La Restauración del Hombre – Estudio

Adán y Eva se escondieron de la presencia de Dios porque eran conscientes de que habían desobedecido el mandato divino, y en su estado pecaminoso no se atre­vían a comparecer ante la santidad y la justicia del Señor. Además, ¿no había ya en ellos una enemistad con Dios fomentada por el espíritu del mal? Lo evidente es que le dieron la espalda y procuraron huir de El. Pero El no les abandonó en aquella triste condición de esclavitud y muerte.

Adán y Eva no pensaron, aparentemente, en buscar a Dios para pedirle perdón y reconciliarse con El. Tenían su mente entenebrecida por el pecado y quisieron solucionar su problema huyendo del Creador. Fue El quien tomó la iniciativa salvadora. Los pecadores no buscan a Dios, pero El sí busca a los pecadores. ¡Con cuánta razón se ha dicho que en Génesis 3 tenemos el proto-Evangelio!

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En su mensaje a Adán y Eva el Señor Yaweh señala las consecuencias del pecado, pero también sugiere que no ha llegado el fin para el género humano, aunque desde ese momento el camino será muy escabroso. Todo indica que el Señor no quiere olvidarse del hombre. La victoria de la serpiente no es definitiva. La batalla apenas ha comenzado. De la misma humanidad derrotada ven­drá por el poder de Dios el vencedor, el que aplastará la cabeza de la gran enemiga. La victoria final pertenece a la simiente de la mujer.

Muy digno de notarse es que el mensaje de triunfo se dirige no al hombre en primer lugar sino a la serpien­te, la cual pudo engañar a Eva y Adán, pero no había derrotado a Dios. El Señor Yaweh, el Soberano, le habla con autoridad a la serpiente, anunciándole su derrota final. No la trata de igual a igual, sino como Soberano, que declara su juicio sobre el enemigo que se arrastra ante el trono. Aquí no hay lugar para la idea dualista de que hay dos principios iguales en poder –el Bien y el Mal—que coexisten para siempre. Yaweh es el Señor y puede salvar al hombre.

En el Nuevo Testamento se revela que Jesucristo el Hijo de Dios es quien vino al mundo, como la simiente de la mujer (Gál. 4:4), para derrotara la serpiente antigua (Jn. 12:31; Col. 2:14,15; Apo. 12:7-12; Rom. 16:20). ¡Jesu­cristo es el Libertador! Este es fundamentalmente el mensaje de la evangelización.

Nos hemos referido en forma muy general a algu­nas de las enseñanzas del Antiguo Testamento tocante a Dios y el hombre. En esas enseñanzas encontramos lusos sólidas para la evangelización integral. Nos toca ahora reflexionar sobre la salvación misma, según ésta se revela en el Antiguo Testamento. El tema es vasto y difícil. Los manuales de teología que más conocemos y usamos en nuestro medio muy poco dicen sobre el significado de la salvación desde el punto de vista antiguotestamentario. Sin intentar llenar ese vacío buscare­mos algunas pautas que nos ayuden en nuestra tarea de evangelización.

Ante todo, hay advertencias que se hacen indispen­sables. Por ejemplo, en la interpretación del Antiguo Testamento no debemos imponerle la soteriologia ya ampliamente desarrollada en el Nuevo. Recordemos siempre que hubo progreso en la revelación escrita de Dios. Había en este proceso una intención pedagógica de parte de Dios. El pueblo escogido tenía que ser entre­nado y crecer en su experiencia espiritual, para poder recibir una revelación más avanzada que la anterior. Por otra parte, a fin de progresar, la revelación dependía de la realización de ciertos acontecimientos trascendenta­les, como el del Sinaí, la encarnación y el ministerio de Cristo, y el descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Y lo más importante es que el Señor tenía un tiempo establecido para la entrega de determinada revelación.

Hay unidad, armonía, entre el Antiguo y Nuevo Testamentos, pero también existen diferencias entre am­bos. Por ejemplo, las diferencias entre el pueblo del Señor en el Antiguo Testamento y el pueblo del Señor en el Nuevo, aunque ambos se unen en su fe y esperanza mesiánicas. Pero Israel es un grupo étnico. Los israelitas están unidos entre sí por los vínculos de la sangre, de la cultura y de la historia de su nación. En tanto que la iglesia es un pueblo multirracial, policultural. Israel era un pueblo ligado a un territorio. Consideraba la diáspora como un castigo divino. La eclesía del Nuevo Testa­ mentó es un pueblo esparcido por todo el orbe, y su misión es proclamar y vivir el Evangelio en presen­cia de todas las naciones. Israel tenía que marginar­se de otros pueblos, mantener incólume su identidad nacional sin entrar en relaciones matri­moniales con los hijos, o las hijas, de otras naciones. Los cristianos tienen que mantener una separación espiritual y ética, pero no racial ni social. La iglesia debe vivir como extranjera y peregrina en el centro mismo del torbellino social.

Los grandes acontecimientos salvíficos realizados por el Señor Jesucristo marcan de manera especial la diferencia entre la época del Antiguo Testamento y la del Nuevo. La historia de la salvación no puede ser exactamente la misma de siglos pasados después de la encarnación, muerte, resurrección y ascensión del Hijo de Dios; no puede ser exactamente la misma después de la venida del Espíritu Santo y el establecimiento de la Iglesia formada por judíos y gentiles. En el Antiguo Testamento sobresalen la promesa, el tipo, o la sombra de los bienes venideros; en el Nuevo el énfasis cae en el cumplimiento de lo que fue prometido y prefigura­do en el Antiguo. Hay unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. Pero si el Antiguo Testamen­to es fundamental para el Nuevo, hemos de buscar en sus páginas bases y directrices para la evangelización en nuestro día.

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