El Señor es Bueno, Sabio y Justo – Estudio

Si nuestra naturaleza realmente ha sido cam­biada nos sentimos infelices en el pecado, así como un pez fuera del agua. Al principio puede resultarnos todavía agradable, pero acabará por resultamos insoportable.

Nichael Horton

La Biblia nos hace una invitación:

«Prueben y vean que el Señor es bueno». (Salmo 34:8)

¿No te parece maravilloso? «Dios nos invita a meditar en su misericordia y amor incomparables, para que seamos movidos a alabarlo». Elena G. de White

Uno de mis pasajes favoritos para deleitarme en la idea de que mi Dios es bueno se encuentra en Mateo 20: 1-16. De hecho, fíjate en que la parábola culmina con el padre de fa­milia, que representa a Dios, afirmando de sí mismo:

«Yo soy bueno». (Mateo 20:15, RV95)

Esta parábola enseña que Dios es generoso porque se es­fuerza, se sacrifica por la salvación de cada ser humano. Des­cribe a Dios como el dueño de un viñedo en sazón, que busca con afán salvar toda su cosecha de uva.

Es importante destacar la angustia, la desesperación que palpita en el corazón del propietario de la viña en su intento de que no se pierda ninguno de sus frutos. Salió de madrugada a buscar obreros para salvar sus uvas; también salió hacia las nueve de la mañana, vio a otros jornaleros que estaban en la plaza desocupados, y les dijo:

«Vayan también ustedes a traba­jar en mi viñedo». (Mateo 20:7)

Desesperado, «a eso del mediodía y a la media tarde» salió de nuevo en busca de más obreros para salvar sus uvas.

Por último, al ver que el tiempo se acababa y que todavía quedaban algunas uvas por salvar, salió «alrededor de las cinco de la tarde», ya al final de la jomada laboral, y contrató más obreros en un último intento por salvar todas sus uvas.

El mensaje que Dios quiere que captemos en este hecho, es que él se halla intensamente ocupado en la salvación de cada ser humano, que emplea todos sus recursos, toda su fuerza y energía, para rescatar a todos antes de que venga el fin.

Dios, bueno, sabio, justo, lamentaciones

Dios está comprometido con la salvación de la humani­dad, no con su condenación. Él envió a su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo. (Juan 3:17) El Señor no quiere la muerte del malvado, sino que se vuelva el malvado de su mala conducta, y que viva. (Ezequiel 33:11) Nuestro Dios es paciente con nosotros, él no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan. (2 Pedro 3:9)

Esta parábola también enseña que Dios es bueno porque emplea en su viña, en su obra, incluso a aquellos que por su ineptitud y maldad nadie quiere emplear.

Cuando salió por última vez, ya casi al final de la jomada, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo:

«“¿Por qué han estado aquí desocupados todo el día?” “Porque nadie nos ha contratado”, contestaron. El les dijo: “Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo”». (Mateo 20:6,7)

Y, por supuesto, al igual que a todos los anteriores, los contrató con la promesa: «Les pagaré lo que sea justo».

Observemos que a la pregunta «¿Por qué han estado aquí desocupados todo el día?», estos desempleados respondieron: «Porque nadie nos ha contratado». Nadie los había querido emplear por lerdos, débiles o malos.

Sin embargo, a estos que nadie había querido emplear, el Señor les dice: «Vayan también ustedes a trabajar en mi viñedo».

Estos versículos afirman que Dios es bueno porque él quiere a todos en su viña, incluso a los malos. Dios quiere llevar al cielo incluso a aquellos que ni el diablo quiere en el infierno.

Si en este mundo nadie te ama porque eres malo, real­mente malo, mi Dios sí te quiere, y su amor te hará bueno. Si en este mundo nadie te necesita porque eres inútil, realmente inservible, mi Dios sí te necesita, y su amor te hará útil, ne­cesario e importante.

Por último, esta parábola muestra que Dios es bueno por­que él da su recompensa, no de acuerdo a nuestro trabajo y logros, sino de acuerdo con su generosidad.

El final de esta parábola es sorprendente; cuando ano­checía, el señor de la viña dijo a su capataz: «Llama a los obreros y págales su jornal, comenzando por los últimos con­tratados hasta llegar a los primeros». (Mateo 20:8) Y al acudir los que ha­bían ido después de las cinco de la tarde —«la hora undécima» (RV95) —, aquellos que nadie había querido contratar, aque­llos que trabajaron solamente minutos, el señor les pagó a cada uno un denario.

¡Increíble! ¿Un denario? ¿El salario íntegro de un día completo y bien trabajado para estos obreros que rindieron tan poco? Pues sí. Así es porque Dios es bueno, tan bueno, que cuando da su recompensa la da no de acuerdo a lo que nosotros hemos realizado, sino de acuerdo a su generosidad.

Cuando Dios ve nuestras obras no observa necesaria­mente la cantidad ni la calidad de ellas, mira el espíritu y la intención con que las realizamos.

Frente a Dios, el valor de nuestra obra no radica en la cantidad de trabajo que realizamos o en los resultados visi­bles que obtenemos, sino en el motivo con que se efectúa. Esto nos da la seguridad de que, cuando por amor a él hemos hecho lo mejor de nuestra parte, aun cuando esto mejor no alcanza la norma debida, él la da por alcanzada; porque toma en cuenta no lo realizado, sino la intención, el espíritu con que se lleva a cabo.

Se cuenta de un caballero que tenía una hijita de unos tres o cuatro años de edad. El padre de nuestra historia tenía que viajar mucho. Un día, cuando regresaba de un viaje, al llegar a su casa, la niñita, que no lo había visto durante varios días, se le acercó corriendo y le dijo:

—Papito, mira ¡ya sé escribir! —mostrándole una libreta con toda clase de borrones y manchas. ¡Completamente sucia!

—Ya veo que has aprendido a escribir. ¡Estupendo! ¡Me alegro! —fue su comentario, como hubiera sido el de cual­quier otro buen padre.

El papá había hablado con tanto énfasis, que los ojos de la niña se agrandaron y, muy sorprendida, le dijo:

—¿Qué dice aquí, papito?

El padre vaciló. Se ruborizó. No sabía qué decir. Y de repente le vino la inspiración ante aquel papel sucio y lleno de manchones, y “leyó”:

—Dice que eres una niñita que realmente desea aprender a escribir. Que te estás esforzando mucho por aprender a es­cribir. También dice que eres una niñita que está creciendo y que un día podrá escribir muy bonito.

—¿Es verdad que aquí dice todo eso, papito? —le pre­guntó ella toda ilusionada mirando de nuevo sus propios ga­rabatos.

—Claro que sí —respondió en tono convincente el papá.

Y el padre decía la verdad, pues no solo veía las manchas y borrones que la niña había hecho, sino que percibía mucho más allá; veía el esfuerzo, la intención, los motivos de la niña.

Lo mismo hace Dios, nuestro Padre celestial, contigo y conmigo, cuando, como cristianos en crecimiento, le presentamos nuestra obediencia llena de borrones y manchas diciéndole: «Mira, ya puedo obedecer». Él, en su infinito amor, mira lo que hay por detrás de las manchas y los borrones, y acepta nuestra obediencia imperfecta como sufi­ciente.

¿Te gustaría anunciar tu empresa aquí? Leer más

¿Qué opinas? Únete a la Discusión