Solo Él puede Permanece Fiel – Estudio

«La vida cristiana consiste en una relación de amor con él. No consiste en principios ni pro­gramas, ni siquiera en códigos de conducta, sino únicamente en él.

En Juan 17:5 leemos: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el Cínico Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Fíjate en que la vida eterna es conocerlo a él, no sim­plemente servirle».

S. J. Hill

Malba Tahan, en su obra Leyendas del cielo y de la tierra, cuenta esta curiosa anécdota atribuida al que ha sido, sin duda, el más influyente de los «docto­res» de la Iglesia Católica:

«Estaba santo Tomás de Aquino encorvado sobre sus ma­nuscritos cuando un fraile juguetón gritó escandalosamente: —Hermano Tomás, ¡acabo de ver a un buey volando! Tranquilamente, santo Tomás se levantó, fue hacia la ventana y se puso a mirar el cielo con sus fatigados ojos. El jovial fraile se echó a reír y le dijo:

—Hermano Tomás, ¿eres tan crédulo que creiste que un buey podía volar?

—¿Por qué no? —respondió el santo —. Pre­fiero creer que un buey puede volar y no que un religioso puede mentir».

En la actualidad para muchos, como para el gran teólogo escolástico, es más fácil imaginarse a un buey volando que a un cristiano pecando. A menudo parece que equiparamos ser cristiano con ser incapaz de pecar; y no solo esperamos del converso la impecabilidad, sino que incluso la demandamos.

Sin embargo, aun cuando tratemos de ocultar la realidad de la permanencia del pecado en nosotros, la «continuidad del poder del mal sobre los creyentes es uno de los hechos más patentes y potentes de la experiencia espiritual de todos. El que la infección permanece en el regenerado es cierto, y es triste, y es serio».

Como advierte la pluma inspirada, incluso:

Los hombres a quienes Dios había favorecido, a quienes había confiado grandes responsabilidades, fueron a veces vencidos por la tentación y cometieron pecados, así como nosotros ac­tualmente luchamos, vacilamos y con frecuencia caemos en el error. Elena G. de White

fiel, Dios permanece

Para nuestro aliento e instrucción contemplemos a uno de esos grandes hombres de Dios vencido por el pecado: Abraham. De camino hacia la tierra que Dios le había prometido, tuvo que habitar durante un tiempo como forastero en Gerar, donde hizo creer a todo el mundo que Sara no era su esposa, diciendo que Sara «era su hermana. Entonces Abimélec, rey de Guerar, mandó llamar a Sara y la tomó por esposa». (Génesis 20:1-2)

¡Descomunal caída la del gran Abraham, nada más y nada menos que el padre de la fe, el amigo de Dios! Miente abiertamente, y con ello expone a su esposa al adulterio.

Pero esta no fue una súbita caída en pecado, un desliz inad­vertido en la senda del mal. No, el pecado de Abraham ha­bía sido deliberadamente planificado, pues ya desde su salida de la casa de su padre, tras haber recibido el llamado de Dios, le había dicho a Sara explícitamente:

«Te pido que me hagas este favor: Dondequiera que vayamos, di siempre que soy tu hermano». (Génesis 20:13)

El pecado de Abraham fue un pecado endémico, perti­naz, como se deduce del siguiente pasaje:

«En ese entonces, hubo tanta hambre en aquella región que Abram se fue a vivir a Egipto. Cuando estaba por entrar a Egipto, le dijo a su esposa Saray: “Yo sé que eres una mujer muy hermosa. Estoy seguro que en cuanto te vean los egipcios, dirán:

‘Es su esposa’; entonces a mí me matarán, pero a ti te dejarán con vida. Por favor, di que eres mi hermana, para que gracias a ti me vaya bien y me dejen con vida”». (Génesis 12:10-13)

Abraham no solo pecó, sino que intentó justificar su pe- cado diciendo:

«En realidad ella es mi hermana, porque es hija de mi padre aunque no de mi madre; y además es mi es­posa». (Génesis 20:12)

El pecado del padre de la fe dañó la causa de Dios, pues Abraham era su enviado ante un mundo al que también de­seaba salvar a través de su pacto con el patriarca. El testi­monio que dio Abraham como misionero echó a perder todo el plan que Dios tenía para que su nombre fuera conocido en Gerar. Y es precisamente Abimelec, el pagano, quien ter­mina amonestando a Abraham, el amigo de Dios:

