apartarnos de ellos.

Ejemplos de estos cantos cadenciosos y apaciguados son: “Enséñame a conocerte Oh mi buen Jesús”, “Haz­me volver a tu río Señor”, “Dios Yahvé es mi fuerza”, “Jesús, Jesús de Nazareth”, etc. Es conocido un aleluya que por ocho veces va repitiendo esa alabanza a Dios, y que suele complementarse con otras expresiones cor­ta*, como: “Dios me ama”, “Marañatha”, “Jesucristo”, “Ven Espíritu”, etc.

Todo lo que se necesita es llegar a un momento de recogimiento tal que nuestro ser llega a tener una comunicación tan profunda que en cierto momento podemos llegar hasta las lágrimas, y esto es, cuando nuestro espíritu esta en completa armonía con el Espíritu Santo,

Después de cantar, es bueno hacer silencio y escuchar.

Dios puede hablar: ¡Conviene prestarle atención!

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