La Solución a Nuestra Rebeldía – Estudio

Todos conocemos a más de una persona talentosa que inició su carrera espiritual con grandes éxitos y bendiciones y que, sin embargo, contra todo pro­nóstico, terminó desastrosamente.

Saúl, el primer rey de Israel, es uno de esos casos. Su ca­rrera se inició así:

Samuel tomó un frasco de aceite y lo derramó sobre la ca­beza de Saúl. Luego lo besó y le dijo: “¡Es el Señor quien te ha ungido para que gobiernes a su pueblo! Al entrar en la ciudad te encontrarás con un grupo de profetas que bajan del santuario en el cerro. Vendrán profetizando, precedidos por músicos que tocan liras, panderetas, flautas, y arpas. Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con poder, y tú profetiza­rás con ellos y serás una nueva persona. Cuando se cumplan estas señales que has recibido, podrás hacer todo lo que esté a tu alcance, pues Dios estará contigo”. (1 Samuel 10:1-7)

Ungido por Dios para gobernar a su pueblo. Lleno con el poder del Espíritu Santo. Convertido en una nueva persona. Listo para tener éxito en todo lo que estuviera a su alcance, pues Dios estaba con él. Gozaba de la admiración y el respeto general:

«Era tan alto que nadie le llegaba al hombro». (1 Samuel 10:23) Al pasar por las calles, las personas exclamaban con orgullo: «¡Miren al hombre que el Señor ha escogido! ¡No hay nadie como él en todo el pueblo!». (1 Samuel 10:24)

¡Inmejorable inicio! ¡Magnífico futuro!

Y a pesar de todo, trágico fue el final de tan prometedor personaje:

«Saúl le dijo a su escudero: “Saca la espada y má­tame, no sea que me maten esos incircuncisos cuando lle­guen, y se diviertan a costa mía”. Pero el escudero estaba tan asustado que no quiso hacerlo, de modo que Saúl mismo tomó su espada y se dejó caer sobre ella». (1 Crónicas 10:4-5)

Saúl, el ungido de Dios, el primer rey de Israel, el hom­bre lleno del poder del Espíritu Santo, y con quien estaba Dios para hacerlo triunfar en todo lo que emprendiera, ter­minó derrotado y suicidándose.

¿Cómo es posible? ¿Cuál fue la causa de su debacle? La Bi­blia dice que «Saúl murió por haberse rebelado contra el Señor». (1 Crónicas 10:13)

Dios, lo más intimo, Biblia, rebeldía

La rebelión, dentro de la esfera espiritual, es un pecado te­rrible. Implica acción deliberada, persistente y premeditada contra la verdad divina. Es la violación voluntaria y desafiante de las indicaciones de Dios. Es el mal uso, abuso y desprecio de la gracia, la bondad y la misericordia celestiales. Es el aban­dono del conocido sendero de la rectitud y la marcha delibe­rada tras la errática senda de la satisfacción de los perversos deseos de la carne.

Saúl sabía que únicamente los sacerdotes podían ofrecer sacrificios. No obstante, impaciente por la tardanza del pro­feta Samuel, alocadamente y con rebeldía «ordenó: “Trái­ganme el holocausto y los sacrificios de comunión”; y él mismo ofreció el holocausto».(1 Samuel 13:9) Y así profanó el altar divino.

Más adelante, el Señor, por medio de su profeta, le ordenó a Saúl destruir completamente a los amalecitas con indas sus pertenencias. Sin embargo, para su propio benefició, él decidió desobedecer la indicación de Dios; perdonó la vida al rey amalecita y a lo mejor de sus ovejas y del ganado mayor.

Ya casi al final de su vida, Saúl, a pesar de que conocía perfectamente la orden divina de eliminar «el hombre o la mujer que consulten espíritus de muertos o se entreguen a la adi­vinación», (Levítico 20:27) puesto que incluso había participado personal­mente en la ejecución de dicha orden, se disfrazó para evitar ser reconocido y acudió a una hechicera, por medio de la cual consultó a los espíritus diabólicos.

Saúl fue abiertamente rebelde contra Dios, terco en desafiar las indicaciones divinas, persistente en profanar las cosas sagradas. ¡Pobre Saúl! Sí, y también ¡pobres de nosotros!; porque la triste realidad es que todos nacemos con un Saúl dentro, con una marcada tendencia a la rebeldía, de la cual, si no somos curados, terminaremos siendo víctimas.

