El Servicio que Jesús nos dejó – Estudio

En el corazón de la comunión cristiana se encuentra la Santa Comunión, la Mesa del Señor, la Cena del Señor -llámalo como quieras. De pasada, cada uno de estos nombres destaca una faceta del acto central de la devo­ción cristiana. «Santa Comunión» nos recuerda que acu­dimos para profundizar nuestra comunión y compañe­rismo con un Dios santo y con otros miembros de su familia. «Cena del Señor» nos recuerda quien es el anfitrión y celebrante en aquella comida, el mismo Jesús, quien la inauguró en la última cena que tuvo con sus discípulos en la tierra.

Así, acudimos mirando retrospectivamente a la cruz. A la cruz a la que se dirigía cuando celebró aquella cena con ellos. Les dijo, al partir el pan, que su cuerpo sería entregado por ellos; les dijo, al darles la copa, que su sangre sería derramada por ellos. (Mateo 26:26-28) Esto sucedió el día siguiente. ¡Cuánto necesitamos volver una y otra vez al Calvario con corazones agradecidos, para hacer memoria del perdón que Cristo consiguió allí para nosotros! Allí fue donde se emitió nuestro certificado de adopción en la familia, donde se lograron nuestros derechos civiles en la nueva sociedad, con un coste tan enorme. La Comu­nión despierta en nosotros un sentido renovado de lo terrible que es el pecado, de la grandeza del sacrificio de Cristo, y de lo maravilloso de nuestro perdón.

Deberíamos también acercarnos a la Comunión con una cuidadosa mirada a nuestras propias vidas a la luz de aquel amor de Cristo. ¿Cuán cortos nos quedamos de su consideración, amor, pureza y honradez? Ahora es el momento de rebuscar en nuestras conciencias, de poner­nos a bien con él y, al extender nuestras vacías manos hacia el pan y el vino, símbolos de su entrega de sí mismo, recordar que realmente estamos vacíos en noso­tros mismos; que nada bueno merecemos de parte de Dios. Acudimos sencillamente por el derecho de su invi­tación generosa y libre a recibir lo que él nos ofrece -él mismo.

Una tercera faceta de la Santa Comunión es ésta: Los cristianos primitivos sabían que «el Señor está cerca». No era un festival para honrar a un Jesús muerto, sino una comida de compañerismo con un Señor resucitado. Agra­décele, pues, que está vivo, que está obrando en ti y en el resto de la comunidad de la resurrección, como bien podría ser llamada la Iglesia. Esto es algo acerca de lo que regocijarse.

la ultima cena, parábola, bosquejo, servicioHaz también el esfuerzo de mirar a tu alrededor. Aquella anciana, aquel tendero algo brusco, aquella jo­ven largirucha, aquel amistoso conductor de autobús -todos pertenecéis juntos a la familia del Señor. Todos os arrodilláis o sentáis juntos para recibir el pan y el vino, los sagrados emblemas de su cuerpo y de su sangre dados sin distinción por todos nosotros. No hay lugar para el orgullo delante de un amor tan abnegado, ¿ver­dad? ¡No hay necesidad de abrigar resentimientos! No hay excusas para mantener una pelea con ningún otro miembro de la misma familia. Todos estáis sobre el mis­mo terreno: pecadores igualmente por naturaleza, cohe­rederos del mismo reino, y compañeros de invitación a la misma mesa.

Y guarda un pensamiento para el futuro que Dios tiene para su nueva sociedad. Puede que no traiga la Utopía en la tierra. Dios nunca dijo que lo haría. Pero cada Cena del Señor debería tener un toque de la gloria futura. Debería recordarnos la Cena de las Bodas del Cordero (como lo llama gráficamente el Libro de Apoca­lipsis), la consumación final en gozosa armonía del plan de Dios para todo su pueblo. «Maranata», clamaban los primeros cristianos en su arameo nativo, cuando se sen­taban a la Mesa del Señor. «¡Oh, ven, Señor!» (1 Corintios 16:22; cf. Apocalipsis 22:20) Era como si dijesen: «Señor, tú has venido a este mundo y has vivido y muerto por nosotros. Tú nos has establecido en esta nueva sociedad. Vemos muchas marcas de tu pre­sencia y de tu obra renovadora. Pero, Señor, hay mucho camino que andar. Apresura el día en que consumarás tus planes para este mundo y en que nos llevarás a todos a la mesa familiar en el cielo.» Nada de huir, como verás. Se trata sencillamente de saborear el futuro para darnos una perspectiva en nuestra diaria tarea, y la decisión de ser lo mejor para él aquí en la tierra.

Así, busca tiempo para la comunión informal en el hogar y en el trabajo. Busca tiempo para encontrarte con otros cristianos, especialmente el domingo; busca tiempo para servicios de otras clases; pero, hagas lo que hagas, no descuides la Santa Comunión. Es el memorial de tu perdón, el alimento de tu vida cristiana, el vínculo de tu comunión y el saborear anticipadamente del cielo.

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