«Entonces Abimélec llamó a Abraham y le reclamó: “¡Qué nos has hecho! ¿En qué te he ofendido, que has traído un pecado tan grande sobre mí y sobre mi reino? ¡Lo que me has hecho no tiene nombre! ¿Qué pretendías conseguir con todo esto?”». (Génesis 20:0-10)

El pecado de Abraham iba a dañar a terceros, pues su men­tira provocaría el inevitable adulterio de su esposa, y el mal ejemplo consiguiente. Como había declarado que Sara era su hermana,

«Abimélec, rey de Guerar, mandó llamar a Sara y la tomó por esposa». (Génesis 20:2)

Ahora ha llegado el momento de hacernos una pregunta crucial:

¿Qué va a hacer Dios con Abraham, quien justifica su pe­cado, que deliberadamente ha planificado su pecado, que está reincidiendo en su pecado, que, con su pecado, ha dañado la causa de Dios y ha expuesto a su esposa al adulterio?

Si nosotros estuviéramos en el lugar de Dios, llamaríamos a Abraham, le quitaríamos sus credenciales y lo borra­ríamos de la iglesia por conducta desordenada. Pero, ¿qué hizo Dios?

Dios intervino para evitar el desastre que podría llegar a causar el pecado de su hijo desobediente. «Dios se le apare­ció a Abimélec en sueños y le dijo:

“Puedes darte por muerto a causa de la mujer que has tomado porque ella es casada”». (Génesis 20:3)

Pero lo sorprendente está aún por llegar, cuando el Señor le dice a Abimelec: «Ahora devuelve esa mujer a su esposo, porque él es profeta y va a interceder por ti para que vivas». (Génesis 20:7)

¡Increíble! Dios, a pesar del desastre que ha generado su hijo Abraham, lo sigue considerando su profeta, y afirma que por medio de las oraciones de este engañador obrará milagros.

«Dios no nos abandona debido a nuestros pecados. Quizá hayamos cometido errores y contristado a su Espíritu, pero cuando nos arrepentimos y vamos a él con corazón contrito, no nos desdeña». Elena G. de White

En cierta ocasión un caballero fue al circo e, impactado por la magistral actuación de los trapecistas, preguntó a uno de ellos:

—¿Cómo pueden ustedes actuar de un modo tan perfecto sin caerse nunca?

—Claro que nos caemos —contestó el artista—. Es más, en la actuación que usted acaba de ver, nos hemos caído y nos hemos equivocado varias veces.

—¿Y cómo es que no me he dado cuenta? —inquirió el asombrado espectador.

—Lo que sucede —explicó el trapecista con una mali­ciosa sonrisa en los labios— es que cuando nos equivoca­mos, y caemos sobre la red protectora, nos levantamos de inmediato, saltamos para volver al trapecio y el público cree que la caída forma parte del espectáculo.

¿Has caído?

Levántate de inmediato, incorpórate de nuevo a la senda de la santidad y sigue adelante, confiando en el amor per- donador de nuestro maravilloso Dios.

¿No lo puedes creer? ¿Difícil de aceptar?

Escucha a nuestro amante Padre celestial hablándonos:

«Los que profesan tener fe en el Altísimo, quizá a veces pro­cedan como indignos de su vocación y sin embargo, Dios con frecuencia induce a sus oponentes a que los respeten. El Señor sigue siendo fiel a sus hijos aún en los momentos de infideli­dad de ellos».

«Cuando Satanás te dice que el Señor no te va a considerar fa­vorablemente porque has pecado, dile: “Jesús dio su vida por mí. El sufrió una muerte cruel, para capacitarnos para resistir la tentación. Yo sé que él me ama, a pesar de mi imperfección.

Yo descanso en su amor. Dios ha aceptado su perfección en mi beneficio. Él es mi justicia, y yo confío en sus méritos”». Elena G. de White

Y no olvides el mensaje que nos ha hecho llegar a través del apóstol Pablo:

«Si somos infieles, él sigue siendo fiel, ya que no puede negarse a sí mismo». (2 Timoteo 2:13)

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