Elena G de White nos advierte:

El orgullo, la ambición, el engaño, el odio y el egoísmo, deben ser limpiados del corazón. En muchos, estos rasgos pe­caminosos han sido parcialmente vencidos, pero no completa­mente desarraigados del corazón. Bajo circunstancias favorables, brotan de nuevo y maduran en rebelión contra Dios. Aquí hay un gran peligro. Pasar por alto cualquier pecado es acariciar a un enemigo que solo espera un momento de descuido para oca­sionar la ruina.

Pero, ¿es posible ser sanado de ese congénito y degenerativo espíritu de rebeldía?

Afortunadamente, sí.

Hay una, y solamente una cura, y únicamente existe mi médico que la pueda aplicar:

«Yo los sanaré de su rebelión, los amaré de pura gracia, porque mi ira se apartó de ellos». (Oseas 14:4, RV95)

Para captar mejor y disfrutar más del contenido de una declaración bíblica, puede resultar muy útil leerla en dife­rentes versiones:

  • «Yo corregiré su rebeldía y los amaré de pura gracia, por­que mi ira contra ellos se ha calmado» (NVI).
  • «Dice el Señor: “Voy a curarlos de su rebeldía; voy a amarlos aunque no lo merezcan, pues ya se ha apartado de ellos mi ira”» (DHH).
  • «Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente; pues mi cólera se ha apartado de él» (BJ; Oseas 14: 5).
  • «Yo sanaré su apostasía, los amaré generosamente, pues mi ira se ha apartado de ellos» (LBA).

Lo primero que destaca aquí es que esta enfermedad de la rebeldía tiene remedio: «Voy a curarlos de su rebeldía» (DHH).

Lo segundo que me impresiona es que quien nos cura y sana de nuestra rebeldía es Dios. No existe médico, ni psi­cólogo, ni psiquiatra que sepa y pueda curar realmente la en­fermedad de la rebeldía. El único terapeuta capaz de liberarnos de esa terrible enfermedad es el Dios todopoderoso: «Yo sanaré su rebelión» (RV95).

Lo tercero que me conmueve es la forma como se cura la enfermedad. Nuestra medicina es el amor de Dios. Dios nos ama «de pura gracia», nos ama «generosamente» (LBA), pues no lo merecemos. Su amor es gratuito, no se vende, no se puede comprar; únicamente se puede dar y recibir. El amor de Dios es inmensamente costoso. No se puede merecer, so­lamente se puede aceptar. Este amor «de pura gracia» no exige ningún mérito, ningún pago por parte del ofensor. El único que no puede ser sanado de sus rebeliones es quien no quiere ser sanado de su rebeldía; porque al enfermo lo único que se le pide para ser sanado es reconocer que tiene un pro­blema y dejarse amar por Dios; confiar, creer, aceptar que Dios lo ama a pesar de ser pecador.

 Y finalmente me asombra la base de la curación, ese cambio de actitud por parte de Dios, que deja de lado su ira: «Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos» (RV95; la cursiva es nuestra).

Y  qué mejor conclusión que esta, una de las afirmaciones más impactantes del don profético:

«¿Hay acaso algún pecado tan enorme que él no pueda per­donar, un alma tan sumida en las tinieblas y tan oprimida por el pecado que él no pueda salvar? El es misericordioso, y no busca ningún mérito en nosotros, sino que conforme a su bon­dad sin límites sana nuestras apostasías y nos ama sin restric­ción, siendo nosotros aún pecadores».

No quisiera que se me escapara ninguna de las sublimes afirmaciones que la pluma inspirada nos ofrece:

  • Nuestro Dios es inmensamente generoso, su gracia es in­conmensurable.
  • Nuestro Dios no busca mérito en nosotros.
  • Nuestro Dios, por su ilimitada bondad, cura nuestra apostasía.
  • Nuestro Dios nos ama sin límites cuando somos aún pe­cadores.

Gocémonos en esta verdad. Dejémonos amar por Dios, y de inmediato entraremos en el inefable proceso que sanará nuestra innata rebeldía.

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